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Matar vascos en Islandia: la historia de la terrible masacre de los balleneros en 1615
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Matar vascos en Islandia: la historia de la terrible masacre de los balleneros en 1615

Un grupo de pescadores vascos que viajaron en 1615 a Islandia a la pesca de ballenas fueron atacados. Primero fue un vendaval. Después, una historia demasiado oscura

Foto: Fuente: iStock.
Fuente: iStock.

La paz no es la ausencia de guerra, es una virtud, un estado de la mente, una disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia.

Baruch Spinoza.

Una joven pareja de adolescentes se disponían a buscar un lugar en la arena al albergue de miradas indiscretas y así, poder retozar mientras se entregaban al amor y pasión de la primera juventud. Era su sitio secreto y pensaban declararse para compartir esa eternidad irreal que nace entre dos almas entregadas que no saben de la verdad de la vida pues no han sido despojados aún de la inocencia.

Bajando por los riscos que conducían a la negra arena volcánica, ambos intuyeron que algo extraño estaba ocurriendo o más bien, había ocurrido. El invierno estaba en su momento álgido y la noche eterna que invade esas latitudes en esa época era incapaz de alumbrar correctamente la magnitud de la matanza. Hacia las dos de la tarde, una tibia luz espectral como si de un crepúsculo adelantado se tratara, iluminó aquel horror en toda su trágica dimensión.

La pesca de las ballenas se venía dando de forma regular durante la época de desove en el Cantábrico por los pescadores vascos, cántabros y asturianos

Cadáveres por doquier en la linde de la playa configuraban un terrible y tenebroso mosaico de salvajismo inigualable. Amputaciones extremas, genitales emasculados, lenguas cercenadas, brazos, piernas y manos esparcidas por la arena, cuencas de ojos vacías, aperturas en canal, cráneos convertidos en pulpa a mazazos, etc. y todo ello, en el sudario de una arena mezclada con la sangre de unos marinos entregados a lo único que sabían hacer; pescar cetáceos, marinos que habían sido masacrados sin piedad por una horda de gentes despiadadas en una absurda venganza sin fundamento en una cacería del hombre en toda regla.

La pesca de las ballenas se venía dando de forma regular durante la época de desove en el Cantábrico o Golfo de Vizcaya y los pescadores vascos, cántabros y ocasionalmente los asturianos, hacían su agosto con la increíble masa de grasa perimetral que rodeaba a estos animales en toda su extensión y que eran su seguro de vida ante las gélidas aguas. Esta pesca o caza (pues se hacía prácticamente a nivel de superficie), era una antigua tradición muy arraigada entre los pueblos marineros de la costa vasca y de algunas pesquerías cántabras que en buena comunión trabajaban, codo a codo, en la temporada en la que aparecían estos colosales mamíferos.

Foto: Estatua del emperador Constantino. (iStock)
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Lo más lucrativo de la caza de estos enormes cetáceos estribaba en su grasa, grasa que era una mina de oro en aquellos tiempos. Esta, era convertida en un espeso aceite que se denominaba saín. El saín, era una fuente de luz prácticamente inagotable y tenía la ventaja añadida de que era inodoro y sin atisbo de humo. Algunos pescadores incluso se llegaban a confeccionar casas o talleres artesanales con la estructura de los esqueletos de las ballenas capturadas. En lo tocante a la carne residual se acostumbraba a salar aunque su sabor frente a los túnidos locales capturados en la pesca de altura los convertía en un alimento de valor secundario, vamos, que no era pieza de gourmet.

Pero volviendo al tema en cuestión, ¿qué ocurrió para que la barbarie se desatara en toda su ferocidad?

Se verían obligados a pasar el invierno en aquellos pagos llenos de volcanes, géiseres y una población que les miraba de reojo

En 1615, una flotilla de tres naves balleneras de alto bordo parecidas a los galeones pero sin artillar, daban cobijo en unas condiciones durísimas sanitarias y de convivencia a cerca de un centenar de vascos que de forma habitual evitaban las duras mareas de septiembre en el Golfo de Vizcaya. Su destino habitual era Islandia aunque ocasionalmente lo hacían en las costas canadienses. En ese momento, en el momento del retorno a casa, una tormenta huracanada, de nueve en la escala Beaufort, se desató durante varios días en las costas del sur de esta espectacular isla en medio de la nada gélida y brumosa, casi cercana a la zona polar ártica.

Obligados por el imperativo del mar y su hostil lenguaje, se verían obligados a pasar el invierno en aquellos pagos llenos de volcanes, géiseres y una población que les miraba de reojo. Un ambiguo edicto real promulgado por el rey de Dinamarca (Islandia se independizó en 1918) sería la causa de numerosos conflictos entre la población nativa y los vascos, pues dicho edicto permitía echarlos u hostigarlos dentro y en las aguas próximas a la isla en el caso de que fueran avistados.

Bien entrado el año 1615, el monarca danés proclamaría que los islandeses tenían derecho a defenderse de las “agresiones” de los vascos cuando estos intentaban trabajar en aquel proceloso mar siempre y cuando llegaran a sentirse amenazados. El mencionado sheriff de la circunscripción, Ari Magnusson se lo tomó muy en serio y en su flexible y personal interpretación confundió la palabra profilaxis con la de persecución.

