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De la vaselina a los Kleenex: el curioso origen de los productos más famosos para el hogar
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Un pasado peculiar

De la vaselina a los Kleenex: el curioso origen de los productos más famosos para el hogar

La historia de artículos tan presentes en nuestras vidas que pasan desapercibidos (y uno inventado para que eso no ocurra)

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Los tienes por todas partes, aunque sobre todo en el baño, pero también en cualquier bolsillo de cualquier chaqueta, en tu bolso de diario, en los bolsos que no usas, hablas de ellos por el nombre de su marca, de una de las marcas que los fabrican, son una parte de tus costumbres, algunos son una extensión más de ti en tus costumbres: pequeños objetos que nos resuelven pequeños problemas de diario y que están incrustrados en nuestra vida tienen un pasado mucho más allá de lo que crees.

Algunos, de hecho, ni siquiera surgieron para el uso que les damos. Por supuesto, tampoco tenían el mismo aspecto. Desde la vaselina hasta los Kleenex, esta es la historia de productos tan presentes que pasan desapercibidos (y uno inventado para que no pasen desapercibidos):

Vaselina para todo

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No falta un botecito de esto en cualquier bolsillo, bolso o mochila para esta época del año. Ese olor y esa textura tan agradables que nos hacen ponernos más y más y más surgen, para sorpresa de muchos, del petróleo. Según informes datados del siglo XIX, una sustancia estaba funcionando como un ungüento milagroso que curaba las heridas relacionadas con el trabajo en los pozos de petróleo.

Aquella sustancia suave y pegajosa aparecía de los mismos orificios y, si no se limpiaba, provocaría el bloqueo de la maquinaria. En 1859, el químico de origen inglés Robert Chesebrough viajó a la localidad de Titusville, en Pensilvania (Estados Unidos), curioso acerca de los beneficios curativos del subproducto del petróleo del que todo el mundo empezaba a hablar.

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Comenzó una década de experimentos con lo que llamaban "cerra en barra", Chesebrough la refinó con éxito dando forma a la vaselina transparente que conocemos. Visto el éxito que ya tenía previamente, no tardó en patentar su nuevo producto, lo hizo en 1872 bajo el nombre de 'Vaselina'.

Sin embargo, por entonces los farmacéuticos se mostraban escépticos a aceptar aquel mejunje, y a Chesebrough no se le ocurrió otra cosa que demostrar su validez probándolo consigo mismo: se hacía heridas para luego lenarlas con el gel y enseñar a todos "la magia".

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Su plan no solo funcionó, sino que rápidamente la vaselina se puso de moda. Además de curar heridas y piel agrietada, la gente comenzó a usarlo para todo tipo de cosas, como prevenir las rozaduras de los pañales en los bebés, conservar los óvulos e incluso como un producto de belleza.

Vicks Vaporup

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¿A quién no le han cubierto en su niñez, desde el pecho hasta la espalda, con esta especie de crema viscosa que duraba (y dura) ahí pegada toda la noche para ayudarnos con aquella tos mocuda más grande que nosotros? Por mucho que a finales del siglo XX no se hablara de otra cosa cuando llegaba el tiempo de los resfriados, este producto también pertenece al siglo XIX.

Su historia se remonta concretamente a 1880, cuando el aspirante a farmacéutico Lunsford Richardson aprendía el oficio junto a su cuñado médico, Joshua Vick. En aquel entonces, era común que los médicos dispensaran sus propios medicamentos para tratar a los pacientes.

Ante una ingente cantidad de pacientes, Vick pidió a Richardson que fuera él quien se encargara de la tarea de inventar remedios. Richardson comenzó así a experimentar con sus propias recetas. En total, se cree que patentó más de 21 remedios diferentes bajo el apellido de su cuñado, Vick.

De entre todos aquellos surgió el ungüento mágico, el Vicks Vaporup. Según el bisnieto de Richardson, Britt Preyer de Greensboro, la idea surgió de la necesidad misma. "Visitaron a un bebé con mucha tos y congestión", explica Preyer, "y entonces, como farmacéutico, mi bisabuelo comenzó a experimentar con mentoles de Japón y algunos ingredientes más y se le ocurrió este ungüento que realmente funcionó".

