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La importancia de decir que "no" para cuidar tu salud mental
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La importancia de decir que "no" para cuidar tu salud mental

La autoexigencia o la presión de nuestro entorno nos llevan a situaciones que desearíamos no vivir y que al final repercuten en nuestro bienestar. ¿Cómo debemos actuar?

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¿Cuándo ha sido la primera o la última vez que has rechazado hacer algo porque no podías más? No es nada difícil encontrarte en situaciones en las que no querrías estar, no porque seas un perezoso o un vago, sino por el agotamiento que ya llevas arrastrando durante bastante tiempo. Si pensamos en circunstancias en las que existe esa presión por cumplir tareas, lo primero que nos puede venir a la cabeza son las horas extra que aceptas en tu trabajo aun a sabiendas de que no te lo remunerarán como es debido, solo porque temes que un "no" suponga un perjuicio para tu vida laboral, ya sea en forma de despido o en las caras de pocos amigos que tu jefe pueda ponerte.

De igual forma, si estás muy quemado en tu empleo pero te resulta imposible dejarlo porque no tienes otra alternativa o porque has luchado mucho por llegar hasta ahí y solo piensas en aguantar, deberías volver a recalibrar tus prioridades porque puede que llegue un día en el que no puedas más y colapses. Más allá de estas cuestiones laborales, también está la autoexigencia para con uno mismo que cristalizan en las metas que nos ponemos. Vivimos en la era de la producción constante, incluso cuando no estamos trabajando, y tenemos instalado en la conciencia de que al margen de nuestra carrera profesional también tiene que haber "algo más" por lo que luchar y entrenarse, desde hacer más ejercicio para lucir un físico más bonito hasta seguir formándonos en otras disciplinas por miedo a quedar desactualizados.

"La verdadera fortaleza de una persona consiste en ser consciente de uno mismo para saber dónde está y si el camino a seguir es el correcto"

¿Qué sucede cuando colapsas? Al final, depende de lo autoexigente que seas o de la presión a la que estés sometido por otra persona, ya sea tu jefe, un amigo, un compañero, un familiar o tú mismo. Una de los acontecimientos que más dio la vuelta al mundo en estos últimos Juegos Olímpicos fue sin duda el de la renuncia de la deportista estadounidense Simon Biles. Un hecho inédito en el mundo olímpico que puso sobre la mesa el debate de priorizar la salud mental frente a lo demás, ya que evidentemente si sufres de síntomas asociados a la depresión o a la ansiedad es muy difícil estar al cien por cien, rendir como te gustaría o sentirte bien cumpliendo la meta con la que sueñas y para la que llevas mucho tiempo preparándote. Afortunadamente, Biles dio un "no" como respuesta, pues si llega a forzarse a sí misma los efectos de su trastorno podrían haberse agravado mucho más.

Ser vulnerable, no débil

Mostrar vulnerabilidad no es un signo de debilidad, sino de fortaleza. Los hombres y mujeres más fuertes son aquellos que son conscientes de sus limitaciones y actúan en consecuencia, no aquellos que se ponen metas imposibles y día a día se fuerzan a sí mismos para superarse. Al fin y al cabo, aceptarse a uno mismo, con todos sus defectos, entraña un coraje y una fuerza mucho más grande que tener que demostrar a los demás ser el mejor en una disciplina.

Foto: Daniel Ricciardo está viviendo los peores momentos de su carrera deportiva

Uno de los puntos de vista que refrendan esta teoría y justifican la decisión de Biles es el de Steve Magness, entrenador olímpico, quien en un reciente artículo publicado en 'The Guardian' ponía de ejemplo a los alpinistas profesionales, los cuales se enfrentan a retos que pueden llegar a sobrepasar las capacidades humanas normales. "La verdadera fortaleza de una persona consiste en ser consciente de uno mismo para saber dónde está y si el camino a seguir es el correcto", asegura. "El alpinista tiene que tener muy claro lo que es capaz de hacer y lo que no, ya que la dificultad no consiste solamente en llegar a la cima, sino volver a bajar". Básicamente, son unas de las personas que más claro tienen que lo verdaderamente importante no consiste en cumplir con un objetivo, sino llegar salvo y sano al punto de partida. Por tanto, arriesgar y forzarnos a hacer cosas que sabemos que ya no somos capaces solo presionados por nuestro entorno o por nosotros mismos no es de fuertes o de perseverantes, sino todo lo contrario, es de inconscientes.

