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Blas de Lezo y la butifarra: dejad en paz al almirante español
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Blas de Lezo y la butifarra: dejad en paz al almirante español

Este pequeño hombre era sereno ante la adversidad, de una mente privilegiada donde las haya y está considerado como uno de los mejores estrategas de la historia de la Armada

Foto: Foto: Wikipedia
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Hay dos cosas infinitas:

El universo y la estupidez humana, y del universo no estoy seguro.

Albert Einstein.

Había una vez un hombre hecho de costuras y remiendos, de batallas sin cuento a sus espaldas, de un alma guerrera entrenada en reencarnaciones de combates sin cuento, que contra su voluntad, a una precoz edad había abandonado su caserío de Pasajes-Pasaia (un puerto del País Vasco cercano a la frontera francesa), y sentado en un prado frente a la bocana de entrada, el chaval veía partir las fragatas y goletas de proa de cuña hacia los innumerables destinos que controlaba la Corona Española a lo largo y ancho del mundo.

Con el tiempo, embarcado de grumete, se bebía el oficio de marino en sobredosis. El tiempo, lo había convertido en un lienzo lleno de muchas costuras – y carencias físicas- porque a lo largo de su dilatada carrera militar había sido un comandante que, en vez de encerrarse en el castillo de popa, bajaba a cubierta con sus marinos e infantes a dar la cara como uno más. Entre sus herramientas orgánicas esenciales, le faltaba un ojo, un brazo y una pierna. Casi nada…

Es probable que a lo largo de la historia de los navegantes y de las guerras en el mar, solo otro hombre le haya alcanzado en fama y en talla; ambos, eran enjutos y de cuerpo comprimido, de físico escaso y parecían poca cosa así a simple vista; uno era español y el otro era inglés, ambos quizás consensuaron la fama e historia de dos grandes visiones de la estrategia en los combates marítimos, en dos épocas distanciadas por un siglo de diferencia en la eterna rivalidad que enfrentó al mayor imperio terrestre , superando en conjunto (si incluimos la diagonal desde el estado del noroeste de Oregón hasta Florida y el resto de territorios de los virreinatos a la actual Rusia -17.000.000 de km²- en más de un millón de kilómetros cuadrados) superficie que probablemente jamás haya abarcado imperio alguno conocido en la historia verificada . El choque con otro imperio líquido donde ellos, los británicos eran muy competentes básicamente por la intensa necesidad impuesta por un ecosistema muy adverso, pues su pobre isla no era más que un patatal, duró alrededor de 300 años.

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Foto: Wikipedia

El vasco de Lezo, no era precisamente un “morrosko” (chaval cachas) o aizkolari (muchachote que arrasaba un bosque en un abrir y cerrar de ojos con un hacha cuando no estaba cabreado). Este pequeño hombre, era sereno ante la adversidad y de una mente privilegiada donde las haya. El otro, el británico era un hombre de complexión de junco, pelín arrogante, y algo escorado tirando a espagueti, pero de una visión táctica y estratégica al mismo nivel del palillo que era el mermado Blas de Lezo; probablemente uno de los muchísimos marinos vascos que hayan prestigiado la historia de España hasta elevarla al Parnaso de los héroes en la literatura del género.

La historia del inglés (Nelson) no viene a cuento desglosarla aquí pues nació setenta años después pero es digna de ser reconocida pues fue un gran adversario y un caballero con los vencidos, aunque derrotado en varias ocasiones por los españoles (Cartagena de Indias, Tenerife y protagonista de una veloz fuga a la vuelta de la Batalla de Aboukir perseguido por dos fragatas españolas). Al igual que Blas de Lezo, eran hombres de una pieza, la diferencia es que a nuestro ilustre Blas le hacía falta un oficial que le ayudara a vestirse pues a nuestro enorme marino le faltaban capacidades para oficiar tan rutinario menester por las innumerables mermas sufridas en combate.