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El resultado fue una sustancia a base de la entonces recién comercializada vaselina, de un olor intenso a plantas aromáticas, lo que aliviaba a los pacientes que sufrían de tos, congestión nasal y mareos. Si bien el ungüento calmante comenzó a acumular seguidores, no fue hasta la propagación de la pandemia de gripe en 1918 cuando el producto realmente se vendió en masa.

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Según la compañía, las ventas del ungüento mágico de Richardson, que para entonces había sido renombrado como 'VapoRub de Vick', aumentaron más del doble: de 900.000 dólares a 2,9 millones en el primer año de aquella pandemia. De hecho, la demanda de VapoRub de Vick era tan alta que la fábrica se vio obligada a operar sin parar y los vendedores de la compañía fueron contratados para ayudar con la producción del ungüento en más fábricas.

Listerine, un limpiador

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Ese líquido colorido que de pequeño mirabas sobre el lavabo con deseo y repugnancia, porque ya sabías que sabía fuerte, que hacer gárgaras con él no era agradable para un niño, pero no debaja de llamarte la atención. Pues bien, antes de que tu madre y tu padre lo usaran, como lo usaban muchas madres y padres, para eliminar el mal aliento al comienzo o al final del día, el enjuague bucal Listerine se desarrolló originalmente como un antiséptico de grado quirúrgico. Eso no es todo, también se comercializó como un limpiador para el suelo.

Todo comenzó en 1865. Entonces, el médico inglés Joseph Lister inventó una fórmula de ácido fénico que utilizó para esterilizar su quirófano. La simple práctica redujo en gran medida la tasa de infecciones y mortalidad entre sus pacientes en un momento de la historia en el que todavía morían muchas personas por la falta de higiene óptima en una operación.

Lister no era el único que buscaba una solución a aquello. Su trabajo inspiró al médico estadounidense Joseph Lawrence y al propietario de la farmacéutica Jordan Wheat Lambert, entre otros, a crear un germicida a base de alcohol. El producto se denominó Listerine en homenaje al médico inglés y se promocionó inicialmente como un antiséptico quirúrgico.

En la década de 1880, y a pesar de sus orígenes puramente médicos, Listerine llegó al mercado, y rápidamente se convirtió en un limpiador común que se utilizaba para desinfectar cualquier cosa, desde el suelo de la cocina hasta los utensilios para el tratamiento de la gonorrea.

A partir de 1895 llegó a los dentistas después de que los estudios revelaran que también reducía significativamente las bacterias de la boca. Así, Listerine se comercializó además como un producto de higiene bucal, y fue de esta forma, entre dentistas, cuando se descubrió que solucionaba el mal aliento.

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Aunque resultara un problema menor, en principio, era una preocupación generalizada entre la población adulta. ¿Que la boca les oliera mal? Inahudito. La compañía fabricante llamó a aquella condición del mal aliento "halitosis", un nombre que sonaba a término médico, a asunto serio, pero solo se trataba de una técnica para poder comercializarla. En realidad, el nombre surgió a partir de una combinación de la palabra latina "halitus", que significa aliento, y el añadido de "osis".

El código de barras

Una celebración. Ua pequeña ciudad en el condado de Miami, en Ohio (Estados Unidos), un momento histórico para la capitalización del comercio y, en definitiva, la producción en masa moderna. El 26 de junio comienza en Troy una fiesta local que durante unas cuantas semanas la hace visible sobre el mapa mundial del comercio.

Fue allí, poco después de las 8 de la maána del 26 de junio de 1974, donde se escaneó el primer artículo marcado con el Código Universal de Producto (UPC) en la caja del Supermercado Troy's Marsh.

En ese momento, explica Gavin Weightman en 'Smithsonian', la National Cash Register tenía su sede en Ohio, y Troy también era la sede de Hobart Corporation, empresa que ya desarrollaba máquinas de pesaje y fijación de precios para artículos sueltos como la carne.

