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La Mesta: cuando Castilla 'invadió' Europa y la oveja era la mejor moneda
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La Mesta: cuando Castilla 'invadió' Europa y la oveja era la mejor moneda

Un rey sabio, una apuesta formidable, un ejemplo de colaboración bien arbitrado y un final triste

Foto: Alfonso X el Sabio. (Fuente: iStock)
Alfonso X el Sabio. (Fuente: iStock)

El que no sabe gozar de la ventura cuando llega, no debe quejarse cuando pasa.

El Quijote.

Siempre se ha magnificado – y no sin razón -, sobre la espectacular empresa marítima y comercial del Reino de Aragón en su aventura mediterránea. Tras asimilar el Reino de Mallorca a raíz de la muerte de Jaime I en cláusula de herencia a condición del vasallaje de su hijo Jaime II a Pedro el Grande (hermanastros todo hay que decirlo), ya este anciano y poderoso reino que comprendía no solo sus propios y enormes lares sino además al Reino de Valencia, Condado de Barcelona, el Rosellón, la Cerdaña, Sicilia y un largo etcétera de baronías; tenía una proyección enorme en el Mediterráneo llegando incluso a ser una amenaza para los otomanos que 'cobrarían' de lo lindo en varias ocasiones a través de sus temidas huestes Almogávares como en el caso de la famosa batalla de Kibistra en 1304.

Pues bien, al otro lado de la divisoria, Castilla, el otro gran reino europeo del momento, no estaba de brazos cruzados.

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Su excelente relación con el Señorío de Vizcaya le había proporcionado probablemente a los mejores pilotos de la península sin demérito de otros profesionales del ramo. Esta relación supuso en su momento, una catapulta para el comercio de este reino en su apuesta europea con la Liga Hanseática y los Países Bajos como destinos fijos, con independencia de las relaciones que se pudieran establecer en tránsito.

Tras la constitución de La Mesta, algo más tarde, en 1296, se implementó la no menos famosa Hermandad de la Marina de Castilla, soportada por una infraestructura de puertos de gran abrigo y astilleros de proyección atlántica tales como Fuenterrabía, Pasajes, San Sebastián y Guetaria en el actual País Vasco. En la costa cántabra, Laredo y San Vicente de la Barquera cumplían la misma función. Todos estos puertos de uso mixto, exportación y pesca, cubrían la demanda – al menos en el caso de Flandes -, de atender los avanzados telares flamencos que no podrían haber funcionado sin la preciada materia prima procedente de Castilla.

Solo se producían encontronazos puntuales con los habituales piratas ingleses en la zona del Canal de la Mancha y estas situaciones solían ser resueltas por los reyes castellanos con contundencia a través de enormes almirantes de la talla de Bocanegra, Pero Niño o Tovar, doctorados pirómanos especialistas en sembrar el pánico en las costas inglesas. A raíz de estas incursiones, los isleños comprendieron que era mejor hacer murallas que barcos.

"El gran Concejo de la Mesta fue una superestructura nunca antes vista en Europa y que sería la auténtica impulsora del comercio exterior de Castilla"

En el origen de la expansión mercantil castellana, el gran impulso motriz o dinámico inicial, vino dado por la fuerza o solapamiento de varios gremios ganaderos que sumándose entre ellos en una valiente acción promovida por Alfonso X el Sabio, crearían el gran Concejo de la Mesta, una superestructura nunca antes vista en Europa y que sería la auténtica impulsora del comercio exterior de Castilla arrastrando a otros gremios en su formidable aventura transpirenaica.

Se hace necesario añadir, que en ese momento del medievo escaseaba la acuñación de monedas, de manera que el trueque imperaba; la oveja era por aquel entonces la referencia en las transacciones, aunque no la única. Con el tiempo se convertiría así en patrón de intercambio por excelencia incrementándose exponencialmente su cabaña, y por consiguiente su peso en la economía castellana.

El visionario Alfonso X el Sabio, canalizó esta situación de tal manera que La Mesta fue un valor en ascenso y las ventas de ganado – sobre todo lanar -, se dispararon en un crescendo exponencial hacia el norte de Europa con la evidente traducción de beneficios para Castilla y sus finanzas.

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Años más tarde, una reina audaz tuvo presente la idea de financiar otro reto si cabe, de una envergadura y trascendencia única en la historia de la humanidad; acercar la ignota América a Europa. Estos proyectos ejemplares podrían revelarnos la utilidad de cooperar todos a una en una simbiosis de iniciativa e ingenio de la que los españoles estamos sobrados. A ver si nos ponemos las pilas y usamos un poco el más elemental sentido común en vez de la habitual y prolífica zancadilla.

Pero ciñéndonos al tema en cuestión, lo cierto es que las grandes ideas tienden a sucumbir por la erosión del tiempo y factores no previstos en la ecuación.

Bien es cierto que, a lo largo del siglo XVIII, La Mesta sufriría duros ataques, pues el imparable crecimiento de las tierras de cultivo corría en paralelo al surgimiento urbano. La estocada la daría el liberalismo con una Real Orden allá por el año 1836 en la que se desnudaba a la añeja institución de ciertos derechos hasta “degradarla “al nivel de asociación. En puridad, La Mesta, feneció objetivamente hablando, no por un mero trámite jurídico, sino por la competencia -ahora sí -, de los Países Bajos e Inglaterra cuando en el caso de los primeros consiguieron desalinizar por evaporación grandes áreas a través de la construcción de Pólder con la consiguiente creación de pastos. En el caso de los segundos, las creaciones derivadas de las dos revoluciones inglesas, la agrícola y la industrial afectaron durísimamente a las ya de por si delicadas exportaciones de lana merina.

Un rey sabio, una apuesta formidable, un ejemplo de colaboración bien arbitrado y un final triste; la arena del tiempo en su implacable labor sepulturera.

El que no sabe gozar de la ventura cuando llega, no debe quejarse cuando pasa.

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