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“Si lees esto, es que ya no estoy”: el libro que desvela en primera persona cómo es morir
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LA VIDA “COMPLETA” DE JULIE YIP-WILLIAMS

“Si lees esto, es que ya no estoy”: el libro que desvela en primera persona cómo es morir

La abogada vietnamita abrió un blog después de conocer que sufría cáncer de colon. Un año después de su muerte, el libro que lo recopila se ha convertido en un superventas

Foto: Yip-Williams, durante su aparición en el programa 'Sunday Morning' de la 'CBS'.
Yip-Williams, durante su aparición en el programa 'Sunday Morning' de la 'CBS'.

Julie Yip-Williams falleció el pasado 19 de marzo a los 42 años, a causa de una metástasis producida por un cáncer de colon, pero no fue su primera experiencia con la muerte. Nació el 6 de enero de 1976 en una familia de etnia china, con todas las dificultades que eso presentaba en la Vietnam comunista. Pero eso no era lo peor. Había nacido con una enfermedad congénita que la dejó ciega desde bebé. Para su abuela, esa niña malformada era una vergüenza para la familia. Así que sus padres partieron con ella en brazos hacia Da Nang, donde podrían conseguir un potente veneno que acabase con la vida de esa criatura que llevaba una ropa llena de manchas. No querían gastar ni un dong en que la recién nacida pasase a mejor vida con un atuendo limpio.

“¿De verdad es lo que queréis?”, les preguntó el curandero, que rechazó su oro. No, claro. Sus padres bajaron la vista y la devolvieron a casa, para disgusto de la abuela. Fue la bisabuela quien terminará intercediendo por ella: “Se quedará como ha nacido”. 37 años después, en 2013, Williams acudió a urgencias con un fuerte dolor de estómago y náuseas. Eran los síntomas de un cáncer de colon en etapa 4. Así que la abogada treintañera, madre de dos hijas y profesional en Nueva York, decidió dedicar parte del tiempo que le quedaba a un blog en el que detalló sin censura el proceso de su enfermedad. Un fenómeno tal que terminó siendo fichada por Random House, la casa editorial más grande del mundo. En su primera semana, 'The Unwinding of the Miracle' ha escalado a lo alto de la listas de ventas de EEUU y Reino Unido.

"Si tu segunda esposa hace daño a mis hijas, intenta robar su herencia o dice alguna palabra fea sobre mí, volveré como un poltergeist", bromea

“El cáncer está completando mi vida, haciéndola completa”, escribía en la última entrada de su blog, cinco meses antes de su muerte. “Es extraño, ¿verdad? La mayoría de la gente diría que el cáncer terminal destruye vidas. Durante mucho tiempo, especialmente al principio, me sentía así, pero ya no. Ahora todo tiene sentido. La pregunta de '¿por qué?' que me he hecho toda la vida y que nunca he podido descifrar tiene ahora respuesta. Todo el sufrimiento y toda la alegría, las lágrimas y las risas, desde mi nacimiento hasta mi último aliento, una vida que ha visto tanto dolor inaguantable como logros espectaculares, ahora lo entiendo todo”. Por fin, aseguraba, había encontrado el sentido de la vida. “Y es glorioso, increíble y bello poder decir algo así”.

Una despedida aún más emocionante por su contraste con los mensajes anteriores. Durante las primeras fases de su enfermedad, escribió lo siguiente: “No lo aguanto, me digo a mí misma”, escribe. “Es en los momentos más oscuros del cáncer, cuando me estoy recuperando de la última derrota, cuando digo 'que le jodan a la esperanza' y prohíbo a mi mente y a mi corazón que inventen imágenes felices de un futuro distante que es altamente improbable. Tengo miedo a la esperanza. Y en esos momentos, no me aferro a ella como muchos harían para mantenerse a flote. No, la rechazo”.

Dos cartas para sus seres queridos

“Si estás aquí, es porque yo ya no estoy”, avisa la autora al lector. Su blog concluía con dos despedidas, a su marido Josh y a sus dos hijas, Mia y Belle. “Mi muerte te romperá”, le avisaba al primero. “Te partirá en un millón de pequeños trozos. Pero quiero que seas tú y tú solo el que se cure. Quiero que aproveches la oportunidad para formar un vínculo increíble que las chicas y que no habría sido posible si hubiese vivido. Quiero que averigües cómo manejar a los niños, el apartamento y tu carrera por tu cuenta, aunque te puedas sentir solo en ocasiones”.

placeholder Julie, junto a su marido y una de sus hijas.
Julie, junto a su marido y una de sus hijas.

A Julie le sobra el humor negro. Bromea sobre la “Guarrilla Segunda Esposa” de su marido, de la que le lleva hablando desde poco después del diagnóstico. “Sigo sosteniendo que si hace daño a mis hijas de alguna manera, si intenta robar su herencia, si dice alguna palabra mala sobre mí, volveré como un poltergeist y, según lo que haya hecho, quizá hasta la mate”. Su preocupación por que sea una cazafortunas o una madrastra maligna parece genuina. Así que le da un último consejo: “Por favor, no estés con una mujer porque necesitas una esposa o una madre para tus hijos. Ninguna lo va a hacer más fácil. Ninguna puede arreglar lo que está roto. Y hazlo solo cuando creas que puedes encontrar un amor saludable, alguien que os merezca a ti y a las niñas. ¿Quién sabe? Quizá hasta sea alguien que me pudiese gustar”.

