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La curiosa historia (y el gen) que explica por qué unos pueden tomar lactosa y otros no
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La curiosa historia (y el gen) que explica por qué unos pueden tomar lactosa y otros no

Hace miles de años, durante las hambrunas y los brotes de enfermedades infecciosas, la diarrea provocada por la lactosa se volvió fatal para las personas gravemente desnutridas, especialmente en las comunidades agrícolas

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Parece que la intolerancia a la lactosa está en auge, como algo más o menos novedoso. Quienes padecen esta alergia y consumen pese a ello consumen leche suelen experimentar diarrea, gases, hinchazón de estómago y calambres intestinales, entre otros síntomas. Son reacciones incómodas que, sin embargo, llevan siglos y siglos entre nosotros.

Hace miles de años, durante las hambrunas constantes y los brotes de enfermedades infecciosas, la diarrea inducida por la lactosa se volvió fatal para las personas gravemente desnutridas, especialmente en las comunidades agrícolas, unas amenazas recurrentes que conectaron la evolución de la tolerancia a la lactosa.

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Debido precisamente a dichos períodos de hambrunas y de brotes de enfermedades, los antiguos europeos pudieron haber desarrollado la capacidad de digerir leche de vaca. Así lo recoge un estudio cuyos resultados fueron publicados el pasado mes de julio en Nature.

Hace miles de años

Según el mismo, este hábito tan integrado en las dinámicas sociales del consumo moderno de alimentos, comenzó hace aproximadamente unos 9.000 años, cuando el trabajo de lechero apareció por primera vez en el sureste del continente europeo. No obstante, tuvieron que pasar varios miles de años para que un número considerable de personas acabaran desarrollando un gen que les permitiera digerir la lactosa, también conocida como el azúcar de la leche, sin grandes peligros, apunta esta investigación.

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Tanto el queso como otros productos lácteos bajos en lactosa datan de hace unos 7400 años en Europa. Para ese lapso de tiempo, los agricultores migratorios introdujeron la lechería en la Península Balcánica del sureste de Europa, donde los residentes adoptaron el consumo regular de leche, dicen los investigadores. Luego, el uso de la leche fluctuó con el tiempo en diferentes partes del continente. Después de hace unos 7.500 años, el uso relativamente intenso de leche caracterizó el oeste de Francia, el norte de Europa y las Islas Británicas y llegó más tarde a Europa central.

Dirigido por el biogeoquímico Richard Evershed junto a compañeros de la Universidad de Bristol en Inglaterra, el estudio se basa en muestras de residuos de grasa animal de más de 13.000 fragmentos de cerámica en unos 550 sitios arqueológicos que han permitido recopilar todo un tesoro de datos de ADN que socavan la idea influyente de que el uso de la leche aumentó drásticamente a medida que los beneficios nutricionales y para la salud del producto impulsaron la evolución de la tolerancia a la lactosa.

El gen responsable

Nada que ver, sostiene el informe de Evershed, que "descarta por completo" el consumo generalizado de leche como fruto de una fuerza evolutiva. El equipo de investigadores mapeó las frecuencias estimadas del uso de esta sustancia en toda Europa desde hace unos 9.000 hasta hace 500 años y, aunque se necesita más investigación para aclarar la escala y el alcance de las hambrunas o los episodios de enfermedades infecciosas que pueden haber influido en el asunto, la nueva perspectiva ya ofrece por sí misma conclusiones de lo más interesante.

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El equipo de Evershed también rastreó la aparición y propagación del principal gen responsable de la tolerancia a la lactosa, encontrando que la evidencia europea más antigua es una enzima que confiere tolerancia al descomponer químicamente este disacárido, y data de hace unos 6.650 años. Pero este rasgo, conocido como persistencia de lactasa, no se hizo común en Europa, aseguran, hasta hace unos 3.000 años.

Hasta entonces, los niveles crecientes de persistencia de lactasa tendían a alinearse con caídas de población vinculadas a hambrunas en determinadas regiones. Así, hace entre 8.000 y 4.000 años, los sitios de cultivo excavados en toda Europa dejaron rastros de signos de disminuciones periódicas de la población que podrían haber sido influenciadas por una grave escasez de alimentos.

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La propagación de infecciones transmitidas por animales, como la salmonela, redujo la densidad de los asentamientos, ya que los residentes que no podían digerir la lactosa sufrieron un exceso de muertes, según sospechan los científicos. Fue de esta forma como la persistencia de la lactasa pudo haber impulsado el acceso a los nutrientes muy necesarios en la leche.

Pese a todo, en otras partes del mundo, y por razones que se desconocen, el consumo regular de leche no estimula necesariamente la propagación de la tolerancia a la lactosa. Rara vez existe, por ejemplo, entre los pastores de Asia Central que beben leche, pero sí está presente en los cazadores-recolectores Hadza de África Oriental, que no la toman. Está claro, por tanto, que aún queda trabajo pendiente.

Parece que la intolerancia a la lactosa está en auge, como algo más o menos novedoso. Quienes padecen esta alergia y consumen pese a ello consumen leche suelen experimentar diarrea, gases, hinchazón de estómago y calambres intestinales, entre otros síntomas. Son reacciones incómodas que, sin embargo, llevan siglos y siglos entre nosotros.

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