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Las descargas eléctricas: accidentes, torturas y pasatiempo en los Estados Unidos de 1920
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Los cargados años veinte

Las descargas eléctricas: accidentes, torturas y pasatiempo en los Estados Unidos de 1920

Todo comenzó con la llamada "Guerra de las corrientes" en la década de 1880 entre Thomas Edison y George Westinghouse por la introducción de sus modelos de corriente eléctrica

Foto: Fuente: Internet Archive
Fuente: Internet Archive

Los felices años 20 fueron de todo menos felices. Al menos en Estados Unidos, donde si bien aún desconocían que la realidad socioeconómica podía ser peor, antes del Crac del 29, el primer tercio de siglo no se sucedió en el país con la delicadeza que ha dejado trascender la romantización de una época, cuanto menos, extraña vista con los ojos actuales. Ni siquiera hay que adentrarse en términos políticos o económicos para soltar un "What the fuck", basta con observar con qué se entretenían los estadounidenses hace un siglo. ¿Béisbol? ¿Fútbol americano? ¿Lucir su devoción patriótica de cualquier forma posible? No. Los estadounidenses disfrutaban electrocutando.

Matt Novak, escritor y fundador del portal 'Paleofuture', ha reunido una serie de artículos de revistas sobre tecnología de la época donde se describe el electroshock como una actividad más en el día a día entre la sociedad de Estados Unidos: venganzas, experimentos, concursos… Cualquier motivo parecía bueno para subir los voltios.

Foto: Foto: Wikipedia.

Así, por ejemplo, en el número de agosto de 1923 de la revista 'Practical Electrics', aparecía una lista de ganadores de un concurso de verano sobre la mejor historia de descargas eléctricas, por accidente o no. Nada de imaginación en estos relatos… Más bien dolor y más dolor.

La "Guerra de las corrientes"

Según explica Novak, entre las historias ganadoras había "pescadores que casi mueren a causa de algunos cables aéreos, un reparador que sobrevivió a 4.000 voltios atravesando su cuerpo, un carpintero que recibió una desagradable sorpresa al cortar una tubería y un conductor de tranvía racista que sorprendió intencionalmente a un pasajero".

Aquellos concursos, en realidad, no comenzaron entonces, sino décadas atrás, con la llamada "Guerra de las corrientes": en la década de 1880, entre Thomas Edison y George Westinghouse se generó una fuerte competencia por el reconocimiento a sus invenciones (o a las de otros compradas, ya que Westinghouse era empresario, no inventor, su disputa tenía que ver con las patentes de Nikola Tesla). Edison y Tesla habían descubierto formas de corriente eléctrica que podían comercializarse. Encender todo el país, todo el mundo, un resultado que parecía alentador.

De esta manera, Edison y Westinghouse iniciaron una serie de eventos como combates a descarga que rodearon los inicios del enorme negocio en el que culminaría. Una pugna motivada por la introducción de los sistemas de transmisión de energía eléctrica en la sociedad mientras las grandes compañías esperaban obtener enormes beneficios, así que cuanto antes llegara mejor. Dinero y ego dieron paso a la disputa con la introducción de la silla eléctrica como telón de fondo.

Tortura legalizada y normalizada

No es casualidad que este objeto de tortura comenzara a ser utilizada entonces para la aplicación de la pena capital, concretamente a partir del 6 de agosto de 1890, cuando el sistema penal estadounidense permitió la primera ejecución de una persona con este método. De aquel enfrentamiento no solo surgió un método de tortura legalizado, sino también el refuerzo a la posibilidad de venganza, o una simple forma de entretenimiento más. Aquello no era como una guillotina en la plaza, sino algo más sutil y, sobre todo, moderno. Curiosear la modernidad, aquello hacía feliz a algunos.

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Fuente: Internet Archive

Los curiosos años veinte transcurrieron pues entre descarga y descarga, dentro y fuera de las cárceles: "Habiendo leído varios artículos sobre el tema de las descargas eléctricas, generalmente escritos por aquellos que nunca sintieron la sensación, y habiendo tenido el placer de cruzar una línea de 4.000 voltios y 60 ciclos, mi experiencia puede resultar de interés tanto para los experimentados como para los profanos", decía un lector de 'Practical Electrics'. Ganó el primer premio que la revista ofrecía, aproximadamente 270 dólares ajustados por inflación, es decir, 20.

Aquel curioso concursante, al menos, explicaba su curiosa hazaña con un mensaje: "Anteriormente, había experimentado 440 voltios, pero creo que los 4.000 voltios son el mal menor. Los 440 voltios agarran y contraen los músculos en nudos, mientras que los 4.000 voltios provocan retorcimientos y, debido al alto voltaje, afectan los músculos y los tejidos de manera muy diferente. En mi opinión, la electrocución debe ser una muerte muy dolorosa y no tan rápida como se imagina".

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Fuente: Wikimedia

Del accidente a la intención

En 1890, el sistema penal de Nueva York había ejecutado a William Kemmler, era la primera vez que un estado utilizaba la silla eléctrica para llevar a cabo una ejecución. Los defensores de la electrocución, incluido Thomas Edison, pasaron años promocionando aquel nuevo método como rápido, efectivo, indoloro y humano, sí, humano. Con aquellos mismos calificativos los legisladores apoyaron más tarde otros métodos como la inyección letal y la ejecución por gas nitrógeno. Antes de ser asesinado, Kemmler apeló su sentencia expresando que la silla era un castigo cruel e inusual, pero la Corte Suprema de Estados Unidos la rechazó: "Los castigos son crueles cuando involucran tortura o una muerte prolongada", escribió la Corte, asegurando que la legislatura de Nueva York al promulgar el estatuto de la silla eléctrica había tenido la intención de "idear un método más humano".

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Fuente: Wikipedia

Más tarde, la electricidad recorrió el cuerpo de aquel trabajador en forma de accidente laboral que, entonces, solo valía para decorar concursos de este tipo, ya que no fue el único ni había sido el único: pescadores que resbalaban sobre cables, carpinteros que se topaban con tuberías… Sin embargo, del accidente a la intención oscilaba el significado de la electricidad en sus primeros tiempos: un conductor de autobús racista empleó la electricidad para obligar a un pasajero a bajar del vehículo por ser negro. Obtuvo el segundo premio.

Según la versión del conductor, el hombre subió junto a otro y dos mujeres, todos "borrachos" y "dispuestos a tomar el vehículo" a lo que este respondió con un cable de unos dos metros de largo conectado con el poste del autobús. "Alargué la mano y tiré del cable hacia abajo, en ese momento él ya se había apoderado de ambos rieles. Así que puse el cable en el riel del otro lado del vehículo. En un instante dio una voltereta completa y aterrizó en la esquina".

Los felices años 20 fueron de todo menos felices. Al menos en Estados Unidos, donde si bien aún desconocían que la realidad socioeconómica podía ser peor, antes del Crac del 29, el primer tercio de siglo no se sucedió en el país con la delicadeza que ha dejado trascender la romantización de una época, cuanto menos, extraña vista con los ojos actuales. Ni siquiera hay que adentrarse en términos políticos o económicos para soltar un "What the fuck", basta con observar con qué se entretenían los estadounidenses hace un siglo. ¿Béisbol? ¿Fútbol americano? ¿Lucir su devoción patriótica de cualquier forma posible? No. Los estadounidenses disfrutaban electrocutando.

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