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España, el karma del almirante Nelson
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La piratería como forma de recreo

España, el karma del almirante Nelson

Tuvo muchos vínculos con España (y muy desagradables para él). Ello no es óbice para restarle la categoría humana y capacidades de estratega que siempre manejó

Foto: Horatio Nelson (Fuente: Wikimedia)
Horatio Nelson (Fuente: Wikimedia)

“Quien sabe resolver las dificultades las resuelve antes de que surjan”.

Sun Tzu.

Lo que diferenciaba al ilustre almirante inglés Horacio Nelson de sus colegas de la marina real, era algo muy sencillo, era un ingles respetable. Mientras él tenía una escala sólida de valores, el resto no tenían inconveniente en arriar la bandera oficial y poner la de la calavera a ondear cuando había paréntesis de paz entre ambas naciones, Gran Bretaña y España, aunque a veces, ni siquiera se molestaban en llevar a cabo este insignificante detalle (caso del artero hundimiento de La Mercedes en 1804) sin previa declaración de guerra. Hacía tres años que españoles, británicos y franceses habían firmado la Paz de Amiens y un ataque a traición era algo inesperado. Es difícil que un pueblo asuma sus zonas de umbría, máxime cuando su identidad se limita a izar una bandera; hay que ver si el mástil es lo suficientemente sólido para que las certezas también lo sean.

Pero mientras ellos tenían un historial plagado de antecedentes, nosotros, sin embargo, siempre creímos que con dar la mano o echar una firma para cerrar un trato bastaba. Las fuentes de su enriquecimiento siempre han sido las mismas o muy parecidas. Piratería, esclavismo, expolio de recursos ajenos, paraísos fiscales… modos arteros, en definitiva. Los tiempos cambian, pero sus métodos no. No en vano el ilustre Blas de Lezo con su cuerpo menguante, ya señaló en su momento claramente hacia donde había que mear.

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Lamentablemente para ellos, de tanto impostar para estar adecuadamente instalados en la apariencia, a la postre, el resultado final no es otro que el que interpretan, lo cual sin duda falsea lo esencial y convierte su modus operandi en una farsa intensa y lamentable muy nutrida de buenas maneras. Pero ya no engañan a nadie. La arena de la historia que todo lo entierra, les está pasando página penalizándoles con una decadencia de non gratos en la comunidad internacional. Como bien decía - más o menos - el estirado Lord Palmerston, primer ministro del Reino Unido hace ya más de 160 años; Inglaterra no tiene amigos sino intereses. Así fue la política exterior inglesa, así sigue siendo…y así les va.

Llegados aquí, decir que el protagonista de la historia de hoy tuvo muchos vínculos con España, por cierto, muy desagradables para él. Ello no es óbice para restarle la categoría humana y capacidades de estratega que siempre manejó. La talla de este lobo de mar, de este enorme marino inglés, ha dejado una huella imborrable en los historiadores y biógrafos, pero en sus encuentros con la armada o el ejército español, le asistió casi siempre la desgracia.

Por aquel entonces, Inglaterra se enfrentaba a una potencia militar que llevaba tres siglos batiéndose en el Atlántico y en el Pacífico en medio de dificultades extraordinarias y hasta bien entrado el siglo XIX, no había un ejército de la talla que pudiera desequilibrar el statu quo geopolítico, pero al parecer, ese momento había llegado. España sostenía diferentes frentes (América, Inglaterra, piratería angloholandesa, etc.) y nuestras líneas de abastecimiento se elongaban enormemente pues no hay que olvidar que éramos un imperio trasatlántico. Pero ocurre en todas las fiestas, que aparecen invitados inesperados y a veces, indeseables. En las postrimerías del siglo XVIII, estaba claro que tras las diferentes interpretaciones religiosas existía un disolvente que ocultaba verdades más inquietantes. Se había pasado de lo ideológico a un combate declarado por los recursos mundiales. Ese momento, la certificación de la decadencia, llegaría lentamente hasta materializarse en uno de los días más trágicos de la historia de España pasando la página de la hegemonía militar para cedérsela al Reino Unido.

"Evitó el combate al toparse con dos fragatas españolas, la Sabina y la Matilde, a la altura de Cartagena"

Como decíamos en la frase de Sun Tzu que encabeza este artículo, las dificultades se iban acumulando y nuestra marina llevaba mucho tiempo sin presupuestos para mantenimiento, las pagas al personal se demoraban, no se botaban nuevas y flexibles fragatas y tristemente, tras tanto despropósito, vendrían las consecuencias. Nada nuevo bajo el sol.

