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¿Por qué los médicos son tan malos al interpretar el resultado de las pruebas?
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¿Por qué los médicos son tan malos al interpretar el resultado de las pruebas?

En ocasiones los chequeos en los hospitales no son concluyentes y la estadística tiene mucho que decir a la hora de salvar vidas

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Todos hemos oído la historia: un hombre va al médico para que le realicen una operación de, imaginamos, cierta envergadura en la pierna, y cuando se despierta algo atontado aún por los efectos colaterales de la anestesia descubre que le han operado la que no era. "Por eso es mejor pintártela con un rotring para que sepan distinguirla" dice siempre el listo de turno. Y oye, nunca se sabe.

Ir al médico, aunque sea para que nos revisen un leve dolor de garganta, siempre nos produce aprensión. Es natural. También hemos oído la historia aquella de un hombre que entró prácticamente sano al hospital (un poco de fiebre, dolores de cabeza) y las pruebas que los médicos ordenaron (angiogramas, exploraciones cerebrales) consiguieron que saliera con las piernas por delante. En otras palabras, que le provocaron múltiples derrames cerebrales. Y este caso no es una de esas leyendas urbanas como la de la niña de la mermelada, sino que apareció relatado hace tres años en 'Jama Internal Medicine'. Y no es un caso aislado.

Somos humanos y erramos. Igual que a la persona que escribe este artículo se le puede escapar una errata mientras redacta, un doctor puede realizar un mal diagnóstico. Los médicos revisan unos 10 casos por día y ordenan e interpretan más de 150 pruebas para pacientes. Cada año ordenan más de 4.000 millones de pruebas en total. El problema radica en que algunos médicos malinterpretan los resultados de las pruebas o piensan que son más precisas de lo que son. Eso quiere decir que a veces toman decisiones médicas basadas en suposiciones incorrectas, pensando que los pacientes sufren enfermedades que no tienen.

Lo relata Daniel Morgan, profesor asociado en la Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland, en The Washington Post: el problema que enfrentan los médicos es un malentendido básico de probabilidad. Si la enfermedad X tiene una prevalencia de uno en 1000 (o lo que es lo mismo, una de cada 1000 personas la tendrá), y la prueba para detectarla tiene una tasa de falsos positivos del 5 por ciento (es decir, que cinco de cada 100 sujetos darán positivo y en realidad no la tendrán), en caso de que el resultado de un paciente de positivo... ¿cuáles son las verdades probabilidades de que tenga la enfermedad? Pues, efectivamente, un 95%, lo cual es muy peligroso.

El problema de los diagnósticos erróneos se encuentra en los falsos positivos

Es peligroso porque significa que de 1000 personas, todas con la misma probabilidad de tener una enfermedad, solo una la sufriría. Hasta ahí todo es correcto. Pero las pruebas de las 999 restantes producirían un falso positivo en un total de 50 de ellas.

Y el problema de los falsos positivos, que pueden darse incluso en casos en los que se han realizado varias pruebas (por ejemplo, una mujer con mamografía positiva suele someterse a otras pruebas para ofrecer más precisión sobre la presencia de cáncer) es que los pacientes reciben tratamientos innecesarios, que producen efectos secundarios graves, estresantes y costosos.

Aunque es difícil obtener cifras precisas, todos los años se diagnostica a miles de pacientes con enfermedades que no tienen. Reciben tratamientos que no necesitan y producen graves costes a los hospitales, las compañías de seguro, los gobiernos y, por supuesto, los propios pacientes.

¿Cuál es la solución?

Realmente es un tema de gran complejidad como para encontrar una solución verdaderamente satisfactoria. No es sorprendente que los médicos tiendan a sobreestimar la precisión de los exámenes médicos, al fin y al cabo las empresas que ofrecen pruebas trabajan duro para promocionar sus productos y las escuelas de medicina ofrecen una instrucción limitada sobre cómo comprender los resultados de las pruebas. Los estudiantes aprenden en el aula acerca de la interpretación de exámenes, pero rara vez practican en clínicas con pacientes reales.

Suiza y Francia, por ejemplo, que también son conscientes de este problema, están deteniendo y reconsiderando sus programas de mamografía (y quien dice mamografía puede decir cáncer de próstata y pulmón, ataque al corazón o asma). En Suiza no se realizan pruebas de detección con anticipación, y prefieren manejar los casos de cáncer de mama a medida que se diagnostican. En Francia los médicos están dejando que las mujeres decidan por sí mismas si deben realizarse las pruebas.

En definitiva, un paso clave es que las escuelas de medicina y las asociaciones profesonales eduquen a los médicos para comprender cómo funcionan los riesgos y las probabilidades. Los pacientes también tienen (tenemos) que cambiar un poco nuestra visión.

Debemos darnos cuenta de que los médicos, incluso los más capaces, pueden equivocarse. Ser conscientes de que los doctores tienden demasiado a confiar en una prueba y preguntar acerca de la probabilidad de la enfermedad puede reducir la ansiedad e incluso salvar vidas. Así no nos moriremos de aprensión cada vez que tengamos que ir a urgencias por culpa de un catarro.

Todos hemos oído la historia: un hombre va al médico para que le realicen una operación de, imaginamos, cierta envergadura en la pierna, y cuando se despierta algo atontado aún por los efectos colaterales de la anestesia descubre que le han operado la que no era. "Por eso es mejor pintártela con un rotring para que sepan distinguirla" dice siempre el listo de turno. Y oye, nunca se sabe.

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