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Filosofía y humor: los tres rasgos que definen el sentido cómico de la vida
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SOBRE LA HILARIDAD

Filosofía y humor: los tres rasgos que definen el sentido cómico de la vida

¿De dónde procede la razón cómica que llevamos con nosotros? ¿Puedes morirte de risa literalmente después de que te cuenten un chiste? Los filósofos toman la palabra

Foto: Henri Bergson, autor de ensayo 'La risa'
Henri Bergson, autor de ensayo 'La risa'

En el corto ‘El chiste más gracioso del mundo’ de 1969, los geniales Monty Python escenifican en los diez minutos que dura el ‘sketch’ lo que vendría a ser, en un sentido literal, “morirse de la risa”. En plena Segunda Guerra Mundial, un escritor de chistes británico consigue crear la chanza más desternillante jamás concebida, tanto es así que al terminar de escribirla muere en el acto. Su esposa, cuando le descubre, piensa que se ha suicidado y el manuscrito es su carta de despedida. Pero para su sorpresa, se trata de una broma mortífera a la que tampoco es inmune, provocándole también la muerte. El corto avanza hasta el punto de que dicho chiste se convierte en el arma más efectiva contra el ejército de Hitler. En el fragor de la batalla, los soldados dejan sus escopetas para entonar a voz en grito y los enemigos caen fulminados como moscas.

¿Cuándo ha sido la última vez en la que te has reído tanto hasta el punto de sentir que te faltaba el aliento? ¿Fue gracias a una película, un corto como el de los Monty Python, una situación cómica de la vida cotidiana o simplemente un chiste? ¿O tal vez un meme? La facultad que tiene el humor para provocar la risa es tan personal como arbitraria, aunque a la hora de la verdad muchos se congratulan con la consabida respuesta del “qué malo” para ocultar el desparpajo que les provoca. En realidad, resulta muy curioso la capacidad que tiene el mundo del humor para hacernos reír, ya que es uno de los rasgos que determinan nuestra humanidad, y no solo eso, sino que también nos procura una vida más sana, agradable y en contacto con los otros.

En una sociedad de inteligencias puras es probable que ya no se llorase, pero tal vez se seguiría riendo

Aunque en muchos casos la risa es leve, si se trata de una gran carcajada pueden llegar a intervenir más de 400 músculos, desde los abdominales hasta los faciales. Incluso podemos llegar a sentir que nos falta el aliento a base de la presión que ejerce su contracción en el abdomen, hasta el punto de sentir en su forma más extrema de que no podemos sostenernos en pie. A pesar de estos cambios fisiológicos repentinos, la hilaridad produce emociones muy agradables. Pero no para todos, ya que como bien escenificó Joaquin Phoenix en su reciente papel del ‘Joker’, hay personas que pueden llegar a desarrollar un terrible trastorno por el que sufren ataques de risa incontrolables al que la Clínica Mayo define por el nombre de labilidad emocional o síndrome pseudobulbar.

Pero a un nivel filosófico más profundo, ¿por qué de inmediato irrumpe en nosotros ese sentimiento que precede a la carcajada? Hay infinidad de autores que han investigado y profundizado en el sentido cómico de la vida. Antropólogos, artistas y filósofos han analizado desde distintos puntos de vista las causas que propician el humor y su consecuencia, la hilaridad.

Saber el momento y el lugar

Para empezar, cobra especial relevancia la aportación del naturalista alemán Karl Ritter, para quien lo cómico depende concretamente del mundo vital concreto en el que este se produce. En este sentido, dependiendo de dónde y con quién nos encontremos el sentido del humor cambiará. Tampoco es el mismo en diferentes períodos históricos, y a la vista está que antes muchos chistes que hacían gracia sobre grupos étnicos o minorías concretas ahora puedan llegar a resultar ofensivos. Por no hablar de las chanzas que frivolizan o escandalizan sobre asuntos sexuales, muy populares en las series de televisión o en las sobremesas de amigos o familiares.