En aquellos tiempos, Nelson ya estaba enredando a base de bien y en las escaramuzas que se dieron a la vuelta de su victoriosa campaña contra los franceses en Abukir (Egipto), al toparse con dos fragatas españolas, la Sabina y la Matilde a la altura de Cartagena, evitó el combate pues tenia que rendir cuentas al almirantazgo y un contratiempo así no era muy conveniente. Alertadas por la trifulca, varias fragatas españolas basadas en Cartagena se dirigieron raudas al lugar donde se estaba dando el enfrentamiento. A la vista de la situación, Nelson con buen criterio, arrojó la toalla al comprender lo que se avecinaba. No se puede calificar como un acto de cobardía ya que tenía un sentido último más que justificable y en su carrera como marino nunca dio pruebas de arredrarse.

"Este gran almirante un buen día encontró por accidente la horma de su zapato en Tenerife"

Aunque se han dimensionado sus logros, siempre fue un caballero a la antigua usanza. Sin embargo, sus derrotas, que también las tuvo, han sido discretamente escamoteadas por parte inglesa para realzar las virtudes del mito.

Pero este gran almirante, un buen día encontró por accidente la horma de su zapato en Tenerife.

Antonio Gutiérrez era un señor mayor con abundantes canas, cabello centrifugado por los vientos de la isla y un entrecejo tan capilar como un tupido bosque. En esencia, un hombre con una voluntad sin grietas. A su mente bien orientada y oxigenada no se le escapaba ningún detalle. Sus ojos entreverados por densas cejas y ojeras de camión, eran escrutadores y perspicaces por naturaleza. Este general retirado vivía de forma casi monacal y plácida en una casa terrera de Tenerife rodeado del silencio y la paz tan necesarias para concluir una vida que le había proporcionado unas cuantas cicatrices en su cuerpo y todavía, con la memoria de los restos de pólvora en su poblada barba. Fue sin duda el rival más duro al que Nelson se enfrentaría jamás. Como diría William Faulkner “La soledad es la mejor respuesta ante un mundo plagado de gente vacía y malvada".

placeholder Almirante Sir John Jervis (Fuente: Wikimedia)
Almirante Sir John Jervis (Fuente: Wikimedia)

Ya cansado de vivir y ligeramente encorvado por una artrosis malvada, recibió a aquel jinete que venía a uña de caballo. Este, descabalgó y se cuadró ante el anciano. El provecto militar le dio un odre con agua, algo de fruta y a continuación, volvió grupas con las órdenes que le había dado el general. La misiva llevaba un contenido que había que activar urgentemente; era una cuestión de vida o muerte. Las naves de Nelson estaban intentando desembarcar tropas en la isla de Tenerife. Era perentorio tomar decisiones.

Las Islas Canarias siempre fueron un bocado muy apetecible desde el punto de vista estratégico. Antes que Nelson y Jervis, lo habían intentado Blake en el año de 1656 y otro rubicundo y estirado aristócrata de mentón prominente llamado Jennings en 1706, ambos infructuosamente. No hay que olvidar que a la Corona de Castilla le llevó un siglo doblegar a los guanches a un coste descomunal. Eran -son-, gentes muy recias.

Lo cierto, es que se desató un infierno de envergadura. Un centenar de cañones vomitaban certificados de defunción como quien hace rosquillas. Labriegos, paisanas, milicianos, un destacamento francés procedente de un bergantín refugiado en el puerto, cayeron cual Armagedón sobre aquellos agresores. Un cañón, “El Tigre”, extendía pasaportes a un ritmo vertiginoso. Un fuerte destacamento británico sin opciones se refugió en el Convento de Santo Domingo. Los asaltantes, quedaron de esta manera incomunicados, sin agua, sin condumio, sin futuro. La horda que les aguardaba fuera tenía hambre atrasada. Era un día del mes de julio del año 1797.

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El resultado es de todos sabido. Los canarios hicieron más de 2.000 prisioneros ingleses de entre los que se habían refugiado en el convento implorando la ayuda de los pacíficos inquilinos y asesoramiento espiritual pues lo veían muy negro.

Nelson perdería un brazo – el derecho -, y el general Antonio Gutiérrez le enviaría toda la asistencia sanitaria que necesitara, para él y sus soldados. Sorprendido por tamaña cortesía, dirigió al español una correspondencia expresando su más sentido agradecimiento por las atenciones recibidas. Nelson sugirió a Jervis que hubiera un intercambio de presentes entre los cuales envió a tierra una barrica de 1.000 litros de cerveza y un cajón de quesos para los defensores. El militar español por su parte correspondió con una comunicación deseándole parabienes y acompañando esta de varias garrafas de vino local. Asimismo, el ilustre inglés se comprometió a transmitir al almirantazgo su derrota a manos de este pueblo, propietario de uno de los pocos paraísos que quedan en la tierra.

