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La inmortal batalla de Muhlberg y la fabulosa historia de Cristóbal de Mondragón
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UNA CARNICERÍA EN TIEMPOS DE GUERRA

La inmortal batalla de Muhlberg y la fabulosa historia de Cristóbal de Mondragón

En un meandro anónimo del Elba, once hombres pasarían a la historia por asestar uno de los golpes de mano más audaces de la historia militar de todos los tiempos

Foto: Cristóbal de Mondragón y Otalora. (CC)
Cristóbal de Mondragón y Otalora. (CC)

Y no se inmute, amigo, la vida es dura, con la filosofía poco se goza.

Eche veinte centavos en la ranura, si quiere ver la vida color de rosa.

–Milonga de 1928

La belleza y el horror son dos caras de la misma moneda. Al menos en esta vida; algo así como si fuera una puerta de transferencia inmaterial, una dualidad y una unidad al mismo tiempo amalgamadas en la misma sustancia; y así, se le encararon los acontecimientos a Tiziano Vecelli.

Una peste cruel e ingrata se llevó en un cuerpo exhausto y flagelado por la enfermedad a una mente privilegiada mientras pintaba y vivía su extinción en medio de la más absoluta lucidez creativa. Tiziano se fue con dignidad, entrega y resignación ante lo inevitable. Ovidio y Bocaccio cantaron a su bellísima Danae, la mítica princesa que no pudo ser Diosa porque según los parámetros de la Iglesia iba algo ligera de cueros y podía promover la lujuria, y en consecuencia, el abominable pecado. Ellos, los purpurados, así pensaban, y mientras, el resto de los humanos invocaban y temblaban ante aquel Dios que amparaba sus incongruentes desatinos, meridianamente incompatibles con lo que predicaban.

El subidón del poder acumulado era un acicate que igual era empujado por el viento a favor que despertaba las envidias de sus convecinos

También pintó a la rotunda Venus de Urbino que hoy reposa en la Galeria degli Ufizzi en Florencia, una invitación carnal más acorde con estos tiempos de libertad vigilada y tolerante con la banalidad y otras zarandajas que aturden nuestro interés, otrora ancestralmente curioso y buscador, por cosas irrelevantes y carentes de construcción para el individuo, que a juzgar por lo que estamos viendo, son más proclives y conducentes a la imbecilidad; pero ese es otro tema.

Asimismo, además de replicar la belleza en su prolífica obra, Tiziano pintó la que probablemente sea una de las la figuras ecuestres más importantes de la historia. Adusta y hierática, altiva, seria e impasible, rotunda y robusta sicológicamente; la montura y el caballero que replican al emperador Carlos V recuerdan aquella efeméride ya tan lejana en la que cerca de cien mil hombres (otros contables de la muerte reducen a sesenta mil los enfrentados), la liaron parda en lo que hoy es Brandenburgo y antes fue la baja Sajonia.

Esta obra encargada por su hermana tras la victoria de Muhlberg es de composición sobria y soberbia ejecución, la serpiente liquida del Elba y el bosque donde se produjo la gran matanza de los desafiantes luteranos, los verdes colores redentores y los ocres más terrenales, están presentes como en una criptica sentencia. Ahí, en un meandro anónimo del rio, once hombres de los tercios pasarían a la historia por asestar uno de los golpes de mano más audaces de la historia militar de todos los tiempos. En aquel entonces, las proporciones del coloso español tenían muchos frentes. El subidón del poder acumulado era un acicate que igual era empujado por el viento a favor que despertaba las envidias de sus convecinos, o ambas cosas a la vez, que es lo mismo.

Los encamisados

Allá por la primavera de 1547 amanecía con un abril intempestivo y lluvioso. Una sublevación de protestantes luteranos recabó la atención del metálico emperador, y este recogió el guante. Había que someter a los malvados “herejes” y recordarles quien era el que cortaba el bacalao.

El Elba era una infranqueable serpiente liquida. Un bloque de agua inaccesible e impenetrable en apariencia, y oponía toda su presencia a aquellos que intentaran la hazaña de cruzarlo. Desde Roma hasta la II Guerra Mundial, siempre fue el obstáculo a vencer. Era un reto solo para audaces o elegidos.

placeholder El 'Carlos V' de Tiziano.
El 'Carlos V' de Tiziano.

