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Un hombre contra la democracia: “El votante medio no está cualificado para elegir bien”
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ENTREVISTA CON JASON BRENNAN

Un hombre contra la democracia: “El votante medio no está cualificado para elegir bien”

El título del último libro de este economista y profesor es una provocación. Según él, la mayoría de ciudadanos no tiene incentivos para informarse mejor antes de unas elecciones

Foto: Brennan también ha publicado en español 'Capitalismo, ¿por qué no?'.
Brennan también ha publicado en español 'Capitalismo, ¿por qué no?'.

¿Quién puede matar a un niño? ¿Quién puede maltratar a un animal? ¿Quién puede querer acabar con la democracia? Quizá alguien como Jason Brennan, profesor asociado en la escuela de negocios McDonough de la Universidad de Georgetown que ha titulado su último trabajo precisamente, 'Contra la democracia'. En su opinión, nuestra forma de gobierno actual está corrupta, ya que la mayoría de votantes son 'hobbits' (apáticos e ignorantes) o 'hooligans' (fanáticos de su partido político). Y de tal votante, tales políticos. Tan solo unos pocos son vulcanianos, que piensan en la política de forma científica y racional. Son estos últimos los que, idealmente, deberían decidir qué decisiones políticas se toman.

“El votante medio, modelo y mediano está mal informado o ha ignorado la información política básica”, escribe en el polémico volumen. “Su ignorancia y desinformación hacen que apoye medidas políticas y candidatos que no apoyaría si estuviera mejor informado”. Un análisis controvertido que viene acompañado por su propuesta, una “epistocracia” en la que gobiernen los expertos. Pero esta no debería ser excluyente: cualquier ciudadano suficientemente bien informado podría formar parte de ese gobierno de expertos. El problema actual, recuerda, es que cada voto vale tan poco que no hay incentivos para que nadie vote lo mejor para todos, así que es más fácil hacerlo en función de sentimientos irracionales como la furia. La democracia es una bomba en manos de desinformados. Una herramienta que, si deja de funcionar, habría que sustituir por otra alternativa mejor.

La gente no tiene incentivos para votar mejor e informarse porque su voto vale muy poco

Brennan se define como un “libertario compasivo” (“bleeding heart libertarian”) –quien quiera saber ya qué es, puede bajar hasta el final del artículo– y admite con media sonrisa, antes de la entrevista, que el título original del libro era 'Contra la política', pero que finalmente se había decantado por algo más provocador. No hay problema, eso nos gusta a los periodistas, espeto ante su confusión. Convenza o no al lector, el libro de Brennan es un reto para el lector y un pequeño graffiti en el altar de la sacrosanta democracia. De mano del economista nos internamos en sus páginas con la esperanza de no ser uno de esos votantes que "no nos hacen ningún favor cuando votan".

PREGUNTA. El libro se titula 'Contra la democracia'. Pero ¿cuál es el verdadero problema? ¿La democracia en sí? ¿Los votantes, que según usted no están informados? ¿Los políticos, que no cumplen sus promesas?

RESPUESTA. Es algo intrínseco a la democracia y de lo que es difícil escapar. En una democracia todo el mundo tiene derecho a votar, el problema es que cada voto cuenta muy poco. El tuyo, el mío… y lo sabemos. Podemos votar de forma inteligente, a favor de nuestros intereses, en contra, pero en cualquier caso va a contar muy poco. Pero todo el mundo lo hace, y la calidad de los políticos refleja la calidad del electorado, que no está muy cualificado porque no tiene incentivos para votar de forma mejor.

P. ¿Y cuál es la alternativa? ¿Una epistocracia en la que solo voten unos pocos?

R. Algunas formas de epistocracia que funcionan mejor que otra. Creo que la mejor es la que llamo “gobierno por oráculo simulado”. Si tuviésemos un oráculo al que pudiésemos consultar nuestras dudas, lo haríamos. No disponemos de ello, pero podemos crearlo. Una forma de hacerlo es consiguiendo que todo el mundo participe. El día de las elecciones, te presentas, recogen tu información demográfica, económica, religiosa, etc., esas cosas que afectan en cómo vota la gente, para que no haya sesgos. Luego se hace un examen de conocimientos generales: ¿cuánto dinero dedica el gobierno a un tema determinado? ¿Conoces los indicadores económicos? ¿Sabes qué partido controla el Parlamento? ¿Conoces a tu representante en el Congreso? Y finalmente votan en unas elecciones o un referéndum.

