La construcción romana similar a las pirámides: el puente de Trajano
De una colosal obra de ingeniería solo quedan unos ladrillos testimoniales que claman con desesperación desde el olvido un reconocimiento, aunque sea este tardío
“Si el habla es de plata, el silencio es de oro”.
–Muhsin Al-Ramli
En ocasiones, la indiferencia es como un peso muerto que se puede sobrellevar con elegancia cuando eres el afectado, pero que difícilmente puedes reivindicar en tus recuerdos cuando los escribanos del tiempo han dado por hecho que situaciones que podrían sostener de manera potente la identidad de una nación pasan por el registro de su inhibida pluma como situaciones meramente anecdóticas.
En el caso de la historia, donde los hechos se imponen por sí mismos aunque su repercusión o incidencia sea en ocasiones como la que mencionamos hoy, más parecida a la de un grano de arena en una gran duna, a veces, las heridas del olvido son tan severas que ni siquiera queda rastro de ellas volatilizadas en un viento paciente que en su ejercicio natural, lo barre todo de forma inmisericorde no dejando ni siquiera el más sutil rastro de las huellas de aquellos hombres que hicieron algo grande en un pliegue perdido del tiempo.
Este sevillano fue el primer emperador que proyectó su sombra sobre la historia de forma inapelable
Y esto, más o menos, fue lo que le ocurrió a un puente de la antigüedad. De una colosal obra de ingeniería solo quedan unos ladrillos testimoniales que claman con desesperación desde el olvido un reconocimiento, aunque sea tardío.
No es la primera vez que hablamos de Trajano en esta sección, pero sí, de su ingente obra civil a lo largo de su mandato en el imperio más grande, culto y organizado de aquel tiempo, y que convierte el sentido de época en un mero paréntesis. De sus hazañas y gestas ya dejamos constancia algo más de dos años en el artículo sobre sus campañas militares contra los Partos (La brillante estrategia de Trajano para vencer la maldición romana), pero hoy trataremos de poner en valor su especial sentido y compromiso con la ingeniería civil y en particular con el más increíble puente de obra -no de pontones-, construido en la antigüedad; obra por otra parte de colosales dimensiones que atravesó en su momento el rio más largo de Europa, el Danubio.
Este sevillano de Itálica fue el primer emperador procedente de una provincia romana que no solo accedió al poder supremo de un imperio incontestable por su extensión e influencia en el orden del orbe mundial, sino que proyectó su sombra sobre la historia de forma inapelable.
El Trajano grandioso como militar, como aquel Marco Aurelio de las Meditaciones o el César temerario que se metió profundamente en los insondables territorios de Germania y Britania, dejó su sello en numerosos aspectos, que van más allá de las severas derrotas militares infligidas a sus temibles adversarios. No olvidemos que Trajano es el único emperador no cristiano al que Dante salva de las fauces del infierno en la 'Divina Comedia'. Por algo será.
La expansión del imperio hasta límites nunca alcanzados no nos da una visión real de lo que él fue. Trajano era un efervescente creador que se preocupó de ampliar las calzadas romanas hasta límites insospechados, acometió ingentes obras públicas, puentes, acueductos, termas, casas con “alquileres sociales “ para los menesterosos; fue un hombre con hondas preocupaciones de carácter social que creó con fondos públicos organizados hospicios que sirvieran para mantener y educar a huérfanos de cualquier procedencia, principalmente, hijos de padres legionarios perdidos en las guerras contra los dacios y partos; que aunque de ambas saliera triunfador, los costes que le acarrearían en el “debe” de la factura, serian enormes. Pero es lo que tiene ser imperio, muchos enemigos y costes muy elevados.
Tras las campañas desarrolladas desde el año 101 hasta el 107, Trajano venció definitiva y rotundamente a los dacios. Tras ello, fundó la provincia de la Dacia, territorio actualmente llamado Rumanía, cuya casi exterminada población sustituyó por colonos romanos en número de 30.000, provenientes de las legiones que asolaron aquellas tierras.
En ese momento surge la idea del puente más ambicioso de la antigüedad.
La obra más esplendorosa
Roma, durante el mandato de Trajano, alcanzaría su máxima extensión geográfica desde el Eúfrates hasta Britania, desde Hispania hasta la Mauritania, desde Germania hasta el Mar Negro.
Por aquel entonces, Apolodoro de Damasco era el ingeniero civil de mayor reputación y sus credenciales eran impecables. El reto soñado por Trajano de crear la obra más esplendorosa e impactante, rotunda y contundente; solo comparable en aquel momento a las pirámides de la planicie de Gizah, era ya cuestión de un acto de voluntad y una orden. Esta mastodóntica obra estaba ya a punto de ser fertilizada por más de 50.000 esclavos, ingenieros subsidiarios, carreteros, miles de bueyes, embarcaciones de sonda, grúas de contrapeso, e innumerables arqueros que sostenían a diario escaramuzas con los Dacios del otro lado.