"Da que pensar que nuestro bienamado General Gutiérrez, no tenga tan elevado reconocimiento por parte de este desmemoriado país"

Pero todas las historias tienen un lado triste.

En Trafalgar Square, a una altura considerable se puede observar al legendario almirante Nelson al que le falta su brazo diestro. Es difícil apreciar a esa distancia ciertos detalles. Quizás, porque la proverbial arrogancia británica sea más que un tópico o tal vez porque habría que dar algunas explicaciones incómodas claramente inconvenientes para el endémico ego local.

Da que pensar que nuestro bienamado uniformado, el General Gutiérrez, no tenga tan reconfortante y elevado reconocimiento por parte de este desmemoriado país. Un busto sin mucha atención junto a la deteriorada placa conmemorativa en la ciudad que defendió con tanto ahínco, no hace justicia a tamaña gesta. Extraño país el nuestro. Saturno devora a sus hijos. Decía el ilustre F. Nietzsche, que cuando miras al abismo, el abismo también te mira a ti. A ver si nos ponemos las pilas.

Algo que hay que poner en valor, es el hecho que, sin demérito de las innatas dotes de este genial británico, pensar que tuviera capacidades sobrenaturales es algo que sobrepasa la razón y la realidad objetiva. Tenemos en nuestra peculiar y amnésica historia a formidables marinos pues, los había tan buenos e incluso mejores que los mejores de los suyos, como el caso del ilustre Legazpi, Elcano, Blas de Lezo, o Churruca, Gravina, Jorge Juan, etc. y quedan docenas en el tintero, hoy, almas itinerantes hacia lo desconocido.

Un ejemplo palmario de imaginación es el caso del capitán Miralles en Boulogne-sur - Mer. En 1801, Nelson quiso darles un susto de muerte a los franceses en esta ciudad portuaria del departamento de Calais. Pero lo que ignoraba el almirante británico, es que el capitán de fragata español estaba ramoneando por la zona (en aquella época, compartíamos movidas y mantel con nuestros vecinitos transpirenaicos). En consecuencia, el talento destructor y la pericia de nuestro marino estaba a la espera de darles un buen correctivo a los rubicundos anglos que solían decir en sus partes meteorológicos que el continente había quedado aislado.

Foto: Un aeroplano Lohner Pfeilflieger del Ejército español volviendo a su base en la zona de Tetuán en 1913 (Wikimedia)

Llamado por Napoleón por sus probadas capacidades con la "goma de borrar", nuestro capitán Miralles causó estragos en la flota británica esgrimiendo sus peculiares comandos navales. Pequeños bergantines con obuses descomunales y lanchas cañoneras artilladas estragaron a los anglos. Obviamente, los cronistas insulares especialistas en pasar su propia historia por el reciclaje de lo correcto una y mil veces, pasan de puntillas sobre este episodio y los antes mencionados.

Harto Nelson de los tábanos que le enviaba el buen capitán Miralles decidió levar anclas y volver a Plymouth a relajarse tras tanto ajetreo. Quiso el destino que, tras cuatro años, este ilustre marino inglés, en el apogeo de su gloria, encontrara en la muerte acogedora su pase a la eternidad como en las historias de los grandes héroes.

Y eso ocurrió cuando llegó el que probablemente haya sido uno de los días más aciagos de nuestra historia reciente.

Una nefasta mañana de octubre de 1805, en una sala iluminada por velas, hasta altas horas de la madrugada, tres capitanes españoles y un aristócrata francés que no conocía más agua que la de su bañera, discutían agriamente negociando un retraso de 24 horas para intervenir contra los británicos. Los marinos españoles se oponían firmemente a combatir, máxime cuando una aguda bajada barométrica con vientos 7-8 en la escala Beaufort estaba al caer y podía destrozar por si misma a la flota inglesa. Churruca, Alcalá Galiano, Gravina – la élite de la marina española -, tenían un cabreo monumental con el” almirante” de andar por casa, el francés Villeneuve, en cuyas manos recaía la dirección de la flota combinada.

Perdedor nato (Abukir, Finisterre, Trafalgar, etc.) tenía a Napoleón hasta la coronilla. Desterrado a la isla de Yeu de por vida se “suicidó” según las crónicas, arreándose una docena de puñaladas. El forense que asistió su exánime cadáver dijo que a la tercera ya tenía que estar tieso… ¿Que ocurrió realmente? Hay que ser masoquista…

Entretanto, mientras todo esto pasaba, uno de los mejores marinos de la historia, un caballero donde los haya, Horacio Nelson, herido de gravedad, se desangraba mientras navegaba hacia Inglaterra. Murió como vivió, soñando el mar.

“Quien sabe resolver las dificultades las resuelve antes de que surjan”.

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