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La vida en un barrio de clase obrera en 2018: "Hay trabajo para ellas, no para los hombres"
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CUANDO LA CRISIS ES NORMALIDAD

La vida en un barrio de clase obrera en 2018: "Hay trabajo para ellas, no para los hombres"

Una investigadora alemana se ha pateado durante los últimos años los barrios de la periferia de Madrid para descubrir la distancia entre el discurso oficial y la realidad social

Foto: La construcción es un sector volátil en comparación con las desprestigiadas labores reproductivas. (Efe/Kith Serey)
La construcción es un sector volátil en comparación con las desprestigiadas labores reproductivas. (Efe/Kith Serey)

El pacto entre sindicatos y patronal para la subida de los salarios ha sido interpretada como el signo definitivo de que, esta vez sí, la crisis ha terminado. Sin embargo, y dados los altos niveles de paro (aún 3.335.868 desempleados en abril), es fácil ponerlo en entredicho. Hay quien sugiere que, en realidad, la crisis no es una situación meramente coyuntural, sino una parte consustancial del sistema capitalista en la que determinados grupos salen beneficiados a costa de externalizar los efectos negativos a los sectores más desfavorecidos de la sociedad. En esta última crisis, por ejemplo, normalizando la flexibilidad laboral y la precariedad.

La investigadora alemana Johanna Neuhauser, de la Universidad de Osnabrück, ha pasado los últimos tres años visitando bares y restaurantes de los barrios de la periferia de Madrid y charlando con la comunidad latina para comprender cómo su realidad dista mucho de los mensajes optimistas lanzados por políticos y empresarios. El resultado es un artículo publicado en la revista 'Sociology' que muestra el descreimiento de este sector de la sociedad, uno de los más vulnerables a los vaivenes económicos. “No creo que se haya acabado. Si lo ha hecho, ha sido para los ricos y los que tienen dinero, pero no para los inmigrantes”, explica Carlos en el texto.

¡Es una excusa! En este hotel había más empleados con una ocupación era del 30% y ahora trabajamos sin parar

Esta comunidad reconoce que los españoles también lo han pasado mal, solo que sus redes familiares eran más fuertes. “La mayoría de los emigrantes a los que entrevisté mencionaron que los españoles de clase trabajadora también habían sido golpeados por la crisis”, explica la investigadora a El Confidencial. “A menudo trazan antes la frontera entre las clases sociales (trabajadores contra emprendedores) que entre inmigrantes y no inmigrantes”. La mayoría de ellos son empleados del sector de la construcción o de la hostelería, que rechazan el discurso oficial. “¡Es una excusa!”, exclama Esteban, un camarero español que trabaja en un hotel, en el texto. “El turismo está creciendo… He visto este hotel con una ocupación del 30% y más empleados que ahora. Trabajamos sin parar. Está lleno y somos menos”.

Cuando te va bien porque no te puede ir peor

Hay, no obstante, un grupo de trabajadores que parece no haber sido afectado por la crisis. O, por lo menos, eso se deduce de las palabras de los entrevistados. Se trata de las mujeres empleadas en el trabajo doméstico. “Para las mujeres siempre hay trabajo”, afirman los hombres. Amalia, una de estas trabajadoras, reconoce que “a los hombres les está yendo peor, porque no hay trabajo para ellos. Las mujeres tenemos opciones, siempre hay algo para nosotras”. Sin embargo, bajo esta supuesta posición ventajosa se oculta precisamente la gran revelación de este trabajo: que hay determinados grupos para los que no existe la crisis porque siempre están en ella.

placeholder El discurso oficial contra la realidad social (Reutes/Vincent West)
El discurso oficial contra la realidad social (Reutes/Vincent West)

Es un razonamiento habitual entre muchos de los entrevistados. Como el de la empleada del hogar es un trabajo de demanda inelástica, a diferencia de la construcción (mucho más volátil), ellas conservaron sus empleos mientras los hombres los perdían. Eso sí, estos reconocen que sus sueldos siempre fueron más bajos y sus condiciones, peores. Se trata, como recuerda Neuhauser, de empleos históricamente devaluados, como ocurre con la mayoría de trabajos “feminizados”, que no suelen ser valorados económicamente y que suelen ser llevados a cabo por mujeres. Paradójicamente, muchas de ellas terminaron convirtiéndose durante la crisis en las que llevaban el pan a casa, a medida que los hombres de la familia perdían sus empleos. Por supuesto, estos nunca se plantearon trabajar en una casa ajena haciendo los quehaceres cotidianos.

