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No todo el estrés es malo: diferencias entre 'distrés' y 'eustrés'
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No todo el estrés es malo: diferencias entre 'distrés' y 'eustrés'

La clave es saber diferenciar aquel que se vuelve crónico y conocer las técnicas para abordarlo antes de que influya en nuestro organismo de manera negativa

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Enero es uno de los meses donde volvemos a nuestra rutina habitual, una situación que no siempre sabemos gestionar y que puede provocar uno de los males cada vez más presentes en nuestro entorno: el estrés, un trastorno considerado como el 'gatillo' que dispara, por ejemplo, enfermedades del corazón, accidentes cerebrovasculares o incluso cáncer, y que forma parte de aspectos psiquiátricos y conductuales, como la ansiedad o la depresión. Además de su implicación directa en algunas de estas enfermedades, el estrés también influye indirectamente, al favorecer otros factores de riesgo, como la obesidad, el consumo de tabaco o la hipertensión.

Sin embargo, el estrés no es siempre 'malo'. Ha estado asociado a nuestra existencia como elemento fundamental para nuestra supervivencia. De hecho, hace años que se definió como la respuesta fisiológica, psicológica y de comportamiento de un sujeto que busca adaptarse y reajustarse a presiones tanto internas como externas. Los factores estresantes físicos o mentales activan en nuestro organismo la denominada 'respuesta al estrés'.

El estrés es una respuesta humana totalmente normal de la que podemos sacar provecho si sabemos escucharla y observar de qué nos avisa

El organismo se pone en guardia y se prepara para la lucha: “El estrés es una respuesta necesaria de nuestro organismo y no siempre es malo, diferenciando el distrés (el estrés malo) del eustrés (el bueno)”, explica el Dr. Javier Bonilla, residente del Servicio de Psicología del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz.

Como hemos explicado, el estrés es una respuesta humana totalmente normal y de la que podemos sacar provecho si sabemos escucharla y observar de qué nos está avisando. Por ejemplo, es bueno que un examen nos preocupe, porque hará que dediquemos más tiempo a prepararlo y saquemos buena nota. También es bueno mantenernos alerta al volante, porque reduce las posibilidades de sufrir un percance. Son situaciones en las que el estrés está cumpliendo su finalidad adaptativa y movilizando nuestros recursos.

Entonces, ¿cuándo es el estrés un problema? "El problema radica cuando este estrés se convierte en patológico", puntualiza la Dra. Laura Muñoz Lorenzo, adjunta al Servicio de Psicología, psicóloga clínica y tutora de residentes PIR del mismo centro. Generalmente, ante las señales de alarma, desarrollamos la mencionada respuesta al estrés, que es la fase de alarma: concentramos nuestras energías en el cerebro, el corazón y los músculos, se elevan hematíes y plaquetas, aumentan la frecuencia cardiaca, la presión arterial y la respiración, la dilatación de las pupilas y la sudoración. Tras esta fase, “solucionamos esa alarma, nos adaptamos al cambio y todo vuelve a la normalidad", explica la especialista.

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"Entramos en un terreno peligroso para nuestra salud cuando la respuesta fisiológica a la fase de alarma persiste y entramos en una fase de resistencia, seguimos agotando todas nuestras reservas, provocando un sobrefuncionamiento de nuestro organismo y entramos en una tercera fase de agotamiento, que es cuando el estrés se vuelve patológico", apunta Muñoz.

Este tipo de estrés puede ser debido a múltiples causas: las obligaciones familiares y laborales, la exigencia del día a día, las preocupaciones económicas o, incluso, el estrés físico que pueden sufrir los deportistas. También puede deberse a trastornos mentales o a enfermedades orgánicas genéticas o adquiridas.

Formas de abordar el estrés

Son tantas las causas que pueden provocarlo y algunas están tan fuera de nuestro alcance que en lo que debemos enfocarnos es en cómo controlarlo. Ambos especialistas coinciden en que "el abordaje debe ser multidisciplinar e implicar no solo al médico sino, dependiendo de las circunstancias, a profesionales tan diversos como psicólogos, fisioterapeutas o nutricionistas. En algunos casos, puede requerirse tratamiento farmacológico, psicológico y aprender técnicas de relajación y meditación como el yoga, el taichi y el pilates", explica la especialista.

En cualquier caso, hay una serie de recomendaciones que podemos seguir para conseguir controlar el estrés que pueda afectarnos negativamente y evitar que se convierta en una patología con efectos adversos para nuestra salud:

  • Entrenamiento en técnicas de relajación.
  • Adquirir herramientas para afrontar las situaciones que nos provocan estrés y que nos ayudarán a enfrentarnos a las dificultades del día a día de manera menos amenazante para nosotros (entrenamiento en técnicas de solución de problemas, el entrenamiento en habilidades sociales, etc.).
  • Evitar los factores estresantes. Prestar atención a nuestro entorno, laboral, escolar o familiar, para eliminar o aliviar las situaciones potencialmente estresantes más habituales, siempre que dicho cambio esté en nuestras manos.
  • Reducir las sustancias estimulantes como el café, el alcohol y el tabaco.
  • Practicar ejercicio físico frecuentemente.
  • Hacer descansos regulares y dormir bien.
  • Seguir una dieta sana y equilibrada.

*El Confidencial, en colaboración con Quirónsalud, presenta una serie de artículos para aclarar dudas referentes a mitos y creencias populares relacionados con la salud así como para combatir las falsas informaciones que se puedan generar en internet. Si tienes alguna duda sobre la consulta resuelta y quieres más información, puedes contactar con el Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz.

Enero es uno de los meses donde volvemos a nuestra rutina habitual, una situación que no siempre sabemos gestionar y que puede provocar uno de los males cada vez más presentes en nuestro entorno: el estrés, un trastorno considerado como el 'gatillo' que dispara, por ejemplo, enfermedades del corazón, accidentes cerebrovasculares o incluso cáncer, y que forma parte de aspectos psiquiátricos y conductuales, como la ansiedad o la depresión. Además de su implicación directa en algunas de estas enfermedades, el estrés también influye indirectamente, al favorecer otros factores de riesgo, como la obesidad, el consumo de tabaco o la hipertensión.

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