Cuando tienes estos tres datos, puedes calcular qué habría decidido el público si estuviese bien informado. Puedes hacerlo corrigiendo factores como nivel de ingresos o raza. Lo publicas y debería ser algo que cualquier periodista pudiese verificar, para que no estuviese en manos de las agencias gubernamentales.

P. ¿Una epistocracia de cuántos? ¿Un 1%? ¿Un 10%?

R. Con este sistema, un 100%. No tienes por qué excluir a nadie. Ningún voto vale más que otro, es una manera de adivinar qué querría el país si estuviese bien informado. Hay otros tipos de epistocracia donde solo participa un pequeño porcentaje, y es peligroso porque en ese caso solo participan los más privilegiados, que apoyarán sus intereses frente a los de los demás. Hay propuestas actualmente que apuestan por un número reducido de gente, como la del filósofo flamenco David Van Reybrouck.

Foto: Van Reybrouck, presidente del PEN de Flandes. (Fotografía: Héctor G. Barnés)

P. Sí, lo entrevisté [ver enlace superior].

R. Su sistema es similar, en el que una lotería selecciona al azar un grupo determinado de gente que solo puede tomar decisiones si ha aprobado un determinado ejercicio. En ese sistema, aunque potencialmente cualquiera puede ser seleccionado, tan solo participan 20.000 personas, por lo que es poco probable que ocurra.

P. Uno de los problemas es que la gente más informada no está repartida de forma igual en todas las capas de la sociedad: suele ser un blanco de clase media-alta o alta. ¿Qué ocurriría, por ejemplo, con un negro pobre?

R. En el sistema del “gobierno por oráculo simulado”, su voto cuenta igual, participa de la misma forma. No es que una persona tenga tres votos y otra una. Cada cual participa de forma igual, y su participación es utilizada para adivinar qué habríamos hecho si estuviésemos completamente informados. Nadie tiene más poder que otros, y hay que corregir cuidadosamente factores como los ingresos o la raza. Es un sistema más justo que la democracia, porque ahora mismo, aunque los menos privilegiados tienen derecho a votar, no suelen hacerlo. La gente más privilegiada suele hacer un mayor uso de su voto que los menos privilegiados. Así que creo que la democracia tiene problemas que la epistocracia no tiene.

P. En teoría, es un problema de información, pero no todo el mundo tiene el mismo acceso a ella. ¿Qué hacemos con el 'marketing' político o con los periodistas que median entre la política y la población?

R. La gente me lo suele decir: ¿no estamos fallando los pensadores y los periodistas, como tú y como yo? La respuesta es no. Un dicho inglés afirma que “puedes conducir a un caballo hasta el agua, pero no puedes darle de beber”. Es lo que ocurre con la información. En el colegio y el instituto, los ciudadanos obtienen los conocimientos que necesitan para votar bien, pero se olvidan de ellos, como el que se olvida de todo después de un examen de matemáticas. La razón es que no es muy útil para ellos ni lo encuentran interesante, no como tú o como yo, que tenemos que estar pendientes de la actualidad política porque es nuestro trabajo. Para la mayoría no sirve de nada: tu voto no vale, así que da igual que aciertes o falles cuando votas, así que lo olvidas. Un paralelismo que me gusta utilizar es por qué los angloparlantes no somos bilingües: no hay ninguna razón para aprender otro idioma porque en todo el mundo se habla inglés. Es ignorancia racional.

P. Quizá a la gente no le sea útil porque, incluso en el caso de que se informe bien y vote lo que considera correcto, los políticos harán algo completamente diferente.

R. Tienes razón, pero no creo que influya mucho. La mayoría de la gente no sabe qué se ha prometido. Si preguntas a alguien seis meses después de que un político prometa algo qué dijo, no lo recordarán. Si pruebas a decirle a un votante de la democracia cristiana que Angela Merkel prometió algo que en realidad no prometió, puedes convencerle aunque no sea verdad. Incluso aunque todo el mundo piense que los políticos son unos mentirosos, la razón por la que no cumplen sus promesas es porque saben que los votantes no les prestan atención y no les van a castigar si no son fieles a sus palabras. Recordamos los últimos seis meses, y olvidamos el resto. Los políticos se sienten libres de hacer lo que quieran, porque solo un puñado de académicos y periodistas lo recordarán.

