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Emulando a Fausto: cómo surgió la leyenda de vender tu alma al diablo
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Emulando a Fausto: cómo surgió la leyenda de vender tu alma al diablo

La historia de aquel que se degrada moralmente a cambio de conseguir éxito y bienes terrenales se remonta en el tiempo, enredándose en la historia europea

Foto: Fausto y Mefistófeles. (Anton Kaulbach)
Fausto y Mefistófeles. (Anton Kaulbach)

La serpiente del Génesis se acerca a Adán y a Eva, tratando de arrebatarles la felicidad absoluta. Jesucristo es tentado en el desierto, aunque no sucumbe. Y a lo largo de la historia se repiten esas leyendas sobre aquellos que por conseguir fama, juventud eterna o riqueza venden lo más preciado que tienen al príncipe de los infiernos, sabiendo que ('spoiler') el trato no suele acabar bien.

Es Fausto, probablemente, el más famoso de todos aquellos insensatos que se atrevieron a vender su alma al mismísimo diablo. La historia es popular gracias a Goethe, aunque en Alemania fue una leyenda que corrió popularmente a través de los siglos: un hombre inteligente, aunque también insatisfecho con su vida, hace un pacto con Mefistófeles a cambio de conocimiento y placeres mundanos. En realidad, mucho antes de que Goethe naciese, ya había obras de teatro y marionetas basadas en los dos personajes, y en Inglaterra en el siglo XVI surgió ' La trágica historia del doctor Fausto', obra de teatro de Christopher Marlowe, que Goethe reelaboraría dos siglos después.

placeholder Fausto en un grabado de Rembrandt.
Fausto en un grabado de Rembrandt.

Fausto podría haberse llamado así o de muchas otras maneras. Como suele suceder con todo, la leyenda surgió en varios lugares a la vez y prácticamente al mismo tiempo. El personaje de Goethe en concreto se basa en Johann Georg Faust, mago y alquimista que habría nacido en Knittlingen en Alemania y que murió, según cuentan, debido a un experimento con sustancias químicas.

El personaje de Goethe se basa en Johann Georg Faust, mago y alquimista, aunque en Polonia también tienen una figura semejante

En Polonia este personaje se llama Pan Twardowski, y algunas historias hablan de que habría vendido su alma al diablo para obtener poderes mágicos, mientras que otras cuentan que en realidad habría sido su padre quien le vendió. Se cree que Faust vivió en Cracovia durante un tiempo, así que bien la historia podría haber surgido de su figura a la vez, o un país haber influido al otro.

Pero podemos retroceder aún más en el tiempo. La historia del clérigo Teófilo de Adana, que ya aparece escrita por el griego Eutychianus (que asegura haber sido testigo directo de los hechos) en el siglo VI, es sorprendentemente similar a la de Fausto, como para tratarse de una mera coincidencia: Teófilo, infeliz y enemistado con su obispo, decide vender su alma al diablo para triunfar, aunque con suerte es redimido por la Virgen María. O Simón el Mago, o Simón el Hechicero, figura controvertida que para algunos podría haber sido Pablo de Tarso, fue un líder religioso samaritano mencionado en la literatura cristiana primitiva, cuyas historias persistieron en la Edad Media y podrían haber sido otra posible inspiración para Fausto.

En el siglo VI ya corría la historia de Teófilo, infeliz y enemistado con su obispo, que decide vender su alma al diablo para triunfar

La historia de Fausto se repite continuamente en Occidente. Algo hay en eso de pactar con el diablo que fascina al ser humano. El trato es sencillo: Mefistófeles se compromete a servir al doctor Fausto mientras viva, proporcionarle toda la información que se pueda solicitar y nunca decirle una mentira. Por otra parte, el doctor promete, a su vez, entregar su cuerpo y alma en un plazo de 24 horas, confirmar el pacto con una firma realizada con su propia sangre y renunciar a su fe cristiana. Berlioz, Charles Gounod, Paul Valéry, Heinrich Heine, Pushkin, Byron, Getrude Stein, todos tuvieron posteriormente su propia versión de Fausto, pues como apunta un artículo publicado en 'BBC': la leyenda parece tener una resonancia particular en momentos de crisis moral, desde el Medievo hasta ahora.

placeholder El Fausto de Murnau, con Emil Jannings.
El Fausto de Murnau, con Emil Jannings.

De hecho, el también famosísimo Fausto de Thomas Mann, basado en parte en la historia de Nietzsche, explora el nihilismo y la degradación física, mental y espiritual del protagonista como una metáfora de la corrupción moral de Alemania que se precipita, debido al Tercer Reich, hacia un destino fatídico y catastrófico. Igual que la película 'El diablo y Daniel Webster' nos trae un nuevo Fausto más actual, alejado de los problemas cristianos, pues en esta ocasión un granjero vende su alma por siete años de prosperidad en una época de crisis. Sin olvidar, por supuesto, a nuestro mítico Don Juan que camina de la mano de este Fausto eterno, ni por supuesto a la película muda de Murnau, expresionista hasta su última potencia. Hasta Keanu Reeves se atrevió en el 97 a seguir pactando con Al Pacino (o el diablo).

El Fausto de Mann explora la degradación del protagonista como metáfora de la corrupción moral de Alemania durante el nazismo

Y hoy en día quizá seamos más Faustos que nunca, porque al fin y al cabo la obra no solo se basa en la renuncia de la moralidad, sino también en la gratificación instantánea: el insaciable apetito de las sociedades consumistas y seculares del siglo XXI, alejado de la base teológica del relato de Fausto, pero al fin y al cabo igual en esencia. La moraleja es sencilla: el poder, las pertenencias, la juventud o la fama son efímeros, y no merece la pena renunciar al alma por todo ello. Sin embargo, parece inevitable sucumbir ante la tentación. "Cada era histórica tendrá su propio Fausto", escribió Kierkegaard, al fin y al cabo.

La serpiente del Génesis se acerca a Adán y a Eva, tratando de arrebatarles la felicidad absoluta. Jesucristo es tentado en el desierto, aunque no sucumbe. Y a lo largo de la historia se repiten esas leyendas sobre aquellos que por conseguir fama, juventud eterna o riqueza venden lo más preciado que tienen al príncipe de los infiernos, sabiendo que ('spoiler') el trato no suele acabar bien.

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