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El ejército español perdido: 48 horas en el duro infierno
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El ejército español perdido: 48 horas en el duro infierno

El bochornoso escándalo del verano de 1921 acabó con la muerte de unos 12000 soldados mal dirigidos y abandonados a su suerte en una trampa mortal

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"Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral".

- Dante Alighieri

Ernesto Rodriguez Chacel, además de ser un capitán con una formación militar académica impecable, era un lector empedernido de Sun Tzu y Clausewitz y tenía una biblioteca enorme con las biografías de Alejandro de Macedonia, Julio César, Aníbal, Cortés, Napoleón Bonaparte, Federico el Grande, etc. Era además un oficial muy admirado por la tropa, básicamente por el trato que dispensaba a los soldados y por su humanidad a la hora de atender sus necesidades más elementales. Su compañía era un auténtico equipo o hermandad, si se prefiere. Durante el tiempo que estuvo en el frente de África y hasta su muerte, dejaría una huella indeleble (por no decir una leyenda) sobre su peculiar forma de actuar.

Cuidaba al detalle la logística y la educación de sus hombres. Había establecido que los oficiales de inferior rango enseñaran a diario a leer y escribir a los muchos analfabetos que poblaban las filas de aquel ejército antaño glorioso, y ahora metido en el cenagal de la Guerra del Rif, guerra asimétrica que devoraba de manera inmisericorde las vidas de los hijos de España que no habían podido pagar la exención de filas, solo al alcance de los jóvenes con recurso e hijos de familias pudientes.

Foto: Juana la Beltraneja

Esta guerra que a priori podría parecer un paseo militar contra La Republica del Rif y su corolario de cábilas satélites, llevaba cerca de dieciséis años fagocitando a la juventud española con efectos demoledores y resultados militares desastrosos por la pésima planificación de los altos mandos, que coñac y puro en mano se lo pasaban pipa en el casino de Melilla jugando al billar sin hacerse cargo de la que estaba cayendo.

Eran los mandos intermedios (sargentos, tenientes, capitanes), los que se manejaban con mayor solvencia y consideración hacia la tropa y los que al estar sobre el terreno veían la crudeza de la realidad tanto en el desarrollo de lo cotidiano como en las previsiones de futuro, que eran negras no, lo siguiente. Pero la miopía de los políticos, algo consustancial al cargo, pues es la mediocridad el patrón y caldo donde medran y asientan sus reales, no daba para hacer un análisis serio de la situación, básicamente por la falta de escrúpulos y de vergüenza que caracteriza a esta élite a la que prestamos el voto, cuya única utilidad parece ser la de mantener impoluta la higiene bajo lumbar.

Los últimos momentos tuvieron que ser dramáticos de necesidad si somos capaces de visualizar a aquella horda asaltando a los sitiados

Los intereses del monarca (a la sazón Alfonso XIII) en el protectorado, y los del Conde de Romanones en las explotaciones mineras de la zona, eran defendidos por la carne de cañón de muchachos gallegos, vascos, catalanes y chavales barbilampiños de todas las latitudes de la España de entonces (no hay que olvidar los motivos que en su momento condujeron a la Semana Trágica), sin que la contrariada población pudiera hacer algo por evitarlo aceptando con resignación aquel atropello y discriminación manifiesta.

Sentencia de muerte

Un día de julio, en aquellas lejanas latitudes en medio de la nada, el capitán Chacel que intuía meridianamente lo que para otros mandos era un mero rumor o habladuría había advertido al capitán Alonso de que enviara a la mayor brevedad munición en cantidades industriales. El coronel García Esteban al frente de la circunscripción en ese momento, asumió que había ciertos indicios de atisbo de insurgencia pero que no era para tanto. Por ello se dedicó a abastecer a los campamentos de retaguardia que según su criterio eran los que estaban más próximos y sin riesgos aparentes. El seguro exterminio de más de media docena de posiciones avanzadas no le parecía algo contable o de importancia y por ello, en la creencia de que así iba a minimizar riesgos, se dedicaría obviamente a abastecer a los menos necesitados. Todo un paradigma.

En consecuencia, la entera vanguardia del ejército español, todos los destacamentos de primera línea incrustados profundamente en tierra de nadie, abandonados a su suerte, pasarían a la historia fagocitados por una horda de turbantes con métodos rayanos al salvajismo. Las necrológicas sangraban abundantemente durante esos días en las rotativas.

Una ametralladora alemana GH 80 de más de 70 kilos comprada de excedentes de la I Gran Guerra iba a causar una carnicería monumental

El capitán Rodríguez Chacel al ver el giro que daban los acontecimientos reunió a sus hombres para explicarles sin ambages ni medias tintas la verdad sobre la situación que se les venía encima. En un silencio sepulcral, todos los presentes (cerca de un centenar de soldados y oficiales) con una entereza inusual, estaban escuchando por parte de su mando lo que venía a ser una sentencia de muerte inapelable.

Como una apisonadora, miles de rifeños cabreados por lo que consideraban una intromisión de las tropas hispano francesas (el llamado Protectorado) en su hábitat natural, venían con sed de venganza y hambre atrasada. Una horda vociferante, un rugido que avanzaba como una gigantesca ola, se acercaba a la posición en donde Chacel y sus hombres esperaban su próximo final. Al amanecer y desde la dirección del este para colocar el sol hacia sus espaldas y dificultar la puntería de los tiradores españoles, librarían un cuerpo a cuerpo de proporciones épicas y mortíferas de necesidad.