Cuando un grupo identitario se vincula a un partido político, votará por él una y otra vez, independientemente de lo mal que lo haya hecho

P. En España, partidos políticos como el PP se han visto implicados en casos de corrupción y la gente les ha seguido votando. Imagino que eso refuerza su tesis.

R. Para la mayoría, los partidos políticos son como equipos de fútbol que no tienen nada que ver con la política. A los 15 años nos enseñan que la razón por la que alguien vota a un partido es porque defiende unas determinadas medidas políticas que quiere que se implementen. Pero no es verdad, salvo en una pequeña minoría. Tú eres seguidor de un equipo, ¿por qué? Porque es de tu ciudad, y cuando ves a tu equipo jugando, quieres que gane, y te enfureces cuando el árbitro pita en contra aunque sea justo. Es igual con la política. La gente vota a un partido determinado por algo relacionado con su identidad.

Por ejemplo, puedes decir “soy un católico del norte de Massachusetts, y nosotros votamos a los demócratas”. Cuando un grupo identitario se vincula a un partido político, votará por él una y otra vez, independientemente de su líder y de lo mal que lo haya hecho. En EEUU muchos republicanos han votado por Trump incluso aunque sea lo opuesto a lo que defienden, porque es republicano. Pero creo que todos somos parecidos. Por resumir, los políticos se comportan mal, pero parece que no nos importa.

P. Corríjame si me equivoco, pero me parece una visión muy tecnócrata, en la que hay leyes buenas y malas, y el rol del votante es votar al que propone las buenas. Pero probablemente la política no consista en eso, sino en dirimir los conflictos de intereses de distintos grupos sociales.

R. Creo que hay leyes mejores y peores. Por ejemplo, hoy todo el mundo estaría de acuerdo en que está mal meter a la gente en la cárcel por consumir drogas. O bombardear otro país porque sí. Los problemas políticos son una cuestión de justicia, no tan solo de opinión, e influyen en la vida de la gente. Donald Trump, está siendo muy proteccionista, lo que beneficia a pocos. La mayoría de los que lo apoyan no lo hacen porque les beneficie o porque las investigaciones demuestren que así les va a ir mejor, sino porque están enfadados con el orden mundial por razones que no alcanzan a entender. Es su forma de protestar. Es raro encontrar una decisión que no beneficie a nadie, pero sí es fácil encontrar decisiones que tan solo benefician a una pequeña minoría. Mira la guerra de Irak en 2003: puedo ayudar a la industria armamentística, pero desde luego no a los americanos ni a los iraquíes.

placeholder Bush hizo que EEUU entrase en guerra con Irak... y ganó las elecciones de 2004. (Efe/Alex Wong)
Bush hizo que EEUU entrase en guerra con Irak... y ganó las elecciones de 2004. (Efe/Alex Wong)

P. La guerra de Irak es un buen ejemplo, porque en ese caso, la principal fuente de información, que aseguraba que había armas de destrucción masiva, era falsa.

R. Merece la pena fijarse en cómo influye en todo el mundo la información en las distintas preferencias políticas, y en el voto de la gente: descubrirás que cuanto más informados están, más en contra de la guerra y de la intervención militar se encuentran. Si tuviésemos ciudadanos bien informados, estarían en contra de ello y los políticos sabrían que serían castigados si empezasen una guerra. George W. Bush sabía que podía salirse con la suya aunque declarase una guerra.

P. En la introducción del libro recuerda que en 2016, Trump y Brexit mediante, muchos de los que le atacaban le dieron la razón. ¿Qué pensó? ¿“Ya os lo dije”?

R. La noche de las elecciones americanas me volví a mi mujer y le dije “esto es malo para el país pero bueno para las ventas del libro”. Es una broma. Sinceramente, lo veo como síntomas de un problema subyacente: tenemos tan poco poder como individuos que no tenemos alicientes para utilizarlo de forma inteligente. Así que lo empleamos para manifestar nuestra furia. La furia que veo en todo el mundo es del tipo “ellos contra nosotros”: en Italia, por ejemplo, contra los inmigrantes, o en EEUU, donde hay americanos verdaderos y una élite liberal que no gusta (yo, según esta teoría, no soy americano comparado con alguien de Kansas). Una idea popular es que votan contra el orden mundial porque es malo para ellos, pero los economistas han descubierto que el votante medio de Trump obtiene más dinero del comercio libre que alguien como yo. Así que están votando en contra de su interés. No es una respuesta racional, es un odio irracional.

