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Libreas y zarramacos: los ritos ancestrales que siguen celebrándose en la España rural
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Magia como raíz de la vida vegetativa

Libreas y zarramacos: los ritos ancestrales que siguen celebrándose en la España rural

Desde Galicia hasta el País Vasco, desde Aragón hasta Andalucía, sin olvidar las islas, los rituales con los que nuestros ancestros llamaban a la suerte siguen siendo una suerte de memoria e identidad

Foto: Celebración de La vijaneira de Silió, en Cantabria. Fuente: EFE
Celebración de La vijaneira de Silió, en Cantabria. Fuente: EFE

Los cambios de estaciones han marcado siempre la noción del tiempo para los seres humanos, que pronto comenzaron a pautar sus vidas en función del clima que la naturaleza les presentaba a lo largo del año. Un año, un ciclo completo con sus diferentes cosechas. Más allá de la religiosidad que lo ha determinado, el calendario actual sigue conservando su base con vista a los ciclos vegetativos, a la tierra y a la vida misma que surge y termina en ella. Pero si las circunstancias climáticas marcaron una conciencia humana de orden en torno a ellas, también establecieron la necesidad de partir ese orden como un tallo, partirlo para volverlo a sembrar. De aquellos parones brotaron las fiestas como rituales que celebraban los frutos del cuidado y reunían la fuerza para afrontar de nuevo el trabajo.

“Todas las comunidades se han valido siempre de la fiesta como un mecanismo cultural idóneo para la ordenación temporal de sus manifestaciones religiosas, de sus actividades socio-económicas y para la reactivación periódica de sus identidades y sociabilidades sexuales, grupales, socioprofesionales, locales y supralocales. A través de las prácticas festivas se regulan, celebran o conmemoran, entre otras cosas, los distintos ritmos y cambios operados en la naturaleza, los grupos humanos y la sociedad, así como el complejo sistema de pasiones y emociones que configuran el sustrato interrelacional de la vida cotidiana de las personas y de sus ciclos vitales (nacimientos, bodas, casamientos, defunciones), al igual que los ciclos estacionales, los cambios de estatus, o las tareas agrícolas y ganaderas”, escribe al respecto el antropólogo y poeta Antonio Montesinos González.

En la actualidad, sabemos que muchas de las fiestas populares celebradas por todo el país tienen su origen en los cultos ancestrales que acompañaban la narrativa del medio rural, de su agricultura y su ganadería entre otras prácticas como sustento y lenguaje. Sin embargo, más allá de las ferias o las romerías de marcado carácter religioso que en muchos casos se han desprendido con el paso del tiempo de su significado, otras festividades siguen conservando intacto su carácter ancestral y suponen hoy, en medio de un mundo hiperindustrializado, el micelio de apego intuitivo que nos constituye. Bailes, cantos, paseos, mascaradas y otras formas de comunicarse con las fuerzas de la naturaleza, en la manera que sean, siguen presentes hoy en decenas de pueblos y regiones de España. Todos guardan entre sí el vínculo a través de la representación con trajes y máscaras que no esconden, sino que conectan a las personas con el entorno.

Según señala Bernardo Calvo Brioso: “Naturaleza, personas y máscaras marcaron en el tiempo unas fechas fijas inspiradas en el Sol y la Luna (…) Hay que ayudar a la vida vegetativa a que siga su imparable círculo anual para que no cese; para ello se recurre a la magia, a ritos que reproducen los de los primeros ancestros, dioses o héroes, que vuelven a aparecer cuando el tiempo se detiene en el parón invernal y la oscuridad cubre la tierra. Su fuerza vital y la de los antepasados que han seguido sus ritos año tras año es captada por la máscara. Estas máscaras varían según los pueblos sean agricultores o ganaderos. El mundo pastoril crea máscaras demoníacas; el mundo agrario se decanta por las zoomorfas de vaca; y como símbolo de la fertilidad universal, el toro; el caballo sirvió para llevar las almas de los antepasados. Pero todas buscan sobre todo dos objetivos: purificar las comunidades alejando los males de ellas y propiciar la fertilidad de campos, ganados y personas”.

