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¿Cuándo surgió la idea de que hay un cielo para las mascotas?
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¿Cuándo surgió la idea de que hay un cielo para las mascotas?

Las tumbas humanas que datan del el Paleolítico ya tienen perros enterrados, y en el siglo XIX se creó el primer cementerio público dedicado exclusivamente a animales en Londres

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Un niño sufre la muerte de su tortuga y se encuentra terriblemente apenado. Su madre decide, para que deje de sentirse triste, que celebrarán un funeral. De repente, cuando empieza la celebración, la arena se mueve y la mascota, mágicamente, vuelve a la vida. El niño la observa con los ojos inyectados en sangre y murmura: "Matémosla". Se trata de una historia de Anthony de Mello, pero ilustra de manera cómica la relación entre pequeños y sus mascotas.

La muerte de un animal es siempre dramática para su dueño. Los psicólogos advierten que, pese al dolor que causa, es buena para los niños, pues les adentra en el duro mundo de la pérdida a la que irremediablemente se someterán en el futuro (aunque también puede ser excesivamente traumático). A los pequeños se les cuenta que su perro o gato ha ido al cielo de los perros o gatos respectivamente, y es perfectamente lógico y normal pensar que si nosotros vamos al cielo cuando fallecemos, nuestras mascotas también deben ir a un trasunto adoptado para ellos. ¿Cuándo surgió este concepto?

Muchos psicólogos hablan de la importancia de que los niños sufran la pérdida de una mascota. Así, se acostumbran a la idea de la muerte

Esa relación del Más Allá de personas y mascotas ha existido durante miles de años. Las tumbas humanas que datan de la Edad de Piedra y el Paleolítico ya tienen perros enterrados, probablemente mascotas, y en el siglo XIX se creó el primer cementerio público dedicado exclusivamente a animales en Hyde Park. Ahora podemos encontrar cementerios para mascotas en todas partes del mundo, muestra de esa especial conexión emocional que sienten los humanos con ellos.

Foto: Gato y perro

Según informa 'Live Science', un estudio descubrió que las inscripciones en las lápidas del siglo XX han ido evolucionando y ahora se refieren a los animales como miembros de la familia en lugar de simplemente mascotas. Con el tiempo, han ido incorporando más símbolos cristianos y convicciones de que ellas también tienen almas inmortales, por lo que sus dueños podrán reunirse con ellas en el Más Allá tras la muerte. Es decir, nuestra concepción espiritual y la conexión con nuestra mascota ha ido cambiando con el paso del tiempo. Los cementerios revelan mucho sobre nuestra sociología y el cambio de los tiempos.

Tras la Segunda Guerra Mundial, más personas comenzaron a denominarse en las inscripciones de las lápidas como "papá" o "mamá" de sus mascotas

Así lo dice el autor del estudio, Eric Tourigny, profesor de arqueología histórica en la Universidad de Newcastle en el Reino Unido: "Gracias a ellos podemos estudiar la organización de las ciudades, la distribución socioeconómica, la actitud que se tenía ante conceptos como la religión o la muerte...". No es descabellado pensar, por tanto, que si los cementerios de humanos han servido para explicar y entender el pasado, también deberían hacerlo los de mascotas.

Muchos perros y cada vez más gatos

Para el estudio, Tourigny estudió más de 1.000 lápidas de mascotas enterradas entre finales del siglo XIX y 1993. Por un lado, descubrió que los perros eran los protagonistas principales de la función, aunque conforme han ido pasando los años más personas han decidido enterrar también a sus gatos. De igual manera, encontró que tras hechos dramáticos acontecidos, como la II Guerra Mundial, más personas se despedían en las inscripciones denominándose a sí mismas como "papá" o "mamá" de la mascota en cuestión. Conforme la sociedad británica se secularizaba, tras la época Victoriana, las lápidas mencionaban menos los conceptos de la otra vida o el alma eterna de los animales.

"Los cementerios nos ayudan a conocer la organización de las ciudades, la distribución socioeconómica, la actitud ante la muerte..."

"Ha sucedido algo curioso: aunque la ornamentación de las lápidas de las personas ha ido haciéndose menos vistosa con el paso del tiempo, desde la Primera Guerra Mundial, con las de las mascotas ha sucedido justo lo contrario", indica. Expresar emociones fuertes por la muerte de una mascota ahora se considera más socialmente aceptable que durante el siglo XIX, aunque todavía hay personas que siguen teniendo cierto reparo en mostrar sus sentimientos por aquel animal que nos ha acompañado durante años y nos ha proporcionado su amor y cariño incondicionales.

Un niño sufre la muerte de su tortuga y se encuentra terriblemente apenado. Su madre decide, para que deje de sentirse triste, que celebrarán un funeral. De repente, cuando empieza la celebración, la arena se mueve y la mascota, mágicamente, vuelve a la vida. El niño la observa con los ojos inyectados en sangre y murmura: "Matémosla". Se trata de una historia de Anthony de Mello, pero ilustra de manera cómica la relación entre pequeños y sus mascotas.

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