Cuando el Sáhara era un gran pasto verde: ¿por qué se secó y llenó de arena?
Hoy retrocedemos en el tiempo para descubrir los secretos de este gran cúmulo de arena y roca que en otro tiempo fue un inmenso bosque y hogar de grandes mares y ríos
La calima que ha cubierto de polvo y arcilla nuestras ciudades estos últimos días nos ha hecho caer en la cuenta de que el desierto más grande del mundo, el Sáhara, no está tan lejos como pensamos. Se trata de un fenómeno con el que están más familiarizados en las islas Canarias. Lo realmente extraordinario es que el polvo del desierto pueda haber llegado hasta la misma cordillera de los Pirineos. Todo ello nos hace preguntarnos si este tipo de borrascas venidas desde el sur serán más frecuentes como efecto del cambio climático, y a la par nos hacen comprender de nuevo (como ocurrió con Filomena o el volcán de Cumbre Vieja) la gran fuerza de la naturaleza y la transitoriedad de los climas terrestres.
Asimismo, cabe reparar en esa enorme mancha de color anaranjado que vemos sobre la parte más gruesa del continente africano, la cual cubre una superficie total de alrededor 9,5 millones de kilómetros cuadrados. Se hace difícil imaginar recorrer el Sáhara de punta a punta, encontrando solo arena y rocas a nuestro paso, subiendo y bajando dunas que pueden llegar a los 190 metros de altura, como si fueran edificios enteros de polvo y arenisca. Evidentemente, no siempre fue así. Hace decenas miles de años (lo cual tampoco es mucho teniendo en cuenta los tiempos geológicos), su extensión estaba compuesta de un gran manto verde que cobijaba y servía de hogar y alimento a cientos de especies.
"Los fósiles encontrados indican que el mar contenía serpientes marinas y los peces más grandes que jamás hayan existido"
Hace unos años, el prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) publicó un estudio en el que concluía que el clima de esta región árida oscilaba de seco a húmedo cada 20.000 años, debido a los cambios en el eje terrestre en su órbita alrededor del Sol. Esto provoca que haya una disminución y aumento en la luz solar que recibe esta parte del planeta lo suficientemente importante como para hacer que se produzcan fenómenos de sequía lenta pero masiva de forma periódica.
Cuando la Tierra se inclina para recibir la máxima luz solar de verano cada año, este flujo solar intensifica la actividad monzónica de la región, lo que humidifica el desierto, volviéndolo "más verde". En cambio, cuando el eje del planeta gira hacia un ángulo que reduce la cantidad de luz solar en verano, la actividad de los monzones se reduce, produciendo un clima más seco.
¿Un gran océano hace miles de años?
Una de las pistas para estudiar esta variación climática tan dilatada en años es, precisamente, la calima que arrastra consigo grupos de sedimentos a las costas del Océano Atlántico. Estas 'huellas minerales' han permitido a los científicos observar y analizar restos de formas de vida, e incluso de diminutas conchas de plancton que prueban que en otro tiempo geológico el Sáhara fue parte del fondo de un gran océano.
De hecho, hace poco se descubrieron los restos fósiles de un Basilosaurus, una ballena gigante que pobló la Tierra hace unos 40 millones de años en la región de Wadi Al-Hitan, en el Sáhara Oriental que pertenece a Egipto. Y con restos fósiles no nos referimos a unas simples rocas que afloran a la superficie, sino de un gran esqueleto de este cetáceo mítico, en su día uno de los mayores depredadores oceánicos, de 18 metros de largo.
Un estudio del Boletín del Museo Americano de Historia Natural cifró que hace entre 50 y 100 millones de años el inmenso desierto se encontraba bajo el agua en el período del Cretácico-Paleógeno. "Los fósiles encontrados indican que el mar contenía serpientes marinas y los peces más grandes que jamás hayan existido", explicaron los investigadores. "Animales extintos que eran gigantes en comparación con los modernos, peces que trituraban moluscos, invertebrados tropicales, cocodrilos de largo hocico y mamíferos tempranos que se movían entre los bosques de manglares".