Nuestra risa es siempre la risa de un grupo, esconde una segunda intención de entendimiento y complicidad con otras personas

El filósofo francés Henri Bergson es uno de los intelectuales que mejor se han aproximado a definir las cualidades o condiciones que hacen que algo resulte cómico. En su ensayo, ‘La risa’, publicado por primera vez en 1900, establece los tres rasgos que definen el sentido cómico de la vida: la humanidad, la indiferencia y lo que él llama “eco grupal”. En primer lugar, nada de lo que el mundo se presenta por sí mismo tiene por qué inducir a la carcajada. Es por ello que el humor no deja de ser una de las cualidades que nos hacen ser humanos, ya que nada por sí tiene gracia, se la damos nosotros. También hay que indicar que muchos de los chistes o memes que nos hacen gracia tienen su origen en cómo atribuimos esta serie de cualidades humanas a los animales. En este punto, los fans de los gifs de gatitos aporreando el teclado del ordenador o sentados en el sofá con un libro y unas gafas se sentirán identificados.

En segundo lugar, Bergson asevera que el factor fundamental para que se dé la risa es la indiferencia o desapego que sentimos ante un hecho o una realidad. “El mayor enemigo de la risa es la emoción”, escribe en su libro. “En una sociedad de inteligencias puras es probable que ya no se llorase, pero tal vez se seguiría riendo; mientras que en una de almas invariablemente sensibles, en perfecta sintonía con la vida, ni conocerían ni comprenderían la risa. Intente, por un momento, interesarse por todo lo que se dice y hace, lleve su simpatía a su máximo esplendor: verá como, por arte de magia, los objetos más ligeros ganan peso, mientras una coloración severa tiñe todas las cosas. Ahora desapéguese, asista a la vida como espectador indiferente: muchos dramas se volverán comedia. La comicidad exige pues algo así como una anestesia momentánea del corazón para que surta efecto, pues se dirige a la inteligencia pura”.

El mejor ejemplo para ilustrar la idea de Bergson es, sin ir más lejos, uno de los memes que más populares se hicieron durante el confinamiento, el de los africanos portando el ataúd y bailando. Este constaba de dos partes: en una primera se nos presentaba a alguien (ya sea anónimo o conocido) a punto de pifiarla, y a continuación, irrumpía la famosa canción (makinera) “Astronomía” con los ghaneses y el féretro. Si no tuviéramos capacidad de suspender momentáneamente esa emoción, el meme nos parecería moralmente incorrecto y por tanto dejaría de hacernos gracia. Ya sea porque el protagonista inicial se va a caer de alguna altura considerable poniendo en riesgo su vida o por el hecho de ver cómo un grupo de africanos convierte en espectáculo un ritual tan respetado en occidente como es un funeral.

Foto: Youtube

Por tanto, si nos vinculásemos emocionalmente, este meme podría llegar a parecernos ofensivo. Más aun teniendo en cuenta que este producto de Internet en el que todos los usuarios pudieron intervenir, modificar y adaptar según su criterio proliferó en una época muy dramática para la población española como fue el pico de la pandemia del coronavirus. Una prueba de que el sentido del humor irrumpe, más que nunca, en situaciones difíciles para ayudarnos a destensar los nervios y las preocupaciones. La indiferencia que es necesaria para reírse también sirve como antídoto contra una realidad muy desfavorable y catártica, en la cual hay sufrimiento y dolor. En este sentido, menos mal que tenemos el humor.

El "eco social" de la risa

El dramaturgo Luigi Pirandello, autor de la famosa obra 'Seis personajes en busca de autor’ (1921) también coincide con la reflexión de Bergson. Para él, la diferencia entre lo cómico y lo trágico estriba en que lo cómico se presenta como “un darse cuenta de lo contrario” y lo trágico aparece en virtud de “un sentimiento de lo contrario”. Es decir, una identificación directa con el suceso insólito, generalmente ridículo ante la mirada del otro. Por ello, muchos chistes o bromas que hacemos dejarían de serlo en el momento en que sintiésemos empatía hacia aquello que le ocurre a un personaje real o inventado y que vemos como patético.

