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Entierros bajo las colinas: el resurgimiento de una práctica prehistórica en pleno siglo XXI
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"La comunidad de futuros muertos"

Entierros bajo las colinas: el resurgimiento de una práctica prehistórica en pleno siglo XXI

Los llamados túmulos habían sido monumentos históricos en Inglaterra. Hasta ahora

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La aceleración contemporánea comienza a girar a la inversa. Reflejo de ello son los contínuos intentos de cobijarse en entornos naturales, lejos de la masificación de la ciudad, de cada vez más personas. Esta búsqueda redundantemente frenética, como una huída umbilical desde la inercia, se despliega sobre el devenir social más allá de la muerte.

Como una acción que trasciende a sí misma, la muerte interpela a la propia historia de la humanidad: si permanece constante bajo su existencia, las prácticas que a lo largo de los siglos han surgido en torno a ella están para siempre en un estado de cambio. Las nuevas formas de rituales funerarios podrían ser el reflejo de que la sociedad ha iniciado un proceso hacia lo ancestral para sentirse a salvo. Así, los entierros actuales se están desvinculando de los núcleos urbanos, y no precisamente en la manera en la que los cementerios se alzan a las afueras de los mismos como un apéndice de la vida que sigue enfrentándose al futuro.

Del neolítico a la actualidad

En Inglaterra, una práctica prehistórica de enterramiento está resurgiendo en sus campos: Se trata de túmulos bajo tierra, en colinas que guardan restos humanos. Estos montículos de tierra o piedra son monumentos característicos de los períodos prehistóricos en dicho país, donde fueron una práctica habitual hace 5.800 años. En la actualidad, se conservan 300 entre Escocia e Inglaterra, con una mayor presencia en zonas del sur y el este del territorio. A ellos hay que sumar ya, al menos, cuatro túmulos modernos que han sido terminados en los últimos años, además de otros siete que se encuentran en proceso de planificación, cada uno con elementos de diseño tomados de túmulos funerarios megalíticos de los períodos Neolítico y de la Edad del Bronce.

Foto: Cementerio de la Salud de Córdoba. EFE Rafa Alcaide

El primero, como apunta Matthew Taub en Atlas Obscura, fue en The Long Barrow en All Cannings, Wiltshire, en 2014, y desde entonces la práctica parece haberse consolidado con empresas como Sacred Stones y otros propietarios privados que ya se dedican a la constucción de estos nuevos túmulos. Tanto es así que este ejercicio que recupera la tradición ha llegado al arqueólogo Dr. Kenny Brophy y al investigador Andrew Watson, que han iniciado la primera investigación arqueológica en profundidad de lo que consideran un fenómeno aún sin causa clara. Para Brophy resulta fundamental en el proceso de estudio partir de la noción que tienen las personas para interactuar “con la cultura material en relación con la muerte y el entierro en cualquier período de tiempo”, por lo que esta deriva supone ahora la necesidad de explorar las perspectivas contemporáneas sobre la muerte, el entierro, el duelo y el recuerdo.

La historia de la humanidad tiene como hilo conductor la atención a sus muertos, tanto en la forma en que había de tratar sus cuerpos como el lugar donde depositarlos y, muy especialmente, a los ritos que se habían de celebrar para atenuar el miedo. Esto, que comenzó en etapas muy tempranas, como consecuencia de un pensamiento mágico que regía los procesos sociales, sigue presente en la actualidad con gran intensidad, pese a la evolución del pensamiento científico. Si algo ha resistido a la modernidad son los rituales funerarios, convirtiéndose además en la expresión cultural de cada sociedad.

Otras alternativas posibles

En este caso, las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo hasta la fecha indican que la construcción de los túmulos era la última fase de una secuencia de actos que conformarían un ritual de inhumación en la sociedad británica entre el 4.000 y el 2.400 a.C. Al principio, estas construcciones albergaban los restos de varias personas. Más tarde, quedaron como espacios individuales para un solo cuerpo. En cualquier caso, la practica está vinculada a la población adinerada, líderes de clanes y reyes.

En la región del Tíbet se siguen llevando a cabo los llamados entierros celestiales, una práctica basada en entregar el cuerpo a la naturaleza colocándolo en la cima de una colina

Los nuevos túmulos se describen como “no afiliados a ninguna religión en particular y dirigidos específicamente a aquellos que han optado por la cremación”. Su fin, como indica la empresa que los está poniendo en marcha, es “ofrecer una sensación de seguridad a quienes temen que el espacio colmado de los cementerios adquiera otros usos en un futuro cercano. Después de todo, muchos túmulos han sobrevivido intactos desde hace miles de años” por lo que consideran que podrían convertirse en “la comunidad de los futuros muertos”.

Sin embargo, esta no es la única alternativa de cementerio que ha surgido en los últimos años ante el conjunto de problemáticas que definen el mundo actual, como es la masificación de las grandes urbes, el distanciamiento con los entornos naturales y en consecuencia el cambio climático. De hecho, los entierros vinculados a la tierra libre siguen dándose en pueblos indígenas de América, África o Asia donde en la región del Tíbet se siguen practicando los llamados entierros celestiales (una práctica basada en entregar el cuerpo a la naturaleza, colocándolo en la cima de una colina, para que los diferentes elementos y animales se sirvan de él). De la misma forma, otras nuevas alternativas apuestan por una práctica más sostenible como los llamados “entierros verdes” que comienzan a aparecer en países anglosajones, los entierros en parques públicos en Taiwán o el compostaje corporal puesto en marcha recientemente en Washington. La cremación, por su parte, no es la opción más sostenible (consume grandes cantidades de gas natural, lo que produce abundantes emisiones de gases de efecto invernadero) y, pese a la belleza lúgubre del interior de los túmulos, tampoco en la actualidad es la opción más accesible.

La aceleración contemporánea comienza a girar a la inversa. Reflejo de ello son los contínuos intentos de cobijarse en entornos naturales, lejos de la masificación de la ciudad, de cada vez más personas. Esta búsqueda redundantemente frenética, como una huída umbilical desde la inercia, se despliega sobre el devenir social más allá de la muerte.

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