Algunos de estos ritos son patrimonio inmaterial y nutren la curiosidad de quienes estudian la etnografía, la antropología, la historia y un sinfín de variables que describen el carácter de cada zona geográfica donde se localizan. También la fotografía o la escritura se han acercado a ellas. Desde Cristina García Rodero hasta Charles Fréger. En 1989, Rodero publicó el libro “España oculta”, y en 1992 “España: fiestas y ritos”, donde recopiló la ruralidad española y las tradiciones a través de sus ojos. En ellos aparecen algunas de las bestias enmascaradas que veinte años más tarde encontró Fréger en su recorrido por la península entre los inviernos de 2010 y 2011. Fréger viajó por 19 países europeos, documentando los diversos ritos paganos que encontró en su camino. A su recopilación le puso por título "Wilder Mann: The Image of the Savage".

Desde Galicia hasta el País Vasco, desde Aragón hasta Andalucía, sin olvidar las islas, los rituales con los que nuestros ancestros llamaban a la suerte siguen siendo, como poco, una suerte de memoria e identidad. Aunque sus orígenes, en muchos casos, no están del todo claro, forman parte de creencias al márgen de la religión que con los siglos han tenido que sortearla o adaptarse a ella para poder perdurar.

Foto: Procesión de Las Mortajas en A Pobra. (Flickr de José Pereira)

El Baile de las Libreas en El Palmar (Tenerife)

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Fuente: Turismo de Tenerife

Septiembre

En esta pequeña localidad al noroeste de la isla de Tenerife, la festividad de su patrona, la Virgen de Consolación, coincide con la celebración del ancestral Baile de las Libreas. Aunque no es el único lugar de la isla donde se celebra este rito, es uno de los pocos donde la tradición ha perdurado ininterrumpidamente hasta nuestros días. Las libreas en los diferentes pueblos donde se llevan a cabo tienen como conectores la aparición de diablos y diablas representados en forma de animal ataviado con pieles de cabra, rabo y cuernos de macho cabrío o cabra que pretenden apartar el mal, según recoge el antropólogo Ricardo Fajardo.

Estos diablos y diablas, acompañados por tres parejas masculinas de bailarines, de los que algunos van vestidos de mujer (aunque en la actualidad ya no sucede así ya que las mujeres participan desde hace años), recorren las calles del pueblo danzando al son del llamado tajaraste, una danza o baile acompañado de tambor de madera y flauta que normalmente es de palo de saúco o sabuco. Según recoge Fajardo, es una herencia guanche previa a la ocupación hispánica que en la actualidad está desapareciendo, quedando únicamente para esta celebración. La danza, cuyo origen era ahuyentar los males de las cosechas, finaliza al prender fuego a la mecha que portan los diablos a sus espaldas, ante la mirada del público asistente.

Danza de los locos y del Oso de Fuente Carreteros (Córdoba)

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Fuente: EFE

Diciembre

Una de las tradiciones más populares y singulares de la provincia de Córdoba es el Baile de Los Locos del pequeño municipio de Fuente Carreteros. De carácter folklórico-religioso, tiene lugar en la plaza del pueblo cada 28 de diciembre, día de los Santos Inocentes. El origen de este baile está basado en diversas hipótesis: unos piensan que la Danza fue traída por los primeros colonos de la zona desde sus tierras de origen centroeuropeo en el siglo XVIII, más concretamente en 1.767. Otros, por el contrario, consideran que el baile es de carácter autóctono, ya que por aquellos años en los que se fundaron las llamadas nuevas poblaciones de Andalucía y Sierra Morena ya existían en estas zonas bailes regionales propios.

Como sucede en otros casos, si su origen no está claro tampoco lo está su significado y su estructura. Según los ancianos del pueblo, el baile representa la matanza organizada por el rey Herodes (que mandó matar a todos los recién nacidos e inocentes, los cuales fueron sometidos a una persecución por parte de los soldados y ayudantes del rey). Este es el motivo por el cual el baile se realiza el 28 de diciembre, día de los santos inocentes. Pero algunos investigadores consideran que tiene semejanzas con la festividad de San Nicolás en lugares del centro de Europa, donde el personaje del Santo recorre las calles acompañado por otros personajes similares a "Los Locos de Fuente Carreteros", según apunta el portal de turismo de la Diputación de Córdoba.

