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De la silla de enea al bordado de Lagartera: una ruta por la artesanía española
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Del olvido al apego

De la silla de enea al bordado de Lagartera: una ruta por la artesanía española

Del olvido de la artesanía está resurgiendo el apego, o este trata de aferrarse a ella en la manera de cuidarla ante el peligro de extinción de unas prácticas y saberes que son parte de la identidad de los pueblos

Foto: Piezas de cerámica de fajalauza. Fuente: Wikimedia
Piezas de cerámica de fajalauza. Fuente: Wikimedia

La artesanía es quizás el último presagio en movimiento de la cultura popular cotidiana que significó épocas pasadas y que ahora adolece bajo las prisas de la sociedad actual, resignificándola en su esfuerzo por no desaparecer. Las fuerzas del tacto de quien moldea, da forma, teje, pinta o amasa son determinantes de una conciencia colectiva incluso en mitad de un mundo industrializado alimentado por el abandono de las formas de producción más pausadas, sostenibles, y cuidadosas.

Del olvido de la artesanía está resurgiendo el apego, o este trata de aferrarse a ella en la manera de cuidarla ante el peligro de extinción de unas prácticas y saberes que son parte de la identidad de los pueblos: de una generación a otra, estos oficios son también enseñanza. En los últimos años, el interés por lo artesano ha llevado a las grandes cadenas de producción de ropa a copiar las formas, estampados y tejidos de piezas que un día dejaron al margen. No es una competición, sino un reflejo de que algo sucede con la artesanía, su historia y la historia a la que da forma.

Su puesta en valor puede contribuir, junto a políticas de perspectiva local, al cuidado del medio rural y la revitalización de muchos de sus pueblos fomentando prácticas y actividades ancestrales como motor hacia un futuro más ético, también en cuanto al turismo, dándole a este una perspectiva de conexión y a las personas turistas una experiencia de visita mucho más profunda. Estos son algunos de los frutos que el trabajo delicado y minucioso de los artesanos y las artesanas de España nos ofrece:

Las sillas de enea andaluzas

La enea, también conocida como espadaña, anea, bayón, bora o junco es una planta acuática que se localiza en ríos, lagos, turberas y otros espacios húmedos. Aunque existen más de quince especies de ella, en España pueden encontrarse tres. La labor que la emplea para la fabricación de sillas, entrelazando sus hojas en soportes de madera, surgió hace siglos. Como muchas artesanías, pueden encontrarse prácticas con enea en muchas zonas del país (y del mundo) cercanas a ríos y humedales. Como recoge María Dolores Gómez Zafra en su estudio ‘La Artesanía de la labor de la enea’, ya en Egipto se utilizaba para dar forma a diferentes utensilios. Sin embargo, en España, es en la zona central de Andalucía donde esta labor se ha enraizado.

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Fuente: Wikimedia

“Todas las familias y sobre todo a partir de la primera mitad del siglo XX, ya fuesen más o menos pudientes, utilizaron estos asientos. Para sofás banquetas, sillitas paraniños, y sobre todo para sillas. Sillas más altas o más bajas. En cortijos o en casas humildes se empleaban estos utensilios para sentarse, bien para coser, de ahí la silla costurera, bien para preparar los avíos de los guisos, para hacer el salmorejo o el gazpacho o bien para arrimarse a la lumbre o al brasero”, señala.

Así, la silla de enea ha ido adquiriendo valor etnográfico concreto según la zona, desde las más coloridas sillas sevillanas a las más cinceladas de Córdoba. Este elemento forma parte del la historia del flamenco y sigue siendo en la actualidad un elemento representativo del mismo. Ahora que se habla sobre las charlas de verano al fresco con las vecinas, si vas al sur podrás ver que en muchas de estas escenas de portales está presente la silla de enea.

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Fuente: Wikimedia

Cerámica de Fajalauza

Seguro que te suenan estos platos y cuencos pintados con motivos florales en tonos azules o verdes sobre fondo blanco, y en los que se repite una misma figura a menudo, la de una Granada. No es casualidad, es en esta localidad andaluza donde se fabrican, de ahí su distintivo marcado.

