Es noticia
La 'cara b' de Berlín 1936: los Juegos Olímpicos que cambiaron la historia
  1. Alma, Corazón, Vida
BERLÍN, 1936

La 'cara b' de Berlín 1936: los Juegos Olímpicos que cambiaron la historia

La indiferencia de los países fue una de las razones por las que al cabo de unos pocos años comenzara la Segunda Guerra Mundial. Hoy repasamos algunos de los hechos más curiosos de este gran evento histórico

Foto: Hitler, en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 (Imago, foto de archivo)
Hitler, en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 (Imago, foto de archivo)

Una de las mayores lecciones dolorosamente aprendidas de la historia es que, cuando surge algún tipo de régimen totalitario o fascista, no se puede mirar para otro lado. La indiferencia, en este caso, es la peor de las opciones cuando un movimiento político se declara superior a los demás y atenta abiertamente contra los derechos humanos. "Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada", diría Edmund Burke, padre del liberalismo conservador británico; un aforismo que también expresaron diversos eruditos de múltiples formas y de distintas épocas e ideología, desde Dante Alighieri hasta Bertolt Brecht, pues cuando la ideas fascistas llegan a su máximo apogeo, extendiéndose como un cáncer por la sociedad, ya no hay debate ni discusión que valga. Un único líder, un único partido que totaliza todos los aspectos de la vida pública y social y declara la guerra a aquellos que ve como sus enemigos, generalmente las minorías étnicas, raciales o sexuales, así como contra el resto de ciudadanos críticos que no están de acuerdo con sus valores e ideas.

La indiferencia fue una de las causas por las que el mundo se vio abocado a un verdadero apocalipsis. Sí, hablamos del episodio del siglo XX más famoso por su crueldad y grado de alcance que, a pesar de haber ocurrido hace menos de un siglo, sus fantasmas todavía permanecen muy vivos y atemorizan a la concordia y devenir de las sociedades occidentales de la Vieja Europa: la contienda bélica más grande y salvaje de la historia, la Segunda Guerra Mundial, aquello que no debió haber sido pero sin embargo fue, tal vez el acontecimiento más relevante y trascendental de nuestra historia reciente, del que todavía se siguen escribiendo ríos y ríos de tinta, filmando películas y documentales, y cuyo recuerdo permanece indeleble en la memoria histórica colectiva para que, ante todo, un hecho así no se vuelva a repetir jamás.

"Expreso mis esperanzas de que los Juegos hayan contribuido a estrechar los vínculos entre pueblos", pronunció Hitler en su discurso

La historia no es caprichosa, y para que se produjera un desastre de tal calibre, hubo varios antecedentes históricos que precipitaron a la humanidad hacia este desafortunado escenario. Uno de ellos fue, sin lugar a dudas, los Juegos Olímpicos celebrados en Berlín en 1936. En ellos, el Tercer Reich alemán se presentó al mundo disfrazado de un país cordial que, tras las sanciones impuestas por la comunidad internacional después de la Primera Guerra Mundial y del Tratado de Versalles, había crecido muchísimo económica y socialmente en un tiempo récord. Ahora que vuelven a celebrarse las Olimpiadas, esta vez marcadas por la pandemia, cabe recordar este episodio olímpico por el que Hitler y el partido nazi blanquearon sus ambiciones imperialistas y genocidas a los ojos de todo el mundo. Y así estar seguros de que la indiferencia es de las peores opciones a la hora de prevenir verdaderas catástrofes humanitarias.

placeholder Uno de los carteles propagandísticos de los Juegos de Berlín de 1936. (EFE)
Uno de los carteles propagandísticos de los Juegos de Berlín de 1936. (EFE)

El Comité Olímpico Internacional nombró a Berlín como sede de los Juegos Olímpicos en 1931, antes de que Hitler llegara al poder. De alguna forma, como señalan algunas fuentes, fue la maniobra internacional para acoger y contentar a Alemania tras sus duras sanciones económicas y el aislamiento llevado a cabo por los países de la Triple Entente en el Tratado de Versalles. Además, los Juegos debían haberse celebrado en la capital alemana en 1916, algo que no pudo realizarse debido al estallido de la Primera Guerra Mundial. A partir del momento en que Berlín fue nombrada como sede, la pretensión del partido nazi, que en 1933 llegó al poder, fue organizar las Olimpiadas más grandes y apoteósicas de la historia.

Con el pretexto de generar una buena imagen de cara al exterior, las persecuciones contra judíos y gitanos que ya habían comenzado tres años antes se suavizaron, aunque la vida urbana de Berlín ya estaba marcada por una política férrea de segregación racial que no solo impidió a los judíos competir y formar parte de las federaciones deportivas en los Juegos, sino tampoco tener un hueco en la vida social, estando prohibido que accedieran a determinadas zonas urbanas, tiendas e instalaciones deportivas. Asimismo, el Tercer Reich puso un ingente esfuerzo en asociar la imagen apolínea y hercúlea de los deportistas olímpicos con la supremacía de la raza aria, poniendo en marcha la mayor campaña de propaganda de la historia con cartelería, música clásica (en concreto, de Richard Strauss) y desfiles militares.

