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Este ejecutivo francés pasó dos años en una cárcel estadounidense, y ahora lo cuenta todo
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EL CALVARIO DE FRÉDÉRIC PIERUCCI

Este ejecutivo francés pasó dos años en una cárcel estadounidense, y ahora lo cuenta todo

Era el responsable de una de las filiales locales de Alstom cuando fue acusado de corrupción. Sin embargo, su detención era "un asunto de Estado", como cuenta en su nuevo libro

Foto: Foto: iStock.
Foto: iStock.

Cuando aquella fresca noche de abril de 2013 en el aeropuerto JFK de Nueva York una voz por megafonía le pidió al ejecutivo francés Frédéric Pierucci que se quedase sentado en su sitio, no podía imaginar que acababa de entrar en una pesadilla que iba a durar todo un lustro. Por lo general, esa clase de peticiones simplemente tienen como objetivo comunicar en privado un mensaje de relativa importancia, como una cita retrasada o que se ha dejado alguna pertenencia en un aeropuerto anterior. No fue el caso. Por la puerta entraron varios agentes del FBI, que le esposaron las manos a la espalda. Estaba detenido.

Las autoridades americanas le acusaron de corrupción y soborno en Indonesia 10 años antes. Pierucci, que tenía 45 años en el momento del arresto, era responsable de una de las filiales de Alstom, el gigante francés centrado en la electricidad y el transporte. Según la acusación del Departamento de Justicia, Pierucci, junto a su compañero David Rothschild, había “pagado sobornos a los oficiales en Indonesia, incluyendo a un miembro del Parlamento y del PLN, la compañía eléctrica estatal, a cambio de sus favores para adjudicarse un contrato como compañía de servicios en Indonesia en el conocido como proyecto Tarahan”.

Me había convertido en una bestia, no hay otra palabra para definirme. Mi tronco estaba atado a una cadena. No podía andar

Casi seis años después de la detención, Pierucci lo tiene claro. Fue víctima de una conspiración económica por parte de los poderes económicos estadounidenses para presionar a sus superiores. Acaba de contar toda la historia en 'Le piege americain' ('La trampa americana'), un libro coescrito junto al periodista Matthieu Aron en el que denuncia cómo pasó dos años en el terrible sistema penitenciario americano como chivo expiatorio de su antigua empresa, y en el que acusa a Estados Unnidos de utilizar “el derecho como un arma económica”, como explica en una entrevista en 'Capital'.

Así es la vida entre rejas

Para alguien a quien no habían detenido jamás, debió ser todo un choque encontrarse dentro de una de las grandes maquinarias de control y vigilancia de todo el mundo, donde hay más de 2,2 millones de personas encarceladas. “Me sacaron de mi cuarto del FBI y los guardias me sacudieron como si fuese un animal salvaje”, ha recordado en una entrevista con 'Le Monde'. “Me había convertido en una bestia, no hay otras palabras para definirme. Mis muñecas y tobillos estaban esposados y la parte superior de mi cuerpo atada a una cadena pesada, todo unido a un candado en el vientre. Para caminar, tenía que saltar”.

Pierucci relata su experiencia en el Centro de Detención Donald W. Wyatt de alta seguridad en Rhode Island. “Era un sarcófago de cemento”, recuerda. Tras tres puertas blindadas y un cuarto reconocimiento corporal completo, por fin penetró entre sus muros. “El primer choque que sufres en prisión es la humillación de la vida cotidiana”, narra. “Los inodoros sin puertas, no poder llamar a tus seres queridos si a los guardias no les apetece, tener que comprar todo, incluso tu propio vaso...”. El encargado de gestionar el economato de la prisión era un anciano veterano de la Conexión Francesa, aquel entramado mafioso franco-estadounidense que llevó al cine William Friedkin. Llevaba 36 años a la sombra, así que se las sabía todas, y ofreció su protección al inexperto ejecutivo.

La mayoría de los que le rodeaban, no obstante, eran criminales que estaban acostumbrados a vivir en una cárcel donde los robos y las peleas eran tremendamente frecuentes. Es el caso de Mason, hijo de una madre toxicómana y que no había llegado a conocer a su padre. Se había unido a una pandilla callejera a los 14 años, y más tarde formó parte de un grupo musulmán radical antiblancos. Fue el que le enseñó todo lo que debía saber para sobrevivir en la prisión: “No hay que escupir en el lavabo cuando te lavas los dientes, sino en la taza, porque 'uno no escupe donde se lava' o mear como una mujer para no ponerse en peligro”.