Un chiste circula, es una posesión impersonal. No lleva la firma de nadie. Me lo contaron, pero no lo inventé

El tercer punto de Bergson se refiere a que para que exista la comicidad siempre tiene que haber un eco social. “Nuestra risa es siempre la risa de un grupo, esconde una segunda intención de entendimiento e incluso de complicidad con otras personas que ríen, reales o imaginarias”, sentencia. “Para entender la risa, hay que volver a ponerla en su entorno natural, que es la sociedad. La risa debe responder a ciertas exigencias de la vida en común, debe tener un significado social”.

¿Qué sucede, pues, con los chistes? Básicamente, que si te los cuentas a ti mismo perderán parte de su gracia. De ahí que cuando nos encontramos en un entorno social con familiares o amigos, el primer chiste que se cuenta siempre es seguido de otro, y luego de otro y de otro. De algún modo, la risa produce un eco social que amplifica el sentido cómico y le insufla vida propia. Esto también lo podemos comprobar en el mundo de los memes, en el cual el valor cómico de uno de ellos o la condición para que trascienda y se haga un hueco en el imaginario popular es que sea muy compartido o contenga múltiples ‘retuits’. A partir de ese momento, la gracia que contiene será reformulada y reproducida de mil maneras diferentes por los usuarios.

placeholder El último gran chiste de masas. (Twitter)
El último gran chiste de masas. (Twitter)

Esta idea de comunidad viene reforzada por Susan Sontag, célebre escritora norteamericana. “Un chiste nunca es mío”, escribe en su obra ‘El amante del volcán’ de 1995. “’Párame si ya lo conoces’, dice quien cuenta chistes cuando se dispone a compartir su última adquisición. Está en lo cierto al asumir que otros también deben contarlo: un chiste circula. El chiste es esta posesión impersonal. No lleva la firma de nadie. Me lo contaron, pero no lo inventé; estaba bajo mi custodia y decido pasarlo, que circule. No se refiere a ninguno de nosotros. No habla de ti ni de mí. Tiene vida propia”. También podemos comprobar esta función social cuando contamos un chiste y nadie se ríe de él, por lo que nos sentiremos frustrados y algo ridículos.

En definitiva, el humor puede cambiar, evolucionar y adaptarse. De hecho, tiene rasgos generacionales, ya que hay algunos ‘memes’ que carecen de sentido para personas que siempre se han reído a partir de los chistes que contaban los demás. Lo que nunca cambiará ni desaparecerá, por mucho que se transforme el formato de aquello que nos hace risa, son las cualidades que hemos descrito. Y que, de algún modo, nos salvaguardan de un pensamiento sumamente solemne y trágico que haría que todo nuestro mundo se viniera abajo en cuestión de minutos. Por tanto, riámonos mientras podamos sin caer necesariamente en el cinismo, por el bien de esta gran comedia humana y su tendencia a la hilaridad.

En el corto ‘El chiste más gracioso del mundo’ de 1969, los geniales Monty Python escenifican en los diez minutos que dura el ‘sketch’ lo que vendría a ser, en un sentido literal, “morirse de la risa”. En plena Segunda Guerra Mundial, un escritor de chistes británico consigue crear la chanza más desternillante jamás concebida, tanto es así que al terminar de escribirla muere en el acto. Su esposa, cuando le descubre, piensa que se ha suicidado y el manuscrito es su carta de despedida. Pero para su sorpresa, se trata de una broma mortífera a la que tampoco es inmune, provocándole también la muerte. El corto avanza hasta el punto de que dicho chiste se convierte en el arma más efectiva contra el ejército de Hitler. En el fragor de la batalla, los soldados dejan sus escopetas para entonar a voz en grito y los enemigos caen fulminados como moscas.

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