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Qué pasa cuando tus personajes de ficción favoritos se convierten en tus mejores amigos
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Qué pasa cuando tus personajes de ficción favoritos se convierten en tus mejores amigos

¿Cuántas películas y series has visto durante el confinamiento? ¿Sientes ahora nostalgia por esa forma de vida? Hablamos con un filósofo sobre las consecuencias de la cuarentena

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Si hay un tema de conversación por excelencia en los reencuentros de familiares y amigos después de la cuarentena ese es el de las series y películas que hemos visto a lo largo de estos últimos meses. El hecho de disponer de tanto tiempo para estar en casa hizo que se disparasen las suscripciones a las plataformas de ‘streaming’ en los primeros días del encierro. Se podría decir que vivimos una primavera que acabó convirtiéndose en un gran maratón de cine. Hemos aprovechado para conectar con las historias de personajes de ficción a falta de no poder continuar con las nuestras, más reales. Y a su vez, como forma de desconexión ideal frente al caos, la incertidumbre y los dramas originados por la pandemia. Esta tendencia a refugiarnos en los productos culturales ha servido para poner en valor el papel que juega el sector cultural en situaciones excepcionales, a veces menospreciado en tiempos en los que las cosas siempre fueron bien.

Al estar confinados, no nos quedó otro remedio que cancelar todos nuestros planes a corto y medio plazo. Como mucho, soñar con poder retomarlos en un futuro no muy lejano. Así, esta vida en suspenso que comenzó abruptamente también terminó de la manera más repentina. Junio ha llegado, el primer mes sin fases de desescalada ni períodos de estados de alarma. Por fin hemos podido ver a nuestros seres queridos y disfrutar con ellos de un paseo bajo el sol de verano. Sin embargo, son muchos los que viven estos momentos con cierta tristeza o nostalgia de aquella época en la que vivíamos entre muros, a caballo entre el sofá, la cama y la cocina.

Foto: Esperando. (Reuters/Susana Vera) Opinión
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Los psicólogos lo llaman ‘síndrome de la cabaña’, y la realidad es que se trata de una cabaña muy bien amueblada para la mayoría al poder contar con distintos dispositivos informáticos con los que hemos vivido conectados a esos otros hogares, mundos y realidades que se daban ahí fuera sin nosotros, paliando de algún modo el dolor de no poder estar juntos. Pero, sobre todo, conectados también con esos otros mundos de ficción en los que poder revivir cómo era la vida sin distanciamiento social ni cuarentena gracias a las comedias más ligeras o bien contemplar cómo personajes inventados se enfrentaban a situaciones más difíciles que la nuestra en films de lo más apocalípticos, muy populares durante el período de confinamiento.

¿Qué grado de empatía podemos sentir hacia los personajes que aparecen en nuestras ficciones favoritas? ¿Puede ser tan intenso como el que sentimos hacia las personas reales, sobre todo ante el hecho de haber renunciado durante un tiempo prolongado a las relaciones con ellas? Evidentemente, nada puede suplir el contacto real y directo con personas de carne y hueso, pero los mundos de ficción sí que pueden ser sustitutos de los reales, de ahí por ejemplo la esencia de obras literarias como el ‘Decamerón’ de Boccacio, la cual consistía en narrar cuentos entretenidos para huir mentalmente de la catástrofe provocada por la peste negra en el siglo XIV.

Los tres niveles de la cultura

Para José Manuel Chillón, profesor de Filosofía de la Universidad de Valladolid, los productos culturales con los que contamos hoy en día se pueden dividir en tres niveles. El primero vendría a designar a la literatura y la pasión por leer, que alude a la “ficción costosa, la cual implica el esfuerzo de la comprensión, el trabajo de la lectura para ir recreando los mundos sugerentes que están plasmados en el papel”. El segundo se corresponde con “las artes audiovisuales, en las que el sujeto asume un papel pasivo, reflexivo, y prima la sensación”, sostiene. “Y el tercero sería el mundo virtual en el que uno se siente el creador, que se correspondería con el de los videojuegos, las redes sociales o la realidad virtual”. Este último, junto con el segundo, es el que más ha primado durante la cuarentena.

