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El dulce y culpable placer de hacer el ridículo: por qué sentir vergüenza nos hace humanos
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"EXISTIR AVERGONZADO"

El dulce y culpable placer de hacer el ridículo: por qué sentir vergüenza nos hace humanos

¿Cómo influye el hecho de ver dañado nuestro orgullo a la hora de subjetivarnos y saber quiénes somos? Hablamos con un ensayista para desentrañarlo

Foto: Fotograma de 'Juego de Tronos'. (HBO)
Fotograma de 'Juego de Tronos'. (HBO)

Imagina que te gusta mucho una persona. Habéis estado hablando, conociéndoos, intercambiando mensajes que dejan intuir algo más. Es cuestión de tiempo que pase algo entre vosotros. No sabes cómo abordar la situación ni crear el clima adecuado para que salten las chispas y poder declararte. Sin embargo, un día de repente la ves con otro u otra. Descubres que tiene la misma afinidad con ella, incluso más. Todo esto lo ves a través de una ventana en tu oficina, la biblioteca que sueles frecuentar o el aula de la universidad en el que estás. Les ves desde fuera y tuerces el gesto; no te gusta nada lo que estás viendo. Es como si el resto del mundo que te rodea desapareciera momentáneamente, estás demasiado concentrado en descubrir si finalmente se besarán, quedándote sin opciones. Y entonces, notas la mirada inquisitiva de los demás a tus espaldas, que aunque no dicen nada es como si estuvieran cuestionando tu acoso visual a las dos personas, aquella que te gusta y su amante, que finalmente acaban besándose.

Esta escena imaginaria, pero tan realista, sirve para ilustrar lo que el filósofo Jean-Paul Sartre llamaba "la Mirada del Otro" con la que pretendía internarse a explicar la autoconciencia de uno mismo. Con un ejemplo similar, el pensador francés sostuvo que los sentimientos más primarios, aquellos por los que nos reconocemos a nosotros mismos y al mundo, son el conflicto, la culpa, la vergüenza o el orgullo. El individuo que observa con preocupación y recelo cómo la persona que le gusta está con otro sufre al presenciar esa escena, está inmiscuido en ella, lo demás le es indiferente. Sin embargo, una vez el hecho se produce y se da cuenta de que está siendo observado por los demás, su preocupación vira y adopta otro sentido: esta vez es él quien está siendo sometido a juicio, sintiéndose interpelado por todas esas miradas que le rodean, surgiendo en él una especie de voz interna que le dice cosas que no quiere escuchar, tal vez que debería haber aprovechado la oportunidad cuando la tuvo o que los demás le ven como un fracasado, un inepto en el mundo de la conquista amorosa, alguien con quien nadie quiere estar.

"No creo que vivamos en una sociedad narcisista. Lo que se expresa en los 'selfies' son reflejos del Gran Otro, no de nuestra identidad"

Sartre utilizó esta metáfora para oponerse a la tradición de pensamiento según la cual el sujeto podía reconocerse solo teniendo en cuenta a su entorno, es decir, por un mero proceso de socialización aséptico, tal y como verte reflejado en los cristales de las gafas de la persona con la que te estás comunicando e intercambiando conceptos y significados. Para el filósofo francés la realidad social era mucho más conflictiva, y el hecho de existir es "existir avergonzado", de ahí que el autoconocimiento de uno mismo solo pase por ver herido su orgullo, que en algún momento tiende a quebrarse, pues las miradas críticas de los demás hacia el sujeto le hacen comprender sus límites, carencias y errores, es decir, le hacen humano.

