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La oscura verdad sobre las sandalias, el calzado más vendido del mundo
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La oscura verdad sobre las sandalias, el calzado más vendido del mundo

Un simple objeto de consumo masivo como las chanclas se convierte en toda una metáfora de la cara oculta de la economía globalizada en el mundo contemporáneo

Foto: Un vertedero en Kampala. (Efe/Hope Mafaranga)
Un vertedero en Kampala. (Efe/Hope Mafaranga)

La historia de unas sandalias veraniegas. Ese es el punto de partida de la profesora de Sociología de la Universidad de Londres Caroline Knowles para desarrollar toda una tesis casi novelada en 'The Conversation' sobre la cara oscura de la globalización. Las chanclas en sus diversas versiones son el calzado más vendido en el mundo. Miles de millones de pares, una cifra asombrosa, incontable, se fabrican cada año en el mundo. Con frecuencia, en pequeñas fábricas chinas. Mientras millones de personas siguen yendo descalzas, las sandalias son el primer paso en el mundo de los zapatos para los lugares más desfavorecidos del planeta.

Para el grueso de las personas del mundo occidental, son una prenda propia de la playa, pero en algunos lugares son el calzado del día a día. También “nos cuentan cómo la globalización funciona en su parte oculta”, revela Knowles, que hizo el trabajo de seguir la estela de este modesto artículo en lo que ha llamado “la ruta de las chanclas”.

Estas bolitas están controladas desde pantallas de ordenador por los trabajadores de estas inmensas y despersonalizadas factorías

Las sandalias playeras están hechas con plástico y así su historia comienza con la economía de los hidrocarburos. El material primigenio con el que están fabricadas está perforado en los pozos petrolíferos por inmigrantes sirios o del sur de India que viven en campamentos en lugares desérticos y trabajan 12 horas diarias bajo el sol en las plataformas.

Algunas de las sustancias petroquímicas extraídas del crudo sirven para elaboradar pequeñas bolitas de plástico en gigantescas plantas fabriles en la ciudad surcoreana de Daesan, un importante centro mundial de fabricación de todo tipo de plásticos. Estas bolitas están controladas desde pantallas de ordenador por los trabajadores de estas inmensas y despersonalizadas factorías.

Las chanclas y los contrabandistas

Las pequeñas bolas de plástico, a su vez, son compradas por millones de pequeñas y medianas fábricas en lugares en los que la mano de obra de las cadenas de producción es barata -lugares como Vietnam o países del África subsahariana-. Los emigrantes que provienen del campo todavía las fabrican en China en ciudades industriales. Los residuos que generan los plásticos se amontonan en las afueras y van formando pequeñas montañas de rosa fuerte y azul. En la medida en la que China se va revalorizando en esa cadena de valor globalizada, la producción se desplaza a otros lugares y se adapta a otros trabajadores que viven en unas condiciones igual de precarias.

Las sandalias tienen su principal mercado en países con rentas bajas. Etiopía, por ejemplo, es uno de los grandes consumidores. Knowles ha seguido la pista de los contenedores de chanclas desde la costa de Somalia para descubrir que muchas de las rutas de introducción de este producto están diseñadas para evadir los aranceles. Un grupo de contrabandistas, asumiendo muchos riesgos, las introduce en su destino. Una vez allí, en el mercado central de Adis Abeba, las que han entrado de un modo u otro son indistinguibles. Excepto por un detalle: el precio.

Los “raspadores” se pelean por los mejores residuos y son capaces de leer en la basura el barrio del que procede

El cuento de las sandalias concluye, al menos eso pensaba Knowles, en un lugar llamado Koshe, un vertedero a las afueras de Adis Abeba. Allí habló con algunos de los 200 “raspadores”, como se autodenominan, que recogen materiales de deshecho como metal, madera o plástico que a su vez venden a las plantas de reciclaje. El lugar es digno de verse: una vasta superficie de residuos podridos de colores que se funde con los tonos del horizonte.

Según llegan los camiones de distintas partes de la ciudad a descargar, los “raspadores” se pelean por los mejores residuos. Son capaces de leer en la basura el barrio del que procede y cuando vislumbran que es de los barrios “mejores” la lucha se recrudece. Las sandalias, casi siempre imposibles de reciclar, se quedan allí, entre los detritos, durante cientos de años antes de descomponerse.

Pero el viaje no termina ahí. La basura es un material indispensable para entender el futuro.

La historia de unas sandalias veraniegas. Ese es el punto de partida de la profesora de Sociología de la Universidad de Londres Caroline Knowles para desarrollar toda una tesis casi novelada en 'The Conversation' sobre la cara oscura de la globalización. Las chanclas en sus diversas versiones son el calzado más vendido en el mundo. Miles de millones de pares, una cifra asombrosa, incontable, se fabrican cada año en el mundo. Con frecuencia, en pequeñas fábricas chinas. Mientras millones de personas siguen yendo descalzas, las sandalias son el primer paso en el mundo de los zapatos para los lugares más desfavorecidos del planeta.

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