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Masacre burguesa con bomba Orsini: el terrible atentado del Liceo de Barcelona
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Espiral de terror

Masacre burguesa con bomba Orsini: el terrible atentado del Liceo de Barcelona

El artefacto, célebre entre los libertarios partidarios de la violencia extrema y que detonaba por impacto directo, fue la artífice de la carnicería

Foto: Illustración de la explosión en el Liceo en la portada de Le Petit Journal de París (1893)
Illustración de la explosión en el Liceo en la portada de Le Petit Journal de París (1893)

"Cuando doy comida a los pobres me llaman Santo y cuando pregunto por qué no tienen comida, me llaman comunista".

Hélder Cámara. (Teólogo de la Liberación)

Paulino Pallás era un hombre delgado, enjuto y demacrado; parecía un insomne de manual y era un sujeto de palabra magra, escueta y labios sellados. Asimismo, tenía el aspecto de un claroscuro del tenebrista Caravaggio, hombros ligeramente encorvados hacia adelante, una vida social anémica y era un elemento de arraigada ideología anarquista en un contexto de crecimiento exponencial de la industria catalana a finales del siglo XIX. Fueron años salvajes entre este grupúsculo libertario emergente y dinámico que tanto daría que hablar en los años posteriores, y una patronal harta de los manejos de estos idealistas que, con la coartada de pretender un mundo mejor, tiraban de la 'artillería' sin más argumentación y excusa que la de la violencia ejercida por los grandes emprendedores y empresarios de la industria catalana, esquina de España de lectura siempre compleja.

No se justificaban las radicales acciones de los anarquistas con esa metodología, si bien es cierto que había desesperación y miseria entre la clase trabajadora que ciertamente vivía en condiciones deplorables; pero si nos atenemos a una visión más serena aún con la perspectiva alterada del orden actual, el progreso –en mi opinión– debe de estar asociado al esfuerzo (filosofía confuciana) y no se puede ni debe apelar a situaciones extremas cuando hay soluciones intermedias, como las huelgas en casos límite o el boicot a firmas o productos. Los procedimientos no violentos estaban al alcance de la mano (segunda fase de la huelga de La Canadiense) y a ellos se puede apelar cuando las situaciones se tornan tan conflictivas que se convierten en irreversibles.

Los ciudadanos catalanes de aquel fin de siglo, sin perder su tradicional perfil mercantil, algo por otra parte casi adeneico en la tradición comercial y fabril heredada de los primeros visitantes griegos; tanto en su vertiente burguesa como en la de la clase trabajadora, estaban inmersos en una apuesta sólida por sacar adelante ese ansiado proyecto social tan alejado hoy de la realidad actual, tal que es un nivel de paro asumible.

Foto: Fuente: iStock

La huida hacia Barcelona y sus periferias industriales por parte del campesinado más próximo ante las perspectivas de una vida mejor, con el tiempo se convertiría en una desbandada del agro hacia la urbe que difícilmente podía atender la ciudad con unas infraestructuras que no podían asimilar unas condiciones dignas para aquella marea de gentes en pos de un mundo mejor.

Con este caldo de cultivo, sin una legislación que amparase a los descalzos, las tropelías de cierto sector de la patronal se enfrentaban al bien hacer de otro sector de la misma con un modus operandi más 'amable' compuesto por un grupo de empresarios de corte humanista e incluso paternalista.

En este punto se hace necesario recordar que las tasas de analfabetismo en la España de las postrimerías del XIX estaban situadas en la durísima cifra del 66%, esto es, las dos terceras partes del país. Con estos mimbres, jornadas de 12 a 14 horas diarias y tan solo un día libre 'para ir a misa', el anarquismo de la época empezó a crecer como una hidra y a desbordar a las fuerzas del orden. No había sindicatos dignos de tal nombre, aunque sí asambleas participativas, y el comunismo todavía andaba en 'taca-taca' y no aparecería en el escenario patrio hasta el año de 1920, tras una dura pugna dentro del partido socialista con escisión incluida.

El hispanista inglés Paul Preston describe en lo que es un alegato en toda regla, la situación que vivía la depauperada población de aluvión en la Barcelona de principios del siglo XX en su magnífica obra 'Un pueblo traicionado'. Pero vamos al grano.

"Paulino Pallás fue ejecutado por arrojar dos bombas al paso de la comitiva militar a cuyo mando estaba el general Martínez Campos, un militar que causó estragos entre el anarquismo andaluz"

Uniformado y anarquista, destacados tertulianos

Pues este cuestionado general que tanta difusión tuvo en los tabloides internacionales por sus radicales métodos sobre los que no vamos a abundar en estas líneas, paradójicamente, sería un protector acérrimo de la familia de Pallás, dando empleo a la compañera del anarquista ejecutado y empleándola como cocinera con dos días libres a la semana –algo más que inusual en aquella época–, haciéndose cargo de la educación de su hijo hasta finalizar la universidad. Curiosamente, ambos, el uniformado y el anarquista, eran dos destacados tertulianos, aunque obviamente de idearios diferentes.