El Gran Otro

Vivimos unos tiempos en los que las tesis de Sartre sobre el autoconocimiento de uno mismo, basadas en la vergüenza o en la capacidad de vernos desde fuera de una forma crítica, tienen todo el sentido del mundo. Hoy en día, tanto si aspiras a conseguir un buen trabajo como a formar una parte importante de la vida de alguien, tienes que venderte de la mejor forma posible. Las apps de citas no dejan de ser el LinkedIn del amor, redes sociales como Instagram funcionan como el porfolio vital y humano de nuestra personalidad (con esas puestas de sol tan hermosas con un pie de foto inspirador, extraído tal vez de una canción o un poema, que resume el momento en el que nos hallamos inmersos), y otras, como Twitter miden la capacidad de aguante dialéctico en posiciones enconadas sobre cualquier polémica actual. La economía de la atención funciona así, a partir de una especie de voz interior que nos urge dar cuenta de lo que hacemos, sentimos o pensamos a los demás, sea de lo que sea, aunque sea incorrecto (no hay nada más satisfactorio que ir a contracorriente aun sin motivos).

"Hablar sobre sexo es hablar sobre vergüenza"

Esa voz interior podríamos llamarla el Gran Otro. Y también es la que nace de un pensamiento autoconsciente que siempre está exigiendo que encontremos un trabajo estable nada más acabar la universidad o el curso de formación al que nos hemos apuntado, que hallemos una pareja con la que pasear los domingos, que hay que ganar cuanto más dinero mejor (y no hablemos del número de relaciones sexuales que hemos tenido en los últimos meses), que debemos irnos de vacaciones a la otra punta del mundo con la gente a la que más queremos, a un lugar exótico o a la zona rural que hay a pocos kilómetros de la ciudad en la que vivimos y que de pronto se convierte en un paraíso natural con la ayuda de unos pocos filtros.

¿Cómo conocer a ese Gran Otro? ¿Quién es en realidad? ¿Somos nosotros mismos, una voz que nos viene a la cabeza de vez en cuando o el conjunto de deseos, anhelos, miedos y críticas que vienen acopladas en las miradas de los demás? En realidad, y según la época histórica, bien podría ser el Estado, la figura del padre o de la madre, Dios o las redes sociales. "La clave para hacer sujeto no la encontramos en el concepto de 'ego', sino en el Gran Otro". Así lo sentencia el ensayista Eloy Fernández Porta en su fantástico libro 'En la confidencia. Tratado de la verdad musitada' (Anagrama, 2018), un término acuñado por él para explicar aquello que ya decía Sartre: no somos nada sin los demás, pero sobre todo no somos sujetos si nadie nos critica, si no somos susceptibles a las voces, tanto interiores como exteriores, tanto manifiestas como inconscientes, que pululan de un lado a otro de la pantalla de nuestro móvil y de toda esa "trama mediática", increpándonos, subjetivándonos (es decir, haciéndonos subalternos y dependientes de ellas, haciéndonos 'sujetos sujetados').

"El internauta rastrea las redes buscando signos de desaprobación. 'Heme aquí, criticadme'"

Ya sea para bien o para mal, necesitamos pasar vergüenza ajena para sentir que somos alguien, que los demás nos tienen en cuenta, que no estamos solos en este mundo. "¡Ay del tuitero que no tenga Erinias!", escribe Porta, en referencia al mito griego de esas diosas que dirigían su venganza contra dioses y mortales que se portaban mal en el seno familiar. "Disparadme", piensa el sujeto digital. "El internauta rastrea las redes buscando signos de desaprobación o burla, se expone -'heme aquí, criticadme-', en perfiles y formatos que, concebidos, se supone, para las extensiones del yo, son en realidad la bancada de los acusados, el patíbulo, el blanco", decreta el ensayista y doctor en Humanidades por la Universitat Pompeu Fabra. De ahí tal vez se pueda explicar el éxito de series y comedias en los que los protagonistas no dejan de dar vergüenza ajena como 'The Office'.

"No creo que vivamos en una sociedad narcisista", esgrime en una conversación telefónica con este diario, en referencia a la tendencia habitual de describir el mundo plagado de imágenes en el que vivimos. Al igual que el relato del Narciso que vivía pegado a su reflejo en el agua, los sujetos de hoy en día no dejan de hacerse 'selfies', de ahí la facilidad de categorizar a nuestra época de 'narcisista'. Pero Porta no está de acuerdo: "lo que se expresa en los 'selfies' son reflejos del Gran Otro, no de nuestra identidad".

