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Isabel de Bobadilla: la gobernadora en su laberinto
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Isabel de Bobadilla: la gobernadora en su laberinto

De sensibilidad notable, culta, lectora empedernida y profunda observadora del alma humana, era una competente gestora de los asuntos de gobierno

Foto: Isabel de Bobadilla (Wikimedia)
Isabel de Bobadilla (Wikimedia)

Solo los muertos conocen el final de la guerra.

Platón.

Su tristeza era notoria como tan legendaria su belleza. Su famoso marido, Hernando de Soto, había desaparecido misteriosamente en la península de Florida tras partir de Cuba. Varias expediciones intentaron infructuosamente localizarlo, pero el reto era un galimatías mayúsculo y mientras, todas las exploraciones con este propósito, desembocaban en fracasos.

Tres años después, contando desde octubre de 1540, todos los que intervinieron en su búsqueda, habían desistido o directamente, arrojado la toalla. Entretanto, docenas de nativos habían sido contratados por los expedicionarios para localizar al adelantado que se había esfumado misteriosamente. Se supo que había pasado de la Florida a lo que hoy es la cuenca del Misisipi, pero poco más. La incertidumbre había llegado a Cuba para quedarse. El que fuera gobernador de la isla, era un culo de mal asiento.

Isabel de Bobadilla, su compañera en este tránsito vital, sumaba una serie de exquisitas cualidades mezcladas cuyo cóctel era cum laude. De sensibilidad notable, culta, lectora empedernida y profunda observadora del alma humana, era una competente gestora de los asuntos de gobierno como delegada de su marido. Cualificada para ejercer la autoridad con firmeza, su ecuanimidad en el juicio le daba un plus de credibilidad a la hora de tomar decisiones. Solo se le podía hacer una observación de la que ella nunca fue responsable; era hija del cruel, mendaz y ambicioso Pedrarias Dávila, el asesino que acabó con los sueños de Balboa tras calumniarlo sin titubear.

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Cuando el marido de Isabel de Bobadilla tomó tierra en Florida en busca de su viaje iniciático hacia la fortuna, llevaba tras de sí más de 600 hombres, 200 caballos y una enorme jauría de mastines a los que el Inca Garcilaso de la Vega adjudicaba las continuas derrotas de los atribulados nativos reflejadas estas en su famoso libro “Florida del Inca”.

Era el año 1539 y una decena de naves bien abastecidas, con el apoyo de la fortuna de su mujer y la suya propia, iniciaban una singladura de cerca de 7.000 kilómetros por un territorio plagado de caimanes de tamaño King Size y un formidable catálogo de serpientes que harían las delicias de perros y exploradores, eso sí, pasados previamente por improvisadas barbacoas.

Finalmente, el belicoso maridito de Isabel de Bobadilla tras estragar a todo quisque, acabaría emulando a Atila pues, su paseo – que no tuvo nada de triunfal en relación a los propósitos iniciales -, dejaría miles de muertos y desolación por donde pasó. Obviamente no se puede juzgar esto más allá del contexto en el que se tuvo que ver enfrentando retos colosales que merecen capítulo aparte.

"Para cuando supo de la muerte de su marido, la digestión vital de lo cotidiano se le hizo harto difícil"

Mientras tanto, su paciente y resignada mujer llevaba la gestión de la gobernanza de Cuba con mano de hierro y guante de seda.

Para cuando Isabel de Bobadilla supo de la muerte de su marido, la digestión vital de lo cotidiano se le hizo harto difícil. Cuba era un gallinero y hervidero de intrigas. El buen oficio de esta sensata mujer al que había que añadir la inestabilidad generada por los conspiradores, se vino al traste cuando Diego Maldonado y Gómez Arias le comunicaron la “mala nueva”. En este momento, toda su entereza se quebró y el azote de la desgracia la convertiría en un alma en pena, de luto severo y cara demacrada, hasta convertir en puro pergamino su hermosa piel de antaño.

Abandonando todos sus cargos, volvió a España con su querida Isabel, una esclava que llevaba a su servicio años ha. Esclava a la que daría carta de libertad para regresar a Cuba con su amado, un pescador de bajura llamado Alberto Díez con el que había tenido sus primeros amores cuando todavía era púber. En medio de la tragedia el amor triunfaba.

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Las crónicas de la época no dieron mucho pábulo al discreto ejercicio de gobierno de Isabel de Bobadilla pues a la postre, no dejaba de ser una mujer en un medio hostil donde no había espacio para lo sensible. A pesar de ello demostró tener temperamento y temple solidos ante la adversidad. Felipe II la tuvo en alta consideración mientras vivió y siempre mostró un alto y respetuoso interés por esta mujer de una pieza.

Isabel de Bobadilla, serenidad en el ojo del huracán.

Solo los muertos conocen el final de la guerra.

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