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Demasiado WhatsApp para la salud: cuando el estrés tecnológico nos lleva a no contestar
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Demasiado WhatsApp para la salud: cuando el estrés tecnológico nos lleva a no contestar

La ansiedad derivada de tener demasiadas conversaciones abiertas se agrava entre las personas a raíz de la pandemia. Dos psicólogos nos hablan sobre ello para evitar que nos afecte

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Como si de un huracán se tratase, el coronavirus irrumpió en nuestras vidas transformándolas por completo. A comienzos de la pandemia, si el lector llega a recordar, usamos el teléfono móvil más que nunca. Un estudio publicado en septiembre reflejó que el uso de las comunicaciones digitales aumentó exponencialmente en los primeros días de cuarentena. La demanda de noticias se disparó, así como las ganas de saber cómo se encontraban nuestros seres queridos y cómo iban a afrontar la cuarentena que estaba por venir. Por otro lado, las quedadas sociales con amigos y familiares se redujeron a la pantalla rectangular de nuestro ordenador. Ahora, meses más tarde y en mitad de la tercera ola, son muchas las personas que están sufriendo en sus carnes el efecto contrario: no quieren saber nada del teléfono móvil ni tampoco responder a los mensajes, sobre todo los alojados en grupos con diferentes personas.

"A medida que avanzaba la pandemia, descubrí que las conversaciones grupales agravaban mi estrés, no lo reducían. Mi teléfono se iluminaba constantemente con notificaciones de noticias, y los 50 o 60 mensajes de texto perdidos que podía recibir en una hora en cualquier chat grupal me ponían nervioso al no responder. Me sentí culpable por no contestar de inmediato o no revisar el hilo grupal. Tampoco pude encontrar una buena excusa. ¿Que iba a decir? 'Perdón por no responder, estaba demasiado ocupado en casa sin hacer nada por octavo mes consecutivo'". Estas son las palabras de Bryan Lufkin, periodista de la 'BBC', quien hace poco escribió un interesante artículo en el que documentaba este rechazo hacia la comunicación digital.

"Al habernos acostumbrado a usar WhatsApp hemos naturalizado algo que en la vida real no ocurre, que es hablar con cinco personas a la vez"

Teniendo en cuenta las palabras de Lufkin y lo expuesto anteriormente, ¿por qué nos hemos vuelto un tanto pasivos a la hora de comunicarnos con otros en nuestros chats privados y grupales? ¿Puede haber sido a raíz del empacho que sufrimos meses atrás, cuando tuvimos que guardar una cuarentena estricta que solo podía romperse para realizar tareas mínimas y de primera necesidad?

Una retroalimentación negativa

"Al comienzo de la pandemia, los chats grupales se podían sentir como una buena forma de compadecimiento recíproco", asevera Elias Aboujaoude, psiquiatra de la Universidad de Stanford, al diario británico. "Contábamos con que todos los miembros de nuestros grupos virtuales tenían en común esa experiencia altamente estresante. El problema es que el estrés y la ansiedad se pueden llegar a magnificar exponencialmente en los chats grupales". Bien es cierto que en aquella época ninguna de las noticias eran buenas. Tal vez por ello todos y cada uno de nosotros nos retroalimentábamos en un sinfín de informaciones y opiniones que no hacían más que constatar que nuestra vida no volvería a ser como antes y que todos estábamos en peligro de contraer el virus.

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"Mucha gente siente fatiga psicológica, no solo por las informaciones relativas al virus y las restricciones, sino también tecnológica de tener que mantener el contacto con sus amigos, familiares y conocidos por vía digital", asegura Rafael San Román, psicólogo de la plataforma de atención psicológica online iFeel, a El Confidencial. "Detrás de esa conducta de dejar de responder a los chats puede haber varios motivos: puede ser una persona que esté desarrollando una aversión a los móviles y la tecnología o también porque decide ejercer un control sobre su conducta hacia el teléfono para no tener que depender tanto de él a la hora de comunicarse".

"Tras casi un año de pandemia, en donde la comunicación a través de nuestro teléfono móvil se ha vuelto más intensa y notoria que nunca, es lógico entender que haya personas que estén cansadas de permanecer constantemente conectadas", explica a este diario por su parte Enrique Carravilla, psicólogo colegiado miembro de la comisión de las TIC del Colegio Oficial de Psicológos de Castilla y León (COPCyL), quien además redactó un trabajo de investigación sobre uso, abuso y dependencia a las nuevas tecnologías. "Esto podría deberse a una fatiga causada por la interconexión casi constante".

"Hay que reflexionar sobre la utilidad que le damos al móvil para tomar responsabilidad y cambiar aquello que sospechamos que no nos gusta"

San Román incide en que "al habernos acostumbrado a usar herramientas como WhatsApp y compaginarlo con otras tareas, hemos naturalizado algo que en la vida real, en la comunicación auténtica, no ocurre, que es hablar con cinco personas a la vez". En esta clase de plataformas "hablamos con muchas personas de forma simultánea, y esto no es natural, aunque la herramienta lo permita. En algunos casos, puede suponer que nos saturemos ante tantos estímulos, hasta el punto de desear que te dejen en paz".