Foto: Fotograma de 'Olympia', de la directora Leni Riefenstahl

De hecho, el mundo del cine no habría sido el mismo de no ser por Leni Reifenstahl y su documental de más de tres horas y media 'Olympia' que documentó toda la celebración a la par que sirvió de propaganda del imperio nazi. Las técnicas cinematográficas que puso en marcha siguen estudiándose hoy en día en las escuelas de cine, ya que su empleo de las imágenes aludían a un lenguaje metafórico inédito por aquel entonces, ensalzando en todo momento los valores apolíneos de los juegos y de la raza aria. Un documental cargado de poesía visual sobre valores como la belleza, la fuerza física o la elasticidad de los deportistas.

El primer mensaje en llegar al espacio

"Quiero dar las gracias sinceras a los competidores que han llegado de todas las partes del mundo. Sus hazañas nos llenan de admiración y sus nombres perdurán en la historia del deporte. Expreso mis esperanzas de que los Juegos de Berlín hayan contribuido a fortalecer el ideal olímpico y cooperado para estrechar los vínculos entre pueblos". Así arrancaba el discurso inaugural Adolf Hitler, que, como anécdota curiosa, fue la primera emisión de un mensaje con la suficiente potencia como para atravesar la atmósfera y salir al espacio. Irónicamente, el Führer recogió los valores de los Juegos que antaño promulgó su fundador, Pierre de Coubertin, basados en la amistad y el compañerismo deportivo de todas las naciones, algo que más tarde quedaría como papel mojado cuando Alemania invade Polonia el 1 de septiembre del año 1939.

En las Olimpiadas Populares celebradas para boicotear las de Hitler, participaron atletas judíos u homosexuales exiliados del Tercer Reich, aunque la Guerra Civil estalló al comenzar

Estados Unidos, Reino Unido y Francia, las tres grandes potencias occidentales, no eran ajenas a los maquiavélicos planes de Hitler. En cierto modo, veían sus intenciones y contemplaban el desarrollo que había tenido Alemania con gran temeridad, de ahí que intentaran sabotear los Juegos con intentos de boicot. El país norteamericano en un principio alegó que no participaría. Su presidente del comité olímpico nacional, Avery Brundage, estaba preocupado por la segregación racial que ya había impuesto el Tercer Reich a los judíos, impidiéndoles participar en los juegos y en la vida pública de la nación. Otra de las voces que más abogó por el boicot fue la de Jeremiah Mahoney, presidente de la Federación Estadounidense de Atletismo, quien también creyó que la situación social de Alemania iba en contra de los valores deportivos de los Juegos. Pero finalmente, y tras mucho debate, Estados Unidos finalmente acudió a Berlín, alzándose, además, como el segundo país con mayor número de medallas seguido, como no podía ser de otra forma, de Alemania.

Las Olimpiadas Populares españolas

¿Y España? ¿Cuál fue su papel en estas Olimpiadas marcadas por la exaltación nazi? En efecto, nuestro país tuvo una gran importancia, pues se mostró como uno de los estados más en contra de que el acontecimiento deportivo se celebraran en Berlín. Tanto es así que se organizaron las Olimpiadas Populares con sede en Barcelona, la otra candidata a acoger los Juegos en 1936. En ellas, se dieron cita los deportistas que fueron repudiados y rechazados de las Olimpiadas oficiales por su condición de judíos u homosexuales.

Foto: Las milicias populares se formaron en todo el territorio republicano, pero no todas tenían los mismos objetivos.

Lamentablemente, no llegaron a celebrarse porque a los pocos días de comenzar irrumpió el hecho histórico que desembocó en la Guerra Civil y cambió el rumbo de España para siempre: el golpe de Estado del 18 de julio del general Francisco Franco. Organizadas por la Internacional deportiva roja y por el llamado Comité català pro esport popular de Esquerra Republicana (ERC), las Olimpiadas Populares nacieron de la negativa del Frente Popular de enviar a sus deportistas a Berlín, a lo que se fueron sumando el resto de federaciones deportivas de otros países que también buscaban boicotear el sueño de Hitler. Para la cita se inscribieron 6.000 atletas de 22 naciones distintas, y también se hicieron equipos de judíos represaliados o exiliados en Alsacia, Cataluña, Galicia y el País Vasco.

Una nadadora anarquista llamada Clara Thalmann

Tras el estalliido de la Guerra Civil, pocos días antes de comenzar estas olimpiadas alternativas, los atletas y deportistas que viajaron a Barcelona tuvieron que huir a toda prisa. Francia cerró las fronteras y algunos de ellos se quedaron por propia voluntad o ante la imposibilidad de salir del país. Una de las atletas más desconocidas y que tuvo un papel de lo más relevante fue Clara Thalmann, una anarquista suiza que, impresionada por la fuerza y el tamaño del movimiento obrero catalán, decidió unirse a la Columna Durruti en cuanto comenzó la guerra y tras haberse presentado en la competición deportiva como nadadora.

