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El pueblo que está acabando con la drogadicción: su método
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no es un criminal, es un enfermo

El pueblo que está acabando con la drogadicción: su método

La crisis de los opiáceos es un grave problema en Estados Unidos que no deja de crecer. Little Falls ha decidido atajarla y lo está consiguiendo: la trata como una enfermedad

Foto: Little Falls en Minnesota.
Little Falls en Minnesota.

"A veces pienso que la gente se hace yonqui sólo porque su subconsciente anhela un poco de silencio" dice Mark Renton, protagonista de 'Trainspotting'. Quizá no sea fácil ponerse en la piel de un drogadicto si uno nunca ha consumido ninguna sustancia, pero ¿qué es lo que lleva a la gente a destruirse de esa manera?, ¿hay individuos genéticamente proclives a ello? Algunas voces apuntan que la epidemia de heroína en los 80 mató a más jóvenes que cualquier guerra anterior. En Estados Unidos ya se habla de tantos muertos como en Vietnam.

Afrontar el problema es difícil, pero Little Falls, una pequeña ciudad en Minnesota, ha decidido plantar cara. ¿Cómo? En lugar de considerar la adicción un crimen, la han tratado como una enfermedad. Ha logrado tan solo en cinco años frenar la epidemia, sin duda una hazaña en un país donde las muertes por sobredosis continúan aumentando (más de 70.000 el año pasado).

Little Falls, un pueblo diferente

La epidemia de opiáceos en Estados Unidos es un problema grave. Es una crisis abstracta y difícil de diagnosticar que ha cambiado mucho: hace dos décadas se cebaba con los hombres blancos jóvenes de mediana edad. Hoy llega a todos los segmentos de la sociedad, pero especialmente se da entre las clases medias y bajas, con medicamentos con receta. Los precios altos de los medicamentos hicieron que mucha gente no pudiera acceder a los mismos, por lo que la mercancía en el mercado negro, más barata y accesible, comenzó a propagarse por todo el país. En los pueblos pequeños, con la escasez de empleo, la pobreza y en parte por culpa de las farmaceúticas y los traficantes, ha sido donde este problema se ha agravado más. Lo habitual en estos casos ha sido la represión, por lo que la nueva política de Little Falls es un soplo de aire fresco.

El ejemplo de Monica Rudolph ilustra a la perfección lo que este pequeño pueblo ha hecho. Después de años de adicción a la heroína en los que alternaba dos trabajos para poder pagar las drogas, su padre la encontró temblando y hecha un ovillo, presa de los vómitos, la diarrea y el dolor de estómago que acechan cuando llega el síndrome de abstinencia. Tras llamar a centros de tratamiento en todo el estado de Minnesota, sin que nadie contestara, a su madre se le ocurrió una última alternativa: "¿Por qué no llamar al hospital local?". Y, bingo, alguien contestó en el pequeño hospital San Gabriel de Little Falls, informa 'BuzzFeed News'.

Los adictos entraron en programas de tratamiento y rehabilitación en lugar de ir a la cárcel

"En mi ciudad natal, que solo tiene 8.000 habitantes, fue el único lugar donde cogieron el teléfono", explica Monica. En realidad no están haciendo nada revolucionario. El dinero público (al menos 1,4 millones de dólares en subvenciones estatales desde 2014) pasó a medidas básicas de salud pública, como un mayor acceso a medicamentos y los adictos entraron en programas de tratamiento y rehabilitación, en lugar de ir a la cárcel. Y funcionó.

Las visitas a emergencias en busca de analgésicos se redujeron. Como en muchos lugares de Estados Unidos, la crisis de los opiáceos y los problemas por sobredosis también se cebaron en este pequeño pueblo, en parte debido a un aumento en las recetas de calmantes. Las pastillas acababan en el mercado negro, a menudo robadas por los adolescentes a sus padres o abuelos.

Los pueblos, los más afectados

Aunque la crisis mencionada llegó un poco más tarde que en el resto del país, su propagación fue muy parecida: primero se prescriben demasiados, después se produce una represión legal de estas píldoras, lo que hace que a algunos usuarios desesperados les dé por juguetear con la heroína. Así le sucedió a Monica, tras un accidente de coche le recetaron analgésicos, después comenzó a comprar píldoras robadas en el mercado negro y finalmente se pasó a la heroína.

Siempre comienza igual: te recetan medicinas legales para paliar una migraña o la ansiedad. Te enganchas y quieres más, y el médico te sigue dando. Si no, acudes al mercado negro o a la heroína. Para 2014 ya no se podía ignorar el problema. Cada año, hasta tres personas morían por sobredosis.

