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Una limpiadora revela todo lo que oculta la gente en sus casas (y ojo con la clase alta)
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MADRE, SOLTERa y pobre

Una limpiadora revela todo lo que oculta la gente en sus casas (y ojo con la clase alta)

Stephanie Land lo sabe todo sobre sus clientes, pero ellos ni la conocen de vista. Después de una vida en la pobreza, acaba de publicar un libro en el que documenta su experiencia

Foto: Foto: iStock.
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"Permíteme que te diga una cosa que ya sabes: tu ama de casa te espía. Trabajamos solas. Nos aburrimos. ¿Qué esperabas?". Stephanie Land, una humilde limpiadora del hogar como cualquier otra de Estados Unidos, se presentó al mundo con esta frase extraída de un artículo publicado en la revista 'Vox' en el que narra las aventuras y desventuras de sus días fregando suelos y adecentando las casas de la clase alta norteamericana. Y descubrió que no los envidiaba en absoluto, al contrario; comprendió que aquellas personas nadaban en sus propios prejuicios, problemas mentales, insatisfacción sexual o dramas familiares.

Ahora, cuatro años después, acaba de publicar un libro que se ha convertido en líder en ventas: 'Maid: Hard Work, Low Pay, and Mother's Will to Survive' ("La sirvienta: Trabajo duro, mal pagado y la voluntad de mamá de sobrevivir'). "Empecé a mirar las pilas de papeles en lugar de colocarlos, busqué secretos en sus mesitas de noche, la historia debajo del sueño americano. Hallé los escondites de botellas de vino vacías y eché un vistazo a los botiquines. Conté el número de píldoras que tomaban a la semana y cuáles de ellas ingerían por puro ocio. Encontré pastillas para todo: ansiedad, depresión, insomnio, impotencia, alergias, presión arterial alta o diabetes", explica ella misma. "También había más medicamentos. Mi favorito era una crema de testosterona para compensar la falta de líbido en mujeres".

Es un trabajo que nadie quiere hacer. Mientras estés dispuesta a ponerte de rodillas para lavar un inodoro, tendrás trabajo

"Casa Porno". "Casa Triste". Land comenzó a poner nombres a todas las casas en las que limpiaba a medida que indagaba en sus secretos personales. Ella, al trabajar en un oficio que en Estados Unidos sí o sí solo ejercen aquellos que viven con lo mínimo, formaba parte de ese grupo social invisible que actúa mientras los demás no están o se encuentran enfrascados en sus vidas cotidianas. "La mayor parte de la jornada laboral se da en el horario escolar", explica en una entrevista a 'The Guardian'. "Es un trabajo que nadie quiere hacer. Mientras estés dispuesta a ponerte de rodillas para lavar un inodoro, siempre podrás encontrar trabajo. Y nadie está tan desesperada como una madre soltera".

placeholder Portada del libro de Stephanie Land. (Amazon)
Portada del libro de Stephanie Land. (Amazon)

Todas sus compañeras eran mujeres que eran, en su mayoría, fueron abandonadas por sus maridos. Todo ello teniendo en cuenta que el 80% de los 12 millones de hogares monoparentales están encabezados por mujeres. Y lo peor: el 40% de ellas vive en la pobreza, según esgrime el diario británico. "Frotó el vómito, el moho y la sangre de las casas de personas que, a pesar de sus tres baños y coches caros, parecían tan infelices como ella", reflexiona Sian Cain, periodista de 'The Guardian', en su crítica al libro de Land. "Su debut literario aborda sus recuerdos del tiempo que pasó como limpiadora de casas de clase media-alta, pero también sirve para desmantelar las mentiras que los Estados Unidos dicen sobre los pobres". Una de ellas, evidentemente, la de que ven a Donald Trump como catalizador de su descontento.