Los supervisores son los que menos cobran en las prisiones americanas, por lo que muchos de ellos son brutales y sádicos

Lo más importante de todo era que quedase claro que uno no era un pedófilo, pues era casi un suicidio instantáneo. Durante nueve meses tuvo que renunciar a su paseo diario, porque no había suficientes guardas como para vigilarlos durante ese tiempo. “Los supervisores son los que peor cobran en las prisiones americanas, por lo que muchos son brutales y sádicos”, revelaba al medio francés. Un tiempo después, Pierucci fue trasladado a Moshannon Valley, en Pensilvania, donde se hacinó con otras 71 personas más en un barracón pensado para 49. La gestión de estos centros es privada y, como recuerda el ejecutivo francés, “los que lo gestionan exprimen el presupuesto al máximo”.

¿Una conspiración?

El delito de Pierucci fue, como admitió, contratar a “consultores externos” para facilitar la consecución de un contrato por valor de 103 millones de euros en Indonesia. Era un procedimiento establecido y aprobado por la compañía, que le había garantizado poco antes que no había ningún problema; él no había visto ni un céntimo de todo el dinero conseguido. Un año después de entrar en la cárcel, Alston fue vendida a General Electric. En su opinión, su detención y esta maniobra estaban estrechamente ligadas, y son una muestra de que Estados Unidos libra guerras comerciales en todo el mundo apretando jurídicamente las tuercas a sus competidores a través de unas leyes de jurisdicción global.

Durante los últimos años, más de 14.000 millones de multa han sido pagados por nuestras multinacionales al Tesoro americano

“Es un verdadero chantaje para obligar a Alstom a pagar la multa más alta jamás infligida por los Estados Unidos, y a venderse a General Electric, su gran competidor americano”, lamenta el antiguo ejecutivo. En noviembre de 2015, un juez estadounidense había condenado a Alstom a pagar 772 millones de dólares por una trama de corrupción y sobornos no solo en Indonesia, sino también en Egipto, Arabia Saudí y Taiwán con la que habían ganado 300 millones. Para Pierucci, es una muestra de “la guerra secreta que EEUU libra en Francia y Europa”. “Una detrás de otra, nuestras grandes empresas (Alcatel, Total, Société Génerale y otras) son desestabilizadas”, prosigue. “Los últimos años, más de 14.000 millones de dólares de multa han sido pagados por nuestras multinacionales al Tesoro americano”.

El ejecutivo pasó dos años en la cárcel, víctima de lo que él considera una trampa para obligar a su empresa a mover ficha. Poco después de ser arrestado, el procurador federal David Novick le explicó que Alstom había dejado de cooperar con la Justicia americana y que, ante la duda de si interrogar a Patrick Kron, CEO de la compañía, habían decidido empezar por Pierucci. Poco después de declararse culpable, fue despedido por Alstom y la empresa dejó de pagar los costes de su defensa. El coste de la fianza fue sustancial: 1,5 millones de dólares para librarse de los tres años en la sombra que le faltaban por cumplir. 'La trampa americana' ha sido su venganza.

placeholder Patrick Kron, CEO de Alstom entre 2003 y 2016. (Reuters)
Patrick Kron, CEO de Alstom entre 2003 y 2016. (Reuters)

Lo explica un artículo en Bloomberg: la actuación internacional de EEUU, como la que terminó con Pierucci entre rejas, ha podido ser útil a la hora de evitar que las empresas sobornen a las autoridades locales, pero al mismo tiempo “ha generado resentimiento hacia EEUU por comportarse como un sicario global con los negocios rivales en el extranjero”. No es el único medio que, ante las revelaciones del ejecutivo, se preguntaba acerca de los límites legales que el caso podría haber traspasado, pero también respecto al papel jugado por el Gobierno francés y Patrick Kron a la hora de defender los intereses galos ante el todopoderoso enemigo americano.

Cuando aquella fresca noche de abril de 2013 en el aeropuerto JFK de Nueva York una voz por megafonía le pidió al ejecutivo francés Frédéric Pierucci que se quedase sentado en su sitio, no podía imaginar que acababa de entrar en una pesadilla que iba a durar todo un lustro. Por lo general, esa clase de peticiones simplemente tienen como objetivo comunicar en privado un mensaje de relativa importancia, como una cita retrasada o que se ha dejado alguna pertenencia en un aeropuerto anterior. No fue el caso. Por la puerta entraron varios agentes del FBI, que le esposaron las manos a la espalda. Estaba detenido.

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