Los opioides sustituyen a los analgésicos naturales e inducen una dependencia natural a la droga, que aumenta con el tiempo, lo que se traduce en que las personas buscan cada vez drogas más potentes. Un ejemplo ilustrativo en Estados Unidos es el del fentanilo, que es 50 veces más potente que la heroína. Las muertes anuales por adicción a esta sustancia superaron al sida, las armas o los accidentes de coche. Tan solo 2 miligramos de esta droga pueden ser fatales.

Siempre comienza igual, te recetan un medicamento que no puedes pagar y al que te enganchas, después acudes al mercado negro

Fue el Hospital San Gabriel el que se percató y alertó a las farmacias sobre la prescripción excesiva. En un año este programa de monitoreo de medicamentos recetados ayudó a más de 600 personas a disminuir los opiáceos, a la vez que monotorizaban los delitos relacionados con drogas. Pero reducir las recetas no era suficiente, también tenían que ayudar a aquellos ya adictos a las sustancias. Formaron un equipo de atención que ayudaba a personas como Monica recetando Suboxone, un medicamento que combina buprenorfina con naloxona. Esta última revierte la sobredosis.

Foto: Los analgésicos opiáceos tienen un efecto menor en las mujeres

Y más importante, cuando Monica llegó a la clínica, la trataron como a una paciente más, no como a una drogadicta o una criminal. Hoy en día hay un sinfín de programas, charlas escolares, reuniones e incluso clases de yoga en la cárcel. Los tratamientos de drogas son fundamentales en lugares como ese, pues, si no, una vez que los adictos salen de nuevo, corren el riesgo de sufrir una sobredosis.

En otras partes

Otro ejemplo de lucha contra las drogas es Dayton (Ohio). Se han destinado desde 2016 a 2018 más de 1,5 millones de dólares a subvenciones dirigidas a prevenir muertes por sobredosis, con equipos "de respuesta rápida" para las personas adictas. Los equipos se encuentran asignados a estas personas y las visitan para prevenir futuras sobredosis, ofreciendo ayuda en lugar de cárcel. Su alcalde, Nan Whaley, no lo considera de todas maneras, un éxito rotundo: "Estamos progresando", asegura, "pero es muy caro".

Huntington, en Virginia Occidental, también era una ciudad fuertemente aquejada por la epidemia que ha visto una disminución en las sobredosis: concretamente un 40% menos de 2017 a 2018. Ahora cuentan con una "ventanilla única" que ofrece asesoramiento, trabajo, ayuda y un tratamiento asistido por medicamentos. Ahorran dinero con ideas inteligentes, por ejemplo, contrataron un sistema de furgonetas que transportan a las personas a las citas. En Rhode Island han ido un paso más allá: desde 2016 han implantado un programa médico similar en los centros penitenciarios. Un tratamiento para reclusos que ofrece metadona, buprenorfina y naltrexona. Al estado le ha costado 2 millones de dólares.

Si no se trata a los presos en la cárcel, en cuanto salgan tendrán una sobredosis

Volviendo a Little Falls, los funcionarios no vieron del todo bien el tratamiento contra las drogas que comenzó en septiembre de 2017 en las cárceles. "Nos dijeron que estaba mal visto", explican desde el Hospital de San Gabriel. "Les dijimos que podían quejarse todo lo que quisieran, lo íbamos a hacer". Los resultados hablan por sí solos. El tiempo promedio de cárcel para los reclusos que comenzaron el tratamiento con Suboxone se redujo de 17 días en 2016 a uno en 2018, con menos delitos después de su liberación.

Los funcionarios de Little Falls, Huntington y Dayton aseguran que nada de esto hubiera sido posible sin las inyecciones de dinero que han recibido del gobierno federal. Los hospitales trabajan arduamente para conseguir cada subvención, y también hay muchos voluntarios. ¿La moraleja de todo esto? Cuando se desestigmatiza a las personas, reaccionan positivamente. El invierno pasado, cuando las nevadas llegaron a Little Falls, una persona nueva entró a trabajar en la clínica de San Gabriel. Monica. La misma mujer que había consumido heroína durante cinco años, que robó a su padre para poder seguir pagando su vicio y que entró por la puerta de la clínica con una terrible crisis de abstinencia. Ella es la que ahora ayuda a otros a recuperarse. "Mi vida dio un giro completo", explicó. "Necesito saber que formo parte de algo, que puedo devolver todo lo que se me ha ayudado".

"A veces pienso que la gente se hace yonqui sólo porque su subconsciente anhela un poco de silencio" dice Mark Renton, protagonista de 'Trainspotting'. Quizá no sea fácil ponerse en la piel de un drogadicto si uno nunca ha consumido ninguna sustancia, pero ¿qué es lo que lleva a la gente a destruirse de esa manera?, ¿hay individuos genéticamente proclives a ello? Algunas voces apuntan que la epidemia de heroína en los 80 mató a más jóvenes que cualquier guerra anterior. En Estados Unidos ya se habla de tantos muertos como en Vietnam.

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