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La historia del retrete a través de los siglos: el espacio social que terminó siendo excusado
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De Roma a Roca

La historia del retrete a través de los siglos: el espacio social que terminó siendo excusado

El baño como espacio específico para hacer las necesidades de nuestro intestino existe desde mucho antes de la Antigua Roma

Foto: Detalle de 'Nederlandse Spreekwoorden' ('Los proverbios flamencos' en español), por el pintor flamenco Peter Brueghel en 1559
Detalle de 'Nederlandse Spreekwoorden' ('Los proverbios flamencos' en español), por el pintor flamenco Peter Brueghel en 1559

Uno de los pilares en los que se ha fundamentado la idea del desarrollo moderno ha sido el aseo. Como gesto, como disciplina, como forma de cuidado pero también como elemento divisorio, todas las veces que vas al baño forman parte de una narrativa llena de historia. La conciencia de limpieza, de pulcritud, establece, precisamente, qué es lo moderno, como un váter que, además de llevarse las heces lo más lejos posible tan solo aprentando un botón, puede masajear, calentar y por supuesto lanzar un chorro de agua en diferentes niveles de presión para evitar cualquier rastro del acontecimiento. Ir al váter no es solo un asunto privado, sino un asunto de poder: la arista en la que lo público se descompone entre finas paredes de madera huecas por arriba y por abajo.

En las ciudades levantadas como hito de lo moderno no es demasiado difícil encontrar uno de esos baños públicos, tanto en el interior de edificios como en las aceras: pequeñas cabinas insonorizadas donde entrar vale dinero. Asimismo, las autoridades locales suelen exigir por ley que un restaurante, un centro comercial o el complejo de oficinas donde trabajas incluyan un espacio para váteres y lavabos juntos pero separados. ¿Cómo hemos llegado a esta dualidad de lo natural? ¿Por qué una necesidad tan básica oscila entre el humor y la desigualdad?

Foto: 'Casa de baños de mujeres', pintura de Torii Kiyonaga.

Esta condición de lo público ya constituía la vida diaria en la sociedad romana. Al igual que hoy en día, nuestros antepasados romanos tenían baños y alcantarillado. Sin embargo, el concepto es muy distinto al que ellos dieron forma: sus inodoros apestaban, eran lugares donde se propagaban enfermedades con la entrada de ratas, serpientes e insectos de cualquier tipo. Nada que ver con la imagen idealizada que ha conformado nuestra imaginación al respecto, algo que pudieron desmontar los investigadores Gemma Jansen, Ann Olga Koloski-Ostrow y Eric M. Moormann a través de un extenso estudio publicado en 2011 bajo el título 'Baños romanos. Su arqueología e historia cultural'.

Un lugar para socializar

La práctica de los baños públicos, de hecho, va más allá de la Antigua Roma. Muchas civilizaciones, desde los griegos, los persas, los egipcios, los bizantinos hasta los árabes y los turcos distribuyeron su urbanismo en la rutina de sus sistemas difestivos. Aquellas civilizaciones se conocieron más tarde bajo el término de civilizaciones hidráulicas porque se desarrollaron a lo largo de cuencas hidrográficas y cerca de grandes ríos.

Como recuerda la arquitecta y urbanista Giovana Martino en 'ArchDaily': "Esta ubicación y el conocimiento que fueron adquiriendo en el uso de los recursos de la tierra, especialmente el agua de los ríos, fue fundamental para su crecimiento". Dos ejemplos esenciales señala Martino para ubicar toda esta historia: "En Egipto, por ejemplo, el control de la frecuencia del río Nilo permitió un sistema de riego y la construcción de diques y agua entubada que abastecía el palacio. En la Antigua Babilonia existen registros de redes de agua y alcantarillado desde aproximadamente el 3.000 a.C. Posteriormente, la Civilización Romana desarrolló sistemas de alcantarillado y abastecimiento que hicieron posible el crecimiento de su imperio. La Cloaca Máxima y los Acueductos, junto con un conjunto de letrinas y baños públicos, fueron fundamentales en la cultura romana".

placeholder Letrinas públicas en la antigua ciudad de Ephesus. Fuente: iStock
Letrinas públicas en la antigua ciudad de Ephesus. Fuente: iStock

