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El psiquiatra que estuvo a punto de demostrar que se puede predecir el futuro
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la catástrofe de gales

El psiquiatra que estuvo a punto de demostrar que se puede predecir el futuro

En 1966 el doctor John Baker descubrió que cientos de personas habían soñado con una tragedia en un pueblo minero. Tras ello, decidió investigar sobre las premoniciones

Foto: Catástrofe de Aberfan, en 1966.
Catástrofe de Aberfan, en 1966.

Cuenta la leyenda que cuando Julio César, al que habían recomendado que se cuidara de los Idus de marzo, comprobó que estos llegaban y no sucedía nada, así se lo hizo saber al vidente: "Los Idus de marzo han llegado". "Sí", respondió aquel que le había vaticinado el futuro, tristemente. "Pero aún no han terminado". Quizá sea una historia sin mucho fundamento, pero demuestra que el ser humano, desde la Antigüedad ha creído que podía ver lo que acontecería en las estrellas o los posos de té.

De la misma manera, cuando todas las cadenas de televisión asistían perplejas a la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre, algunos se atrevieron a recordar una de las innumerables profecías de Nostradamus. Más allá de aquellos que echan las cartas, observan en su bola de cristal o leen en la palma de tu mano, ¿realmente existen personas con el don de la clarividencia? ¿Podría explicarse de una manera científica?

Una catástrofe que cientos predijeron

El 20 de octubre de 1966, Eryl Mai Jones, de nueve años de edad, le dijo a su madre que debía contarle el sueño que había tenido antes de dormir. "Mejor cuéntamelo mañana, que es tarde", indicó su progenitora. "No, mamá, es importante" insistió ella. "He soñado que cuando iba a la escuela ya no estaba, algo negro le había caído encima". Al día siguiente, la niña asistió al colegio, situado en Aberfan (pueblo de minas de carbón en Gales del Sur). Medio millar de toneladas de carbón se derrumbaron sobre el pueblo, causando la muerte de la propia Eryl y 139 personas más, casi todos niños.

Foto: Van Os, durante su paso por Madrid. (Foto: Héctor G. Barnés)

El psiquiatra John Barker fue uno de tantos que asistieron a observar la tragedia al día siguiente. "La experiencia me hizo enfermar", explicaría después. "Los padres, que habían perdido a sus hijos, estaban parados en la calle. Parecían aturdidos y desesperados y muchos seguían llorando". Ante una tragedia semejante, las reacciones eran normales. Lo que resultó más curioso fue que, como el psiquiatra fue descubriendo a lo largo de los días posteriores, cientos de personas habían vaticinado el suceso pero nadie lo había creído realmente.

Barker no era un simple creyente de las anécdotas paranormales, era médico. Pertenecía a una generación de psiquiatras que trataban de transformar los hospitales mentales de Gran Bretaña, había estudiado medicina en Cambridge y era conocido por sus trabajos en terapias de aversión (el tratamiento psiquiátrico que consiste en exponer al sujeto a un estímulo y al mismo tiempo a una sensación desagradable) y tenía un gran interés por lo que él llamaba "orquídeas psiquiátricas", o enfermedades mentales inusuales. Escribió su tesis doctoral sobre el síndrome de Munchausen, con el que los pacientes fingen una enfermedad o se dañan a sí mismos por una necesidad compulsiva de ser vistos como enfermos o heridos.

¿Por qué se interesó por lo paranormal? Quizá tuviera que ver con el hecho de que su padre había vivido ese tipo de experiencias durante la Primera Guerra Mundial. O que había leído un caso documentado sobre una mujer a la que un adivino vaticinó que moriría con 43 años y así sucedió. O porque vivió una experiencia de este tipo al conocer a su mujer. Lo cierto es que se adelantó, pues según algunos especialistas aseguran que durante el sueño todos vivimos secuencias que reflejan determinados aspectos del futuro, sin embargo, no solemos recordarlas, ¿por qué? Principalmente por nuestra escasa memoria onírica y por el reducido valor que atribuimos a lo que alcanzamos a recordar.

He soñado con que el colegio desaparecía y en su lugar algo negro había caído encima...

Eryl no fue la única niña que predijo su prematura muerte. En la víspera del desastre, otro niño de ocho años llamado Paul Davies había dibujado figuras excavando una ladera (¿tratando de escapar, quizá?), y debajo había escrito las palabras "The end". El 19 de octubre estos sueños sobre "oscuridad" empezaron a extenderse por todo Gales, especialmente entre las mujeres. El problema de estas predicciones, como suele suceder, es que no se habían tenido en consideración hasta después de la catástrofe, por lo que era muy difícil para Baker discernir si se habían dado antes o después, informa 'The New Yorker'.

Baker se encontraba en el momento del suceso investigando sobre lo que él llamaba "la muerte psíquica", lo que sucede cuando las personas creen que están a punto de morir. Dada la extraña naturaleza del desastre, y tras comprobar que muchos de los propios ciudadanos de Aberfan, incluidos los niños, habían tenido sueños premonitorios, decidió poner un anuncio en la sección de ciencia del 'Evening Standard' de Londres: "¿Alguien tuvo una auténtica premonición antes de que cayera el carbón sobre Aberfan? A un psiquiátra británico le gustaría saberlo".