“Este baile ha perdurado a través de los tiempos gracias a la transmisión oral de padres a hijos. La desaparición de esta danza en algunas épocas podría haber llevado a la extinción de la misma, de no ser por la constancia de algunos habitantes de la localidad por mantener viva esta antigua tradición. Concretamente en el año 1951 se pierde temporalmente recuperándose en 1952 año en el cual vuelve a desaparecer después de participar en un concurso de danzas antiguas celebrado en Madrid. El baile se recupera final y definitivamente en el año 1982 con la celebración del 215 aniversario de la Fundación de la Colonia” señala el portal.

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Fuente: EFE

Al baile de estos “locos” se le une un oso que, según los investigadores, sí tendría procedencia en los primeros colonos que hace 300 años llegaron a la localidad procedentes de Hungría, Austria, Suiza y Alemania. Para considerarlo así, los investigadores se basan en la existencia (y resistencia) en la actualidad de esta festividad en dichas zonas, muy extendida tanto en Navidad como en carnaval. “Tras desaparecer en 1955 se consigue su reaparición en 1963 para participar en un festival de danzas. Siendo su última recuperación en 1992 hasta nuestros días”.

En este caso, el baile del Oso contiene una simbología vinculada a lo agrario en tanto que el oso está basado en la superstición terrenal. De esta forma, el sentido de esta danza era el de espantar los malos augurios, acontecimientos, noticias y malas cosechas, para que dejen paso a un año fructífero y lleno de trabajo. “Cada azote que el hombre le da al oso pretende la marcha de esos malos augurios”.

Los carochos de Ríofrío de Aliste (Zamora)

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Fuente: EFE

Diciembre

De entre todos los ciclos que la naturaleza marca en el devenir humano, es el llamado Ciclo de los doce días (desde navidad hasta reyes) el que más rituales incluye en la actualidad. “Estas celebraciones festivas de invierno relacionadas con la cultura, la historia y las religiones de la antigüedad hablan, además de su tono jocoso, del ciclo agrario que lentamente empieza a despertar, del reino de la luz y el poder del sol”. Así, Ríofrío de Aliste no es la única localidad que sigue llamando a la buena suerte de esta forma. Los seres misteriosos que animan las pequeñas localidades de toda Castilla y León en esas fechas “realzan el paso de los jóvenes a la edad adulta y subrayan la fertilidad de los campos a partir de las nubes de cernada (ceniza) que los conocidos como filandorros vierten con generosidad a niños, jóvenes y mayores”.

Se trata de una festividad que forma parte de las llamadas mascaradas del norte del país, celebraciones cuyo origen se encuentra en la mitología y en los diversos ritos relacionados con la naturaleza y la cosmología prerromana. Los romanos las integraron en sus ritos religiosos y a comienzos de la Edad Media se fueron teatralizando hasta adquirir un cierto trasfondo cristiano, como explican desde la Asociación Cultural 'Amanecer' de Aliste en la web que han dedicado a este rito. En general se celebran en dos momentos: en torno a la Navidad y durante el Carnaval. En su conjunto, las mascaradas tienen entre sus signos identificativos, además de las máscaras, los cantares en tono crítico que en Ríofrío entonan los llamados molacillos y ciegos, una especie de terapia social que purifica la comunidad rural.

placeholder Fuente: EFE
Fuente: EFE

Sin embargo, la imposición del pensamiento cristiano no pudo imponerse a la fuerza primitiva de la tradición de Los Carochos, en la que se suceden elementos mágicos que los investigadores consideran ritos de fertilidad impregnados de fascinación. “En algún momento del Neolítico los pueblos agrícolas pasaron de adorar a sus antepasados medio animales medio hombres a venerar a los Demonios de la fertilidad, cuyas representaciones aparecen en insculturas ubicadas en Minateda (Albacete), la cueva de los letreros en Vélez Blanco (Almería) y en Jabbaren, el Sáhara Argelino”.

Ya en la antigüedad greco-latina aparecen dioses de la vegetación y la ganadería como el dios griego Pan, o los latinos Fruno y Luperco (al que protege contra los lobos), con aspecto de macho cabrío. En la Edad Media, el símbolo del demonio ya tenía las características del espíritu del mal que el cristianismo había configurado, hasta hoy. En la actualidad, aquellos viejos espíritus o demonios de la fertilidad siguen siendo significativos en un pequeño lugar de la Sierra de la Culebra miles de años después.

