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¿Demasiadas notificaciones? Cómo sobrevivir a esta avalancha de distracciones
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¿Demasiadas notificaciones? Cómo sobrevivir a esta avalancha de distracciones

Hablamos de la ansiedad que nos genera el tener que responder, actualizar o interactuar con los contenidos que saltan en nuestro móvil y sus repercusiones en la atención y el estado de ánimo

Foto: Foto: iStock.
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Hace relativamente poco, comenzamos a ver aparecer ventanas emergentes para saber si queríamos recibir notificaciones sobre la página web que estábamos visitando. Con la premisa de mantenerte al tanto de noticias de última hora, en caso de caer en un medio de comunicación, o de ofrecerte jugosos descuentos de productos que no podrías rechazar, si estás navegando en tiendas 'online', aceptar esta serie de avisos para que lleguen inmediatamente a la pantalla de inicio de tu móvil hoy en día desenmascara una especie de síndrome de Diógenes digital. Los más escrupulosos con la custodia de sus datos y metadatos darán automáticamente al botón de "No permitir", pero otros tantos seguirán perdidos en esa espiral de contenidos en su mayor parte sin utilidad real cada vez que desbloquean el teléfono.

A estas notificaciones hay que sumar los mensajes pendientes de leer en distintas plataformas (en redes sociales o en servicios de mensajería instantánea), las nuevas actualizaciones de las 'apps' que tengamos instaladas, los avisos del antivirus y, cómo no podía faltar, la hora a la que se prevé que vaya a llover en caso de tener la ubicación activada. La vida 'online' de cada uno -al fin y al cabo nuestro móvil se ha convertido en una extensión más de nosotros mismos, de nuestro entorno o de nuestro cerebro- pasa por ser un continuo frenesí de búsquedas, algoritmos y notificaciones día y noche que imposibilitan o al menos entorpecen la sagrada tarea de permanecer atento a lo más inmediato del mundo físico. Y eso, evidentemente, pasa factura a nivel cognitivo y psicológico.

"Recibir una notificación de un mensaje de texto de un amigo, la cual no es necesaria atender de inmediato, puede ser sorprendentemente agotador"

"Me agobio". Esta podría ser la frase más recurrente para expresar esa desafección con nuestro teléfono móvil el cual, volvemos a insistir, se ha convertido en una extensión más de nosotros mismos, lo cual resulta problemático, pues: ¿cómo puedes sentir esta especie de rechazo a un objeto que de hecho te conoce más que tú mismo o que las personas de tu entorno?

Una molesta paradoja

Si uno se apresura a imaginar cómo era la vida sin 'smartphones', estos nos han facilitado, agilizado y mejorado procesos vitales y profesionales que antes nos llevaban muchísimo más esfuerzo. ¿Quieres conocer a alguien? No pierdas el tiempo ni la esperanza yendo a un bar o a una exposición de arte, mejor suscríbete a una 'app' de citas. ¿Teletrabajas? Ya no necesitas estar al lado de tu jefe o compañero, madrugar de más y comerte dos horas de transporte público diario. ¿Necesitas unos pantalones nuevos? Descuida, no merece la pena desplazarte a la tienda o centro comercial más cercano al salir de trabajar, ya te los llevamos a casa y, si no te valen (pues es una prenda que si no te la pruebas no sabes si va a quedarte bien) la descambias por otro producto sin problema. Así, se produce una disociación entre nuestro 'yo' tangible, el que ocupa un espacio real, y nuestro 'yo' digital, conectado permanentemente a la 'infoesfera', el cual no deja de demandar atención a la par que la exige.

"Atender a una notificación rápidamente para que sea eliminada y podamos volver a lo que estábamos haciendo puede parecer lo más útil, pero el coste mental de hacerlo es muy significativo"

A la hora de hacer una diferenciación de todas esas notificaciones que de forma continua nos asaltan, una de las perspectivas más interesantes es la de Sophie Leroy, profesora asociada de la University of Washington Bothell School of Business, quien en un artículo de 'The Guardian' distingue entre aquellas que son urgentes y de las que tendemos a pasar con facilidad automática, no sin un cierto reguero de culpa. Por ejemplo, los mensajes en los grupos de trabajo, sobre todo de los que tienen la posibilidad de teletrabajar, los cuales deben responderse de inmediato. Otras notificaciones, como el último artículo publicado en tu medio de comunicación favorito al que estás suscrito, o el descuento ansiado en el producto para el que llevas tiempo ahorrando, o tal vez aquel chat colectivo de amigos distanciados que ahora ya solo es un almacén de 'memes' o 'stickers' sin gracia... esos pueden esperar. De este modo, se van acumulando hasta que todas estas notificaciones que esperan ser atendidas o respondidas forman una inmensa 'bola de nieve' difícil de gestionar.