La culpa y la responsabilidad

¿Cuáles son las razones que nos llevan a tragar aun a sabiendas de que eso agravará la mala situación que estamos atravesando? En primer lugar, el sentimiento de culpa que nos lleva a priorizar las necesidades de los demás sobre las nuestras. Al final, debemos buscar un equilibrio entre lo que la gente de nuestro entorno requiere de nosotros y lo que necesitamos hacer o dejar de hacer. Estos son los casos en los que más cuesta decir que no, ya que tenemos muchas exigencias autoasumidas a las que contestamos afirmativamente solo porque si lo dejamos de hacer nadie lo hará por nosotros. Por ejemplo, sacrificarnos por alguien que es muy querido y por el que hemos autoasumido su cuidado, como un hijo o unos padres enfermos.

El miedo al conflicto nos puede llevar a hacer cosas que no queremos hacer, por lo que habrá que actuar de manera empática y asertiva para decir que "no"

Esto lleva a la segunda razón por la que siempre decimos que sí, que es el hecho de tender a hacernos responsables de todo. Nos embarcamos en tareas que no tenemos por qué hacer pero que nos cargamos a la espalda, tal vez porque el resto de nuestro entorno no las realiza y si no es por nosotros el bienestar de los demás podría resentirse. Esto también se puede aplicar al escenario laboral en el que, por ejemplo, cuando estamos dentro de un equipo que no desempeña bien su labor o hay un mal reparto de las tareas. En vez de cargarnos con la responsabilidad de hacer el mayor número de cosas posible, lo más adecuado para nosotros y para el resto pasa por enseñar aquello que los demás no pueden o no saben hacer, de tal forma que haya un justo reparto de los deberes. En caso contrario, nuestro estrés aumentará, a la par que el número de tareas por cumplir, ya que el entorno seguirá relajándose más y más al ver que otros acaban realizando las actividades que deberían hacer por sí mismos. También se puede aplicar al cuidado y la educación de los hijos.

El "qué dirán"

La tercera razón por la que automáticamente hacemos cosas que no nos corresponden o que suponen un lastre para nosotros es ceder a la presión externa o al "qué dirán". Esta clase de situaciones se reflejan muy bien en la vida privada, no solo en la laboral. Por ejemplo, tener la obligación de cumplir con un plan al que no te apetece realmente asistir o quedar con alguien a quien no quieres ver. En estas ocasiones, nunca se suele decir que "no" por temor a provocar el enfado de la persona o del grupo con el que 'a priori' nos hemos comprometido sin que siquiera pregunten si queremos asistir.

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Aquí, hay que tener en cuenta que no podemos caerle siempre bien a todo el mundo, ni mucho menos agradarle. El miedo al conflicto nos puede llevar a hacer cosas que no queremos hacer y en este sentido hay que disponer de una fuerza de voluntad y entereza en nuestras decisiones para que los demás no nos condicionen. Obviamente, tendremos que ser asertivos y empáticos con esas personas que demandan algo de nosotros, explicándoles nuestras razones de la mejor forma posible para no cumplir con ese compromiso que dan por hecho que realizaremos.

¿Cuándo ha sido la primera o la última vez que has rechazado hacer algo porque no podías más? No es nada difícil encontrarte en situaciones en las que no querrías estar, no porque seas un perezoso o un vago, sino por el agotamiento que ya llevas arrastrando durante bastante tiempo. Si pensamos en circunstancias en las que existe esa presión por cumplir tareas, lo primero que nos puede venir a la cabeza son las horas extra que aceptas en tu trabajo aun a sabiendas de que no te lo remunerarán como es debido, solo porque temes que un "no" suponga un perjuicio para tu vida laboral, ya sea en forma de despido o en las caras de pocos amigos que tu jefe pueda ponerte.

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