Su inventor, Joe Woodland, aseguró entonces que la inspiración le llegó mientras estaba sentado en una playa en Miami. Woodland buscaba un código sencillo, que pudiera imprimirse en los comestibles y escanearse fácilmente para que las colas de pago de los supermercados avanzaran más rápidamente y se simplificara el inventario. Comenzó a dibujar líneas con los dedos en la arena. Ya está. Ya estaba.

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No obstante, que se necesitara toda la tecnología que hoy sabemos para poder comprar cualquier artículo no fue idea suya, surgió de un gerente de supermercado angustiado que pidió más tarde a un decano del Instituto de Tecnología Drexel, en Filadelfia, que encontrara alguna forma de hacer que los compradores pasaran por su tienda más rápidamente.

A Woodland fue el Código Morse el que le dio la idea de asignar una serie específica de líneas verticales a cada cosa, lo había aprendido durante sus campamentos de Boy Scouts.

"Recuerdo que estaba pensando en puntos y rayas cuando metí mis cuatro dedos en la arena y, por alguna razón, comencé a mover mi mano hacia mí y tenía cuatro líneas. Dije '¡Caramba! Ahora tengo cuatro líneas y podrían ser líneas anchas y líneas estrechas, en lugar de puntos y rayas. Ahora tengo más posibilidades de encontrar esta maldita cosa. Unos segundos después, mis cuatro dedos (aún en la arena) se deslizaron formando un círculo'".

Los clásicos Kleenexs

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Como a tantos otros productos cotidianos, a los pañuelos de papel rara vez se le dicen pañuelos de papel, sino que refirnos a ellos resulta más fácil con el nombre de una de las marcas que los comercializa. Los "kleenex", de toda la vida, pero de toda la vida desde la Primera Guerra Mundial.

Había aparecido entonces un nuevo peligro en el campo de batalla: el gas venenoso. Los soldados que se vieron expuestos a armas químicas experimentaron las consecuencias en forma de ceguera temporal, dificultad para respirar, quemaduras o vómitos severos.

Aunque en aquel momento las tácticas químicas de guerra provocaron menos del 1% de las muertes de la guerra, los efectos psicológicos que estas nubes de veneno tuvieron en los soldados duraron y perduraron tras ella, por lo que los gobiernos se apresuraron a encontrar una solución.

"El algodón se comenzó a usar en forma de filtros de máscaras antigás para evitar que los soldados se enfermaran por la exposición a gases venenosos"

Casi al mismo tiempo, un fabricante estadounidense de papel, Kimberly-Clarke, buscaba diversificar sus productos y comenzó a desarrollar un nuevo tipo de toalla sanitaria. Llegó hasta un nuevo producto, al que llamaron “cellucotton”, con una textura similar a un crepé, era absorbente y desechable. Toda una modernidad.

Después de aquello, el algodón se comenzó a usar en forma de filtros de máscaras antigás para evitar que los soldados se enfermaran por la exposición a los gases venenosos, y funcionó. Las ventas se dispararon durante los años del conflicto, pero una vez que terminado, las fábricas quedaron atestadas de celulosa. ¿Qué hacer con ella?

Pues eso, pañuelos más suaves y delgados para volver a comercializarlos como toallitas desmaquillantes para mujeres, por ejemplo. Así empezaron a desfilar por las tiendas a partir de 1923, pero no solo las mujeres parecían usarlo. "Había mucha más gente que lo usaba como pañuelo desechable", sostiene el historiador Thomas Heinrich. Para cualquier cosa, aquellos papeles pequeños servían para cualquier cosa.

Los tienes por todas partes, aunque sobre todo en el baño, pero también en cualquier bolsillo de cualquier chaqueta, en tu bolso de diario, en los bolsos que no usas, hablas de ellos por el nombre de su marca, de una de las marcas que los fabrican, son una parte de tus costumbres, algunos son una extensión más de ti en tus costumbres: pequeños objetos que nos resuelven pequeños problemas de diario y que están incrustrados en nuestra vida tienen un pasado mucho más allá de lo que crees.

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