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Drogas, brutalismo y 'Trainspotting': la historia de los Banana Flats escoceses
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Drogas, brutalismo y 'Trainspotting': la historia de los Banana Flats escoceses

Esta megaestructura, concebida para reubicar a las clases trabajadoras de Edimburgo, se convirtió en los años ochenta en el epicentro del crimen y la droga

Foto: Los Banana Flats de Leith, en Edimburgo. Y una imagen de la película Trainspotting.
Los Banana Flats de Leith, en Edimburgo. Y una imagen de la película Trainspotting.

Edimburgo (Escocia) ostenta el título de ser una de las ciudades más oscuras, mágicas y misteriosas de Europa, con sus cementerios y almas a pie de calle y los oscuros callejones que permitieron a JK Rowling inventar un mundo de brujería. Leith, sin embargo, es el distrito portuario, esa amiga de la que nadie se acuerda en las fiestas, una zona definitivamente mucho menos turística que conserva un ambiente más tradicional, aunque en sus calles podemos encontrar tradición y modernidad paseando a veces de la mano.

Aunque ahora se ha reformado, y si paseamos cerca del río encontraremos bares 'hipsters' y gentrificados, en la época victoriana sus barrios eran mucho más marginales. No tiene grandes monumentos o catedrales memorables, pero los Cable Wynd (conocidos entre sus vecinos como 'los Banana Flats' por su curiosa forma de plátano) son sin duda de los edificios más populares del distrito. Cobraron popularidad gracias al escritor Irvine Welsh, que decidió darles protagonismo convirtiéndolos en la casa de Sick Boy, uno de los personajes de 'Trainspotting' (famosa por su versión cinematográfica, de la mano del director Danny Boyle). La novela y su adaptación cinematográfica cuenta la historia de un grupo de amigos enganchados a la heroína que viven en un Leith marginal y existencialista, sin esperanzas ni sueños más allá del próximo 'pico'. Pero, ¿qué tienen de especial estos edificios?

En los años sesenta, Edimburgo se comprometió a reubicar a las clases trabajadoras. El edificio bebe de las creaciones de Le Corbusier

A principios del siglo XX, las calles de Leith estaban sucias, abarrotadas y no eran aptas para vivir, lo que constituía un gran problema debido a los cientos de familias que se congregaban y trabajaban en la zona. En las décadas de 1950 y 1960, el Ayuntamiento de Edimburgo se comprometió a reubicar a las clases trabajadoras de la ciudad, con el fin de brindarles viviendas saludables y seguras. Lo que en un principio fue una buena idea, en la realidad se traducía en áreas de alta densidad repletas de familias: según informa 'Edinburgh Live', no era inusual encontrar a diez miembros de la misma familia compartiendo una habitación.

placeholder La zona en los años veinte. (Universidad de Edimburgo)
La zona en los años veinte. (Universidad de Edimburgo)

Por tanto, la situación obligaba a buscar una solución de vivienda. Ahí es donde entran en juego los enormes bloques de pisos conocidos como 'Banana Flats', o Cables Wynd House de una manera más técnica. Después de la Segunda Guerra Mundial, otros edificios como New Kikgate o Tolbooth Wynd, habian comenzado a ponerse en marcha con la idea de limpiar estos barrios marginales. Pero, mientras estos se basaban en una necesidad imperante de alojar a muchas personas en lugares construidos a un coste mínimo, los Cables Wynd House representaban una nueva forma de pensar: las megaestructuras brutalistas de hormigón, basadas en el concepto de ciudad vertical inventado por Le Corbusier.

Aunque iban a ser una alternativa segura a la marginalidad, en los ochenta se convirtieron en el epicentro del crimen y del consumo de drogas

El brutalismo tiene su origen en el término francés 'béton brut' u 'hormigón crudo' y tuvo su auge entre las décadas de 1950 y 1970. "Este tipo de arquitectura brutalista se basa en la percepción del material en bruto, principalmente hormigón visto, en la percepción de los sistemas estructurales y constructivos e incluso en la percepción de las instalaciones, como tuberías, líneas de alumbrado o escaleras, que se resaltan visualmente en contraste con la tendencia habitual a ocultar todos estos elementos", cuenta el arquitecto Santiago Martínez, de Estudio3 Arquitectos a El Confidencial. "Le Corbusier fue el primer arquitecto que empleó el hormigón visto para viviendas colectivas en la Unidad Habitacional de Marsella, encargada por el Estado francés tras la Segunda Guerra Mundial, donde plasmó su oposición a las viviendas unifamiliares urbanas porque hacen la ciudad más insostenible, en cuanto a costes y aprovechamiento del espacio".