Así pues, fue la sociedad romana la que popularizó el uso de un lugar destinado a defecar. "Para ellos, tanto los baños como las letrinas eran lugares de socialización. El baño era comunitario y no necesariamente había diferenciación de género. Se sentaban uno al lado de otro en una letrina comunal. Allí, la gente hacía sus necesidades mientras interactuaba, debatía diversos temas e incluso realizaba banquetes. Los desechos eran recolectados más tarde y llevados a la llamada Cloaca Máxima. Paralelamente a este sistema, grandes acueductos recogían agua de los ríos y la transportaban a los centros urbanos, abasteciendo de agua limpia a las ciudades".

placeholder Plano de la Cloaca Máxima romana, uno de los primeros sistemas de alcantarillado del mundo. Fuente: Wikipedia
Plano de la Cloaca Máxima romana, uno de los primeros sistemas de alcantarillado del mundo. Fuente: Wikipedia

La higiene en el moralismo cristiano

Sin embargo, dicho sistema resultaba insuficiente para garantizar algo así como la pulcritud que hoy se espera: azulejos, ventilación, porcelana, olor a desinfectante perfumado. Entregarse a la situación con una buena conversación mejoraba el asunto.

La responsabilidad colectiva por entenderse también en los restos desprendidos del cuerpo era una práctica de la que se encargaba el propio gobierno. "A partir de la caída del Imperio Romano y el surgimiento del moralismo cristiano y el sistema feudal, esta concepción cambió y las condiciones sanitarias retrocedieron", apunta Martino. La iglesia clatólica sentenció que todo lo que tuviera que ver con despejar el vientre era inmoral, lo que afectó la relación de las personas con la higiene, que "pasó de ser una necesidad básica y colectiva a una práctica individual casi pecaminosa". Reunirse con el culo al aire, habrase visto...

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Detalle de una ilustración en la obra original de 'Lancelot du Lac'. Fuente: Wikipedia

Los baños medievales, al igual que hoy, comenzaron a denominarse con un eufemismo, siendo el más común el de 'cámara privada', o simplemente 'espacio privado' o 'garderobe' en inglés. Otros nombres menos comunes fueron 'draft', 'gong', 'sige-house', 'neccessarium' e incluso 'golden tower'. Sin infraestructura colectiva, la higiene se adaptó a las condiciones de la época: se individualizaron y adaptaron todas las prácticas higiénicas sin construir redes de alcantarillado ni de abastecimiento.

Un asunto de poder

Por supuesto, al prohibir los baños públicos no se buscó alternativa. El poder pasó a definir lo que era y no era válido, y así a generar el círculo vicioso de la estructura social: habría baños en castillos, en algunas casas de la nobleza, habría baños para el clero y nada más. "En las casas más nobles se crearon habitaciones para este uso específico que contenían, en un principio, una sola letrina, mientras que la población más pobre, en general, hacía sus necesidades en orinales.

En el caso de los castillos, generalmente se construyeron baños sobresaliendo de la edificación, en ménsulas, así cualquier desperdicio caería por un agujero como una especie de desague directo al foso del castillo, quedando al margen. Lo más deseado era, no obstante, que los desechos fueran directamente a un río.

placeholder Fuente: Wikipedia
Fuente: Wikipedia

"El eje saliente de la mampostería que constituía el retrete estaba reforzado por abajo, o podía situarse en la unión entre una torre y un muro. Algunos pozos de desechos eran altos, mientras que otros se situaban casi en el suelo. En el último caso, podría resultar una forma de diseño peligrosa en caso de que hubiera un asedio al castillo", recuerda Mark Cartwright en 'World History Encyclopedia'.

Problemas y soluciones a lo medieval

Visto desde el interior, el baño estaba retranqueado en un hueco o dentro de una cámara mural (un pasaje dentro de una pared), pero no todos contaban con el lujo de una puerta de madera. Lo intentaban solventar con un pasillo corto y angosto, a veces con un giro en ángulo recto que ofrecía mayor privacidad.