P. Hay algo en lo que sí estoy de acuerdo: el interés por la política no suele hacer mejor a la gente, sino que en muchos casos, incluso aunque estén bien informados, los convierte en 'hooligans' cuyo comportamiento lo último que hace es mejorar la sociedad en la que viven y su propia vida. ¿Qué ha pasado?

R. Como seres humanos, tenemos grandes incentivos para hacer gala de nuestras virtudes ante los demás. Si voy a votar en público, quiero que la gente piense que soy piadoso. Si doy dinero para una buena causa delante de mis amigos, pensarán que soy amable. Ese comportamiento no tiene como objetivo ayudar a los demás, sino influir en cómo nos ven. En la política, gran parte de nuestro comportamiento tiene como objetivo que los demás sepan que somos uno de ellos. Como fan de los Red Sox de Boston, se supone que tengo que odiar a los Yankees. Si eres de Boston, serás mi amigo, haremos negocios… Si eres del Madrid, tienes que odiar al Barcelona. Eso pasa también en política. Ser fan de tu partido implica odiar al resto, para mostrar que estás comprometido con tu gente. Y como la sociedad es más rica, tenemos más medios para separarnos: no sé en España, pero en Alemania, Reino Unido, Canadá o EEUU la segregación política es más alta que nunca. La gente se muda a zonas donde estarán rodeados por gente que piensa como ellos.

Me considero más de izquierdas que de derechas, pero este libro sería igual aunque votase a otro partido político

P. ¿Esto ocurre más en la derecha o en la izquierda? Porque la percepción, al menos en España, es que la derecha es más monolítica, y la izquierda está más fragmentada.

R. Cuando se han hecho estudios sobre los sesgos políticos, con preguntas como “si te diese la posibilidad de hacer daño a un adversario político, ¿lo harías?”, encontraron que tanto la gente de izquierdas como de derechas se porta mal, pero que la de izquierdas es peor aún. Alrededor de un 65% de republicanos y un 75% de demócratas presentaron este sesgo. No sé por qué razón. No es una crítica, yo me considero más de izquierdas que de derechas.

P. ¿Puede explicarnos qué es un libertario piadoso [bleeding-heart libertarian], la tendencia con la que usted se identifica?

R. Fundamentalmente, creemos que las sociedades basadas en el mercado florecen más rápido que las que no lo están. El mercado es bueno y debemos defenderlo, pero en lugar de estar en contra del Estado de bienestar, pensamos que debería estar configurado para apoyar a la gente que sale peor parada. Sería algo parecido a las sociedades del norte de Europa o Suiza, con un fuerte Estado del bienestar y una gran cantidad de libertad económica, mayor aún que en EEUU. Francia no lo sería, porque es muy intervencionista, aunque creo que Macron liberalizará más el país.

P. Lo preguntaba porque, de entrada, podría parecer que es el libro de un reaccionario elitista.

R. Sinceramente, el libro es independiente a mis ideas políticas. Si votase a otro partido, sería exactamente igual.

P. Para terminar, ¿cómo ve el futuro? ¿Llegará la epistocracia, o no es más que una utopía?

R. No es una utopía como el anarquismo. Quizá dentro de 50 años la gente lo pruebe. Los filósofos, científicos políticos y economistas proponen ideas, que permiten que el resto de las clases creativas, como los periodistas, lo divulguen. Así que la gente conoce ideas que no sabe muy bien de dónde han salido. Una vez están ahí fuera, la gente piensa a probarlas. No creo que sea el año que viene, pero quizá esté en mi lecho de muerte y algún país lo intente.

¿Quién puede matar a un niño? ¿Quién puede maltratar a un animal? ¿Quién puede querer acabar con la democracia? Quizá alguien como Jason Brennan, profesor asociado en la escuela de negocios McDonough de la Universidad de Georgetown que ha titulado su último trabajo precisamente, 'Contra la democracia'. En su opinión, nuestra forma de gobierno actual está corrupta, ya que la mayoría de votantes son 'hobbits' (apáticos e ignorantes) o 'hooligans' (fanáticos de su partido político). Y de tal votante, tales políticos. Tan solo unos pocos son vulcanianos, que piensan en la política de forma científica y racional. Son estos últimos los que, idealmente, deberían decidir qué decisiones políticas se toman.

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