Los negros para el Führer eran "gente primitiva cuyos antecedentes provenían de la selva, con cuerpos más fuertes que los de los blancos civilizados"

En las barricadas, Thalmann conoció a un famoso escritor, George Orwell. Ambos combatieron juntos contra los franquistas en el Frente de Aragón, en el que estuvo a punto de morir recibiendo un disparo en el cuello. Estas anécdotas las contaría más adelante en su libro 'Homenaje a Cataluña', donde detalla el fervor revolucionario y anarquista de la población catalana al comienzo de la Guerra Civil. Un año más tarde, y tras las numerosas tensiones dentro de los grupos de izquierda comunistas y anarquistas en la ciudad condal y el avance de las tropas franquistas, Thalmann tuvo que partir al exilio en 1937 a París. Allí acogió a grupos de judíos represaliados del régimen nazi y fundaría un grupo revolucionario contra el Tercer Reich. Años más tarde, cuando Hitler invade Francia y esta queda partida en dos, formará parte de la Resistencia para la liberación de París.

Jesse Owens, icono antirracista

Volviendo a los Juegos Olímpicos de Berlín, el atleta que más sobresalió en todas las pruebas deportivas fue un muchacho afroamericano llamado Jesse Owens. Tal y como sostuvo el arquitecto alemán Albert Speer muy cercano a Hitler, su líder no quedó nada contento con el triunfo de Owens. En sus propias palabras, los negros para el Führer eran "gente primitiva cuyos antecedentes provenían de la selva, con cuerpos más fuertes que los de los blancos civilizados". De ahí que quisiera excluirlos de los juegos, algo a lo que Estados Unidos y su federación deportiva se negó ya que sus atletas afroamericanos conformaban un alto porcentaje del total; y, de hecho, fueron en parte los grandes responsables de que el país norteamericano quedara segundo en número de medallas.

placeholder Jesse Owens se alza con el primer puesto en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936. (Foto de archivo)
Jesse Owens se alza con el primer puesto en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936. (Foto de archivo)

Lo más curioso y paradójico de la historia de Owens, que pasó a ser referente e influencia de la lucha antirracista, es que declaró haber sido tratado muchísimo mejor en el Berlín del Tercer Reich que en su país natal, Estados Undos. Obviamente, el partido nazi puso mucho esfuerzo en blanquear la segregación y discriminación que practicaba contra las minorías raciales, pero eso no quita para darse cuenta de la discriminación contra la raza negra que había por aquella época en el país que años más tarde plantó cara a Hitler y ganó la Segunda Guerra Mundial, así como también la nación que se postuló como garante de la democracia en el mundo, ayudando en la reconstrucción de los países para superar el desastre mayúsculo causado por el conflicto.

Tongo a favor de Austria y contra Perú

Otro de los hechos más reseñables de estos Juegos fue la anulación de un partido de fúbtol de los cuartos de final entre Perú y Austria. Obviamente, Hitler no veía con buenos ojos a los atletas sudamericanos, considerándoles como una raza inferior a la aria, de ahí que cuando ganaron por cuatro goles a dos, el propio Führer presionó a los organizadores del evento para que el partido quedara suspendido y anulado, alegando una presunta invasión de campo por parte de los aficionados peruanos.

La federación del equipo andino protestó, más aún cuando su máximo goleador, el delantero Teodoro Fernández Meyzán, había marcado tres goles que fueron anulados durante el partido. Al final, el Comité Olímpico Internacional dio la razón a Hitler, ordenando que el partido se volviera a jugar a puerta cerrada, pero Perú se negó, pues en el fondo sabía que nunca jamás podrían llegar a ganar ese partido.

Una de las mayores lecciones dolorosamente aprendidas de la historia es que, cuando surge algún tipo de régimen totalitario o fascista, no se puede mirar para otro lado. La indiferencia, en este caso, es la peor de las opciones cuando un movimiento político se declara superior a los demás y atenta abiertamente contra los derechos humanos. "Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada", diría Edmund Burke, padre del liberalismo conservador británico; un aforismo que también expresaron diversos eruditos de múltiples formas y de distintas épocas e ideología, desde Dante Alighieri hasta Bertolt Brecht, pues cuando la ideas fascistas llegan a su máximo apogeo, extendiéndose como un cáncer por la sociedad, ya no hay debate ni discusión que valga. Un único líder, un único partido que totaliza todos los aspectos de la vida pública y social y declara la guerra a aquellos que ve como sus enemigos, generalmente las minorías étnicas, raciales o sexuales, así como contra el resto de ciudadanos críticos que no están de acuerdo con sus valores e ideas.