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Fuente: Universidad de Reading/Facebook

Asimismo, también se construyeron baños en alguna que otra planta baja de edificios señoriales con canales de drenaje de piedra para alejas los desechos. En cualquier caso, se buscaba la manera de que aquello no fuera un banquete para las bacterias: las paredes se blanqueaban con una capa de yeso de cal que maximizaba la luz que entraba por la pequeña ventana que se colocaba para airear el ambiente y porque la cal eliminaba los gérmenes. También utilizaron, a falta de amoniaco perfumado con olor artificial a cerezas, plantas aromáticas que esparcían por el suelo.

Mientras tanto, para la población común las cosas eran aún más complicadas. La historiadora Lucie Laumonier recuerda en 'Medievalist' cómo en 1339, un niño mendigo fue asesinado en plena calle de Londres, atropellado por un carro cuando estaba en cuclillas haciendo sus necesidades. Según los registros públicos de la época, el pequeño fue calificado como un "salvaje".

placeholder Detalle en una pintura de Marten van Cleve
Detalle en una pintura de Marten van Cleve

No más arrojar heces a la calle

El orinal era lo más común en la población, desde un simple cubo o cualquier tipo de recipiente de forma apropiada. Una vez utilizado, había que tirar su contenido, por ejemplo, en la pila de estiércol de la granja si era posible, en un pozo de desechos si se contaba con uno, en un río cercano o, de vivir en la ciudad, incluso a través de tu ventana, directamente sobre la calle. Mierda va. Este gesto sobre el que se ha construido el relato del estigma hay "lo raro de las costumbres medievales", en cualquier caso, no se hacía por gusto sino más bien porque no quedaba otra: el hacinamiento, las ciudades hiperpobladas en las que aún no se había pensado en formas eficientes de salud pública.

"Los inodoros privados eran menos comunes en áreas urbanas superpobladas que en entornos rurales, donde los agricultores tenían más espacio"

Hasta la alta Edad Media no se prohibió arrojar orina y heces a las calles londinenses, por ejemplo, sancionando con multas a quien lo siguiera haciendo. En 1421, indica Laumonier, un documento deploraba que, de vivir en un edificio sin retrete, los vecinos recurrieran a las mujeres viudas para que estas se encargaran de ir a las afueras a tirar los excrementos. "Los inodoros privados empotrados eran menos comunes en áreas urbanas superpobladas que en entornos rurales, donde los agricultores tenían más espacio para hacer su propia 'casa trasera', que, a su vez, proporcionaba estiércol para sus cultivos. En las ciudades, a veces también se construyeron algunas traseras", pero siempre dependía del poder adquisitivo de los habitantes.

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Fuente: Wikipedia

Para cuando la higiene volvió a tratarse como un problema conjunto, con nuevos y cada vez mejores recursos (pasadas plagas y enfermedades desoladoras) a finales de dicho período, las autoridades empezaron a promulgar leyes y a gastar dinero para mantener limpias sus ciudades (los pueblos 'ya tal'). En Londres, por ejemplo, esto recuperó las letrinas públicas. Se conocen restos de docenas de estas, construidas en algún momento del siglo XV por toda la ciudad. ¿Y dónde mejor que en un puente para colocarlas? Así, como ocurría en algunos castillos, los desechos de la gente que pasaba por allí podrían caer fácilmente en el torrente del río. Así se hacía, así desaparecía.

El baño público también fue medieval

Carole Rawcliffe habla sobre ello en su libro 'Urban Bodies: Communal Health in Late Medieval English Towns and Cities'. A partir de un análisis de los registros de Londres, York y otras áreas urbanas inglesas ha podido comprobar cómo las personas se enfrentaban a diversos problemas de salud y cómo estos se fueron entendiendo desde la higiene personal al cuidado del medio ambiente.

placeholder Portada de 'Les Très Riches Heures du duc de Berry février'. Fuente: Wikipedia
Portada de 'Les Très Riches Heures du duc de Berry février'. Fuente: Wikipedia

Al tiempo que se volvía a lo público con el pudor que la religión había marcado, otra idea fue compartir letrinas privadas entre vecinos, pero el mantenimiento del retrete, de las tuberías de drenaje y del pozo donde iban a parar los desechos generaba conflictos constantes; vamos, que no era tarea de buen gusto para nadie. Recuerda Laumonier que en el siglo XIII las normas de construcción en la ciudad de Londres impulsaron el uso de pozos revestidos de piedra, y con ello llegó una ordenanza del siglo XIII que establecía que los nuevos pozos de heces revestidos con piedra debían estar a una distancia mínima de dos pies y medio de la propiedad vecinal, mientras que los pozos sin paredes de piedra requerían un pie más de distancia.

