Del arte al fascismo: cuando los futuristas italianos intentaron prohibir la pasta
Era 28 de diciembre de 1930 cuando en la 'Gazzetta del popolo' de Turín aparecía publicado el 'Manifiesto de la cocina futurista', donde los macarrones no tenían cabida
Hace nueve décadas, la ciudad italiana de Turín se convertía también en escenario de inercias políticas autoritarias que pretendían vestirse de un movimiento artístico que las camuflase. El fascismo comprimía las calles de todo el país, y al tiempo que Mussolini imponía su dictadura, un grupo de hombres cercanos al régimen proclamaban el futuro. Para estos, y también para Mussolini, el futuro significaba una Italia sin pasta. Era 28 de diciembre de 1930, y en la 'Gazzetta del popolo' de la capital del Piamonte aparecía el 'Manifiesto de la cocina futurista'.
Aunque originalmente fue una corriente específica del arte, el futurismo no tardó en arraigarse como causa nacionalista, una forma más para conseguir que el país recién unificado alcanzara a otras potencias mundiales del momento. Tanto es así que se alineó con la campaña política del dictador, incluso la inspiró.
“Queremos glorificar la guerra, única higiene del mundo, el militarismo, el patriotismo y el gesto destructor de los anarquistas, las bellas ideas que matan y el desprecio a la mujer”, decía su máximo exponente, el escritor Filippo Tommaso Marinetti. No se trataba de presentar posibilidades, sino de fulminar el pasado con su propio presente, de arremeter contra todo lo que no les resultase religiosamente factible. "Siempre me ha parecido que quienes atacan, desprecian el pasado y tienen el delirio de un futuro gestado por la fuerza y la violencia, son capaces de, si se les presenta la ocasión, destruir todo lo que encuentren a su paso con saña, dejando tras de sí un reguero de tierra quemada", escribe el profesor Antonio Chazarra al respecto en la revista 'Entre Letras'.
El día nacional del arroz
El alimento y su producción, parte tan intrínseca como característica de cualquier sociedad, siempre supuso uno de los primeros objetivos del fascismo. Que Italia dependiera menos del trigo importado, en este caso, era una base de la administración de Mussolini, que había comenzado a promover el arroz porque era mucho más fácil de producir en el país, en lugar de la pasta.
A finales de la década de 1920, el régimen había implantado la llamada "Junta Nacional del Arroz", y por si fuera poco, declaró el 1 de noviembre como el día nacional de este cereal. Según apunta Philip McCouat en 'Journal of Art History', no era tanto un paso para prohibir los macarrones, sino de introducirse en la conciencia de la ciudadanía, que ya habían empezado a asumir e incluso a reconocer algo así como un sentimiento anti-pasta cuando Marinetti comenzó a reforzar desde el futurismo esta campaña de desprestigio.
"La cocina futurista estará libre de las viejas obsesiones por el volumen y el peso y tendrá como uno de sus principios la abolición de la 'pastasciutta' (como se conoce a la habitual pasta de sémola dura). La 'pastasciutta', por agradable que sea al paladar, es un alimento pasado de moda porque vuelve pesada, embrutecida, engaña a la gente pensando que es nutritiva, la hace escéptica, lenta, pesimista", sentenció en su manifiesto.
Adentrarse en la psique social
En el siglo XVII, la ciudad de Nápoles había iniciado una revolución gastronómica por la que sus habitantes, hasta entonces conocidos como 'mangiabroccoli' y 'mangiafoglie' (por lo que fuera) se convirtieron en 'mangiamaccheroni'. La pasta, como apunta Romy Golán en 'Cabinet Magazine', se convirtió en ese momento en una figura estándar, "como los personajes de la 'Commedia dell'Arte', difundidos en grabados por toda Europa". Tres siglos después, los futuristas pedían la abolición de lo que consideraban una absurda costumbre gastronómica.
Precisamente en Nápoles surgió rápido una protesta colectiva a la que se unió el mismísimo alcalde de la ciudad. De norte a sur y de este a oeste, muchas personas reivindicaron las bondades de la pasta, incluso se publicó algún que otro estudio científico sosteniéndolo, pero Marinetti también tuvo un gran número de aliados.
"La declaración inicial de Marinetti se difundió tanto porque él mismo ocupaba un lugar preponderante en la sociedad de la época", señala al respecto Ellen Gutoskey en 'Mental Floss'. Como recoge Gutoskey, el manifiesto escrito situó la proclama en el plano internacional. "Escritor fascista, muy preocupado por el tema de la salud, ruega a los compatriotas que se traguen la nueva teoría", resumió, por ejemplo, el 'Chicago Tribune' en un artículo titulado "Italia puede acabar con los espaguetis".
Destruir el cuchillo y el tenedor
Desde Londres hasta Tokio, pasando por Budapest, Túnez o Sydney, el anuncio gritaba que Italia estaba a punto de abandonar uno de sus alimentos estrella. Mientras tanto, en Génova se formaba una asociación llamada PIPA (Asociación Internacional Contra la Pasta) al tiempo que el jefe de cocina de los Savoya, la familia real, se pronunciaba también en contra de este alimento en todas sus formas.