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Fuente: iStock

Su nombre hace alusión a la Puerta de Fajalauza, que daba acceso a la parte más alta del Albaicín en la Granada árabe. No es un nombre al uso, sino que señala el origen de esta práctica. El entorno de este barrio comprendió a partir del siglo XVI el núcleo de la artesanía granadina, desde el manejo del vidrio y la alfarería hasta la cerámica, pero como apunta Danielle Dias da Silva la historia de la cerámica en Granada se remonta tiempo atrás a la ocupación de Granada por los reyes católicos en 1492, algo que aunque significa el punto final del estado musulmán en la península, "no elimina la huella artístico-cultural, el color y el brillo de una civilización que dejó raíces muy profundas simplemente perceptibles en los días actuales pero que durante los doscientos años siguientes serían visibles y palpables para los habitantes de la zona principalmente a través de arte cerámico".

La cerámica de Fajalauza se caracteriza por el uso limitado de elementos decorativos heredados de las tradiciones mudéjares, pero también inspirados de otras cerámicas de la península

A diferencia de cerámicas tradicionales de otras regiones, la de Fajalauza se caracteriza por el uso limitado de elementos decorativos desde sus orígenes y será esta aparente sencillez la que, precisamente, la proteja del paso del tiempo y otras culturas sobre Granada y sobre las manos de su comunidad artesana. Muchos de esos elementos, que no por escasos son menos significativos y elaborados, fueron heredados de las tradiciones mudéjares, pero también inspirados de otras cerámicas de la península como la vajilla azul catalana o las áreas andaluzas como Jaén y Sevilla, una muestra de cómo la cultura local se hermana con otras para enriquecerse, estableciendo un vínculo mucho más allá que el geográfico. Así, podemos encontrar representaciones de vírgulas, caracoles, flores de cuatro pétalos con o sin punto central, rombos, palmillas o arquillos además de otras representaciones de animales, especialmente de aves como el gallo o el búho, que aparecieron más tarde.

Las cortinas alpujarreñas y manchegas

Dentro de la cultura popular de las calles del sur de España, especialmente en zonas como Andalucía o Castilla La Mancha, encontramos estas cortinas que protegen las puertas de las casas del sol. En La Alpujarra granadina se sitúa el germen de fabricación de estas telas coloridas confeccionadas en telares por artesanas y artesanos de la zona, habitualmente con estampados de rayas y motivos populares. También en la localidad manchega de Orgaz existe una gran tradición similar.

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Fuente: iStock

De nuevo, la cultura árabe tuvo mucho que ver en la tradicionalidad y el pespunte social: "La fama de estos tejidos se debe a la importancia que alcanzó esta industria en la época de los árabes en Granada y su provincia, que perduró hasta el siglo XVII. Estaba basada esta industria en los cultivos de lana, seda y lino, que fueron posibles gracias a los sistemas de reqadío introducidos por los árabes a raíz de su asentamiento en la Península Ibérica", apuntan María Inmaculada Jiménez Arques y Rosa Comas Montoya y Rosa Comas Montoya en su análisis sobre los tejidos alpujarreños publicado en la revista 'Narria: Estudios de Artes y costumbres populares'.

Muchos de los motivos característicos de estas cortinas en la actualidad siguen siendo parte de la simbología persa que introdujo el pueblo árabe como es el caso del árbol de la vida, la fuente con un pájaro a cada lado y las lacerías que más tarde mezclaron con motivos de carácter cristiano como la vid, las aves, los peces o la paloma de Noé.

Estas cortinas reflejan el valor del aprovechamiento, los cuidados al material y al entorno que lo hace posible y el no desperdicio que abraza el medio rural. De esta forma, surgieron del uso que se le dio a todos aquellos restos de trapos que sobraban de otras confecciones, reservando los más gruesos que no servían para ser tejidos para cambiarlos a los traperos por piezas de cerámica. De las jarapas surgen telares para el transporte de semillas, colchas, delantales y, por supuesto, las cortinas que siguen luciendo vistosamente entre paredes blancas de cal.