Mascarada de Mecerreyes (Burgos)

placeholder Fuente: Ayuntamiento de Mecerreyes
Fuente: Ayuntamiento de Mecerreyes

Entre diciembre y febrero

El objetivo común de los ritos relacionados con las mascaradas de invierno era el de purificar a las comunidades aldeanas al terminar el año, y el mismo fin que otras celebraciones antigüas, la de traer la fertilidad a los campos y a las propias comunidades campesinas.

En la provincia de Burgos, las únicas que se han conservado son las mascaradas de invierno de Mecerreyes. En esta localidad situada a los pies de la sierra de Las Mamblas y a un paso del Valle del Arlanza su Asociación Cultural logró recuperar en los años 80, esta tradición secular que seguramente también se llevaba a cabo en otras localidades de los alrededores.

Desde sus inicios, las máscaras se elaboraban con cualquier cosa que hubiera a mano, especialmente desechos. Así, los vecinos y vecinas utilizaban en su confección huesos que hallaban en los muladares en los que se cebaban los buitres, paja de centeno, hojas, musgos, helechos, retamas, gallarones de los robles, trapos, plumas de aves rapaces, pieles e incluso tripas de animales como el cerdo. “Son las señas de identidad de estas ancestrales vestimentas, cuya telúrica temática remite a la naturaleza más pura, a una época que hunde sus raíces en la misteriosa noche de los tiempos”.

El uso de desechos sirve además para representar con más certeza los elementos de la vida cotidiana en el rural, aquello en lo que se busca la raíz y de la que se pretende alejar todo mal. Por ello, aunque a menudo muchas de estas representaciones y elementos coinciden entre unas zonas geográficas y otras, también en función de estas existen diferencias. En el caso de Mecerreyes, además de la ganadería y la agricultura, el carboneo también fue una actividad identitaria y, por tanto, algunos disfraces también hacen alusión al carbón. Así pues, animales, vegetales y minerales danzan por las calles como mecanismo de defensa de la propia comunidad.

Zanpantzar en Ituren y Zubieta (Navarra)

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Fuente: EFE

Enero

El Zanpantzar o Joaldun es hoy un personaje tradicional de la cultura vasca, originario de los pueblos navarros de Ituren y Zubieta. Su cuerpo se conforma colocando sobre el cuerpo humano enaguas de puntillas, abarcas, chalecos de oveja por hombros y cintura, pañuelos de colores (generalmente de cuadros azules) al cuello, gorros cónicos con cintas, hisopos de cola de caballo y un par de cencerros de gran tamaño sujetos a los riñones. Estos cencerros deben sonar al unísono al andar todos los integrantes del grupo al compás. Es así como, en la última semana de enero, su llegada anuncia el comienzo del carnaval en distintas zonas de la comunidad autónoma.

Esta tradición rural también es un misterio en sí misma: se desconoce su origen exacto, aunque los investigadores han encontrado similitudes entre estas y otras fiestas celebradas en otras comunidades autónomas del norte del país. Las formas de indumentaria y el sentido de la danza que ofrece el zanpanrzar (forzar el "despertar" de la naturaleza y la expulsión de los malos espíritus tras el invierno haciendo ruido), se hermanan a los zarramacos de La Vijanera de Silió, los zamarrones de Zamora, los zarramaches de Casavieja, los mamuthones, de Cerdeña, los kurenti, en el este de Eslovenia, los kukeri, búlgaros, y similares tradiciones con personajes grotescos antropomórficos que se extienden por la Europa meridional.

En cuanto al origen del nombre, algunos ven cierto paralelismo con un personaje medieval francés, Saint Pansard, el santo de la panza o San Panzudo. La denominación Zanpantzar, según apuntan los investigadores, no tiene ningún arraigo en los propios pueblos de Ituren y Zubieta, donde a los portadores de los cencerros se les conoce generalmente como Joaldunak.