Vivimos una era en la que prima la sensación: aglutina a muchos, pero es como una aspirina efervescente, se diluye de inmediato

“La fantasía y la imaginación es el punto de partida del conocimiento, como creía Aristóteles”, asevera Chillón. “En cambio, creo que las nuevas generaciones están atrapadas en el segundo y el tercer nivel. Los niños y adolescentes no han llegado a echar tanto de menos salir a la calle porque la cuarentena les ha permitido tener todo lo que ellos ansían, que es contacto virtual. Además, han visto en el confinamiento la oportunidad para que nosotros, los padres, ablandásemos las normas y las restricciones con las películas o los videojuegos. Y al final parece que han terminado prefiriendo eso a la vida normal. Creo que esta es una de las razones del síndrome de la cabaña”.

¿Enamorado de tu propio personaje ideal?

En la película ‘Ruby Sparks’, un joven novelista que atraviesa una crisis creativa acude a un terapeuta para que le ayude a salir de su bloqueo. Este le recomienda que escriba una página al día por lo menos y así es como empieza a definir a la que sería la encarnación de su amor idealizado: una joven llamada Ruby que, por arte de magia, un día aparece en su casa. El escritor descubre que todo lo que escribe sobre ella se cumple, su personaje ha cobrado vida y es capaz de regir su comportamiento. Pronto, se da cuenta que este don acaba adquiriendo un carácter perverso, y al final decide dejar su creación a sus anchas, otorgándole el libre albedrío.

Teniendo en cuenta esto, el joven escritor de ‘Ruby Sparks’ abarca los tres niveles de la cultura que presentaba Chillón. Aunque está afincado en el tercero, el cual se refiere a la realidad virtual (no hay tecnología tan puntera como una máquina de escribir que lleva a lo real todo lo que escribes en ella), ha tenido que pasar por el primero para poder entender cómo se diseña un personaje reflexionando sobre los que ya crearon otros antes que él; para al final terminar quedándose en el segundo nivel, es decir, dejar de ser el creador de la historia y pasar a ser sola y definitivamente el espectador. O, en todo caso, estar dentro de la historia de Ruby que ya no es la que él decide, pasando a ser un personaje más.

Hemos desaprovechado el valor existencial del aburrimiento. Necesitamos aburrirnos, dejar de hacer cosas que sirvan para algo

Más allá de cómo se desarrolla la película, el argumento es muy interesante porque nos presenta una de las cualidades que tiene el cine y el por qué conectamos tanto con sus personajes y lo que les sucede. En cierto modo, encaja con las ideas del filósofo esloveno Slavoj Zizek sobre “el beneficio sin inconvenientes”, por el cual el mercado actual nos ofrece productos libres de sus propiedades perjudiciales: café sin cafeína, cerveza sin alcohol… y extrapolándolo a la vida cotidiana, el cine nos ofrece la oportunidad de experimentar situaciones que en algún momento podríamos vivir sin involucrarnos físicamente, tan solo a nivel mental y emocional. A la hora de ver una película, llegamos a un acuerdo tácito con sus creadores para creer aquello que nos van a contar, sabiendo de antemano que no es real.

La filósofa Tamar Gendler postula en un interesante estudio que existen dos niveles de conciencia que compiten entre sí cuando vemos una película: el ‘belief’ y el ‘alief’. El primero es el que rige las certezas que cada día asumimos y se corresponde con nuestro conocimiento del mundo, separando lo que es real de lo que no lo es. El segundo, en cambio, es la suspensión momentánea del primero, que nos lleva a aceptar y tomar por real aquello que de antemano sabemos que corresponde al mundo de la ficción. Este mecanismo mental no deja de ser la premisa más básica del cine, lo que nos lleva a perdernos mental y emocionalmente en la historia y a conectar con los personajes. Además, a medida que crecemos vamos perdiéndolo, de ahí que los niños tengan más facilidad para quedar cautivados por las historias de ficción que los adultos.