Los mercados, los muelles y, en general, los lugares más concurridos de las ciudades fueron los elegidos para colocar baños públicos. Rawcliffe comprobó durante su investigación que en casi todas las ciudades o pueblos habría registros que anotan la construcción y el mantenimiento de los baños públicos incluso en el período de la Baja Edad Media "Los coloquialmente llamados 'pissingholes' y los retretes sobre el puente Ouse en York fueron mantenidos, como sus equivalentes en Londres, por guardianes del puente, quienes también eran responsables de limpiar y reparar los retretes domésticos en sus diversas viviendas en toda la ciudad", indica.

Modernidad y salud pública

La entandarización de lo que actualmente conocemos como baño o váter o inodoro o como lo quieras llamar aún tardó en llegar. Fue con el descrubimiento de la plomería interior, a mediados del siglo XIX, cuando la experiencia de defecar pasó a un siguiente nivel dentro del marco contextual de la Europa católica.

placeholder Diagrama de un váter victoriano. Fuente: iStock
Diagrama de un váter victoriano. Fuente: iStock

En la década de 1590, Sir John Harington, ahijado de la reina Isabel I, se adelantó al hito moderno mandando introducir en sus apocentos el primer inodoro con descarga del que se tienen referencias. El autodenominado "privie in perfect" de Harington era un artilugio ruidoso con válvulas llamado Ajax, dice . El cuenco se lavaba directamente en un pozo debajo, por lo que el hedor superó la conveniencia del artilugio. Harington demostró que un inodoro sin alcantarillado es solo un orinal gigantesco, y su novedosa idea se fue por el desagüe. Al principio, parecía funcionar tan bien que supuestamente la propia Elizabeth instaló uno. Pero a pesar de este respaldo real, los compañeros de Harington se burlaron del Ajax hasta que, efectivamente, tenían razón con sus risas.

Tuvieron que pasar tres siglos más para que, en la década de 1880, los váteres en funcionamiento se conectaran con un sistema de alcantarillado oculto bajo el suelo de la civilización. El mundo cambió para siempre y surgió otro mundo bajo nuestros pies. "Olvídate de los antibióticos, la máquina de vapor, la calefacción central o la luz eléctrica: los váteres con cisterna y los sistemas de alcantarillado son posiblemente las innovaciones más importantes del siglo XIX, un gesto que pone en relieve qué somos y cómo hemos llegado hasta aquí", subraya en tono humorístico Bo Sullivan en 'Old House'.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en el año 2015 aproximadamente 2.300 millones de personas vivían aún sin inodoro

Tirar de la cadena significa educación cristiana heredada, también conciencia de higiene colectiva, evitar enfermedades en un tema importante. Sin embargo, mientras los niños y niñas y las generaciones más jóvenes reivindican la caca y el pipí sin vergüenza alguna, con la naturalidad misma con la que se ingiere el alimento que luego el organismo desechará, a medida que crecemos el reparo se posiciona por nosotros: y tú, ¿eres de esas personas capaces de ir a cualquier baño, en cualquier parte cuando te llega el apretón o te entregas al estreñimiento hasta llegar a tu váter?

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), para el año 2015 aproximadamente 2.300 millones de personas vivían aún sin inodoro, mientras que el 10% de la población satisfacen sus necesidades sanitarias a la intemperie.

Uno de los pilares en los que se ha fundamentado la idea del desarrollo moderno ha sido el aseo. Como gesto, como disciplina, como forma de cuidado pero también como elemento divisorio, todas las veces que vas al baño forman parte de una narrativa llena de historia. La conciencia de limpieza, de pulcritud, establece, precisamente, qué es lo moderno, como un váter que, además de llevarse las heces lo más lejos posible tan solo aprentando un botón, puede masajear, calentar y por supuesto lanzar un chorro de agua en diferentes niveles de presión para evitar cualquier rastro del acontecimiento. Ir al váter no es solo un asunto privado, sino un asunto de poder: la arista en la que lo público se descompone entre finas paredes de madera huecas por arriba y por abajo.

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