"Atender a una notificación rápidamente para que sea eliminada y podamos volver a lo que estábamos haciendo puede parecer lo más útil, pero el coste mental de hacerlo es muy significativo", asegura Leroy. "Ignorarla es cognitivamente difícil. Se requiere autocontrol, y cuando se necesita varias veces por hora, tu cerebro se agota". En caso de que suceda cuando estás ocupado o trabajando, es posible que "te tomes un descanso para atenderlas", lo cual es paradójico, porque lo que tú concibes como un descanso para ponerte al día de todo lo pendiente, en realidad también te implica una sensación de agobio parecida, fruto de la imposibilidad de desconectar la atención, que en vez de emplearse de forma continua y prolongada (como por ejemplo con la lectura de una novela), va a contratiempo, saltando de un contenido a otro.

¿Qué pasa si no revisamos las actualizaciones?

"Atender a una notificación rápidamente para que esta pueda ser eliminada y podamos volver a en lo que estábamos ocupados puede ser lo más útil, pero el coste mental de hacerlo así es bastante significativo", prosigue la profesora. "Si nuestro cerebro cambia de contexto, nuestro hilo de pensamiento se rompe. Y cuando volvemos a lo que estábamos haciendo, el cerebro tiene muchas dificultades para recordar exactamente en qué punto estábamos. Recuperar el impulso que nos llevó al principio, alcanzar ese mismo nivel de concentración, lleva tiempo. Aunque sean apenas unos segundos de cambio en la atención, regresar a donde estábamos puede ser muy costoso".

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Es interesante analizar un estudio de 2017 en el que se pidió a treinta sujetos que no contestaran ni interactuaran con ninguna notificación en solo 24 horas. A lo largo del día, se les sometió a encuestas sobre su nivel de productividad, su capacidad cognitiva y su estado de ánimo. Las conclusiones reflejaron que sí, su atención en el plano real mejoró, fueron más productivos y su actividad mental era mucho más fluida, sin embargo, "no se mostraron tan receptivos a los estímulos como se esperaba, de ahí que algunos participantes sintieran ansiedad a la par que más desconectados de su grupo social".

Evidentemente, no hace falta someterse a un experimento así para percibir estos cambios en la cognición y el estado de ánimo o en la sensación de pertenencia a un círculo social. Basta con involucrarse en una tarea y no atender al móvil durante unas horas para darnos cuenta de la necesidad que sentimos de tener que revisar las notificaciones. Cuando lo hacemos, aunque sea de forma inconsciente o rutinaria, liberamos dopamina. Puede que la mayor parte de esas notificaciones no nos reporten un mínimo de placer o emoción, pero de vez en cuando, como cuando recibes de un mensaje de un nuevo 'crush' o una actualización del envío de un producto por el que llevas ahorrando mucho tiempo, esa descarga de dopamina se vuelve lo suficientemente intensa como para generar adicción.

Un chute de dopamina peculiar

"A estas alturas, la mayoría de nosotros estamos familiarizados con la idea de que los golpes de dopamina que producen las notificaciones de nuestro teléfono sea adictiva", explica Anna Cox, profesor de interacción humana con sistemas informáticos en el University College London, en el diario británico. "La dopamina es nuestro neuroquímico motivacional, nuestro mecanismo de querer y buscar, y la novedad es uno de sus detonantes esenciales. Pero la parte deseosa de nuestro cerebro es más poderosa que la que se encarga de brindar placer, lo que pesa de forma negativa en esta asociación de deseo/placer".

Es por ello que cuando leemos una notificación, por muy poco emocionante que sea, sentimos una mínima liberación de dopamina, que en determinadas ocasiones, cuando es una notificación excitante o urgente, se convierte en una fuente de sensación. O como dice Cox, nos sentimos como "un nicho pequeño desenvolviendo el más grande pero más decepcionante regalo de Navidad".

Hace relativamente poco, comenzamos a ver aparecer ventanas emergentes para saber si queríamos recibir notificaciones sobre la página web que estábamos visitando. Con la premisa de mantenerte al tanto de noticias de última hora, en caso de caer en un medio de comunicación, o de ofrecerte jugosos descuentos de productos que no podrías rechazar, si estás navegando en tiendas 'online', aceptar esta serie de avisos para que lleguen inmediatamente a la pantalla de inicio de tu móvil hoy en día desenmascara una especie de síndrome de Diógenes digital. Los más escrupulosos con la custodia de sus datos y metadatos darán automáticamente al botón de "No permitir", pero otros tantos seguirán perdidos en esa espiral de contenidos en su mayor parte sin utilidad real cada vez que desbloquean el teléfono.

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