Aún más emocionante es el mensaje dedicado a sus hijas. “Os sentiréis solas y solitarias, pero aun así, debéis saber que no lo estáis”, explica al final de la misiva. “Es verdad que pasamos por esta vida solas, porque cada cual siente de forma diferente y tomamos nuestras propias decisiones. Pero es posible salir ahí fuera y conocer a gente a a que le gustes, y así no os sentiréis tan solas”. Para empezar, recuerda, se tienen la una a la otra. Además, tienen a su padre y la familia a la que deja detrás. Y a ella misma: “Vaya donde vaya, una parte de mí siempre estará con vosotras”. El consejo que le da a sus hijas es perdonarse siempre, como ella misma hizo con sus padres. Una de las últimas frases del libro es “mamá, papá, os perdono”.

Espero que la muerte me proporcione la vista que me ha negado toda la vida. Creo que ese sueño se cumplirá

A sus hijas les confía también uno de sus deseos más fervientes: poder ver. “A menudo he soñado que cuando muera, finalmente sabré cómo es el mundo, observar el horizonte, contemplar los detalles del plumaje los pájaros o conducir un coche”, desvela. “Cómo me gustaría tener una visión perfecta, incluso después de tantos años sin ella. Espero que la muerte me complete, me proporcione lo que me ha quitado toda mi vida. Creo que este sueño se cumplirá. De la misma forma, cuando llegue vuestra hora, estaré esperandoos, para que también os den lo que habéis perdido. Lo prometo. Pero mientras tanto, vivid una vida que merezca la pena”.

Una biografía especial

El libro recoge la trayectoria de Julie, que emigró desde Vietnam hasta un campo de refugiados de Hong Kong en un bote a finales de los años 70. Desde allí, volaron a California. Su nueva vida fue totalmente diferente, después de que sus padres consiguiesen trabajo en una tienda de verduras y haciendo la manicura. Una operación de cataratas en UCLA le devolvió parte de la vista, así que terminaría graduándose en la Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard. Trabajó durante dos décadas como abogada en Nueva York, especializada en derecho empresarial, compras y adquisiciones. Nada mal para una chica ciega que podría haber muerto envenenada por orden de su abuela.

placeholder Julie con sus padres, al llegar a California.
Julie con sus padres, al llegar a California.

“Mi abuela murió cuando tenía 20 años, y me rompió el corazón porque la quería mucho”, recuerda. “Mi madre me dijo que me había odiado durante mucho tiempo, y que no fue hasta que llegamos a este país y mejoré mi visión que lo hizo”. Lo sorprendente, para Julie, es que la madre de su padre nunca mostró su odio hacia esa hija “malformada”. También relata su despedida final tras un verano compartido de enfermedad, en la que le prometió, antes de darse vuelta para marcharse: “Te quiero, abuela, te voy a echar de menos pero voy a asegurarme de que estás orgullosa de mí”. A su familia la respuesta le pareció casi milagrosa, ya que consiguió reunir fuerzas para agitar la mano y decir adiós.

La vietnamita no ofrece un retrato amable ni eufemístico de la enfermedad, con la que se enfrenta cara a cara en su testimonio. “He pasado los años desde mi diagnóstico sufriendo y explorando la oscuridad, pero también he disfrutado del amor y la compasión que se me han destinado, no muy diferente al que dirigimos a mi abuela”. El largo proceso de la enfermedad le ha proporcionado a ella y a su familia un tipo de intimidad que, de otra manera, no habría sido posible. “A causa de mi insistencia en ser honesta a la hora de enfrentarme a la muerte, mis chicas muestran una madurez, compasión y amor por la vida raramente vista en niños de su edad”. Actos banales como una sesión de cocina, los deberes, una reunión con el profesor o una clase de violín se convierten en oro cuando sabes que tus días están contados.

Julie murió como quería, rodeada por la gente que más amaba en el mundo

El libro concluye con un epílogo de Josh, que se presenta como una persona “mucho más reservado que Julie”, pero que ha accedido por petición de su mujer. Relata los últimos meses, y cómo la enfermedad había terminado afectando mentalmente a su esposa (“No importa cuánto la traicionase su cuerpo, el poder de su mente nunca había sido disminuido”), así como su decisión de morir en su casa neoyorquina con vistas a la Estatua de la Libertad, con sus hijas, su marido y su perro, no atada a una máquina en un hospital. “Una de las cosas que quiero deciros es que Julie murió como quería morir, rodeada por la gente que más amaba en el mundo”. Sus padres, sus hermanos, sus primos y su familia. “Los últimos meses de nuestra vida juntos fueron de aprecio cariñoso y tierno”, concluye. “Nos cogíamos las manos, veíamos nuestros programas de televisión preferidos, nos quedábamos dormidos en el sofá juntos. Hicimos lo que más me gusta en el mundo, que era simplemente pasar tiempo con ella”.

Julie Yip-Williams falleció el pasado 19 de marzo a los 42 años, a causa de una metástasis producida por un cáncer de colon, pero no fue su primera experiencia con la muerte. Nació el 6 de enero de 1976 en una familia de etnia china, con todas las dificultades que eso presentaba en la Vietnam comunista. Pero eso no era lo peor. Había nacido con una enfermedad congénita que la dejó ciega desde bebé. Para su abuela, esa niña malformada era una vergüenza para la familia. Así que sus padres partieron con ella en brazos hacia Da Nang, donde podrían conseguir un potente veneno que acabase con la vida de esa criatura que llevaba una ropa llena de manchas. No querían gastar ni un dong en que la recién nacida pasase a mejor vida con un atuendo limpio.

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