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La curiosa evolución de la "sala de estar" o por qué ya no hablamos de la "sala de la muerte"
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Eran otros tiempos

La curiosa evolución de la "sala de estar" o por qué ya no hablamos de la "sala de la muerte"

Si hoy la cocina suele estar anexa al salón, hace un siglo (y hasta los años setenta del siglo pasado) existía la costumbre de mantenerla separada de este espacio, lejos de lo que allí aconteciera

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Es una de las partes centrales de todo hogar moderno, por no decir la principal. En ella se producen las reuniones diarias y las especiales, desde cumpleaños hasta las cenas de navidad. En ella reside el núcleo vital de una familia. Frente a la televisión, alrededor de una mesa que en invierno se convierte en refugio contra el frío, colocando bajo ella un brasero, cerca siempre de la cocina, el tiempo parece quedarse aquí enmarcado: en el salón, también conocido, claro, como sala de estar.

Si hoy en día suele pasar en las casas modernas que la cocina y el salón están anexos, hace un siglo (y hasta los años setenta del siglo pasado) existía la costumbre de mantener la cocina separada de este espacio, lejos de lo que allí aconteciera. De hecho, en España, aún muchas casas antiguas conservan esta curiosa distribución, incluso el motivo por el que se produce.

Foto: Fuente: Oakenroad/ Flickr.

La sala de estar, en inglés también "parlor" (del francés "parloir"), jugó un papel importante durante los rituales funerarios del siglo XIX. Este era el lugar donde se disponían los familiares del difunto para las últimas visitas antes del entierro. Era una velada larga en la que la persona fallecida, ya amortajada, yacía rodeada de sus allegados y de quienes pasaban a despedirse. De ahí también que en nuestro país se diga a ello "velar al muerto".

La exposición del cadáver

Así, esa sala estupenda que hoy conocemos como sala de estar se entendió algún día como la sala de la muerte, aunque el concepto no llegó tanto a España, pero bien podría haberlo hecho. La costumbre de exponer un cadáver en casa fue lo habitual en toda Europa, y todavía algunas personas lo mantienen.

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Con el tiempo y con la evolución de los equipamientos públicos, las salas funerarias se hicieron mucho más comunes y equipadas. Los difuntos, ya a principios de 1900, apenas estaban expuestos en una sala de la casa, sino que permanecían en salas mortuorias preparadas expresamente para ello. Fueron antecesoras, por ejemplo, de lo que hoy conocemos como tanatorio.

Entonces, antes incluso de que finalizara el siglo XIX, este espacio de la casa pasó a denominarse "Living Room" entre las clases altas de aquella sociedad inglesa que dejaba atrás el período victoriano, un auténtico oxímoron frente a la anterior definición de "Death Room".

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Un nuevo paradigma de la muerte

En cualquier caso, dicha costumbre ha llegado a la actualidad no solo porque aún podamos encontrar alguna que otra velada funeraria íntima, sino porque algunas familias de aquel momento tomaron de sus fallecidos lo que conocemos como fotografías post-mortem. Retratos fascinantes que mostraban la muerte acicalada, con una elegancia fría y pavorosa. Iban a ser, sin duda, retratos eternos.

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Primero llegaron las mejoras sanitarias, poco a poco un nuevo paradigma de la medicina y la ciencia se abría paso, de manera que, las nuevas condiciones de tratamiento de los muertos y la disminución misma del número de muertes fueron perfilando los ritos en torno a ella.

Aunque no solo esa cuestión influyó en esta práctica, ya que también jugó un papel muy importante en su progresiva desaparición la concepción misma que la sociedad moderna fue adquiriendo de la idea de muerte. Cada vez más alejados de ella, evitándola a toda costa, enfrentarse a ella pasaba a ser un decorado en sí mismo.

Es una de las partes centrales de todo hogar moderno, por no decir la principal. En ella se producen las reuniones diarias y las especiales, desde cumpleaños hasta las cenas de navidad. En ella reside el núcleo vital de una familia. Frente a la televisión, alrededor de una mesa que en invierno se convierte en refugio contra el frío, colocando bajo ella un brasero, cerca siempre de la cocina, el tiempo parece quedarse aquí enmarcado: en el salón, también conocido, claro, como sala de estar.

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