Para albergar a aquella ingente masa, se crearía la ciudad horizontal más grande de la época
El poder de Roma en aquel “limes”, estaba en un pergamino y varios cueros vueltos sobre una enorme mesa de madera en el lado sur del Danubio, en la tienda imperial del emperador español. Cerca de Drobeta, el monumental puente comenzó a reptar sobre los sedimentos consolidados del lecho del rio al final de una primavera, cuando las aguas de los deshielos del norte de Germania habían amainado y el verano, en todo su esplendor, daba luz a aquella increíble obra que como un tiralíneas, cruzaba los 1.200 metros del rio del trazo inicial (800 de orilla a orilla) en aquella zona. Esta obra de arte de la ingeniería civil garantizaría el abastecimiento de las legiones, al tiempo que permitiría mostrar el musculo militar de Roma. Para albergar a aquella ingente masa de intervinientes. Ulpia Traiana en la Dacia emergía como un fénix sobre la arrasada Sarmizegetusa una de las capitales nucleares de la dacia anterior a Trajano.
Las jugosas minas de oro, la fertilidad inaudita de aquellas tierras para una agricultura altamente rentable, y la necesidad de proteger la frontera del Danubio frente a las misteriosas hordas del Este, justificaban el desarrollo de aquella magna obra de ingeniería.
Construido hacia el este de un estrecho desfiladero llamado las Puertas de Hierro, el puente en cuestión liberaba los 800 metros de distancia que separaban las orillas opuestas del Danubio, en una zona en la que el río “solo” tenía 15 metros de profundidad que no es moco de pavo. Apolodoro de Damasco instalado en una genialidad permanente y congénita, diseñó 20 arcos de madera sólidamente asentados en pilares de sillería cuadrados. Cada arco medía 52 metros de longitud total y los pilares alcanzaban los 20 metros de lado por 45 metros de altura. Era algo realmente excesivo y apabullante.
La longitud total, se calcula que podría medir en torno a los 1135 metros o 1.200 si partimos del arranque del acceso al puente por ambos lados, las magnitudes son (eran en este caso) directamente monstruosas. Elevado a 19 metros sobre el nivel del agua tenía en cada orilla una fortificación guarnecida por un millar de hombres de los que más del 50% eran arqueros de elite. El puente se construiría con ladrillo amasado en molde cocido, mortero con arena de rio, y cemento de puzolana de origen volcánico, una revolución en la ingeniería del momento con gran resistencia al agua y sin reducir significativamente la resistencia del concreto. En un tiempo récord, entre los años 103 y 105, la primera piedra le dijo a la última que el tema estaba finiquitado. Durante más de mil años, fue el puente más largo jamás construido.
Pero para Trajano, el mensaje era la interpretación alternativa y críptica que subyacía a aquella manifestación de grandeza. La colosal obra de ingeniería les decía a los bárbaros que al que osara cruzar el río no le quedarían expectativas de supervivencia: Roma había venido para instalarse.
La erosión de los elementos, la reutilización de los pilares en construcciones alternativas y el saqueo y expolio no han dejado muchos restos
Trajano sin lugar a dudas fue uno de los más grandes emperadores romanos y tras él, vendría la decadencia con el sobrevalorado Adriano –un teórico en lo militar que rechazaba el concepto de defensa adelantada que practicaba su tío–, también de Itálica, y muy estimado por Marguerite Yourcenair, que fue el detonante del comienzo de una Roma cada vez menor en entidad y carente de esa incontestable potencia que antaño fue.
La erosión de los elementos sobre los descomunales basamentos, la reutilización de los pilares en construcciones alternativas y el saqueo y expolio de aquella increíble obra de ingeniería no han dejado muchos restos. En 1856, cuando el Danubio alcanzó un nivel excepcionalmente bajo, se podían ver con bastante nitidez los veinte pilares que lo sustentaron. En 1906 fueron dinamitados dos de esos pilares por el obstáculo que suponían para la navegación fluvial. La acción erosiva del agua y la acción depredadora del hombre acabarían con aquella obra de arte de la ingeniería civil de la época. Hoy sólo quedan los pilares de entrada en cada una de las márgenes del Danubio y el recuerdo de lo que pudo ser aquel sueño de grandeza del probablemente más famoso ingeniero de aquel tiempo, Apolodoro de Damasco y su mentor, un Titán de carne y hueso: Trajano.
“Si el habla es de plata, el silencio es de oro”.
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