El río Tamanransset y el antiguo lago Chad
Un grupo de investigadores franceses halló las pruebas de que hace 5.000 años la parte occidental del Sáhara estaba repleta de vida silvestre gracias al descubrimiento del río Tamanransset, el cual se extendía desde las montañas del Atlas en Argelia hasta la costa de Senegal, siendo sin lugar a dudas uno de los más largos y caudalosos ríos del planeta en aquel tiempo. El estudio, publicado en 'Nature Communications', demostró gracias al satélite japonés Advanced Land Observing Satellite que pudo llegar a medir hasta 500 kilómetros. Al parecer, el lecho fluvial está alineado con un cañón submarino ahora enterrado en la arena.
Por otro lado, el Observatorio Terrestre de la Nasa descubrió que justo en todo el medio del Sáhara se encontraba un lago muchísimo más grande y profundo que el actual Mar Caspio. En donde actualmente se encuentra el lago Chad, su predecesor, se hallaba una superficie de agua de alrededor 380.000 y 400.000 kilómetros cuadrados. A través de imágenes vía satélite de la misión Shuttle Radar Topography, los científicos pudieron descubrir que las formaciones geográficas alrededor de lo que es ahora el lago Chad se corresponden con lo que antaño eran costas de playas alrededor de este lago gigante. En caso de seguir existiendo en el presente, sería sin lugar a dudas el más grande del planeta.
¿Una gran sequía por causa humana?
Hasta ahora hemos dado explicaciones netamente geológicas de cómo el Sáhara se convirtió en el gran desierto que es hoy en día. Pero, ¿y si de algún modo estuvo detrás la mano del hombre? Esto es lo que cree el arqueólogo David Wright, de la Universidad Nacional de Seúl, quien además de ir contra las versiones oficiales sobre el origen (como los cambios en la órbita), sostiene que la ganadería de los pueblos primitivos fue la causa directa de la desertificación de tan vasto terreno anteriormente verde.
Hace 8.000 años en las regiones del río Nilo comunidades de pastores empezaron a crecer, extendiéndose hacia el oeste, al mismo tiempo que los arbustos, y con ellos, el desierto
En un estudio publicado en 'Frontiers in Earth Science', razonaba que, al igual que varios paisajes del este de Asia cambiaron de forma significativa por la actividad de las poblaciones neolíticas, también esto habría ocurrido con el Sáhara. Para probar su teoría, revisó distintas pruebas arqueológicas que documentaban las primeras actividades del pastoreo en la región, comparándolas con registros de la extensión de vegetación de matorral, el más claro indicador de cambios climáticos de húmedos a secos. Así, demostró que hace aproximadamente 8.000 años en las regiones que rodean al río Nilo distintas comunidades de pastores empezaron a crecer, extendiéndose hacia el oeste, al mismo tiempo que aumentaba la vegetación de arbustos y, con ella, el desierto.
A medida que el ganado eliminaba más vegetación, también crecía el albedo (la cantidad de luz solar que se refleja en la superficie terrestre), lo que a su vez causó una disminución de las lluvias monzónicas. Esto provocó una mayor desertificación y pérdida de más vegetación, provocando un bucle de retroalimentación que se extendió kilómetros y kilómetros, llevando el desierto hasta las costas del Océano Atlántico. "Había lagos por todas partes en el Sáhara en aquel entonces", comentó Wright en su estudio. ¿Un Antropoceno antes de los combustibles fósiles? Evidentemente, la teoría del investigador nos enseña algo: una vez alterado el ecosistema, ya no hay marcha atrás, pues todo inevitablemente se ve afectado. Y un solo pequeño detalle puede decantar la balanza hacia un lado: ¿el de la sequía y el desierto?
La calima que ha cubierto de polvo y arcilla nuestras ciudades estos últimos días nos ha hecho caer en la cuenta de que el desierto más grande del mundo, el Sáhara, no está tan lejos como pensamos. Se trata de un fenómeno con el que están más familiarizados en las islas Canarias. Lo realmente extraordinario es que el polvo del desierto pueda haber llegado hasta la misma cordillera de los Pirineos. Todo ello nos hace preguntarnos si este tipo de borrascas venidas desde el sur serán más frecuentes como efecto del cambio climático, y a la par nos hacen comprender de nuevo (como ocurrió con Filomena o el volcán de Cumbre Vieja) la gran fuerza de la naturaleza y la transitoriedad de los climas terrestres.