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Cómo nació la preocupación por la contaminación acústica en las grandes ciudades
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HISTORIA DEL RUIDO

Cómo nació la preocupación por la contaminación acústica en las grandes ciudades

No fue hasta los primeros años del siglo XX cuando una buena parte de la élite social sintió la necesidad de poner un poco de paz en los grandes centros urbanos en plena expansión

Foto: Un día más en una de las ciudades más ruidosas del mundo, Nueva York. (iStock)
Un día más en una de las ciudades más ruidosas del mundo, Nueva York. (iStock)

La contaminación acústica es un problema que afecta a la convivencia y a la salud de las personas en las grandes ciudades, un problema acuciante que cada vez está cogiendo más relevancia en el mundo actual. Según datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente, causa alrededor de 12.000 muertes prematuras en Europa al año, además de estar detrás de otras tantas enfermedades crónicas, como la cardiopatía isquémica. A comienzos de este año, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) emitió un nuevo informe en el que destacó que el ruido se está convirtiendo en una amenaza para la salud pública mundial.

Y, de hecho, puede entenderse como un claro marcador de clase social, sobre todo ahí donde está más presente, en las grandes metrópolis. La cantidad de decibelios que soportamos día a día determina, de algún modo y como tantos otros factores, nuestro nivel de vida y poder adquisitivo. No en vano, cualquier habitante de barrios hiperpoblados, repletos de tráfico diurno y nocturno, soñaría con mudar su residencia a un entorno natural en el que el silencio fuera, valga el oxímoron, ensordecedor.

"Las ciudades deberían ser recordadas como una enorme hoguera de sonido sin control", publicó un periódico a comienzos del siglo XX

De algún modo, al igual que posemos memoria visual, todos tenemos una memoria auditiva. Y, si has crecido en un ambiente repleto de ruido y de pronto te trasladas a otro en el que reina el silencio, es muy probable que notes una gran diferencia. Si siempre has vivido en capitales o en el corazón de barrios con actividad de noche y de día, estarás más acostumbrado a convivir con el bullicio a todas horas. Lo que está claro es que, como sucedió con la higiene personal en el siglo XIX o con los sistemas de alcantarillado destinados a prevenir plagas y enfermedades, la contaminación acústica es un problema de la sociedad moderna al que se le empezó a prestar atención hace no mucho tiempo.

La ciudad que nunca duerme

Concretamente, en 1905. Un editorial publicado el 2 de julio de ese año en 'The New York Times' advertía sobre la necesidad de limitar el ruido en las grandes ciudades que estaban creciendo exponencialmente en Estados Unidos en aquella época. "El clamor urbano es el humo del ruido, las ciudades del siglo XX deberían ser recordadas como una enorme hoguera de sonido que rápidamente se expande sin que ningún extintor pueda hacer nada", remarcaba. A continuación, enumeraba con detalle todas las fuentes de ruido que había ido encontrando en sus paseos por la gran ciudad, que en otro tiempo y antes de que se desarrollara tanto, parecía ser más silenciosa.

placeholder Nueva York, en una foto antigua a comienzos del siglo XX, cuando el ruido de los motores empezaba a molestar en las grandes ciudades. (iStock)
Nueva York, en una foto antigua a comienzos del siglo XX, cuando el ruido de los motores empezaba a molestar en las grandes ciudades. (iStock)

Tan solo un año después, una mujer médica llamada Julia Barnett Rice haría algo al respecto. En 1906 reclutó a un grupo de intelectuales y científicos, entre los que se encontraban el célebre escritor Mark Twain o el inventor Thomas Alva Edison, junto a otros grandes representantes de la sociedad, política y cultura del momento, para fundar la Sociedad para la Supresión del Ruido Innecesario, la cual pretendía extender ramificaciones en todas las ciudades que, como Nueva York, estaban empezando a sufrir la condena de los decibelios.

Rice obtuvo el respaldo necesario para llevar a cabo una serie de medidas restrictivas contra el ruido. Consiguió que los capitanes de los barcos no hicieran sonar sus silbatos cuando un barco atracara en la costa, que los trenes pasaran más lento cuando se acercaran a una iglesia o que cualquier persona fuera arrestada en caso de tirar fuegos artificiales cerca de los hospitales en el marco de las fiestas del 4 de julio. Casi nada. Todo ello se puede consultar en un archivo online del 'New York Times' en donde podemos ver artículos firmados en los primeros compases del siglo XX por Rice.