La Vijaneira de Silió (Cantabria)

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Fuente: EFE

Enero

También conocida como Viejanera, Vejanera, Bejanera o Vejenera es una de las mascaradas de invierno más documentada. Se desarrolla en la localidad cántabra de Silió el primer domingo de cada año salvo si la fecha coincide con año nuevo, cuando se traslada al siguiente domingo. Su popularidad y su conservada tradición la ha llevado a convertirse en Fiesta de Interés Turístico Nacional. Además, desde este año 2021 está declarada como bien de interés cultural etnográfico inmaterial.

En la convención de 2003 para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial, el propio organismo de la Unesco lo presentó apuntando que “el patrimonio cultural inmaterial significa las prácticas, representaciones, expresiones, conocimientos y habilidades, así como los instrumentos, los objetos y artefactos, los espacios culturales asociados con los mismo que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconocen como parte de su legado cultural. Este patrimonio cultural inmaterial, transmitido de generación a generación, es constantemente recreado por comunidades y grupos en respuesta a su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, y les proporciona un sentido de identidad y continuidad, promoviendo de este modo el respeto por la diversidad cultural y la creatividad humana.”

Se trata de otra de las fiestas primitivas que conservan significados atávicos que imposiciones religiosas e identitarias han ido intentando ocultar, incluso prohibiéndolas durante décadas. En su caso, se ajusta mucho a lo que la población cántabra, la misma que la ha salvaguardado, ha mantenido de su folclore, en especial, su vínculo al pastoreo del que se cree además que proviene esto ritual. De hecho, Jano, dios idealizado con dos caras, representaba la dualidad (el bien y el mal, lo viejo y lo nuevo), pero además era el dios protector de los rebaños.

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Fuente: EFE

Este rito del solsticio de invierno consiste en una mascarada colorista en la que participan alrededor de 75 personajes diferentes encarnados por más de 160 vecinos, todos varones: la madama, el mancebo, el marquesito, los trapajones o naturales, los traperos, el oso y su amo, el pasiego y la pasiega, el caballero, la Pepa o Pepona, el médico, la preñá, el húngaro y las gorilonas, el viejo y la Vieja,los danzarines blancos y negros, el caballero, las giraldas, las jilonas, la zorra, el zorrocloco, el ojáncanu, los guardias, los guapos, el afilador, la pitonisa, la bruja, el diablo... todos ellos vestidos de manera vistosa y con una función y un simbolismo propios. En concreto, el personaje de la Vijanera se compone de multitud de capas de distintos materiales y formas.

Ya en textos del siglo VII aparece documentado, así como la tendencia a representar figuras femeninas. Según aparece reflejado en documentos a lo largo de su historia, originalmente la Vijanera se festejaba en los valles de Iguña, Anievas, Toranzo, Cieza, Luena y Cinco Villas, pero en la actualidad la única localidad de la región donde se lleva a cabo es Silió. No obstante, aunque más desprovistas de su significado ancestral, también existen mascaradas en localidades próximas como Campoo, Liébana, Soba y Polaciones.

Entre la multitud de figuras y representaciones, otros de los grandes protagonistas de la fiesta son los zarramacos: personas vestidas con pieles de oveja y sombreros picudos, con la cara pintada de negro, que van ahuyentando los malos espíritus del año por las calles de la localidad, haciendo sonar los campanos que llevan atados al cuerpo. Su paseo lo realizan danzando y produciendo un ruido atronador, con la misión de expulsar a las malas auras del pueblo. Estas figuras de animales híbridos constituyen el elemento principal de una tradición prerromana.

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Fuente: EFE

Los cambios de estaciones han marcado siempre la noción del tiempo para los seres humanos, que pronto comenzaron a pautar sus vidas en función del clima que la naturaleza les presentaba a lo largo del año. Un año, un ciclo completo con sus diferentes cosechas. Más allá de la religiosidad que lo ha determinado, el calendario actual sigue conservando su base con vista a los ciclos vegetativos, a la tierra y a la vida misma que surge y termina en ella. Pero si las circunstancias climáticas marcaron una conciencia humana de orden en torno a ellas, también establecieron la necesidad de partir ese orden como un tallo, partirlo para volverlo a sembrar. De aquellos parones brotaron las fiestas como rituales que celebraban los frutos del cuidado y reunían la fuerza para afrontar de nuevo el trabajo.

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