Las lógicas de la sensación

“Vivimos en una era en la que prima constantemente la sensación”, explica Chillón a El Confidencial. “¿En qué se diferencia esta de la razón? Que aglutina a muchas personas, pero es como una aspirina efervescente, se diluye inmediatamente. No deja poso. No puedes mantener la emoción que sentiste al dejar a tu pareja, pero sí que puedes argumentar el razonamiento que te llevó a hacerlo, aunque hayan pasado meses. Vivimos en una sociedad cada vez más líquida, y a este tiempo le viene como anillo al dedo la sensación”. ¿Es el cine la cumbre de la sensación? ¿Y una serie, en las que esa misma sensación puede tener una continuidad mucho más larga y prolongada en el tiempo?

El síndrome de la cabaña es la consecuencia directa de una forma de ser que ha venido fraguándose en los últimos doce años

Todo esto nos lleva a pensar que muchas personas que hayan pasado solas esta cuarentena se habrán tenido que conformar con experimentar esta clase de sensaciones a falta de no poder crear su propio relato. Esta, sin duda, puede ser una de las causas del ‘síndrome de la cabaña’ del que tanto se habla actualmente. A esta serie de sensaciones continuadas se le suma el hecho de rellenar los huecos que quedan con el mundo virtual. Pero, ¿qué diferencia tiene este con el mundo de la ficción en el podemos entrar gracias a una película?

“El mundo virtual no cuesta, no exige esfuerzo, tiene todo lo que ansiamos, rapidez y creación continua”, reflexiona el filósofo vallisoletano. “Soy yo quien genero mi propia aventura, no necesito meterme en la de otro, como sucede con un libro o una película. Hay algo muy importante que hemos desaprovechado del confinamiento y es el valor existencial del aburrimiento. Necesitamos aburrirnos y dejar de hacer cosas que sirvan para algo concreto. Las nuevas generaciones no han tenido la oportunidad de aburrirse, han estado pegados a un escenario que no era el de la realidad, lo que ansían ahora los jóvenes es ser ‘youtubers’ o ‘influencers’, generar un tipo de vida-espectáculo permanente y constante en la que siempre hay acción, protagonismo individual, sin necesidad de escucha, de mirada sí, pero de escucha no.

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“La cuarentena tenía que haber servido para hacer una experiencia de desierto y despojo, para descubrir nuestra poquedad y miseria”, recalca Chillón. “Pero en vez de eso hemos suplido nuestras deficiencias y carencias humanas llenando esos huecos constantemente de vacunas virtuales. El síndrome de la cabaña, al final, viene desde antes. La virtualidad en la que vivimos lo genera. Cuando en el año 2000 se empezó a hablar de Europa como una ‘aldea global’ toma de fundamento que ya nuestra conexión es a distancia, inmediata y de relaciones virtuales que se dan en un mismo sitio y tiempo. Cualquier padre o madre sabe que para castigar a su hijo debe quitarle el dispositivo que tiene para conectarse, cuando antes era al contrario, el castigo consistía en no salir a la calle a jugar. Tenemos profundas deficiencias en las relacione sociales. El contacto físico no puede suplirse, tampoco estar acompañado. El síndrome de la cabaña no es más que la consecuencia evidente y directa de una forma de ser en el mundo que ha venido fraguándose en los últimos doce años”.

Si hay un tema de conversación por excelencia en los reencuentros de familiares y amigos después de la cuarentena ese es el de las series y películas que hemos visto a lo largo de estos últimos meses. El hecho de disponer de tanto tiempo para estar en casa hizo que se disparasen las suscripciones a las plataformas de ‘streaming’ en los primeros días del encierro. Se podría decir que vivimos una primavera que acabó convirtiéndose en un gran maratón de cine. Hemos aprovechado para conectar con las historias de personajes de ficción a falta de no poder continuar con las nuestras, más reales. Y a su vez, como forma de desconexión ideal frente al caos, la incertidumbre y los dramas originados por la pandemia. Esta tendencia a refugiarnos en los productos culturales ha servido para poner en valor el papel que juega el sector cultural en situaciones excepcionales, a veces menospreciado en tiempos en los que las cosas siempre fueron bien.

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