En el caso de los Banana Flats, se suponía que las largas pasarelas que unían los pisos replicaban la sensación de comunidad de las viviendas que la enorme estructura estaba reemplazando. El objetivo del proyecto era proporcionar a las clases trabajadoras comodidades para la vida en masa, "los Banana Flats incluían de serie mejoras importantes de habitabilidad, como sistemas de calefacción, saneamiento, agua corriente, baños individualizados o electricidad, en un intento por eliminar los asentamientos insalubres y precarios. En su época fueron revolucionarios en este sentido", cuenta Santiago. Dos años después de su construcción, las primeras familias comenzaron a habitar el edificio. Y, aunque en un principio esta megaestructura se consideró una estupenda idea, un avance y una alternativa limpia y segura a los barrios marginales victorianos de antaño, con el paso del tiempo se mostró la oscura realidad: los Banana Flats se convirtieron en el epicentro del crimen y del consumo de drogas (Edimburgo fue una de las zonas más afectadas por la epidemia de heroína de los años ochenta).

Estos edificios se asemejan a los búnkeres, y recuerdan a la arquitectura bélica e incluso el totalitarismo socialista de la época

"Arquitectónicamente, el brutalismo no llegó a cuajar" cuenta Santiago. "Este concepto tan revolucionario de la sinceridad de los sistemas estructurales, que ya existía en los edificios industriales, y la utilización del hormigón visto, que ya se aplicaba en los edificios públicos, nunca se había empleado en la arquitectura residencial. Terminó cayendo en desgracia por su austeridad, frialdad, el mal envejecimiento del edificio y su falta de integración con el tejido urbano circundante".

Durante esa época, los Banana Flats en Junction Street pasaron a ser uno de los lugares menos recomendables de la zona, aunque sus vecinos eran fieles: muchos de ellos continúan viviendo en el edificio desde los años sesenta. "Estos edificios se construyeron desde un principio para alojar a las clases desfavorecidas, lo que en parte explica que terminaran evolucionando hacia la marginalidad. Y ciertamente sus habitantes pueden sentirse en un entorno inhóspito, poco apto para la vida familiar, por su estética y su ausencia de espacios comunes que favorezcan la vida vecinal. En cierto modo, está relacionado en la memoria colectiva con la forma de los búnkeres, con la arquitectura bélica e incluso con el totalitarismo socialista de la época, lo cual podría explicar en parte su declive", indica Santiago.

Desde 2017, los Banana Flats son considerados bien de importancia nacional en Edimburgo

Curiosamente, muchos de los vecinos de toda la vida han asistido con perplejidad a un nuevo lavado de cara en los últimos tiempos: la zona destinada a limpiar los barrios marginales (y que paradójicamente en los ochenta consiguió el efecto contrario), está comenzando, lentamente, a gentrificarse. No solamente porque el barrio se esté llenando de sangre fresca que abre nuevos comercios, "queremos que experimenten el sentimiento de pertenencia de formar parte de Leith", explicaba un vecino de la zona en 'Edinburgh News', también porque desde 2017, los Banana Flats forman parte de un listado con la categoría 'A' en Escocia, lo que significa que son considerados un bien histórico cultural, de importancia nacional o internacional. El Historic Environment Scotland les asignó esta categoría tras consultar a los vecinos de la zona y al propio Ayuntamiento. Nada mal para unos edificios que adquirieron fama por convertirse en el epicentro de la droga en Edimburgo.

El miedo actual es el Brexit, y en los últimos tiempos, sus vecinos han protagonizado historias en los periódicos por algo que nos ha afectado a todos: el coronavirus. En marzo, todos los pisos del mítico edificio decidieron ponerse de acuerdo para entonar a la vez la famosa canción 'Sunshine on Leith', de The Proclaimers, en homenaje a todas las personas que trabajan en los supermercados u hospitales de la zona. Una demostración de ese sentimiento de pertenencia que los residentes consideran necesario. No es casualidad que muchos hayan sido fieles a los Banana Flats en sus mejores y peores momentos: Leith es una especie de refugio de Edimburgo, un lugar real en el que esconderse cuando el turismo y la elegancia sobrepasan al ciudadano escocés.

Edimburgo (Escocia) ostenta el título de ser una de las ciudades más oscuras, mágicas y misteriosas de Europa, con sus cementerios y almas a pie de calle y los oscuros callejones que permitieron a JK Rowling inventar un mundo de brujería. Leith, sin embargo, es el distrito portuario, esa amiga de la que nadie se acuerda en las fiestas, una zona definitivamente mucho menos turística que conserva un ambiente más tradicional, aunque en sus calles podemos encontrar tradición y modernidad paseando a veces de la mano.

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