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En el trabajo temporal también hay clases: los 'runners', los precarios de los precarios
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En el trabajo temporal también hay clases: los 'runners', los precarios de los precarios

Comienza septiembre y se acaban los contratos de muchos empleados jóvenes y ya no tan jóvenes, que ocupan los peores puestos durante la parte más intensa de la temporada alta

Foto: Dentro de los trabajos temporales también hay clases. (iStock)
Dentro de los trabajos temporales también hay clases. (iStock)

A Carlos se le acaba el contrato. Mientras el resto de la ciudad se llena de automóviles desaparecidos en agosto, este hombre de 34 años recoge sus cosas. Carlos es uno de los millares de trabajadores contratados para la campaña estival que van abandonando sus puestos de trabajo a lo largo de septiembre. En su caso, de un bar madrileño. Es uno de los llamados, en la jerga profesional de la hostelería, "extras de verano", que mientras el contratado por cuenta ajena vuelve de vacaciones y apela al cada día más célebre síndrome postvacacional, termina su labor y regresa a la cola del paro. Los contratos de esas características sobrepasan el millón en la temporada estival. Durante estos dáis serán más de 300.000 los despedidos. Aunque cada año, durante los últimos diez, las cifras de quienes engrosan el paro en septiembre se mueven en torno a los 30.000.

"La temporada en hostelería va desde abril hasta septiembre, pero hay muchas variedades", explica Fran, un empleado gallego de hotel que trabaja desde hace años en Mallorca. "Los que vienen en julio y agosto son gente que viene a ayudar en esos meses, como si fueran más temporales dentro de la temporalidad", comenta metiéndose en un extraño bucle jerárquico. El asunto es que las plantillas se confeccionan para seis meses, pero con refuerzos en los dos meses más punteros del verano. También, pero estos duran poco más de una semana, en Semana santa. Así que dentro de la estacionalidad, también "hay clases y clases, los profesionales que tenemos alojamiento y somos fundamentales, y los extras veraniegos". Los trabajadores que hacen los seis meses también son, en ocasiones, fijos discontinuos: "Cuentan contigo todos los años si lo haces bien".

Su temporalidad no solo afecta a los dos meses de julio y agosto, sino que muchos de ellos están contratados por semanas de jueves a sábado

Lo que sucede es que esos "extras veraniegos" ya no son chicos muy jóvenes que se ganan un dinero durante sus vacaciones. "Hay de todo porque la gente ha de buscarse la vida", confirma Fran. Es el caso de María, rumana de 57 años, que durante los meses vacacionales compagina su labor limpiando casas sin estar dada de alta con contratos temporales en un restaurante. "Hay que coger lo que se pueda ahora durante el verano, que hay trabajo, porque si no después se hace muy largo el año y no da para nada".

Así que mientras hay una plantilla que ocupa la temporada alta y media y "están dados de alta el 100%", según el experto en Recursos Humanos David Basilio, "en las zonas de muchísima afluencia en esos meses se contrata a esos extras". Pero según Basilio su temporalidad no solo afecta a los dos meses de julio y agosto, sino que muchos de ellos están contratados por semanas de jueves a sábado. Es decir, que encadenan contratos de tres días durante todo el verano. "Es gente que muchas veces viene a través de otros amigos y se ha desplazado a esas zonas porque saben que hay trabajo para todo el mundo".

Puestos "muy operativos"

Entre esos trabajos casi ninguno exige gran cualificación. Tanto en hostelería como en el comercio, a veces esos "extras veraniegos" son lo que se llama "puestos muy operativos". Esto consiste en un eufemismo que viene a significar puestos muy poco cualificados para hacer una tarea ingrata y sencilla que los demás podrían hacer, pero no tienen tiempo durante esa temporada alta. En esa clase se encuadran los 'runners'. Estos son chicos jóvenes y no tan jóvenes que recogen los platos o los vasos después de que los clientes se hayan ido. "No tienen ni que hablar con la gente", recalca Basilio. También pertenecen a esa categoría los que limpian las cocinas o las tiendas una vez cerrado el negocio o los que reparten 'flyers' publicitarios por las calles durante esos meses. También aquellos que hacen tareas subalternas en las piscinas o en las instalaciones veraniegas.

Manuel también lamenta el final del verano. Es músico flamenco. Hace verbenas, hoteles, fiestas, "lo que sea bienvenido es". Natural de Jerez, dice que aún durante la temporada alta cada vez se trabaja peor. "Mucho, pero por mucho menos dinero". Los contratos, cuando son, son muy cortos. "En total llevaré ocho meses cotizados en toda mi vida y tengo ya 31 años", revela el pianista. "La gente nos chulea y así es muy difícil ganarse la vida", sentencia, aunque asegura que lo sobrelleva porque tiene "el corazón entregado a Dios y eso me hace estar contento". Lo que no es óbice para que vislumbre un otoño muy poco esperanzador.

No le queda más remedio que pertenecer al mundo de los extras y dentro de los extras, a los 'runners' sin contrato

Carlos, de origen argentino, llegó a España hace siete años. Desde entonces ha ido dando tumbos de bar en bar. "Se trata de ir cogiendo lo que te va surgiendo, pero la temporalidad no solo es en verano, durante el resto del año también voy encadenando sustituciones o incluso contratos por obra", explica. Sus empleadores prefieren que el nombre de su establecimiento no se haga público. "Luego la gente se confunde y se piensa que estamos haciendo algo ilegal y lo único que hacemos es contratar a alguien que estaba en paro para atender la terraza mientras otros están de vacaciones".

Julio no tiene el problema de los contratos temporales. Aunque sí el de la estacionalidad. Julio, directamente, no tiene contrato. Este hombre se ofrece para trabajar sin papeles y "cobrando en negro". Dice que tiene varias ofertas sobre la mesa. En su caso no es optativo: "No puedo hacer otra cosa, no me queda otra salida". No le queda más remedio que pertenecer al mundo de los extras y dentro de los extras, a los "runners" sin contrato.

A Carlos se le acaba el contrato. Mientras el resto de la ciudad se llena de automóviles desaparecidos en agosto, este hombre de 34 años recoge sus cosas. Carlos es uno de los millares de trabajadores contratados para la campaña estival que van abandonando sus puestos de trabajo a lo largo de septiembre. En su caso, de un bar madrileño. Es uno de los llamados, en la jerga profesional de la hostelería, "extras de verano", que mientras el contratado por cuenta ajena vuelve de vacaciones y apela al cada día más célebre síndrome postvacacional, termina su labor y regresa a la cola del paro. Los contratos de esas características sobrepasan el millón en la temporada estival. Durante estos dáis serán más de 300.000 los despedidos. Aunque cada año, durante los últimos diez, las cifras de quienes engrosan el paro en septiembre se mueven en torno a los 30.000.

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