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Lo que tienen que vivir las tripulaciones de los yates: "¿Podríamos ir a por una Fanta?"
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Lo que tienen que vivir las tripulaciones de los yates: "¿Podríamos ir a por una Fanta?"

La gente que suele viajar en estos barcos es exigente y quiere las cosas a tiempo, lo que, a veces, se traduce en un sinfín de momentos surrealistas y cómicos

Foto: "Aquí, sufriendo". (iStock)
"Aquí, sufriendo". (iStock)

Las vacaciones en altamar tienen sus pros y sus contras, fans y detractores, como todo, pero, a priori, parecen un plan apetecible al que apuntarse en cualquier momento. Los yates son siempre sinónimo de estatus, y como si de marajás se tratase, normalmente aquellos que poseen uno suelen tener caprichos caros, curiosos o simplemente extravagantes. Al fin y al cabo, alquilar por una semana una de estas casas acuáticas suele rondar los 800.000 euros, no es un lujo al alcance de cualquiera, pero ¿qué es un rico sin su barco? Extrapolándolo, es algo así como un perro sin un collar o unos macarrones sin queso.

En lo que no solemos pensar cuando esos desorbitados precios pasan ante nuestros ojos es en los trabajadores, sin embargo, son necesarios dentro de estos viajes que suelen conllevar fiestas con mucho alcohol y algunos desmadres. Entonces llega el lado oscuro de estos lujosos barcos: mucha limpieza que llevar a cabo y propietarios demasiado exigentes. 'Business Insider', sin embargo, sí ha se ha acordado de ellos, y ha decidido encuestar a varios miembros de la tripulación para conocer un poco su vida a bordo. Solo hay una conclusión clara: cuando las personas pagan millones por viajar en uno de estos artefactos marinos, esperan obtener todo lo que quieren y en el periodo de tiempo más corto.

A tiempo para el partido

Cuando viajas es bueno entender que, quizá, debas prescindir de alguna de las facilidades que normalmente tienes en tu vida diaria. Sin embargo, parece que no todo el mundo está por la labor de asumirlo. Así lo cuenta Michael, un entrevistado y excapitán de yates. "En una ocasión un propietario de un superyate se puso muy pesado con que quería ver las semifinales de baloncesto de la NBA. En ese momento nos encontrábamos anclados cerca de un arrecife de corales al este de Honduras, por lo que la cobertura por satélite brillaba por su ausencia y así se lo dije, temí su reacción", cuenta.

Un grupo quería flotadores de bebés con forma de cocodrilos para la mañana siguiente. Tuvimos que ingeniárnoslas

"Por suerte también era propietario de una cadena que transmitía el juego y pagó expresamente para que la huella de satélite se moviera y pudiera cubrir nuestra área. Fue bastante alucinante. No entendí nada del partido, pero bueno, al parecer él quería ver a su madre por la tele, porque también era fan del equipo y ese día había acabado sentada al lado de Stevie Wonder".

Descuidos tediosos

Nic Johnson, de una conocida cadena de yates privados, recuerda que a veces los lujos de los superricos pueden parecer un poco ridículos para las personas más mundanas. Como en una ocasión en la que a las 8 de la mañana los invitados a bordo de su barco la llamaron para que acudiera rápidamente por una urgencia: "Solicitaron flotadores inflables de cocodrilo para bebés, y los querían para la mañana siguiente", explica, recordando también que estaban en medio de la nada y que quizá podrían haberlo pensado antes. "Necesitamos alquilar una moto acuática y en el proceso tardamos seis horas, pero finalmente llegamos al bote con los malditos flotadores", indica.

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Quizá pienses que podrían haberse acordado antes de meter todo en la maleta, pero, al parecer, los descuidos son bastante frecuentes. Mark, capitán de otro yate, también recordaba la ocasión en que un secretario tuvo que coger un avión urgente solo para llevar una pequeña bolsa de ropa que la mujer del jefe se había dejado en casa.

Lujos incomprensibles

Quizá no les entre en la cabeza que, por ejemplo, la gente necesita descansar. Los chefs de los yates son los que más sufren los pequeños antojos de los dueños de esos pequeños barcos. Un cocinero de uno de ellos contaba que acababa de acostarse (llevaba solo dos horas en la cama) cuando le pidieron que se levantase para preparar un buffet de platos pequeños, a las tres de la madrugada.

Tenía que bajar los ojos para no mirar a las prostitutas que hacían topless en la cubierta

"¿No hay un helicóptero disponible?", le preguntaron a Mark en otra ocasión, cuando viajaban en un yate que recorría las islas griegas. ¿La razón? Al propietario se le había antojado jugar al golf y la pista más cercana estaba a tres horas y media. Y no fue la situación más extraña, "otra vez me preguntaron si no podíamos volar desde una isla, en medio de la nada, para comprar una Fanta. Incluso obligaron a parar el yate en medio del ártico solo porque alguien llevaba una guitarra y quería tocarla".

Ver, oír y callar

En lo que todos los miembros de la tripulación coinciden es en que se ven muchas cosas, algunas de las cuales les gustaría olvidar. "Recuerdo una vez en la que lo vi todo", cuenta un miembro que ha trabajado como ingeniero junior. "Quiero decir, estaba en la zona de la cubierta, donde tenía que bajar los ojos deliberadamente para no mirar a las prostitutas en topless que había a bordo. En otras ocasiones, al ocuparme de la ingeniería, he tenido que ver el agua más estancada y turbia del mundo y fregar a fondo el bote", explica.

Foto: Foto: Instagram.

Desde las peticiones más ridículas a los momentos más embarazosos, lo que está claro es que el trabajo podrá ser cansado, pero nunca aburrido. Eso sí, si alguna vez tienes la suerte de alquilar un yate para uso privado y hay trabajadores a tu cargo, recuerda respetar un poco sus horarios y no exigir quimeras absurdas, con el fin de no aparecer retratado en algún artículo.

Las vacaciones en altamar tienen sus pros y sus contras, fans y detractores, como todo, pero, a priori, parecen un plan apetecible al que apuntarse en cualquier momento. Los yates son siempre sinónimo de estatus, y como si de marajás se tratase, normalmente aquellos que poseen uno suelen tener caprichos caros, curiosos o simplemente extravagantes. Al fin y al cabo, alquilar por una semana una de estas casas acuáticas suele rondar los 800.000 euros, no es un lujo al alcance de cualquiera, pero ¿qué es un rico sin su barco? Extrapolándolo, es algo así como un perro sin un collar o unos macarrones sin queso.

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