En una noche fría, el deshielo interminable de las aguas gélidas era la premonición del espanto; y sin embargo, una cuadrilla de valientes lo retaron. Sus cuerpos iban protegidos por manteca de cerdo con polvo de carbón vegetal para mimetizarse en la foresta de la ribera contraria. Once encamisados (comandos de los tercios) y sus hatillos de ropa envueltos en piel de vaca protegidos en manteca, alrededor de las dos de la madrugada cruzarían el rio por un lugar prácticamente imposible de vadear llevando tras ellos varias hebras de mimbre para balizar el trayecto, más o menos por donde el enemigo pensaba sería impensable hacerlo.

Algunos de aquellos encamisados eran de Mondragón, pueblo del País Vasco dado a producir aizcolaris que con un par de tragos de txakoli y un chute de queso de Idiazabal te creaban una calva en un bosque en un abrir y cerrar de ojos. Los otros eran extremeños de aquel erial de Dios de la Sierra de Gata y las Hurdes donde la lluvia meaba como un monzón, había un balear y unos gallegos de tierra adentro. Aquellos hombretones habían construido unos pontones que debidamente machihembrados con sedal gordo de mimbre, cruzarían los más de 200 metros de distancia que había hasta la otra orilla. Una vez amarrados y con varias nudos de cerco, los cabos de aquellas guías fueron afianzados a los árboles circundantes. Una gesta de un nivel sin precedentes en los anales de los comandos. Eran y son -porque sus gestas perviven- los llamados los encamisados.

No querían apoquinar impuestos al egregio emperador con el pretexto de unas diferencias de matiz teológico, obviamente una excusa burda

Cuando la operación hubo finalizado, una retahíla de velas protegidas por las concavidades de sus propias manos actuaron como pequeñas señales que sumadas a varios reclamos de cuco alertaron a los de enfrente que todo estaba en orden. Tras ellos, varios centenares de arcabuceros con sus herramientas de matar rodeadas de piel vuelta de ovejas untadas a su vez en manteca, seguirían la línea de pontones hasta sumar varios millares en pocas horas. La otra orilla estaba ya infestada de españoles y Lansquenetes preparados para engrandecer el mito de los tercios a la vez que para materializar la ira del emperador ante los trabucaires luteranos.

Hacia las seis de la mañana, más de tres mil arcabuceros se solaparon con la bruma matinal cual figuras fantasmagóricas para dar un golpe que pasaría a la historia. La astuta maniobra militar habían sido la primera piedra de más tarde llamada batalla de Muhlberg, una carnicería inusual en tiempos de guerra, donde más de ocho mil soldados protestantes habían encontrado la salida de emergencia de este mundo extraño en una espantosa carnicería ante la desafiante liga Esmalcalda en una derrota inapelable.

No querían apoquinar impuestos al egregio emperador con el pretexto de unas diferencias de matiz teológico, obviamente una excusa burda pues el móvil no era otro que la recaudacion de la “pasta”. Un absurdo más en un ad eternum de despropósitos, propios de la cerril condición humana que guarda silencio a sabiendas de que después habrá de llorar por omisión.

Foto: Los tercios de Flandes según Augusto Ferrer-Dalmau.

Todos los participantes en esta gesta serian convocados por Carlos V en un solemne acto, y promocionados al grado superior. Cristóbal de Mondragón lo fue al de capitán, el resto, al grado de sargento.

Jamás en ellos hubo un atisbo de darse la vuelta ante las monstruosas adversidades de la guerra. Muchos eran los sueños que llevaban a sus espaldas, más anteponían su compromiso como militares ante sus compañeros y el rey. Así era el espíritu de los Tercios, una filosofía de techo elevado.

El largo seguimiento desde la ribera sur del Danubio hasta el Elba, finalmente tuvo un desenlace favorable para nuestras armas encarnado en aquellos hombres liderados por Cristóbal de Mondragón. Tiziano en aquella metafórica pintura ecuestre había dejado constancia de ello; un bosque verde y profundo había devorado a más de ocho mil desgraciados; un rio infranqueable, había sido ninguneado por once hombres dispuestos a todo.

Eran los tercios, una máquina de combate maquiavélica inventada por el Gran Capitán.

Y no se inmute, amigo, la vida es dura, con la filosofía poco se goza.

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