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Hernán Cortes y el escorpión errante
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Hernán Cortes y el escorpión errante

España destila el vacío sobre sus héroes, pero sus hechos prevalecen a pesar de la indiferencia colectiva

Foto: Hernán Cortés (Fuente: iStock)
Hernán Cortés (Fuente: iStock)

La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces.

Octavio Paz.


A veces lo ínfimo altera el orden de lo absoluto. Lo enorme queda desestabilizado por una nimiedad. Lo micro hace cardumen con lo macro y este obtiene su sentido por la suma de las partes. El cuerpo humano es el sumatorio de un puzzle incomprensible a los ojos de nuestra ignorante mirada que, para simplificar, llamamos 'Yo'. Un inocente efecto mariposa nos puede llevar a situaciones de caos irreversible.

Pues bien, va a hacer cerca de cinco siglos que un animado, adusto, aguerrido y eufórico soldado de proverbial humor negro, un gran estratega para más señas llamado Hernán Cortés, historiado por los mejores especialistas en sesudas biografías o anécdotas puntuales (Paul Preston, Eslava Galán...), estaba ramoneando por la plantación de moreras que tan pacientemente había importado desde la península.

Foto: Mapa con las rutas de exploración de Colón, Magallanes y Cabot (Fuente: iStock)
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Su idea no era otra que la de montar una textil con el laborioso producto resultante de los gusanos o crisálidas de este material, confeccionado pacientemente por orfebres biológicos y guardado como uno de los secretos más blindados desde las ancianas dinastías Huang y su famoso Emperador Amarillo (2700 a. C) hasta su sorprendente aparición en occidente, cuando se produce la que sea probablemente una de las guerras más sangrientas de la historia de China, la Guerra de los Reinos Combatientes, hacia el siglo IV a.C, cuando, a través de la famosa Ruta primigenia de la Seda, aparece en la Persia de Darío.

Cortés fue capaz de entrar en una guerra civil con aguda perspicacia y colocarse al lado de los secularmente agraviados Tlascaltecas, Totonacas y Txitximecas contra los Mexicas y sacarlos del mapa a estos últimos no era (y discrepo respetuosamente del hispanista Henry Kamen) un actor tangencial, sino el director de orquesta que supo seducir a aquella enorme masa de pueblos periféricos, agraviados por la omnipotencia de los mal llamados Aztecas, y empujarlos hacia la victoria; la de la tropa española y la de los vapuleados 'vecinitos' de los prepotentes Mexicas.

A este colosal semidios de la guerra llamado Hernán Cortes, yendo un día por su enorme estancia, pilló 'in fraganti' a dos alacranes haciendo cosillas, y así, como quien no quiere la cosa, el alacrán que dirigía el cotarro va y le arrea un picotazo de proporciones inusuales, cabreado con el extremeño por impedir el buen desarrollo de sus deberes conyugales. El bicho en cuestión no quería compartir mesa y mantel con el marqués de Oaxaca, industrial de pro y guerrero en etapa dulce, por lo que le sacudió una de aquí te espero.

placeholder Desembarco de Hernán Cortés (1485-1547), que conquistó el Imperio Azteca a principios del siglo XVI en nombre de la Corona española. (Fuente: Wikimedia / Antonio María Esquivel)
Desembarco de Hernán Cortés (1485-1547), que conquistó el Imperio Azteca a principios del siglo XVI en nombre de la Corona española. (Fuente: Wikimedia / Antonio María Esquivel)

Al parecer, el extremeño, que no era manco, le dio su merecido con una daga de esgrima española que llevaba encima, pero pronto le dieron los síntomas de que el condenado animalito le había hecho una pupa importante.

Con vómitos compulsivos y espasmos musculares potentes, el maestro del arte de la guerra fue llevado a la casita de una indígena que lo atiborró de agua de azúcar negra para levantarle la tensión y ponerle en orden el desvarío de la mirada. Con ramas de tamarindo humedecidas en agua hirviendo, le azoto suavemente (por si acaso le daba un arrebato) las piernas al guerrero y, de a poco, el inveterado luchador, con la ayuda de unos 'traguitos' de pulque, que además de actuar como antiséptico elevaba la moral de forma inusitada, se recuperó no sin antes prometer a la Virgen de Guadalupe de todo si salía vivo del trance.

El venerable Hernán, que se había salvado de todas y unas cuentas más, se tentó la ropa y de inmediato se puso a rezar como un poseído. Virgen de Guadalupe por aquí, Virgen de Guadalupe por allá. Entre el murmullo de las oraciones musitadas por el héroe y los buenos oficios de la curandera, el de Medellín se recompuso del susto tremebundo y, al parecer, tras ver su vida perder, se convirtió en hombre piadoso donde los haya.

"Él siempre quiso ser enterrado en Nueva España, su obra histórica, su aldabonazo de gloria"

El negocio de las moreras y los telares fue una de las apuestas de este emprendedor, dio frutos sí, pero el marqués ya estaba algo apergaminado y a punto de salir por la puerta grande. Hernán Cortés murió en la indigencia, como mueren todos los que son grandes de verdad en España, no los de postín. Una pleuresía arrolladora lo dejó exánime.

Él siempre quiso ser enterrado en Nueva España, su obra histórica, su aldabonazo de gloria, pero un juicio de residencia lo dejaría exhausto económicamente y alejado de volver allá donde la fama imperecedera de sus hechos, con independencia de quien los juzgue, lo encumbraron en el lugar de los elegidos.

Su osamenta volvería a tierras americanas en una urna siempre venerada, y en el año de 1823, en plena Guerra de Independencia, cuando la furia antiespañola arreciaba, Lucas Alamán, a la sazón un ministro lúcido y en sus cabales, evitaría que los restos del héroe equivocadamente maldecido cayera en manos de descerebrados que ofendieran al indefenso guerrero.

Foto: El señor de Hita y de Buitrago cede su caballo al rey Juan I en Aljubarrota, Luis Planes, 1793, óleo sobre lienzo (Fuente: Wikimedia)

Se hizo creer que los despojos viajaron al extranjero en una nave que ya había partido cuando en realidad estaban ocultos bajo una tarima del Hospital de Jesús. En la actualidad permanecen discretamente situados tras un muro en la Iglesia de la Purísima Concepción.

Es verdad si, España destila el vacío sobre sus héroes, pero sus hechos prevalecen a pesar de la indiferencia colectiva, pues sus obras son inmortales y llevan el sello y rúbrica de quienes crearon grandeza para nuestra historia.

Larga vida para una memoria tan maltratada.

La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces.

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