El hombre informa, la mujer chismorrea

Nada más arrancar el libro, el ensayista analiza el relato mitológico de Ra e Isis, los dos dioses egipcios. El primero, de género masculino, es herido y el segundo, de género femenino, corre a socorrerle. Isis necesita preparar un ungüento con el que salvarle la vida, pero a cambio Ra deberá confesarle su verdadero nombre a sabiendas de que cuando lo haga perderá toda su soberanía sobre la naturaleza y los hombres. Entonces, una vez salvado, Isis guardará en secreto el nombre del dios para destinárselo a su hijo, Horus, quien será el encargado de derribar su poder totalitario para ceder el testigo a la humanidad. Así, en el momento en el que confesamos un secreto a alguien, ese secreto pierde parte de su valor (ya que ya no es tan secreto), y por tanto, cuantas más personas lo conocen menos valor tiene el hecho de contarlo.

"El imaginario sexista suele atribuir al habla confesional rasgos 'femeniles' en contraposición a la 'elocución viril', articulada y elocuente"

No es casualidad que la encargada de revelar el secreto en el cuento mitológico sea una mujer; en el mundo de las confidencias, como asegura Porta, los hombres informan y las mujeres chismorrean. "El imaginario sexista suele atribuir al habla confesional rasgos 'femeniles'", escribe, "en contraposición a la 'elocución viril', articulada, elocuente y formal".

"No hace mucho tiempo vi un programa de televisión en el que había una tertulia con cinco hombres mayores de 50 años", relata por teléfono el autor. "Había un momento en el que el moderador pasaba la palabra a una chica que perfectamente podría ser su hija y le preguntaba: '¿Qué están diciendo en Twitter?'. Ella era la encargada de hacerse eco y recoger las habladurías colectivas sobre los temas que se hablaban en el programa. Eso se corresponde a un régimen de género según el cual el hombre posee el conocimiento, el saber sobre la Historia y no tiene por qué estar muy pendiente de la opinión común y vulgar. Mientras, el papel asignado a la mujer es recoger las voces colectivas, lo que se dice, lo que se chismorrea".

placeholder Nadie tan avergonzado como Fassbinder en 'Shame'. (Steve McQueen, 2011)
Nadie tan avergonzado como Fassbinder en 'Shame'. (Steve McQueen, 2011)

Habría que discutir cuáles son los temas que más nos suelen avergonzar. "Por las cosas que hiciste, por las que no hiciste, por las que hubieras querido hacer; por haber hecho mucho, por no haber hecho lo bastante, por sospechar que solo hiciste lo que todos; por haberlo contado, por haberlo callado: hablar sobre sexo es hablar sobre vergüenza", recalca Porta en el libro. Sí, al igual que la metáfora de la Mirada del Otro que imaginamos al principio, no hay nada que nos dé tanta vergüenza como el sexo. No en vano la más famosa película reciente que trata el tema de una adicción al sexo de una manera cruda y explícita se titula simplemente 'Shame' (Steve McQueen, 2012).

La vergüenza es mujer

En esa escala de privilegios masculinos de los que tanto se habla hoy en día habría que añadirle uno más: el privilegio de poder dar vergüenza ajena. Del mismo modo que las mujeres cuando cuentan algo 'chismorrean' y los hombres 'informan', cuando un sujeto masculino hace algo absurdo o intenta llamar la atención de los otros dando pena, lo hace asumiendo todas las consecuencias porque puede con todo. Cuando lo hace una mujer, sin embargo, las voces críticas, tanto propias como ajenas, empezarán a mascullar y a quitarle el sueño. Al fin y al cabo, el cuerpo femenino siempre ha estado más atravesado o condicionado por las lógicas del refinamiento o la publicidad. Por otro lado, si el sexo es el mayor tema tabú que por excelencia puede inducir a la mayores de las vergüenzas, no hay que olvidar que la sexualización ha recaído y recae, sobre todo, en la mujer. Si tomamos dos canciones que hablen explícitamente de sexo, por regla general tenderá a dar más vergüenza la femenina, siendo más potencialmente censurable o creando una mayor polémica.

