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"El impacto de la nicotina sobre la salud es similar al de la cafeína y menor al del alcohol"
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KARL FAGERSTRÖM, EXPERTO EN TABAQUISMO

"El impacto de la nicotina sobre la salud es similar al de la cafeína y menor al del alcohol"

Tras más de 40 años investigando los efectos de la nicotina y del tabaco, Karl Fagerström nos cuenta su experiencia en la lucha contra el tabaquismo y su opinión sobre algunos de los mitos que rodean a la adicción

Foto: Karl Fagerström.
Karl Fagerström.

A mediados de los años 70, Karl Fagerström (Suecia, 1946) era un joven psicólogo clínico que comenzaba a orientar su carrera hacia el estudio del tabaquismo. Mientras ayudaba a las personas que acudían a su unidad en busca de apoyo para dejar de fumar, se dio cuenta de que los niveles de dependencia variaban de unos fumadores a otros, y, en consecuencia, también la dificultad para abandonar el hábito. Fue entonces cuando ideó un test encaminado a evaluar la intensidad de la adicción física, un test que lleva su nombre y que todavía hoy sigue siendo una herramienta clave en la ayuda a quienes quieren dejar el cigarrillo.

Han pasado más de 40 años desde que ideara aquella prueba, cuatro décadas en las que Fagerström ha continuado avanzando en la lucha contra el tabaquismo. Miembro fundador de la Sociedad para la Investigación de la Nicotina y el Tabaco, explica a El Confidencial que uno de los principales problemas a los que se enfrenta es a la falta de información veraz: “Se culpa erróneamente a la nicotina de todos los males que produce el tabaco. Incluso muchos médicos norteamericanos continúan pensando que la nicotina causa cáncer, cuando no es así. No es solo que las personas no tengan información, sino que la que les llega es incorrecta”.

En este sentido, insiste, “se sigue asociando la nicotina a todas las enfermedades relacionadas con el tabaquismo, cuando la realidad es otra: en la combustión del tabaco se producen miles de sustancias químicas, de las que más de un centenar son dañinas para la salud. Ahí es donde está el peligro, en la combustión. Si el tabaco no se quema, el problema se reduce considerablemente”.

placeholder Planta de tabaco. Foto: iStock.
Planta de tabaco. Foto: iStock.

¿Y la nicotina, entonces, dónde queda? ¿Acaso no es adictiva? “Es cierto, no podemos pensar que la nicotina es inocua: puede suponer un riesgo para una mujer embarazada y, además, genera adicción. Pero no causa cáncer”. No lo dice solo él: también la Organización Mundial de la Salud (OMS) afirma que “no hay evidencias de que la nicotina cause daños severos a nuestra salud, como el cáncer, aunque sí se debe aceptar como una sustancia que provoca adicción a los fumadores”.

Nicotina, cafeína y alcohol

Recientemente, Fagerström ha participado en el Global Forum on Nicotine, que ha tenido lugar en Varsovia y en donde ha señalado que “la nicotina a largo plazo tiene un impacto sobre la salud del individuo igual al de la cafeína y menos dañino que el alcohol, tanto para el propio consumidor como para el que tiene a su alrededor”.

Desde su larga experiencia, observa con atención los cambios en las políticas de salud pública relacionados con el consumo de tabaco. “Si algo he aprendido en este tiempo, es que no podemos pensar en una sociedad que esté libre de drogas como la nicotina, el alcohol, o la cafeína”. Llevándolo a su terreno, señala que “necesitamos aceptar que hay personas que pueden reducir el daño si usan la nicotina en su forma pura, no fumándola”.

Surge así en la conversación la cuestión de las políticas de reducción de daños por el tabaquismo, una estrategia cuyo punto de partida es el reconocimiento de que, por muchas medidas que se implementen en contra del consumo de tabaco, va a seguir habiendo personas que continúen fumando. Así, según la OMS, en 2025 se espera que sean más de 1.200 millones los consumidores de tabaco en el mundo.

Estos datos sugieren que las medidas tradicionales de control del tabaquismo han agotado su potencial para reducir significativamente el número de fumadores, y apuntan la necesidad de encontrar enfoques innovadores para conseguir un mundo libre de humo. Es decir, se trataría no solo de prevenir la incorporación de nuevos fumadores y de conseguir que quienes ya tienen el hábito lo abandonen (medidas de prevención y cesación), sino de reducir el daño sobre la salud de las personas que no van a dejarlo.

placeholder Foto: iStock.
Foto: iStock.

Es lo que se conoce como 'tercera vía' y se apoya en productos que administran nicotina, con o sin tabaco, pero cuyo uso no implica combustión y, por tanto, no suponen inhalación de humo ni de esos centenares de sustancias tóxicas. Para Fagerström, la pregunta clave es si somos capaces o no de eliminar por completo el uso del tabaco. “Si la respuesta es sí, la reducción de daño no tendría sentido; si la respuesta es no, creo que hay una obligación de minimizar el daño”. En este sentido, cita como ejemplo lo sucedido en su país, Suecia, en donde la tasa de fumadores ha ido decreciendo de manera inversamente proporcional al consumo de productos de tabaco sin humo.

Según el Eurobarómetro, la prevalencia del tabaquismo en Suecia fue del 4% en 2021, lo que lo convierte en el único país de la UE por debajo de la marca del 5% de ‘Endgame’ (un concepto que se define por una tasa de prevalencia de tabaquismo inferior al 5%). “Y las cifras de incidencia de cáncer y enfermedades cardiovasculares han disminuido”, subraya Fagerström.

A partir de su experiencia, y de comprender cómo los problemas de salud surgen al quemar el tabaco, el profesor considera factible reemplazar los productos combustibles, como los cigarrillos, por otros menos dañinos. “Sin duda, considero los cigarrillos electrónicos y los productos de calentamiento de tabaco como alternativas menos nocivas para la salud, siempre en el contexto de personas que no pueden dejar el hábito. En el caso del cigarrillo electrónico, incluso puede utilizarse sin nicotina”. Hay, no obstante, un precio que hay que pagar: “El riesgo, posible, de que, atraídos por sus sabores, lo empiecen a utilizar adolescentes que antes nunca habían consumido tabaco”.

Para finalizar, recuerda que, tras tantos años, aún continúa vigente la hipótesis que planteó cuando ideó el test de Fagerström. “Comprendí, ante todo, que hay fumadores capaces de dejar el hábito en cualquier momento, y otros que son realmente drogodependientes y para los que la fuerza de voluntad puede no ser suficiente. Este test ayuda al profesional, pero también al sujeto, para saber si debe solicitar ayuda especializada en el caso de que decida dejar de fumar”.

A mediados de los años 70, Karl Fagerström (Suecia, 1946) era un joven psicólogo clínico que comenzaba a orientar su carrera hacia el estudio del tabaquismo. Mientras ayudaba a las personas que acudían a su unidad en busca de apoyo para dejar de fumar, se dio cuenta de que los niveles de dependencia variaban de unos fumadores a otros, y, en consecuencia, también la dificultad para abandonar el hábito. Fue entonces cuando ideó un test encaminado a evaluar la intensidad de la adicción física, un test que lleva su nombre y que todavía hoy sigue siendo una herramienta clave en la ayuda a quienes quieren dejar el cigarrillo.

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