"El movimiento anarquista seguiría operativo pues para la policía era un auténtico quebradero de cabeza desestructurar un movimiento cuyas células operativas no sumaban más de dos integrantes"

El hijo de Pallás, con el tiempo, sería dirigente de la Unión de Libre Comercio, una especie de 'sindicato libre' que en años posteriores se opondría con vehemencia a los anarquistas de la CNT y a la progresía del momento. Curiosidades de la vida.

Pero la muerte de Paulino Pallás tendría consecuencias. El potente movimiento anarquista, a pesar de ser fuertemente golpeado por infiltrados, arrestos, encarcelamientos y ejecuciones, seguiría operativo pues para la policía era un auténtico quebradero de cabeza desestructurar o descabezar un movimiento cuyas células operativas no sumaban más de dos integrantes o en la mayoría de los casos, actuaciones estrictamente individuales. Esto, obviamente, los hacía prácticamente indetectables.

Si a eso le incluimos la adopción de técnicas de mimetización, disfraces, sustitución de los tradicionales revólveres por armas automáticas y la aplicación de temporizadores a las famosas bombas esféricas Orsini, la tarea se convertía en una pesadilla.

placeholder Ilustración de un periódico de la época sobre el atentado de Paulino Pallás
Ilustración de un periódico de la época sobre el atentado de Paulino Pallás

El mismo año de 1893, la ejecución de Paulino Pallás sería vengada por Santiago Franch, el cual arrojaría desde la platea del Liceo de Barcelona dos elaborados artefactos explosivos durante la ópera Guillermo Tell de Schiller y Rossini. Fue una masacre en toda regla. Más de 50 personas pertenecientes al 'enemigo burgués' resultarían heridas graves o de pronóstico reservado, otra veintena fallecerían en el acto o por las severas amputaciones sobrevenidas; de entre los afectados, cuatro de ellos no pudieron ser identificados jamás. Nuevamente, una bomba del tipo Orsini –célebre entre los libertarios partidarios de la violencia extrema–, en este caso sin mecanismo de retardo sino que detonaba por impacto directo, fue la artífice de una carnicería antológica en la que los inocentes allá presentes serían víctimas de la ceremonia del horror sin comerlo ni beberlo. Es lo que la facción radical del anarquismo llamaba 'la propaganda de los hechos'.

La policía, contra la pared por falta de pistas, llevaría con declaraciones obtenidas tras salvajes torturas indiscriminadas ante la presión de las altas instancias a autoinculparse a más de doscientos anarquistas del sector sindical. Tras ver que no atinaban con el autor, se llevarían por delante a tres inocentes que no guardaban relación alguna con el hecho en cuestión. Otros caerían bajo la ley de fugas o con falsas acusaciones por largos periodos de prisión.

Una fuga con trágico final

El autor de aquella salvajada sin justificación alguna (salvo para él y una ideología mal interpretada), Salvador Franch, se daría a la fuga durante la enorme confusión subsiguiente para ser capturado unos meses después. Sería ejecutado ante un público enfervorizado que lo animaba en aquel terrible tránsito. Un tal Nicomedes, un armario que parecía una biblioteca por las dimensiones, más que todo porque era analfabeto–, le dio rienda suelta al demoledor y terrorífico garrote vil tal que un día 21 de noviembre de 1894.

"La inmensa mayoría de aquel terrorismo de idealistas descerebrados, la mayoría con una cultura sorprendente, bebía de las fuentes del Manual del Anarquista del italiano Giuglielmotti"

Tras los acontecimientos acaecidos, el movimiento anarquista tendría un crecimiento inaudito y exponencial. La inmensa mayoría de aquel terrorismo de idealistas descerebrados, la mayoría con una cultura sorprendente, bebía de las fuentes del Manual del Anarquista del afamado referente italiano Giuglielmotti.

Estas huestes del horror que podrían haber usado métodos más civilizados (boicot, huelgas, huelga a la japonesa, etc.) causaron pavor y centenares de víctimas en una confrontación que en ocasiones alcanzaba la categoría de demencial.

Su 'eficacia”' desaparecería finalizada la Guerra Civil española. Muchos intelectuales del anarquismo repudiaban estos métodos de acción, mientras otros apóstoles de esta controvertida ideología postulaban la violencia más extrema posible.

Cuando los sublevados entraron en Barcelona al final de la guerra, la mayoría de los anarquistas catalanes (FAI y CNT) habían huido a Francia y los que quedaron en prisión fueron pasados por las armas sin dilación.

Aquella espiral de terror solo podía acabar de una manera. El que a hierro mata…

"Cuando doy comida a los pobres me llaman Santo y cuando pregunto por qué no tienen comida, me llaman comunista".

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