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Por qué las pizarras de tu colegio eran verdes: una historia que tiene dos siglos
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Por qué las pizarras de tu colegio eran verdes: una historia que tiene dos siglos

Una puerta mágica a la fantasía, tiza en mano y profesor lejos, o un agujero negro de vergüenza, tiza en mano y profesor al lado... Este es el origen de las pizarras

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Objeto de una nostalgia abrumadora: volver a la escuela, ¿quién querría volver? Solo quienes hace mucho que la dejaron atrás. Si pensamos en una clase cualquier, siempre hay un objeto que nuestra imaginación localiza pronto y no, no son los pupitres ni siquiera los percheros repletos de chaquetones, cada uno con el nombre de su dueño para evitar males mayores que tantas horas de encierro. La pizarra se ubica en la mente en el mismo lugar que en aquel espacio que no te gustaba y que ahora echas de menos: en todo el centro, de frente, una pizarra.

Lo más probable es que las generaciones actuales en edad escolar también piensen en ese enorme objeto que bien podía ser la puerta mágica a la fantasía, tiza en mano, y profesor lejos, o convertirse de repente en un agujero negro que consumía tu cuerpo diminuto mientras tratabas de demostrar tu conocimiento, tiza en mano, profesor al lado. Ese sentimiento no desaparece fácil, ni siquiera dejando de lado la pizarra y reemplazándola por la pantalla de un ordenador: la vergüenza. Sin embargo, la imagen ya no es la misma, está muy lejos de hecho, de aquella pizarra verde de tu infancia. Pero, ¿por qué fueron de color verde?

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En la década de 1990, las escuelas comenzaron a convertir sus aulas en pizarras blancas, de un material que producía menos polvo porque con el color quedaba también atrás las tizas: ahora rotuladores que no chirriaban al deslizarse por la superficie, pero ambientaban la clase con un fuerte olor a químico. Según 'The Atlantic', en el cambio de milenio, las pizarras blancas se vendían más que las pizarras verdes en una proporción de 4 frente a 1. No obstante, no puede decirse que se instalaran en las aulas de manera definitiva hasta bien entrada la primera década de este siglo.

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Imagen de una clase en un pequeño pueblo de Sudáfrica. Fuente: iStock

Del pizarrín a la pizarra

La historia de este enorme rectángulo ante el que se disponen todas las clases de cualquier colegio se remonta mucho más atrás. Las primeras pizarras grandes aparecieron a principios del siglo XIX, pero el nombre pizarra no se usó hasta 1815, indica Shaunacy Ferro en 'Mental Floss'.

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Imagen de una clase a comienzos de la década de 1930 en España. Fuente: Wikimedia

A estas alturas ya te habrás dado cuenta de que resulta incongruente que su nombre aluda a la roca que, de forma natural, ofrece pigmentos negros. Pues bien, es que las primeras pizarras estaban hechas con pizarra, por lo que sí, eran negras. Mucho más lógico.

Vale, algo parecido existió aún mucho antes. Los llamados pizarrines, pequeñas pizarras individuales, han estado presentes en las escuelas durante siglos, como recuerdan desde el 'Museo Andaluz de la Educación'. "No se puede decir con exactitud cuándo empezaron a utilizarse, pero se cree que en la Edad Media ya eran empleadas", explican. La evidencia: un famoso cuadro pintado en torno a 1495 atribuido a Jacopo de Barbari donde aparece retratado Luca Pacioli, un matemático renacentista que, entre sus útiles de trabajo, tenía un pizarrín.

No todas fueron de pizarra

En cualquier caso, durante su popularización en el siglo XIX en el marco del sistema educativo, también fueron tablas de madera pintadas de oscuro con claras de huevo mezcladas con restos de patatas carbonizadas, especialmente en zonas rurales. Más tarde, también la madera comenzó a oscurecerse con una tinta a base oscura de porcelana fabricada comercialmente.

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Imagen de una clase en Washington a finales del siglo XIX. Fuente: Wikipedia

Su inventor, James Pillans, un profesor de Geografía escocés, había tenido la idea de coger una de las pizarritas con las que trabajaban sus alumnos y colgarla de la pared “para ofrecer una visión más óptima a todos los asistentes a su clase”. Un manual de enseñanza de 1841 titulado 'The Blackboard in the Primary School' ya dijo de él que merecía ser clasificado "entre los mejores contribuyentes al aprendizaje y la ciencia, si no entre los mayores benefactores de la humanidad".

Fue entrado el siglo XX cuando las pizarras comenzaron a verse un poco diferentes, aunque la idea seguía siendo la misma. Concretamente en la década de 1930, momento en el que los fabricantes comenzaron a cubrirlas con una pintura verde de porcelana esmaltada sobre una base de acero. En la década de 1960, la tendencia de las pizarras verdes estaba ya en pleno apogeo.

Una cuestión de salud visual

¿Por qué aquel cambio casi repentino? Porque los maestros habían descubierto que una pintura de diferente color era mucho más cómoda para los ojos si se trataba de mirarla durante horas. Por extraño que parezca, el negro no era el mejor amigo de la vista. La pintura de porcelana verde se adaptaba mejor y, además, reducía el brillo y el resplandor.

Como explica desde el mencionado centro cultural andaluz, su uso masivo va unido al establecimiento de la escolaridad obligatoria. En España este hecho comenzó algo más tarde que en otros países, en 1838. El pizarrín resultaba más barato que el papel porque era reutilizable. Con el tiempo, en las escuelas ya había una pizarra grande que podían ver todo el alumnado, e, igualmente, cada uno tenía un pizarrín, "sobre todo en los primeros años de escolaridad, hasta que empezaron a ser sustituidos de forma generalizada por cuadernos, hacia 1950".

Llegaron entonces los sesenta, y con ellos las primeras pizarras blancas. El nuevo concepto de este invento salió a la venta a mediados de dicha década pasando bastante de largo. Su precio no ayudaba a que iniciaran una competencia con las ya clásicas verdes. Y así, no fueron adoptadas de forma masiva hasta la década de 1990, de nuevo en base a preocupaciones sobre la salud de tantos niños y niñas, profesores y profesoras. "Respirar polvo de tiza durante años puede provocar problemas respiratorios", indica

Martin Heit, un fotógrafo coreano al que se le ocurrió la idea mientras revelaba fotos en un cuarto oscuro fue, casi por casualidad, el inventor de esta última versión antes de la digitalización masiva. "El fotógrafo se dio cuenta de que podía usar un marcador sobre la película de los negativos, y que si pasabas un paño húmedo por encima, las marcas se borraban fácilmente. Heit pensó que podía utilizar esto para poner sobre la pared junto al teléfono, y anotar ahí los recados". Pese a los ordenadores, hoy en día, las pizarras siguen colgando de la pared de muchas aulas como un recurso más palpable y certero. El pánico que produce tener que salir frente a ellas tampoco ha desaparecido.

Objeto de una nostalgia abrumadora: volver a la escuela, ¿quién querría volver? Solo quienes hace mucho que la dejaron atrás. Si pensamos en una clase cualquier, siempre hay un objeto que nuestra imaginación localiza pronto y no, no son los pupitres ni siquiera los percheros repletos de chaquetones, cada uno con el nombre de su dueño para evitar males mayores que tantas horas de encierro. La pizarra se ubica en la mente en el mismo lugar que en aquel espacio que no te gustaba y que ahora echas de menos: en todo el centro, de frente, una pizarra.

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