"¿Para quién trabaja, para el Ministerio de Sanidad o para la CosmoGirl?", escribe Porta. "Sus clientas, ¿quiénes son? ¿Pacientes que sufren o petardas pijoteras cuya mayor preocupación es que al volver de la playa les queda marcada la rayita del tanga? Pero claro, para qué se va a preocupar usted por enfermedades si ha decidido que el cuerpo femenino es una enfermedad crónica, sí, sí, eso es lo que dice su farmacia, que cada milímetro del cuerpo de una mujer requiere de tratamiento cosmético-clínico, la piel, los pelos, los poros, las uñas, las axilas, los labios, las ingles, el entrecejo (...) A mi cuerpo, del que nunca he sabido nada, siempre le he estado agradecido por sus fallos, por sus calamidades somáticas, por su resistencia pasiva, por colapsar a tiempo, por negarse a obedecer las órdenes insensatas que mi mente le transmite a todas horas. Romperse es lo más parecido a la libertad. Libertad: caída libre".

Foto: Ilustración: Irene de Pablo.
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María Zuil Laura Morales Ilustración: Irene de Pablo

Así, movimientos culturales del siglo pasado como el punk basaron parte de su propuesta estética en lo cutre y desaliñado, invirtiendo los cánones de vestimenta y usando la moda como instrumento político de cara a transmitir sus mensajes que no cesaban de regodearse en el asco, en la impostura verbal o ideológica, en un impulso conflictivo y (auto)destructivo que pretendía aniquilar lo hermoso y lo moralmente correcto. No se puede olvidar (o mejor dicho, es algo que deberíamos olvidar) la imagen de un jovencísimo Sid Vicious paseándose por las calles de París con la esvástica nazi en la camiseta, robando manzanas de los mercados callejeros y provocando a los viandantes; es decir, dando vergüenza ajena.

Evidentemente, este personaje encarna la parte más destructiva de la cultura punk, teniendo esta muchas ramificaciones. Y a pesar de que había mujeres dentro de esa escena, ha perdurado más en el imaginario colectivo el icono masculino de chico rebelde que el de mujer rebelde. En los años 90 despuntó la escena del Riot Grrrl de punk rock femenino que sirvió como respuesta al androcentrismo de la música rock. Era la hora de que ellas dieran vergüenza ajena.

Al final, en 'Juego de Tronos' puedes ser cualquiera de los personajes, todos van a sufrir, morir o dar vergüenza ajena. Pero, sobre todo, no seas Cersei.

Imagina que te gusta mucho una persona. Habéis estado hablando, conociéndoos, intercambiando mensajes que dejan intuir algo más. Es cuestión de tiempo que pase algo entre vosotros. No sabes cómo abordar la situación ni crear el clima adecuado para que salten las chispas y poder declararte. Sin embargo, un día de repente la ves con otro u otra. Descubres que tiene la misma afinidad con ella, incluso más. Todo esto lo ves a través de una ventana en tu oficina, la biblioteca que sueles frecuentar o el aula de la universidad en el que estás. Les ves desde fuera y tuerces el gesto; no te gusta nada lo que estás viendo. Es como si el resto del mundo que te rodea desapareciera momentáneamente, estás demasiado concentrado en descubrir si finalmente se besarán, quedándote sin opciones. Y entonces, notas la mirada inquisitiva de los demás a tus espaldas, que aunque no dicen nada es como si estuvieran cuestionando tu acoso visual a las dos personas, aquella que te gusta y su amante, que finalmente acaban besándose.

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