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El idioma del suelo: todos los hongos del mundo se comunican entre ellos bajo nuestros pies
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El idioma del suelo: todos los hongos del mundo se comunican entre ellos bajo nuestros pies

Componentes inquietos de la vida, tal vez los hongos sean la vida misma, hilvanándose por todas partes, dando sentido a lo que existe a su alrededor

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Componentes inquietos de la vida, tal vez los hongos sean la vida misma, hilvanándose por todas partes. El silencio los encubre, y crecen, y crecen como los hechos divinos. Es una magia que existan, una suerte: sin ellos, nosotros no seríamos. En su lenguaje se enraíza la posibilidad. La realidad nos recorre bajo el suelo, atraviesa el mundo, lo sostiene, es una conversación eterna, inquebrantable a la que desde arriba llaman micelio.

El investigador Stefan Olsson lleva décadas acercándose a ese silencio que no lo es. No lo escuchamos, pero eso no significa nada, si acaso la minucia de nuestro desarrollo, lo lejos que las personas han llegado, tan lejos de la tierra que no sabe dónde están. Mientras tanto, los hongos lo tienen claro: aquí y allí y allá también.

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Olsson, especializado en fisiología, micología y microbiología, teorizó que las señales eléctricas eran una manera razonable que tenían muchos hongos para mandar mensajes entre diferentes partes de sí mismos. Se preguntaban y preocupaban por el alimento, las heridas, hablaban del tiempo y del miedo, que sentían en común para no sentirlo.

"Incluso un mundo herido nos sostiene"

En esa vida conjunta no solo caben ellos, estamos todos. Antes de que Internet fuese creado, los hongos conformaban ya un espacio sin vértices y repleto de redes. Ahora, qué ironía, la tecnología, que imita el algoritmo de estos organismos, contiene la posibilidad de acercarnos a la tierra, a ese mundo que somos y nos permite ser. "Incluso un mundo herido nos está alimentando. Incluso un mundo herido nos sostiene, brindándonos momentos de asombro y alegría", que diría Robin Wall Kimmerer.

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En abril de 2022, el profesor Andrew Adamatzky, del laboratorio de computación no convencional de la Universidad del Oeste de Inglaterra, en Brístol, analizó los patrones de picos eléctricos generados por cuatro especies de hongos: enoki, split gill, fantasma y oruga. Buscaba el origen del lenguaje, las expresiones más primitivas, respuestas a un futuro con palabras como "incertidumbre".

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Lo hizo insertando diminutos microelectrodos en sustratos colonizados por su mosaico de hilos de hifas, su micelio. Los resultados de su investigación, publicados en 'Royal Society Open Science' descubrían picos de actividad, a menudo agrupados, que se asemejaban a vocabularios de hasta 50 palabras humanas.

Un inmenso sistema nervioso

La profesora Katie Campo detalla este descubrimiento en 'The Conversation': "A pesar de carecer de un sistema nervioso, los hongos parecen transmitir información mediante impulsos eléctricos a través de filamentos parecidos a hilos llamados hifas. Los filamentos forman una red delgada llamada micelio que une las colonias de hongos dentro del suelo. Estas redes son notablemente similares a los sistemas nerviosos animales. Al medir la frecuencia y la intensidad de los impulsos, puede ser posible descifrar y comprender los lenguajes utilizados para comunicarse dentro y entre organismos a través de los reinos de la vida".

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Como las entrañas del planeta, el micelio fúngico se despliega entre los bosques en forma de diminutos tubos ramificados. Raíces microscópicas que se entrelazan con las raíces más finas de los árboles y los conectan a través de largas distancias entre sí. De hecho, algunos micelios llegan a penetrar en dichas raíces y comienzan a crecer dentro de ellas, en el interior de los troncos arbóreos.

Este enredo de micelio y raíz de árbol se conoce como micorriza, que literalmente significa "raíz de hongo". Apunta Kimmerer: "Las micorrizas pueden formar puentes fúngicos entre árboles individuales, de modo que todos los árboles de un bosque estén conectados. Estas redes fúngicas parecen redistribuir la riqueza de carbohidratos de un árbol a otro. Una especie de Robin Hood, le quitan a los ricos y le dan a los pobres para que todos los árboles lleguen al mismo excedente de carbono al mismo tiempo. Tejen una red de reciprocidad, de dar y recibir. De esta manera, todos los árboles actúan como uno porque los hongos los han conectado. A través de la unidad, la supervivencia. Todo florecimiento es mutuo. La tierra, el hongo, el árbol, la ardilla, el muchacho, todos son los beneficiarios de la reciprocidad".

De la sabiduría indígena a la ciencia actual

No es algo tan escondido para el conocimiento humano, solo basta mirar, mirar con cuidado, extender las manos y acercarlas a la superficie. Es así como durante siglos, entre cientos de generaciones, los pueblos indígenas han ido entendiendo la naturaleza entrelazada de la vida en la tierra (y entendiéndose en ella, ese ser parte de una creación en marcha).

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Si bien el desarrollo científico moderno dio la espalda a estos saberes, provocando la pérdida incalculable de sentido común (comunitario), en los últimos años, los científicos han empezado a reparar el error de la única manera posible: con los hongos como espejo (creando redes con el conocimiento indígena), están recopilando una gran cantidad de datos que cuentan una profunda historia biológica de interconectividad en el bosque.

De esta forma, han podido comprobar también que estas redes de micorrizas se extienden ampliamente por los suelos, entrelazándose entre sí y brindando formas para que los árboles se comuniquen entre sí a través de hormonas y el intercambio de nutrientes. Los árboles usan esta red, sin ir más lejos, para favorecer y cuidar específicamente a sus descendientes genéticos, que son pequeños y reciben sombra de los árboles altos que los rodean y tienen dificultades para obtener suficiente luz solar para realizar una buena fotosíntesis.

Asimismo, los profesionales han visto cómo árboles viejos dañados por incendios, rayos o enfermedades son cuidados por los árboles circundantes con el azúcar que producen. También se pueden enviar mensajes sobre insectos invasores y otras amenazas a la supervivencia para que los vecinos tengan tiempo de instalar defensas químicas.

Componentes inquietos de la vida, tal vez los hongos sean la vida misma, hilvanándose por todas partes. El silencio los encubre, y crecen, y crecen como los hechos divinos. Es una magia que existan, una suerte: sin ellos, nosotros no seríamos. En su lenguaje se enraíza la posibilidad. La realidad nos recorre bajo el suelo, atraviesa el mundo, lo sostiene, es una conversación eterna, inquebrantable a la que desde arriba llaman micelio.

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