Foto: La Habana, ciudad hermanada con Madrid y Barcelona. EFE

Pronto, ante este alud de iniciativas para reducir la contaminación acústica urbana, se necesitaron productos que midieran de manera precisa cuánto ruido es mucho ruido y poco ruido. Así, se inventó la unidad del decibelio en homenaje al inventor del teléfono, Alexander Graham Bell. El movimiento contra el exceso de decibelios pasa de la élite al resto de la masa social, por lo que empieza a surgir la figura del experto en acústica que, aparato en mano, comenzó a medir el rugido de la metrópoli a plena luz del día y bajo la atenta mirada de todos los ciudadanos, como muestra esta imagen. A la par, se funda una sociedad, la Comisión de Reducción del Ruido, la cual organiza encuestas para medir el impacto del ruido en los habitantes y publica artículos en los periódicos con los resultados.

En 1930, dicha comisión publica 'City Noise' ('Ciudad ruidosa'), un estudio de 308 páginas que promueve la implantación de normas concretas para silenciar el metro y los ferrocarriles elevados que surcan la metrópoli o cambios en los procesos de edificación de las casas para hacer que los vecinos sufran menos la construcción de tantos rascacielos.

¿Un asunto de clase?

Como hemos visto, la preocupación por la contaminación acústica nace directamente de las élites sociales neoyorkinas del momento. Un detalle curioso, ya que como repasa la escritora y columnista de 'The Atlantic', Xóchitl González, en un reciente artículo, el ruido de manera general (o al menos en la sociedad estadounidense) está asociado a las clases bajas, mientras que las altas siempre han demandado y demandarán silencio. De hecho, a lo largo de su artículo habla de sus orígenes humildes en Brooklyn, un distrito donde el rugido de Móloch (el personaje de Milton que luego Allen Ginsberg alegoriza como el monstruo del capitalismo en su famoso poema 'Aullido') no descansaba ni de noche ni de día. Entonces, recibió una beca para estudiar en la Ivy League y todo cambió.

"Cualquier risa que fuera un poco fuerte o larga entre nosotros recibía una amonestación"

"El silencio se apoderó de mí", describe González. "Me di cuenta de que el silencio era algo más que la ausencia de ruido; era una característica estética que admirar. Algo que estaba en desacuerdo con lo que yo era y con lo que éramos mucho de nosotros", refiriéndose a otros jóvenes como él que se habían criado entre el estruendo metropolitano. Aquello que al principio vio como un lujo, el hecho de tener silencio en su vida cotidiana, pronto se le antojó como una condena. "Las señales pasivo-agresivas para calmar nuestras reuniones sociales fueron reemplazadas por solicitudes directas de que hiciéramos menos ruido, nos divirtiéramos menos o durmiéramos en otro sitio. Cualquier risa que fuera un poco fuerte o larga entre nosotros recibía una amonestación".

Por ello, él y su grupo de amigos, también minorías sociales o raciales, se fueron apartando del grupo principal de universitarios. "Lo que no entendían era que solo queríamos estar rodeados de gente en lugares donde nadie nos dijera que nos calláramos", relata. Años después, cuando volvió a Brooklyn, esperando encontrar el bullicio característico con el que había convivido durante su infancia, González se llevó una sorpresa. El fenómeno de la gentrificación había traído la ansiada paz al distrito, expulsando a las personas de minorías con las que se había criado, llenando todas las calles de turistas, negocios 'cool' y aceras peatonales en las que los coches ya no tenían permitido circular.

Foto: Parque del Silencio del Corredor i Montnegre, en Barcelona (Parc   MCO)

"Durante generaciones, los inmigrantes y las minorías raciales fueron relegados a los distritos exteriores y las periferias urbanas", concluye el escritor. "A nadie le importaba mucho lo que sucedía allí. Cuando fui a la universidad, me quedó claro desde el principio que era un visitante en un país extranjero y que debía adaptarme a sus costumbres. Pero ahora los extranjeros habían llegado a mis costas y no tenían intención de irse. Y además, exigieron que los demás nos mudásemos para que ellos se sintieran más cómodos".

Obviamente, las reflexiones parten de una experiencia personal por parte de González que sin duda es interesante para conocer de cerca los cambios sociales y demográficos que se han venido produciendo hasta hoy en día. Y cómo, de alguna forma, la relación que tenemos tanto de forma individual como colectiva con lo que escuchamos a diario. Cada uno tendrá su propia historia asociada al ruido o al silencio, siendo subjetiva, impersonal, intransferible. Y también política.

La contaminación acústica es un problema que afecta a la convivencia y a la salud de las personas en las grandes ciudades, un problema acuciante que cada vez está cogiendo más relevancia en el mundo actual. Según datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente, causa alrededor de 12.000 muertes prematuras en Europa al año, además de estar detrás de otras tantas enfermedades crónicas, como la cardiopatía isquémica. A comienzos de este año, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) emitió un nuevo informe en el que destacó que el ruido se está convirtiendo en una amenaza para la salud pública mundial.

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