En realidad, el asunto no había surgido en Italia, sino en la Francia vecina, donde esta batalla se había iniciado en 1913 con el Manifiesto de la cocina futurista del chef Jules Maincave. En las páginas del diario francés Fantasio, Maincave defendía la necesidad de una mayor experimentación en la mesa, capaz de dar a luz lo que denominaba "una cocina moderna ligada a nuevos descubrimientos científicos y técnicos".
Marinetti, por supuesto, quiso ir mucho más allá: su gran ofensiva contra la cocina antigua italiana comprendió, además de la depuración de la pasta, la abolición del tenedor y el cuchillo en favor del redescubrimiento del "placer táctil prelabial" y la combinación de música, poemas y perfumes con los platos. "Puede engañarse a sí mismo, pero nada puede llenarlo. Solo una comida futurista puede levantarle el ánimo. Y la pasta es anti viril porque un vientre pesado e hinchado no fomenta el entusiasmo físico de una mujer, ni favorece la posibilidad de poseerla en cualquier momento", insistía.
Velocidad, industria, tecnología y píldoras nutricionales
Lo cierto es que a este ideólogo fascista le importaba bastante poco las cuestiones relacionadas con la salud, sus metas eran otras: velocidad, industria, tecnología como forma de "limpieza" frente a la tradición y el pasado. Con la creencia de que las personas "piensan, sueñan y actúan de acuerdo con lo que comen y beben", formuló reglas no solo para la preparación de los alimentos con recetas muy específicas, sino también para servirlos y comerlos.
Así, no suena extraño que su solución definitiva en lo que a alimentación se refiere era que el gobierno reemplazara todos los alimentos con píldoras nutricionales, polvos y otros sustitutos artificiales. "No se trata solo de sustituir la pasta por arroz, o de preferir un plato a otro, sino de inventar nuevos alimentos. Tantos cambios mecánicos y científicos se han producido en la vida práctica de la humanidad que también es posible alcanzar la perfección culinaria y organizar varios sabores, olores y funciones, algo que hasta ayer hubiera parecido absurdo porque las condiciones generales de existencia eran también diferente. Debemos, variando continuamente los tipos de alimentos y sus combinaciones, eliminar los viejos hábitos profundamente arraigados del paladar y preparar a los hombres para los futuros alimentos químicos. Incluso podemos preparar a la humanidad para la posibilidad no muy lejana de transmitir ondas nutritivas por radio", sugería Marinetti.
"Pese a lo que Marinetti pudiera proclamar, los conceptos de los platos que ideó tenían un largo linaje histórico, en el afán fascista por revivir las glorias romanas"
Flan de cabeza de ternera asentada sobre un lecho de piña, nueces y dátiles, relleno de anchoas; caldo de carne rociado con champán y licor, decorado con pétalos de rosa; carne de res en carlinga (término aeronáutico con el que se refería a una especie de horno holandés); albóndigas, "cuya composición es mejor dejar sin investigar", dice Golán, colocadas sobre aviones hechos con pan rallado. Por supuesto, un postre: llamado "eletricita atmosferische candite", consistía en pequeños cubos de colores de algo que emulaba al mármol, rellenos de una pasta dulce de ingredientes "que solo un largo análisis químico podía revelar" y coronados con algodón de azúcar. Todo esto componía el menú que se sirvió el 18 de diciembre de 1931 en el Hotel Negrino de Chiavari, un pequeño pueblo de la región de Liguria elegido para simular el entierro de la pasta, al que asistieron personajes de la alta sociedad de la época.
Según detalla Golán, el asunto no solo resultaba perturbador y rocambolesco, sino profundamente contradictorio consigo mismo: "Independientemente de lo que Marinetti pudiera haber pensado acerca de sus capacidades para la transgresión perenne, los conceptos de platos que ideó tenían un largo linaje histórico. Las recetas se inspiraban, por ejemplo, en los pasajes más extraordinarios del 'Satiricón' de Petronius Arbitrius, en el afán fascista por revivir las glorias romanas".
En 1937, Hitler criticó el arte moderno como "degenerado", antinacionalista y, de alguna manera, inherentemente judío. Marinetti se pronunció en contra de estas asociaciones esperando el respaldo de Mussolini. No lo tuvo. El racismo y el antisemitismo se extendían mediante la fuerza, y la guerra fue la que acabó determinando el futuro. La contradicción simplemente se había inflado: la búsqueda de naciones rotundas solo había provocado miseria. No había pasta, no había arroz, no había nada.
Hace nueve décadas, la ciudad italiana de Turín se convertía también en escenario de inercias políticas autoritarias que pretendían vestirse de un movimiento artístico que las camuflase. El fascismo comprimía las calles de todo el país, y al tiempo que Mussolini imponía su dictadura, un grupo de hombres cercanos al régimen proclamaban el futuro. Para estos, y también para Mussolini, el futuro significaba una Italia sin pasta. Era 28 de diciembre de 1930, y en la 'Gazzetta del popolo' de la capital del Piamonte aparecía el 'Manifiesto de la cocina futurista'.