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Entre supersticiones adultas y fantasías infantiles: la historia del Ratoncito Pérez
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Entre supersticiones adultas y fantasías infantiles: la historia del Ratoncito Pérez

Desde la sociedad vikinga hasta la Europa de la Edad Media, el relato sobre los dientes de leche incluyó todo tipo de augurios y creencias

Foto: Fuente: Wikipedia / Elaboración propia
Fuente: Wikipedia / Elaboración propia

Los dientes de leche, esa constatación en piezas diminutas que van sucediéndose por fascículos y que no pocas madres decidieron en algún momento coleccionar para no olvidarse nunca, para que no nos olvidáramos nunca de que alguna vez la infancia se nos fue desprendiendo de la encía. Nada más y nada menos que la visita de un ratón, un ratón que buscaría entre nuestros cuerpos dormidos la pieza, y decidiría su valor.

Nunca habíamos tenido tantas ganas y tanto pavor por una visita, qué diría, que creería el Ratón Pérez sobre este niño, sobre esta niña, que se había jurado a sí mismo no dormirse del todo, por si acaso había que suplicarle al animal: "por favor, me he lavado los dientes cada día, lleguemos a un acuerdo monetario".

Pero... ¿y el animalito? ¿De dónde proviene nuestro amigo y enemigo, el Ratoncito Pérez?

Foto: El Ratoncito Pérez, un cuento creado para Alfonso XIII (Will Myers para Unsplash)

La primera vinculación de los dientes humanos y los roedores se remonta a la Edad Media. Entonces, deshacerse de los dientes de leche caídos ya formaba parte de rituales sociales. En este sentido, una forma fácil de llevarlo a cabo era tan simple como dejarlos afuera para que las ratas y los ratones se los comieran. Se sabía que los roedores tenían dientes muy fuertes. Si se los comían se consideraba buena suerte, un pronóstico alejado de cánones de belleza, pero no la noción acerca de la buena salud, porque un diente comido significaba nuevos dientes más fuertes.

placeholder Fuente: iStock
Fuente: iStock

Un legado cultural con muchas miradas

Asimismo, otras supersticiones infundadas rodearon a las piezas dentales infantiles. La sociedad en la tardía Edad Media y en los siglos posteriores, adaptaron la cuestión a otra cuestión del momento, la brujería. Una mujer podía ser llamada bruja por casi cualquier cosa, y esta no iba a quedar atrás. A la gente le preocupaba que las brujas lanzaran hechizos sobre los dientes de los niños y niñas. Se creía que las brujas podían obtener poder sobre ti si tenían algo de tu cuerpo, como tu cabello, uñas cortadas o dientes, así que la costumbre de lanzárselo a las ratas se convirtió en otra, la de enterrar o quemar el diente para evitar que una bruja se apoderara de él.

placeholder Ilustración de una bruja llevándose a un niño. Fuente: Archivo donado por José Sánchez a Wikimedia Commons
Ilustración de una bruja llevándose a un niño. Fuente: Archivo donado por José Sánchez a Wikimedia Commons

No obstante, aquellas prácticas lo que no enterraron fue el legado cultural que ya presentaban los dientes. Mucho antes de que la religión determinara la mentalidad compartida, un collar de dientes era un amuleto de buena suerte, por ejemplo, para los vikingos. Como apunta Charlotte Bond en 'The vintage news', la tradición era tan común, ya que incluso se menciona en las Eddas (los primeros escritos nórdicos, que datan, aproximadamente, del año 1200). Estos documentos mencionan un "tand-fe", que traducido sería algo así como una "tarifa dental" que comenzó a ofrecerse a los pequeños.

"La historia del ‘Hada de los Dientes’ ha servido de inspiración para numerosas películas de terror que constatan que existe cierto horror inherente a este ritual de la infancia"

A los vikingos, en algún momento (y no sabemos si ya entonces), el premio se convirtió en algo mucho más complejo. "En una breve mirada a la historia del 'Hada de los Dientes' la encontramos como inspiración para películas de terror como 'Darkness Falls' (2003), 'The Tooth Fairy' (2006), 'The Haunting of Helena' (2013) o 'The return of the tooth Fairy' (2019). Aunque ninguna de estas películas tuvo un éxito particular con la crítica o el público, parecería demostrar que existe cierto horror inherente al ritual de la infancia: vulnerabilidades psicológicas relacionadas con la confianza del niño en los padres, intrusos nocturnos y la muerte de una parte del cuerpo", sostienen la escritora Sarah Chávez y el folklorista Al Ridenour en su proyecto conjunto 'Bone and Sickle', donde reflexionan acerca del horror, el terror y la muerte bajo una mirada histórica y antropológica.

placeholder Fotograma de la película 'The tooth fairy'
Fotograma de la película 'The tooth fairy'
placeholder Fotograma de la película 'The return of the tooth fairy'
Fotograma de la película 'The return of the tooth fairy'

Sobre hadas y cuotas

Son ellos mismos quienes apuntan que, aunque “a menudo se sugiere como un precedente antiguo para las costumbres del 'Hada de los Dientes' el concepto nórdico e islandés de "tand fe" o "tannfé" ("regalo de dientes" o "cuota de dientes") mencionado en las 'Eddas' medievales. Una rápida mirada al asunto revela algunas diferencias importantes: no existe el hada mágica, ni la transformación del diente perdido en dinero, ni el regalo se da con motivo de la pérdida de un diente, sino cuando al niño le sale el primer diente”.