Foto: Blas de Lezo

Blas de Lezo fue uno de los principales artífices del asedio que padeció Barcelona, en septiembre de 1714 durante la Guerra de Sucesión con el primer Borbón ya instalado por estos pagos; Borbón que con el tiempo se volvió majareta. Pues bien, durante aquel asedio, a Blas le dio por inundar de pepinos de todos los calibres la Ciudad Condal con el consiguiente cabreo de los catalanes de pro que incorporaron a su mapa inextricable mapa genómico un cabreo secular por las pupas causadas por el vasco al callejero de esta hermosa ciudad, cabreo que con el tiempo derivó a una irracional deriva de parvulario por la cosa esa de no saber perder con gallardía.

Como es sabido, la Guerra de Sucesión fue un enfrentamiento entre los Borbones franceses y los Austrias. Barcelona sería el último reducto de los austracistas ante el avance arrollador de la saga francesa que tantos disgustos nos ha dado en los últimos siglos con honrosas excepciones.

Asedio de Barcelona

Allá por el año 1713, el último reducto leal al archiduque Carlos de Austria en la península era Barcelona. Cuando Felipe V, cercó la ciudad, Blas de Lezo integrante del asedio por mar era el capitán de un potente navío de línea, el Campanela, inserto en la flota de Manuel López Pintado. Acusarle de ser el malo de la película de muy pocas miras. Además, como colofón a aquella agarrada, Blas perdió la movilidad de un brazo por un disparo de mosquete, pero la cosa no queda ahí. Ya en 1704 había perdido una de sus dos piernas por un cañonazo rasante en cubierta a la altura de Vélez Málaga, y dos años más tarde, el ojo izquierdo en Santa Catalina de Tolón, y en 1733 para rematar, durante el ataque a Oran, pilló unas fiebres tifoideas que lo dejaron a las puertas del umbral de la eternidad.

placeholder Asedio de Barcelona. Foto: Wikipedia
Asedio de Barcelona. Foto: Wikipedia

La derrota de los catalanes encerrados en la Ciudad Condal, supuso que en 1714 tras catorce meses de asedio, se produjera la subsiguiente rendición. Las autoridades levantiscas con mal criterio, decidieron proseguir la gresca contra Felipe V que derivó en una guerra civil ya desmarcada del contencioso europeo, y ante la posibilidad de perder sus fueros, leyes y autogobierno tiraron “palante” con las desastrosas consecuencias de todos conocidas. En el imaginario colectivo, a aquellos que niegan y retuercen la historia para reconstruirla a la carta les pasa lo mismo que a los que toman por caviar un sucedáneo; que la ficción de la ilusión les genera dopamina, y como todos sabemos, este neurotransmisor se libera para lograr algo bueno y evitar algo malo, en este caso, una enorme frustración. Cuando se menea con insidia un asunto que no hay por dónde cogerlo y se le dota de razones, se usa lo que se ha dado en llamar el sesgo de confirmación, muy emocional si, pero que no deja de ser la antítesis de lo científico. Pero bueno, cada uno tenemos derecho a creer en algo que nos “ponga”. Para cuadrar los hechos con los delirios hace falta un buen calzador y esta socorrida herramienta brilla por su ausencia en el argumentario de algunas cabezas en las que las neuronas brillan por su ausencia. Mira que meterse con Blas…

Los decretos de Nueva Planta

Los decretos de Nueva Planta entraron en vigor en el año 1716 y pusieron fin a la administración catalana tan enriquecida con sus leyes y fueros hasta ese momento. La actual situación solo ha contribuido a crear en el imaginario colectivo un proceso educativo más que sesgado, que en vez de desarrollar el glorioso pasado de Cataluña-Catalunya como un elemento enriquecedor y agregado a la historia de España, ha acabado convirtiéndose en un símbolo y referente de las reivindicaciones nacionalistas cocidas a fuego lento en el caldo del rencor.