Si en apariencia no hubo crisis para las limpiadoras del hogar es, matiza la autora, porque la crisis no es un simple hecho económico, sino una construcción social que depende de la posición socioeconómica de cada uno de los actores sociales. Y dicha labor era y sigue siendo invisible para la mayoría de ojos. “No hablar sobre la cuestión de quién cuida a nuestros hijos y ancianos es conveniente porque quita un peso de encima al Estado y a los líderes políticos”, recuerda la investigadora. El problema, añade, es que se suele tratar como una cuestión privada y no pública, una cuestión “que las familias tienen que tratar por su cuenta”. Incluso los discursos más críticos con la crisis se olvidan de que las mujeres y los inmigrantes son las primeras víctimas.

La gran cantidad de desempleados es percibida como una amenaza constante, por lo que los trabajadores aceptan trabajar en negro

Aunque las trabajadoras no consideran que la crisis haya sido un punto y aparte, esta clase de empleos también han evolucionado a peor. Como recuerda Elisa, activista de una asociación de trabajadoras domésticas, aunque “el trabajo en el hogar siempre ha sido muy precario y en crisis constante”, ha tenido un gran impacto “en los sueldos y en los días de trabajo”: “Había compañeras que trabajaban de lunes a viernes o de lunes a sábado, y ahora solo lo hacen los lunes, miércoles y viernes, lo que significa que tienen que hacer lo mismo por menos dinero”. El principal cambio en el sector ha sido la reducción de horas. Como se queja la paraguaya Marisa, que trabaja en un hotel de la cadena Hilton, “hacen más dinero cada día y pagan menos a las chicas. No pagan las horas extras, nada”.

Normalidad y excepcionalidad

Muchos de los entrevistados llegaron a España a finales de los 90 o principios de los dos mil, en un contexto de expansión económica. Sin embargo, en 2007 se dieron de bruces con la crisis. Y, 10 años después, cuando las entrevistas se llevaron a cabo, aún no vieron cambios: “Nosotros podemos decir que se acabó porque tenemos trabajo, pero hay muchos que no tienen. Están igual que nosotros hace unos meses”, señala Antonio. En la nueva crisis perpetua, tener trabajo ha pasado de ser lo normal a ser considerado “una suerte”, si se compara con la situación de los demás. Así, la creciente población de desempleados es vista como “una amenaza constante a los que trabajan, que son forzados a aceptar condiciones laborales extremadamente precarias”. El miedo es la pócima que convierte a los trabajadores en empleados flexibles.

Foto: 1.200… 1.000… 800… Los empleos precarios y a tiempo parcial hacen que los ingresos desciendan aún más. (iStock) Opinión

Algo aún más dañino en la medida en que el trabajo no solo sirve para garantizar el bienestar material, sino también el emocional. La inestabilidad manifestada por los entrevistados genera incertidumbre constante. Como añade Antonio, “cuando tienes trabajo estás tranquilo porque sabes que te pagarán a final de mes. Cuando no, no puedes vivir en paz”. Muchos de los que reconocen que la situación ha mejorado también revelan una nueva tendencia hacia los contratos temporales en los que a menudo cobran media jornada aunque hubiesen trabajo todo el día. En algunos casos, era trabajar en negro o nada. Como recuerda Neuhauser, “mi argumento no es que la crisis haya causado la flexibilización y la precarización del trabajo, sino que ha profundizado dichas tendencias”.

La gran pregunta aquí, concluye la alemana es “¿crisis de qué, y para quién?” Si bien algunos países y sectores de la sociedad han salido perdiendo, otros han salido ganando. “Una razón para ello es que en la crisis las pérdidas y los costes han sido socializados y los beneficios privatizados”, prosigue la investigadora. “En España, esto es bastante visible si miramos cómo se ha profundizado la desigualdad social desde 2008. La flexibilización del trabajo es una forma de socializar ese coste privado”. ¿En quién? Como se deduce del trabajo, en los más vulnerables. Ante todo, en ese “ejército industrial de reserva” del trabajo, siempre amenazado por el desempleo y la precariedad que son inmigrantes y mujeres, para muchos de los cuales la crisis no ha terminado porque siempre ha estado ahí.

El pacto entre sindicatos y patronal para la subida de los salarios ha sido interpretada como el signo definitivo de que, esta vez sí, la crisis ha terminado. Sin embargo, y dados los altos niveles de paro (aún 3.335.868 desempleados en abril), es fácil ponerlo en entredicho. Hay quien sugiere que, en realidad, la crisis no es una situación meramente coyuntural, sino una parte consustancial del sistema capitalista en la que determinados grupos salen beneficiados a costa de externalizar los efectos negativos a los sectores más desfavorecidos de la sociedad. En esta última crisis, por ejemplo, normalizando la flexibilidad laboral y la precariedad.

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