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¿Por qué nos gusta tanto hablar del tiempo todo el tiempo?
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Sin lluvia en febrero no hay centeno

¿Por qué nos gusta tanto hablar del tiempo todo el tiempo?

Cada vez quedan menos personas con el conocimiento de la predicción hacia el cielo, la lectura de sus múltiples formas para pronosticar cómo será en el futuro, pero no dejamos de buscarle una explicación anticipada a la vida

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Nos saca de más de un apuro cotidiano, por ejemplo, en el ascensor junto a un vecino al que hemos visto solo un par de veces. El tiempo es ese comodín casi inevitable, surge con la imprevisión de la que, en realidad, el ser humano ha tratado siempre de escapar: huir de lo desconocido buscándole forma: “Cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo”, que dirán muchos estos días. Que sería de los refranes sin esa variante sobre la climatología. “Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo”, ya sabes.

Cada vez quedan menos personas con el conocimiento de la predicción hacia el cielo, la lectura de sus múltiples formas para pronosticar cómo será en el futuro: el viento que susurra lluvia, los pájaros que recuerdan el frío, movimientos que suponen el cambio ya reconocido, atrapado, pero no dejamos de buscarle una explicación anticipada a la vida.

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Necesitamos saber si pasado mañana lloverá, con qué intensidad lo hará, si será una lluvia momentánea o permanecerá durante días. Lo que ocurre en la atmósfera nos afecta, lo sabemos, pero sobre todo nos atrae saberlo, según vamos cumpliendo años, más. Pero, ¿por qué ocurre esto?

Ser consciente de nuestra vulnerabilidad

"A medida que cumplimos años, incrementa nuestra vulnerabilidad y, por tanto, la probabilidad de padecer trastornos en cuya aparición, mantenimiento o alivio tiene cierta influencia el clima. Es el caso de la anemia, problemas respiratorios y circulatorios, dolor de las articulaciones o enfermedades de la piel", explica el psicólogo Miguel Ángel Rizaldos en 'Uppers'.

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No solo eso, el tiempo a menudo determina nuestro estado de ánimo y también condiciona los quehaceres de nuestro día a día independientemente de dónde vivamos. Pese a la modernidad, la agricultura sigue siendo una actividad imprescindible como imprescindible son las condiciones meteorológicas concretas para cada cultivo. Pese a la modernidad, de nuevo, la nieve puede detenerlo todo en cuestión de horas.

Asimismo, el cambio climático está cada vez más palpable en nuestras conciencias, lo que genera nuevas generaciones con preocupaciones similares a las de sus mayores: ¿Vocabulario de viejo? No, percepción como un instinto de protección.

La sensibilidad en torno al entorno

"La gente mayor tiene menor capacidad de adaptación y acceso más restringido a los recursos", explica en una investigación el gerontólogo Karl Pillemer, miembro de la Universidad de Cornell, por eso la necesidad de saber a qué deben adaptarse es mayor (aunque quizás también tenga algo de costumbre, de repetición, como un vicio natural fruto de saberse vulnerables.

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Es en el medio rural donde prima esta sensibilidad en torno al entorno. Las personas rurales conviven con el devenir atmosférico con muchas menos infraestructuras que en las ciudades, siguiendo patrones ancestrales, estableciendo un diálogo con el cielo que pocas veces surge entre edificios enormes. Pero todos sabemos que tras un largo período de sequía, días de lluvia moderada es una especie de caricia, un suspiro de tranquilidad en el ascensor con el vecino desconocido, o en el rellano de casa con la vecina de siempre.

Nos saca de más de un apuro cotidiano, por ejemplo, en el ascensor junto a un vecino al que hemos visto solo un par de veces. El tiempo es ese comodín casi inevitable, surge con la imprevisión de la que, en realidad, el ser humano ha tratado siempre de escapar: huir de lo desconocido buscándole forma: “Cuando el grajo vuela bajo, hace un frío del carajo”, que dirán muchos estos días. Que sería de los refranes sin esa variante sobre la climatología. “Hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo”, ya sabes.

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