Albarcas cántabras

Este característico calzado tradicional es un símbolo de la región de Cantabria. Talladas en madera, se trata de piezas únicas que preservan los pies del agua y de la suciedad del suelo de determinadas faenas que se realizan en los establos, en los prados y en las tierras de labranza. Su forma, con los llamados “tarugos” o tacos en la planta, las hace muy prácticas para caminar por terrenos escabrosos, barrizales, incluso por la nieve.

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Fuente: Wikimedia

Aunque se desconoce el origen de su uso, fue muy popular durante siglos (ya se habla de ellas en un documento de 1657) en el norte del país. De hecho, en el Catastro del marqués de La Ensenada, año 1752, consta el oficio de albarquero en varios pueblos de la zona occidental de Cantabria.

El bordado de Lagartera

En la provincia de Toledo se encuentra la localidad que ha hecho del bordado su seña de identidad. Lagartera es un pequeño municipio donde ha nacido una de las técnicas de bordado más complejas. Se trata de una tradición de siglos que, en la actualidad, envuelve una vez al año los cuerpos de mujeres y hombres con trajes repletos de pequeños detalles, colores y, sobre todo, un laborioso trabajo de paciencia y entrega que llevan a cabo las lagarteranas para confeccionarlos.

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Fuente: José María Moreno García (Flickr)

Según han podido evidenciar los vecinos, se tiene constancia de la existencia de un taller de labranderas en uno de los barrios de la localidad ya a principios del siglo XVI. Las telas que tradicionalmente se usaban para la realización de los bordados eran linos de confección casera, ya que muchas de las casas poseían telares de uso cotidiano. De ahí que la anchura de la tela se correspondiera con la medida del telar, por eso frecuentemente se encuentran con añadidos que de manera magistral unen las lagarteranas con “randas”, “espiguilla” o “punto de escapulario”, disimulando el resto de costuras con bordados sobrepuestos que ya forman parte de la propia belleza de estas prendas.

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Fuente: José María Moreno García (Flickr)

En el siglo XVII, cuando los habitantes de esta zona de la meseta empezaron a ejercer de arrieros, vendían por toda España pequeños paños confeccionados en sus propios telares a cambio de platos de cerámica de otras áreas para adornar los portales de sus casas, convirtiéndolas así en verdaderos museos que han llegado hasta nuestros días con sus llamativas colecciones de cerámica y cobre. La actividad comercial de sus bordados artesanales también ha llegado a nuestros días, siendo la base de la mayor parte de la economía del pueblo.

El arte del bolillo en Cataluña, Galicia o La Mancha

Se desconoce con exactitud su origen ni cómo llegó a la Península, pero el encaje de bolillos aún perdura en algunas regiones como un oficio artesanal que reúne a las mujeres que con sus manos dan forma a todo tipo de prendas, grandes y pequeñas.

Representando un contrapunto frente a la mecanización industrial en el sector textil, la labor del encaje de bolillos usa un sistema específico de tejido y esto es también parte de su atractivo, además de, por supuesto, los patrones de estampados que realizan las mujeres creando auténticos cuadros de tela. Todo esto en su conjunto lo hace perdurar en algunas zonas como un medio de vida o como una afición.

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Fuente: Wikimedia

Desde las palilleras de Camariñas en A Coruña a las encajeras de Almagro en Ciudad Real, sin olvidar a las puntaires que se despliegan en varias regiones de Cataluña, el arte del bolillo sigue tejiendo memoria y tradición.

La artesanía es quizás el último presagio en movimiento de la cultura popular cotidiana que significó épocas pasadas y que ahora adolece bajo las prisas de la sociedad actual, resignificándola en su esfuerzo por no desaparecer. Las fuerzas del tacto de quien moldea, da forma, teje, pinta o amasa son determinantes de una conciencia colectiva incluso en mitad de un mundo industrializado alimentado por el abandono de las formas de producción más pausadas, sostenibles, y cuidadosas.

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