Un ambiguo edicto real promulgado por el rey de Dinamarca sería la causa de numerosos conflictos entre la población nativa y los vascos

En la región de Vestfiroir, al sur de la isla, este sheriff local hizo de su capa un sayo y extremó la interpretación de lo que sería a la postre una sangrienta partitura. Quería agradar a su rey para que le diera unas palmaditas en la espalda y se le fue la mano. Lo que se podía haber arreglado con un poco de mano izquierda (la mayoría de la población tenía una buena relación con los de la txapela), acabó como el rosario de la aurora. Este brutal crimen instigado por este demente, devino en la masacre más sonada de la historia de esta isla perdida provocando la muerte de 32 pescadores que jamás pudieron imaginar que un odio irracional y sin mayor fundamento en el marco de una larga relación de amistad, acabara de aquella manera tan salvaje.

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La prueba de que las relaciones entre los isleños y los comedores de txistorra era cordial pone en evidencia la existencia de un pseudo idioma que ambas partes usaban ex profeso para el entendimiento básico en el intercambio de intereses y acercamiento pacífico entre las partes. Este metalenguaje- el Pidgin-o vasco-islandés, se articulaba en torno a un centenar de palabras básicas que incluían frases hechas en las que obviamente, la lectura facial y gestual con sus asentimientos o negaciones, añadían elementos descriptivos como apoyatura de este lenguaje improvisado. Los pidgin era (y son), lenguajes imperfectos y gramaticalmente sin consistencia ni reglas en comparación con las lenguas más avanzadas o consolidadas. Era creado a marchas forzadas y con mucho ingenio e improvisación. En el mundo del mar es muy frecuente este tipo de “idiomas” de fortuna que los marinos manejan con soltura pero que son ajenos incluso a la comprensión del mejor lingüista. Asimismo. Un Pidgin muy duradero en el tiempo, fue el vasco –Algonquino, hoy desaparecido tras la aniquilación por los ingleses de esta tribu norteamericana en el sentido geográfico clásico que no administrativo ni político actual.

See produjo una carnicería con la noche cerrada cuando una turba enardecida ordenó a aquella horda acabar con los pescadores

Aunque hoy lengua muerta, los restos testimoniales de los que fueron los Algonquinos –Mic Mac en la región de Terranova y en la parte continental, guardan claramente definidas frases y palabras residuales donde el euskera dejó su huella. Pero volviendo al tema que hoy nos trae, nada en ese ambiente de concordia y buenas relaciones comerciales con los islandeses de entonces, hacía prever que ocurriera lo que pasó posteriormente.

Tras ser arrojados por las mareas a la costa, en el mes de septiembre, mes de galernas y olas rizadas, de tempestades y mar arbolada; los vascos, en una situación de hambre extrema, entraron en un almacén aparentemente abandonado en el cual había bacalao y fletan desecados y por las mismas se lo comieron crudo y sin cocinar sin más preámbulos, llevándose el resto de las piezas en racimos a la espalda. Pero aquel almacén tenía propietario y aquel acto desató las iras del subido sheriff local que quería ponerse unas medallas, y de las advertencias se pasó a los hechos.

Nadie sobrevivió

Tras pasar menos de una semana, se produjo una carnicería con la noche cerrada cuando una turba enardecida por el flamígero dirigente local ordenó a aquella horda acabar con los pescadores. Tras aquella matanza el sheriff Magnusson convocó a 12 jueces en el distrito de Suoavik declarando proscritos a los náufragos que abandonados al duro invierno y a una suerte incierta, acorralados por todas partes, no sabían dónde guarecerse. Con la sentencia proclamada y a pleno rendimiento, el capitán Martín de Villafranca y una docena de sus hombres, fueron masacrados en otra carnicería antológica por la tropilla del infausto verdugo que ya veía sobrevolar los nuevos galones sobre sus criminales espaldas. Nadie sobrevivió en aquel extraño claroscuro de una isla perdida en las proximidades del ártico.

Considerar el componente religioso en este trance, podría ser una carta a tener en cuenta, pues la población luterana era mayoritaria y las guerras de religión eran el comodín perfecto para perpetrar cualquier barbaridad. Investigaciones más recientes sobre aquellos sucesos, sugieren que las pésimas condiciones económicas subyacentes en la isla tras cinco años consecutivos de desastrosas cosechas podrían estar en la tramoya de lo acontecido.

El sentido común parece haberse asentado sobre la tragedia y en el año 2015 fue anulada la ley promulgada por el rey danés Cristian IV en 1615

Afortunadamente, el sentido común parece haberse asentado sobre la tragedia y en el año 2015, el 22 de abril fue anulada la ley promulgada por el rey danés Cristian IV en 1615.

En una ceremonia de reconciliación en Hólmavik, cerca del fiordo donde se hundieron los tres galeones de los pescadores vascos, una brillante y esmeradamente cuidada placa inserta en una roca volcánica da fe de la reconciliación formal entre las autoridades vascas e islandesas. Abrazados efusivamente, un versolari y una poeta lectora de sagas, leyeron sendos poemas amenizados con folclore de las dos culturas.

A la postre, triunfó el buen sentido común y una sintonía que confiemos sea duradera.

La paz no es la ausencia de guerra, es una virtud, un estado de la mente, una disposición a la benevolencia, la confianza y la justicia.

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