Llegaron cartas de cientos que habían soñado con la catástrofe. Una mujer había sido invadida por un olor terroso que reconoció como el de la muerte

Las reacciones no se hicieron esperar. Barker recibió setenta y seis respuestas a su apelación. Muchas de ellas recogieron detalles que no habían sido publicados en la prensa y por tanto no podían conocerse. Dos noches antes del desastre, un hombre de 63 años de Bacup, en Lancanshire, soñó que estaba tratando de comprar un libro con una pantalla grande: unas letras blancas deletreaban "Aberfan", palabra que no había escuchado antes. En Plymouth, la noche antes de la catástrofe, una mujer tuvo una visión en una sesión de espiritismo: una avalancha de carbón se deslizaba por una ladera hacia un niño con flequillo. A los pocos minutos del suceso, una acomodadora de Middlesex se levantó de su silla y se quejó de un olor terroso y decadente, que reconoció como el de la muerte.

La Oficina de Premoniciones

Barker se sintió especialmente atraído por un grupo de siete personas cuyas premoniciones iban acompañadas de síntomas físicos y mentales. Postuló la existencia de un "síndrome previo al desastre" experimentado por un subconjunto de la población. Estas personas tienen sensaciones corporales antes de eventos importantes o emocionales, algo así como los gemelos que dicen sentir el dolor del otro aunque se encuentren a kilómetros de distancia. Entre estas personas se encontraba Kathleen Middleton.

Cuando Middleton tenía siete años soñó con que un huevo que freía su madre "literalmente se elevaba y subía hasta el techo". Aquello la hizo reír, pero su madre se preocupó: consultó a un adivino que le dijo que cuando un huevo salía de la sartén, a menudo simbolizaba la muerte. Y así fue. Unas semanas más tarde, una amiga de la familia que se había casado recientemente murió y fue enterrada con su vestido de novia.

Kathleen se acostumbró a vivir con las premoniciones. Un dolor de cabeza significaba un terremoto. Un resplandor de luz podía preceder a cualquier otra cosa. El 21 de octubre de 1966, alrededor de las 4 de la mañana, "me desperté ahogándome y jadeando, con la sensación de que las paredes se derrumbaban", escribiría. Se trataba del día de la catástrofe. Leía regularmente el 'Evening Standard', por lo que pudo contactar con el psiquiatra.

En las semanas siguientes, Barker persuadió a Charles Wintour, el editor de Evening Standard, para que abriera una "Oficina de Premoniciones". Durante un año, se invitaría a los lectores a enviar sus sueños y presentimientos, que serían comparados con los eventos reales. No quería que fuera un simple entretenimiento, tras observar lo que había sucedido en Aberfan pensaba que podía ayudar a prevenir nuevos desastres. En sus primeras cuarenta y ocho horas, la Oficina de Premoniciones recibió más de veinte avisos. Uno predijo una catástrofe en Kensington. Alan Hencher, que también había soñado con Aberfan y sufría síntomas físicos y mentales, fue quien soñó con el accidente de un avión que viajaba de Bangkok a Basilea. Middleton, por su parte, vaticinó un naufragio en Francia, inundaciones en Alaska y tornados en los Estados Unidos. El problema es el siguiente: si se predice la catástrofe y esta se evita, nunca ha habido una catástrofe, por lo tanto, ¿es real lo que se ha vaticinado?

Middleton y Hencher fueron las estrellas del experimento, hasta que ambos soñaron con la propia muerte del psiquiatra

No hay una explicación racional para las premoniciones. Algunos apuntan a las casualidades, aunque el azar parece una idea algo vaga en este tipo de casos. Sea como fuere, Hencher y Middleton siguieron siendo las estrellas del experimento. En el otoño de 1967, ambos predijeron un accidente ferroviario en una línea que se dirigía a Londres. Y, como no podía ser de otra manera, a Baker, igual que a Julio César, le llegó su propio vaticinio.

A principios de 1968, Hencher le dijo a Barker que su vida aún estaba en peligro. Middleton soñó solo con la cabeza y los hombros del psiquiatra, los propios padres de ella (difuntos) también aparecían. "Creo que han tratado de decirme algo", le explicaría. "Tenga cuidado". 18 meses después de abrir la Oficina de Premoniciones, los dos videntes más brillantes de la misma soñaron que Berker iba a morir. ¿Sugestión, quizá? Sea como fuere, el doctor sufrió una hemorragia cerebral el 18 de agosto de 1968, en su hogar, y falleció de camino al hospital. El día en que murió, Middleton se despertó de madrugada. Se ahogaba y jadeaba, intentando respirar.

Cuenta la leyenda que cuando Julio César, al que habían recomendado que se cuidara de los Idus de marzo, comprobó que estos llegaban y no sucedía nada, así se lo hizo saber al vidente: "Los Idus de marzo han llegado". "Sí", respondió aquel que le había vaticinado el futuro, tristemente. "Pero aún no han terminado". Quizá sea una historia sin mucho fundamento, pero demuestra que el ser humano, desde la Antigüedad ha creído que podía ver lo que acontecería en las estrellas o los posos de té.

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