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De tal manera, aquel día, el alba ya teñida de rojo avisaba con sus augurios de la enorme matanza por venir. Una pequeña compañía libraría uno de los lances más heroicos de la Guerra del Rif a pelo, a capela, a pecho descubierto, a sabiendas de que no había ningún margen para salir enteros del lance.

Ya el día anterior habían advertido como iban de retirada y acosados, los que habían conseguido huir del desastre de Annual en dirección al puesto avanzado de Drius. La noticia de la muerte del general Silvestre y su estado mayor, más cerca de tres mil soldados, había dejado atónitos a la tropa que por aquel entonces en su conjunto alcanzaba en su momento álgido cerca de 100.000 combatientes solo en el lado español. Todo hay que decirlo, prácticamente la mitad del presupuesto de defensa español (580 millones de pesetas) se iba por aquella terrorífica alcantarilla.

Saber que vas a morir

No había ni los mínimos de subsistencia para mantener la posición dignamente. Raciones de manteca, harina y aceite, eran todo lo que quedaba. Pero el calvario vendría cuando se hizo el recuento de munición. Los excelentes Máuser estaban a dieta con poco más de 120 balas en cartuchera. Algunos soldados en previsión, habían cambiado por tabaco o comprado directamente la munición a sus compañeros de retaguardia cuando supieron su destino en el interior y primera línea. Durante los días previos al gran asalto, aún advertida la alta oficialidad del cariz que estaban tomando los acontecimientos, nada se había hecho por agilizar el transporte de munición y efectos indispensables a las líneas más expuestas; en consecuencia, el capitán Chacel a la vista de los acontecimientos y de las reservas existentes concluyó lo que era evidente: todos los allí presentes iban a morir sí, pero dejando el pabellón alto.

Rómulo Benavides, un sabio pastor extremeño de la Sierra de Gata, que vivía su vida al raso y sin posesión alguna más allá de su reata de mulas y cabras, había sugerido para aplacar la sed, que cada uno de los defensores de la posición guardara sus meados para rebajarlos con la escasa agua sobrante y así dilatar la supervivencia, cosa que todos admitieron con reservas pero cuya eficacia se demostraría patente, pues a la postre, el orín no era otra cosa que una sustancia filtrada.

Los muy religiosos vascos rezarían una oración dirigida por el capitán a la que se sumaron algunos anarquistas confesos por si las moscas y posteriormente el resto de la tropa, más como un ritual de confraternización antes de cruzar la Puerta Grande que como un pronto espiritual ante la cruda realidad por venir. Era básicamente un pacto de camaradería ante lo inevitable.

Mantener la memoria

En lo alto de la loma y protegida por un risco saliente que cubría del orden de 180 grados de visión, una ametralladora alemana GH 80 de más de sesenta kilos comprada de excedentes de la I Gran Guerra iba a causar una carnicería monumental entre las filas rifeñas. Las turbas de Abd del Krim todavía usaban carabinas y espingardas del año de la tana con cartuchos de papel encerado y bala redonda. En la parte española, el Máuser Gewehr 98 no delataba al tirador y dotaba profusamente a la tropa de un arma de una seguridad pasmosa, incontestable por su fiabilidad y precisión en manos de un infante avezado.

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Foto: Wikimedia.

Acabada la oración, un rumor extraño proveniente de la zona de Drius alertó a los españoles por su peculiar sonido. Un Breguet biplano, apareció repentinamente desde el lado oscurecido del alba, al oeste, y tiró sobre la posición en un alarde de osadía dos bloques de hielo en dos de las tres pasadas con una precisión asombrosa. En la tercera, echó el artillero una enorme funda de pellejo vuelto con unos peines de balas para los Máuser, aderezado esto con algunas benéficas cajetillas de tabaco. Asimismo, el día 23 una hilera de mulas y algunos caballos consiguen tras cuantiosas bajas acercar un consolador morapio de Cariñena, cerca de 500 litros de agua en odres, y munición como para hacerse respetar. Eso fue todo, una pequeña esperanza de aliento insuflado a un alto coste por el decidido capitán Alonso que entendió que aquellos hombres estaban vendidos y que a pesar de la pavorosa e ingente presencia de rifeños que encarnaban la ya premonitoria mosca del vinagre, había conseguido lo inalcanzable, dotar de viento fresco a aquellos condenados.

Ernesto Rodriguez Chacel tenía una formación militar académica impecable y era un oficial muy admirado por la tropa, por el trato que dispensaba

Tras varias oleadas de asaltos nocturnos trufadas de bengalas, botellas de gasolina estalladas en las laderas próximas para revelar la orientación de los ataques de los rifeños, llegaría la hora del alba, revelando un panorama dantesco.

La tropa abrazada en una última comunión de tintes místicos, agotados, sin dormir durante tres días, se defendían ante más de 2.000 nativos que ya estaban a las puertas del blocao superando las alambradas y los parapetos de piedra y sacos terreros. Se sabe que los oficiales pelearon cuerpo a cuerpo con sus revólveres y sables y que el interior estaba reventado por la metralla de las granadas propias e impactos de las balas de los Máuser. Los últimos momentos tuvieron que ser dramáticos de necesidad si somos capaces de visualizar a aquella horda asaltando a los sitiados.

El testimonio de aquel capitán y los suyos, configuran una de las más altas referencias de lo que un grupo de soldados debidamente motivados y a sabiendas de su segura extinción, pueden hacer para mantener la memoria de un suceso aparentemente menor y darle un relieve imperecedero. El capitán Chacel días antes de que se le adjudicara el puesto adelantado de Haf, había estado de luna de miel y dejado preñada a su mujer. Después, las cosas se torcieron. A Melilla había llegado en la cañonera. Dato una nueva remesa de puros y coñac francés.

"Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral".

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