La caída en desgracia de los osados catalanes de aquel entonces, derivó por cuestiones de física elemental en un enorme batacazo acompañado de una lectura de cartilla a la que se dio el nombre de Decretos de Nueva Planta; o lo que es lo mismo, que el vehemente y novedoso Borbón, los dejó en cueros. Sí bien es cierto que el amigo Blas les causó una sordera importante a los levantiscos catalanes con su armónica cacofonía por parte de una artillería bien engrasada; se hace necesario recordar que aquella guerra no fue contra Cataluña como algunos radicales actuales con la barretina mal puesta y sin “seny” imputan al vasco. El trampantojo que se han montado con el tema de Blas de Lezo no deja de ser un pataleo más bien asociado a la impotencia de no poder conseguir las cosas por cauces negociadores (y en eso los catalanes son unos hachas), que al hecho de dar la murga y de paso exorcizar la pésima gestión interna de una economía que siempre ha sido una de las locomotoras de este extraño país de marcianos; porque así se asocian todos los males a España echando balones fuera y de paso focalizan su pataleo en un hombre que solo cumplió con su deber sin más.

En ese intercambio de opiniones aderezado con pólvora de por medio entre los de la barretina y el de la txapela, el de la txistorra y los de la butifarra, los fenicios europeos y el vecino de los levanta piedras de nariz roja; cabría recordarles a los detractores del ilustre Blas de Lezo que la movida iba por otro lado. En este punto se hace necesario recordar que el “Casus Belli” venía por la previsible asunción de la Corona Española –como así fue a la postre- por parte de Felipe de Borbón, que a la par conservaba el derecho al trono francés. Los anglos estaban muy mosqueados ante el poder emergente de esa poderosa sinergia enfrente de sus narices y como es habitual en ellos, se dispusieron a dar por. Aquellos nacionalistas de entonces, hábiles en los negocios, hicieron un pan como unas hostias y apostaron al caballo perdedor. Este traspié en la evaluación del tema en cuestión les salió como un tiro por la culata. Y los ingleses, siempre tan oportunos, usaron aquella filosofía de Lord Palmerston que decía que Inglaterra no tiene amigos, sino intereses. Así, con dos.

Foto: Armada. (iStock)

Pero al pobre Blas el intercambio de impresiones durante aquellos días de enfrentamiento con la recalcitrante facción nacionalista de ese gran pueblo que es y ha sido en el transcurso de nuestra historia, Catalunya- Cataluña; le costó la broma un brazo, pero como era un Geyperman de plastilina se incorporó y siguió en su tónica, que no era otra que la de repartir obleas.

Siglos después, algunos descarriados nacionalistas de andar por casa se quejaban de que no era muy saludable homenajear en Madrid en la Plaza de Colón a aquel empecinado vasquito probablemente el marino más famoso de la historia de España. El ala quejumbrosa de los de la barretina alegaba que Blas les había hecho un descosido importante y se sentían ofendidos, pero insisto, en su permanente e inveterada afición por dar la chapa con la misma cantinela, se habían equivocado ellos de bando. Elegir es descartar y eso, tiene sus consecuencias.

Moraleja, dejad en paz a Blas

P.D. Recomendación a aquellos catalanes que sean recalcitrantes nacionalistas y que tienen como deporte adulterar la historia; métanse también con el gobierno francés para ver si les devuelven el Rosellón y la Cerdanya y de paso nos dejan de dar “la chapa” un rato y les quitan argumentos a esos otros que claman por una vuelta al pasado. Y otro consejo para los que tan orgullosos ellos se autodenominan españoles de pro (como si los demás jugáramos en tercera división); han de saber que el amigo Blas descansa en una fosa común bajo un cine de barrio en Cartagena de Indias - Colombia. En vez de darse tantos golpes de pecho, hagan una colecta multitudinaria, alquilen una excavadora y paguen a unos forenses y arqueólogos para recuperar los restos de aquel superhombre.

España, que karma.

Hay dos cosas infinitas:

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