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No estás solo: por qué a todos nos gusta tanto mirar fotografías del pasado
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en el baúl de los recuerdos

No estás solo: por qué a todos nos gusta tanto mirar fotografías del pasado

Pueden ser nuestros recuerdos u otros que no hemos vivido, pero nos gusta volver atrás a ver determinados instantes. Aunque nuestra memoria está cambiando con las tecnologías

Foto: Abuela con nietos en 1952 en la Toscana. (iStock)
Abuela con nietos en 1952 en la Toscana. (iStock)

En la actualidad, el auge de los teléfonos inteligentes ha provocado que nuestra manera de registrar en el tiempo determinados momentos haya cambiado para siempre. El ejemplo más claro está en los niños, que desde que nacen suelen contar con miles de fotografías que circulan por WhatsApp y acaban cogiendo polvo (metafóricamente) en la memoria del algún móvil.

Son millones de fotografías las que, cada día, se almacenan en la nube y quedan en ese extraño limbo, olvidadas para siempre. De la misma forma, se han publicado cientos de estudios que relacionan el uso de las redes sociales con la salud mental. Un estudio comparativo realizado en 2020 entre varios países demostró que, durante la pandemia del COVID y en los momentos de mayor distanciamiento social, el uso de redes sociales entre adolescentes provocó que el 74% de los encuestados mostraran altos niveles de angustia emocional.

Muchos jóvenes dicen tener la imperiosa necesidad de compartir sus imágenes de vacaciones en redes, aunque, paradójicamente, también afirman sentir ansiedad al ver las fotografías de los amigos que siguen en Instagram. Esta manera de fotografiar la experiencia no para recordar el momento vivido sino para que los demás puedan verlo es quizá la explicación de por qué está cambiando nuestra manera de consumir estas instantáneas de recuerdos.

El uso de redes sociales entre adolescentes durante la pandemia provocó que el 74% de los encuestados mostraran altos niveles de angustia

En el pasado, teníamos muchas menos fotografías, pero las 'visitábamos' con más frecuencia, quizá porque en lugar de almacenarlas como ahora en la memoria del móvil lo hacíamos en un álbum de fotos al que podíamos volver siempre que quisiéramos. Nuestra obsesión por registrar el pasado de manera continua está cambiando nuestra manera de recordar: la memoria es esencial para el aprendizaje, sin embargo, se ha demostrado que hacer fotografías de los eventos conduce a almacenar un recuerdo más pobre de dicho evento.

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(iStock).

En otras palabras, nos estamos volviendo más 'tontos' porque necesitamos más estímulos externos para poder recordar, aunque por suerte esto tiene un lado positivo: también hay evidencias claras de que los recuerdos externos, incluidos los 'selfies', pueden ayudar a las personas con problemas de memoria. "Es importante hacer una aclaración", explica Ira Hyman en 'Psychology Today'. "Revisar imágenes puede ayudar a la memoria, pero también puede reemplazarla. En lugar de ver nuestros recuerdos desde nuestra perspectiva original, es más probable que veamos nuestros recuerdos desde la perspectiva externa de la selfie que tomamos. Esto también podría cambiar la forma en que nos sentimos acerca de nuestros recuerdos".

Es innegable que la tecnología nos cambia sustancialmente sin que nosotros nos demos cuenta, y quizá la explicación a por qué nos gustan tanto las fotografías antiguas (esas que guardamos en papel y a las que volvemos periódicamente) se deba no solo a que volvemos a un determinado momento que no podremos recuperar, sino también al hecho de que antes guardábamos menos imágenes, por lo que al ser más escasos, esos recuerdos también se vuelven más preciados.

Se ha demostrado que hacer fotografías de los eventos conduce a almacenar un recuerdo más pobre de dicho evento

Pero no solo nuestras propias fotografías. En los últimos tiempos la democratización de internet también ha puesto de manifiesto otro hecho sorprendente: nos encanta 'fetichizar' las fotografías antiguas. Resulta sorprendente que un joven que jamás vivió la Belle Époque o los años 50 pueda sentir tanta fascinación por esas imágenes del pasado, sin embargo tiene una explicación. El psicólogo Clay Routledge de la Universidad Estatal de Dakota, que ha estudiado la nostalgia, apunta que "Existe la idea de que las generaciones más jóvenes permanecen conectadas con las generaciones mayores porque transmitimos nuestra nostalgia. Transmitimos recuerdos".

placeholder Exposición Universal de París en 1900.
Exposición Universal de París en 1900.

Se habla de distintos tipos de nostalgia, un sentimiento, por otro lado, bastante joven (fue acuñado a finales del siglo XVII por Johannes Hofer para describir una enfermedad que afectaba a los soldados suizos en los campos de batalla, cuando se encontraban fuera de casa y sufrían ansiedad, melancolía y rumia). El psicólogo señala sus dos tipos: autobiográfica (afición por los propios recuerdos) e histórica (afición por las culturales más amplias). Por otro lado, Sveltlana Boym se atreve a describir otros dos tipos: reflexiva y restaurativa. La primera mira hacia el pasado con la idea de que las cosas han cambiado, sí, pero algunas lo han hecho para mejor. La segunda, sin embargo, tiene como objetivo restaurar una Edad de Oro idealizada.

Un estudio mostró que la nostalgia producía calidez fisiológica. Los participantes percibieron que la habitación estaba más caliente

Sea como fuere, las fotografías (nuestras o no) producen nostalgia, un dolor dulce que también nos ayuda a sobrevivir: es un mecanismo que nos impulsa a ir hacia delante. De hecho, un estudio de 2012 mostró que la nostalgia producía calidez fisiológica. Los participantes de la prueba que recordaron un evento nostálgico percibieron que la habitación estaba más caliente que aquellos que no lo hicieron. Ya sea en papel o en el móvil, los recuerdos de nuestros veranos en los 90 o de algo que jamás vivimos, las fotografías cumplen ese cometido tan necesario: la búsqueda del tiempo perdido.

En la actualidad, el auge de los teléfonos inteligentes ha provocado que nuestra manera de registrar en el tiempo determinados momentos haya cambiado para siempre. El ejemplo más claro está en los niños, que desde que nacen suelen contar con miles de fotografías que circulan por WhatsApp y acaban cogiendo polvo (metafóricamente) en la memoria del algún móvil.

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