Paradójicamente, el sentido de la ansiedad provocada por los medios de comunicación telemáticos digitales (chats y videollamadas) puede cambiar y mostrarse de forma invertida. Es decir, sentir estrés al no disponer de una fuente suficiente de contactos con los que hablar. Aquí es donde entraría el efecto FOMO (acrónimo de la expresión inglesa "fear of missing out"), el cual como su propio nombre indica alude al miedo de perdernos algo en las redes sociales, aunque también puede aplicarse a las conversaciones digitales con nuestros contactos. Tanto como nos puede generar ansiedad el hecho de tener que responder los mensajes pendientes también podemos sentir malestar si no disponemos de una cantidad suficiente de coinversaciones abiertas o pendientes, temiendo porque nuestra vida social cibernética colapse y quedarnos aislados.

"¿Por qué yo no?"

"El hecho de que esté normalizado que una persona tenga muchas conversaciones en su teléfono móvil hace que aquellos que no las tengan (sea de forma momentánea o continua) puedan sufrir un efecto nocivo de comparación que en algunos casos puede derivar en FOMO", recalca Carravilla, por su parte. "Ante una ausencia de conversaciones en sus chats, el individuo se pregunta: '¿Y por qué yo no?', lo que le conduciría a sentirse aislado o más solo. También puede suceder que sientan que hay un montón de cosas que están ocurriendo sin que ellos se enteren, lo que genera malestar". Esto último también puede ser la causa abierta a desarrollar algún tipo de adicción al teléfono, que aunque no esté reconocida como una patología mental real, puede llevar a la persona a revisar constantemente las últimas notificaciones en el móvil a riesgo de perderse algo importante.

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Pero, ¿qué es el FOMO en realidad? ¿Una mera sensación, un síntoma o una patología? Carravilla pone un ejemplo que lo ilustra muy claro: "Una persona abre el WhatsApp tras varias horas sin consultarlo y nadie le habla. Se siente molesto y triste por ello, pero no manifiesta enfado ni decepción. Si al cabo de un tiempo por fin tiene notificaciones, ese malestar desaparece sin mayor interferencia. Aquí el FOMO está entendido como una sensación que hace que la persona se sienta aislada pero que no conlleva más problemas para ella", relata.

"Sin embargo, a otra persona le sucede lo mismo pero esta vez se pone mucho más nerviosa y abre otras redes sociales, como por ejemplo Instagram, para ver qué hacen sus amigos o si le ha llegado algún mensaje", prosigue. "Entonces, piensa que sus amigos le han dejado de lado, que están hablando por otros grupos de chat en el que él no está, entre otros pensamientos negativos. En este segundo caso, el FOMO podría ser síntoma de un problema mayor de dependencia al 'smartphone' o a las redes sociales. Por tanto, creo que no es posible calificar 'a priori' como enfermedad, trastorno o síndrome al FOMO, sino que debe entenderse como un fenómeno que puede ser o no síntoma de un problema mayor".

Una vida tecnológica "útil"

Por último, cabe destacar algunos consejos para un uso del teléfono móvil sano y útil de la mano de los dos expertos. "Lo primero, reflexionar sobre la utilidad que le damos al móvil y para qué lo usamos con el objetivo de tomar responsabilidad y cambiar aquello que sospechamos que no nos gusta", incide San Román. "No abandonarme al estrés, sino cambiar algo, no seguir actuando igual. Si usamos la tecnología de una manera eficiente e inteligente y no intensiva, no tiene por qué haber problema. Prestar atención a las señales que me alertan de que no estoy dándole un buen uso y saber qué necesito para que fuera bueno o de calidad. No se puede eliminar la tecnología de la vida, por tanto, hay que reflexionar sobre el uso que le damos".

"Lo más importante es saber que lo que hay detrás de esa pequeña pantalla no es la realidad, sino una representación de la misma", concluye Carravilla. "El 'smartphone' no deja de ser una herramienta que existe para facilitarnos la vida, pero nada de lo que nos pueda ofrecer puede reemplazar al contacto social. Lo mejor que se puede hacer es vigilar el uso que se hace del teléfono. Si una persona sufre ansiedad por él, se debe intentar que esta reconstruya sus acontecimientos y vivencias fuera de estos dispositivos. Es decir, que la sensación de gratificación que obtiene a través del móvil se asocie a la realidad del momento, y no a lo que hay reflejado en la pantalla. Finalmente, y como último consejo, tratar de recuperar aquello que es posible que el teléfono móvil nos haya quitado, como por ejemplo ese breve rato de lectura antes de dormir".

Como si de un huracán se tratase, el coronavirus irrumpió en nuestras vidas transformándolas por completo. A comienzos de la pandemia, si el lector llega a recordar, usamos el teléfono móvil más que nunca. Un estudio publicado en septiembre reflejó que el uso de las comunicaciones digitales aumentó exponencialmente en los primeros días de cuarentena. La demanda de noticias se disparó, así como las ganas de saber cómo se encontraban nuestros seres queridos y cómo iban a afrontar la cuarentena que estaba por venir. Por otro lado, las quedadas sociales con amigos y familiares se redujeron a la pantalla rectangular de nuestro ordenador. Ahora, meses más tarde y en mitad de la tercera ola, son muchas las personas que están sufriendo en sus carnes el efecto contrario: no quieren saber nada del teléfono móvil ni tampoco responder a los mensajes, sobre todo los alojados en grupos con diferentes personas.

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