"El país vive según el mito de que si trabajas lo suficiente, lo lograrás", asegura Land. "Llegué al punto de sentir que si no lo estaba consiguiendo, es porque no estaba trabajando lo suficiente". Aunque el libro se desarrolla durante la presidencia de Barack Obama, ella ya observa con inquietud el avance de las políticas fiscales y sociales que luego adoptaría Trump. "Están haciendo que sea más difícil obtener asistencia social, aumentando la edad para cumplir los requisitos o permitiendo que los estados se burocraticen aún más. Se aferran a la idea de que la gente pobre no trabaja", escribe en su libro. Land recuerda que el día en que Trump ganó las elecciones lloró: "Me dio miedo. De repente, todo el mundo se sintió animado para hacer lo que le viniera en gana. La elección de Trump dio a los trolls vía libre para tratar ma a los demás. Un sentimiento aterrador para una madre de dos hijas".

Días en el refugio

Para ella, el mayor indicador de pobreza que hay no es el que muestran los números de la cuenta corriente, sino la cantidad de horas que debes trabajar para poder sobrevivir. "Estaba abrumada ante la cantidad de trabajo que tenía y que demostraba que era profundamente pobre". No tenía ninguno de los factores que la sociedad asocia a las personas bajo este umbral: ni problemas con el alcohol, ni adicciones a las drogas. A los 28 años, se quedó embarazada. Pero el padre de su hija la insultó y se largó. Sin ninguna famliia en la que apoyarse, Land ingresó en el sistema de asistencia social, mudándose a un refugio en el que creció su hija. Ello le deparó situaciones bastante difíciles o deprimentes: toques de queda nocturnos, análisis de orina, la vigilancia constante de los funcionarios y vergonzosos cupones de alimentos que usaba en los supermercados. Todo con tal de sacar adelante y cuidar a su hija, Mia.

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"Por lo general, nunca conocí a mis clientes", recalca Land en su artículo de 'Vox'. "Vi a la señora de la Casa Porno un día después de terminar de limpiar en una farmacia. Me quedé a unos pocos metros de distancia, tratando de no mirarla fijamente, sosteniendo el jarabe para la tos que compré para mi niña. Ella no tenía ni idea de quién era yo. Sabía que acababa de tener una infección en la nariz bastante grande y escupía trozos de moco en la ducha". ¿Por qué no les conocía personalmente? La causa era que trabajaba para una empresa privada por seis dólares la hora (unos 5,2 euros) con una media de tres casas por día en las que nunca estaban presentes sus dueños.

Heridas sin cicatrizar

Land ya no recibe asistencia social, aunque todavía vive en residencias destinadas a personas con ingresos bajos. El dinero tras su éxito, sin embargo, no ha curado todas las heridas. "Ha pagado el verdadero precio de vivir en la pobreza", concluye Sian Cain. "Esto implica autoevaluarse constantemente, colas de supermercado, afrontar gastos inesperados, ataques de pánico, sufrir desconfianza ante la mínima sensación de felicidad o alivio y secuelas de estrés postraumático".

"Ahora, mis niveles de ansiedad son muy altos porque las cosas me van muy bien y solo estoy esperando la bajada", concluye ella. "¿Unas vacaciones? Eso implicaría tarifas aéreas, hotel, comida y cuidado de niños. ¿Realmente vale la pena estar en una playa durante una semana? Hacer ejercicio, senderismo o ducharme. ¡No tengo tiempo para eso! Tengo montones de ropa que planchar, recoger a los niños y una cantidad abrumadora de trabajo por hacer". Y, sobre todo, no piensa ni una sola vez en el deseo de hacerse rica: "Me gustaría no tener deudas y ser dueña de mi casa. Me imagino llevando una vida muy simple".

"Permíteme que te diga una cosa que ya sabes: tu ama de casa te espía. Trabajamos solas. Nos aburrimos. ¿Qué esperabas?". Stephanie Land, una humilde limpiadora del hogar como cualquier otra de Estados Unidos, se presentó al mundo con esta frase extraída de un artículo publicado en la revista 'Vox' en el que narra las aventuras y desventuras de sus días fregando suelos y adecentando las casas de la clase alta norteamericana. Y descubrió que no los envidiaba en absoluto, al contrario; comprendió que aquellas personas nadaban en sus propios prejuicios, problemas mentales, insatisfacción sexual o dramas familiares.

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