Efectivamente, a quien en España se conoce como el ‘Ratoncito Pérez’ en países como Estados Unidos ni es un ratón ni se apellida Pérez, sino que tiene forma de hada. Sin embargo, nuestro ratón tampoco es del todo nuestro, ya que también existe en Italia, Francia, Alemania, Escocia, Eslovenia, Lituania y Hungría entre otros países, aunque eso sí, en muchos de los mencionados, el relato del animal no incluye dinero a cambio, sino que conserva la herencia medieval de la bendición de un diente adulto más fuerte.

placeholder Santa Apolonia. Fuente: Wikipedia
Santa Apolonia. Fuente: Wikipedia

La brujería catalizó en Europa toda una base imaginativa potente a la hora de entenderse en sociedad. En el caso de la superstición que generaba en torno a los dientes de leche, esta no era en cualquier caso más que el reverso de una creencia que pendulaba hacia el beneficio propio. Dicho de otra forma: podía ser tan temida como solicitada cuando el miedo a la enfermedad aparecía.

Orígenes modernos de la fábula

Para entonces, se había extendido por toda Europa una presunta fuente malévola de dolor, un ser horrible que habitaba el interior de los dientes y de las muelas, el temido gusano dental, que aparece relatado e ilustrado en numerosos textos históricos. De manera que, no había temor mayor que el de convivir con mal dentro, ni más fundamento que el de temor con temor se quita. "Si ni la odontología ni la brujería resultaban útiles, siempre quedaba la religión. El santo al que se dirigirían las oraciones era Santa Apolonia, perteneciente al grupo de vírgenes ejecutadas durante un levantamiento anticristiano en la Alejandría del siglo II", explican Chávez y Ridenour. Nada es casualidad: a Santa Apolonia le arrancaron los dientes durante su martirio.

placeholder Ilustración en pergamino del llamado 'gusano de los dientes'. Fuente: Wikipedia
Ilustración en pergamino del llamado 'gusano de los dientes'. Fuente: Wikipedia

Ratón, hada, santa o troll, como lo describen en Finlandia, donde se dice que si este ve a un niño comiendo dulces le perforará uno a uno cada diente que posea, describiendo prácticas antiguas, recordando el horror heredado del gusano dental, constatando que no estamos tan lejos de unos y otros antepasados que fueron modelando el relato como en la actualidad se modelan las sonrisas.

Mientras en Estados Unidos una profesora entusiasta de la historia tuvo de aclarar en varias entrevistas que solo era eso, una entusiasta, y no la mismísima hada como la habían empezado a denominar, en Francia reconocen un posible punto de partida moderno para esta fábula en un cuento infantil publicado en el siglo XVIII, 'La Bonne Petite Souris', en el que un hada ayuda a una reina a derrotar a un rey malvado escondiéndose debajo de la almohada del rey y luego arrancándole los dientes para finlamente convertirle en ratón.

placeholder Ilustración de 'La bone sourise'. Fuente: Wikimedia Commons
Ilustración de 'La bone sourise'. Fuente: Wikimedia Commons

El Ratón Pérez nació en Madrid

La mires por donde la mires, la historia no suena muy bonita, ni siquiera en el caso de España. Su origen moderno aquí se sitúa en Madrid, más concretamente en el Palacio Real a finales del siglo XIX. Porque a los reyes y a las reinas también se les llenaba la encía de sangre, de repente, y perdían sus dientes de leche (cabe recordar aquí que tal vez una de las primeras madres coleccionistas de dientes fuera la reina Victoria de Inglaterra).

Foto: La entrada que usa el ratón Pérez ha sido reformada (Metro de Madrid)

Alfonso XIII había quedado huérfano de padre, y su madre, la regente María Cristina, lo consentía como un auténtico rey. Según narra la historia, al niño no le hizo ninguna gracia la caída de su primer diente. María Cristina, entonces, encargó al padre Luis Coloma, un jesuita y novelista cercano a la familia real de la época, que escribiera un cuento sobre el suceso, una fantasía con la que evadir la mente del pequeño monarca. Coloma creó la historia literaria que supondría la historia de todas las generaciones siguientes, hasta hoy.

placeholder Fuente: Wikipedia
Fuente: Wikipedia

En su libro 'Madrid Oculto', Marco y Peter Besas explican cómo Coloma desarrolló un relato más o menos breve, dirigida al niño Alfonso, una recopilación de poco más de una decena de páginas que habla del Rey Buby I, nombre basado en el apodo con el que la propia María Cristina se refería a su hijo. En el cuento, tras perder Buby su primer diente de leche, este lo colocaba debajo de la almohada, junto a una carta, todo preparado para la visita del llamado Ratoncito Pérez. La historia, después, narra cómo el niño y el ratón se vuelven compañeros, recolectando juntos por la noche los dientes de los demás niños de Madrid.

Los dientes de leche, esa constatación en piezas diminutas que van sucediéndose por fascículos y que no pocas madres decidieron en algún momento coleccionar para no olvidarse nunca, para que no nos olvidáramos nunca de que alguna vez la infancia se nos fue desprendiendo de la encía. Nada más y nada menos que la visita de un ratón, un ratón que buscaría entre nuestros cuerpos dormidos la pieza, y decidiría su valor.

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