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La salvajada de Calvino: la inhumana muerte de un hombre honrado
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MIGUEL SERVET, POLEMISTA A ULTRANZA

La salvajada de Calvino: la inhumana muerte de un hombre honrado

Aragonés de pro, proclamó alto, claro y de forma rotunda que ni la autoridad eclesiástica ni la civil tenían derecho alguno a imponer sus dogmas de fe

Foto: El clásico retrato de Servet.
El clásico retrato de Servet.

“Conservar algo que me ayude a recordarte seria admitir que te puedo olvidar.”

–"Romeo y Julieta", William Shakespeare

A principios del siglo XVI, al interesado, lábil y certificado sanguinario Martin Lutero, amparado por sus valedores los príncipes sajones, le habían salido socios en la competición por ver quién se llevaba la tajada más grande en lo tocante a lo recaudatorio. Era un tiempo en que casi todo el orbe cristiano tributaba a Roma a través de una red paralela ajena al control del tejido feudal, reinos e imperios del momento con una feligresía, ora cautiva por teorías milenaristas, ora sometida a un miedo cerval aderezado por un oscurantismo atroz. Además, estaba el tema de la excomunión y la hoguera que no eran moco de pavo y amenazaban frecuentes y severas alteraciones digestivas además de tembleques tipo baile de San Vito.

No es muy correcto llamar guerras de religión a esos enfrentamientos en lo que subyacía realmente era un interés superior, tal que es el manejo de ingentes cantidades de dinero y otros activos comerciales y estratégicos en detrimento de matices teológicos, excusas que solo y como se han demostrado a la postre; eran meras cortinas de humo para enfrentar a masas de ignorantes convencidos de ostentar el patrimonio de la “verdad”; cuando las razones últimas estaban ocultas tras la tramoya de otras realidades menos aparentes y más lucrativas.

Pobre angelito; no sabía la miríada de inflamados detractores tanto inquisitoriales como entre la fauna protestante que acababa de despertar

Por aquel tiempo hacía su aparición estelar en el mundo del conocimiento y las entretelas científicas un mago de la medicina y un revolucionario del humanismo a la altura de Locke, Hobbes o Voltaire. Miguel Servet, un científico español que tuvo la desgracia de huir tanto de la Inquisición española como del terrorífico clan del Consejo de los 200 radicado en Ginebra y liderado por un demente de manual, llamado Calvino. Vamos que el pobre medico vivía en un sofoco permanente.

Aragonés de pro, se reivindicó ante la comunidad científica e intelectual, proclamando alto, claro y de forma rotunda, que ni la autoridad eclesiástica ni la civil, tenían derecho alguno a imponer sus dogmas de fe, creencias, ni tampoco a limitar la libertad de expresión del sujeto sosteniendo y promoviendo esas iniciativas en una adecuada educación. Pobre angelito; no sabía la miríada de inflamados detractores tanto inquisitoriales como entre la fauna protestante, que acababa de despertar.

Un incomprensible galimatías

La grandeza de Servet podría radicar en su temeridad más que en sus amplísimos conocimientos de matemático, astrónomo o medico de fortuna con su reconocido cumulo de aciertos y heterodoxias. Como médico -, abordó con amplia documentación contrastada, la primera descripción hecha en Occidente de la circulación menor, que es la que ocurre entre el corazón y los pulmones en beneficio de la oxigenación de la sangre. Es probable que ya bajo la égida de Harvey y Malpighi la fisiología de la circulación entre en la Medicina moderna por la puerta grande sin detrimento de los longevos conocimientos orientales, bastante inaccesibles para la época en un occidente bastante egocéntrico.

placeholder Retrato de Calvino del siglo XVI.
Retrato de Calvino del siglo XVI.

Pero su faceta de polemista a ultranza fue la que lo llevó a los territorios donde los fanáticos de la intolerancia riegan con sorprendentes resultados, el odio.

La publicación temprana de 'Los errores acerca de la Trinidad' le hizo famoso pero al mismo tiempo lo convirtió en un fugitivo perenne. Al no dejar títere con cabeza –la lió parda contra la Inquisición Española y los radicales protestantes que pululaban por el norte de Europa–. En este escrito tan escandaloso en su tiempo, aseveraba que Jesús el Cristo solo fue hijo de Dios durante su corta vida y obviamente, ponía en duda ese incomprensible galimatías de dogma en la que tres son uno, fórmula matemática no apta para cardiacos.

Calificado como hereje por las partes encontradas en aquella Europa de locos del siglo XVI, perseguido por protestantes y católicos, fuguista en varios países; en un acto de osadía, acabaría en Ginebra disfrazado y confundido entre la multitud en la iglesia en la que el cruel y sádico Calvino, un enfermo mental “borderline”, impartía una misa para sus enfervorizados seguidores.

Mas alguien reparó en él.

Una terrible salvajada

A partir de ahí dos meses de infierno le perseguirían hasta el cadalso. El 27 de octubre del año 1553 tras un cautiverio que rozaba formas de crueldad rayanas con lo inhumano; un esquelético Miguel Servet, cubierto íntegramente de sus propias heces y orines, sin haber accedido a ningún tipo de higiene en ese lapso de tiempo en el calabozo, seria llevado al cadalso y rodeado de sus propios libros a modo de combustible y aderezado de una leña húmeda para que ardiera lentamente. Una hora duró aquel horror y solo cuando un generoso guardia le puso un collar de azufre, perecería definitivamente asfixiado por los mortíferos gases.

De aquella salvajada perpetrada por Calvino, se salvaron tres ejemplares de 'Restitución del cristianismo'. Uno de ellos llegó al filósofo Leibnitz, y a partir de ahí se extendería al mundo intelectual posterior. Es probable que el lujo, el oropel y la pompa que Servet viera en sus observaciones de lo mundano, le convirtieran en un librepensador disidente de toda aquella parafernalia y montaje de la institución eclesial, alimentando su disidencia religiosa.

Descalificar a otros creyentes por una interpretación que no es imposible alcanzar a comprender no nos hace más cabales ni mejores

Cabe la posibilidad de que el cambio de paradigma posterior en formas de pensamiento más avanzadas y el arma de la ciencia pisando los talones de una estructura esclerotizada se lo debamos a todos los hombres y mujeres que de alguna manera plantaron cara a las fuerzas oscuras del fanatismo de cualquier índole.

En cualquier caso, el misterio de Dios permanecerá intocable e incomprensible para nosotros per secula seculorum, mientras que la condición humana estará impregnada en un debate interminable en tanto que existamos, básicamente por nuestra limitada capacidad para la comprensión de la naturaleza divina. Descalificar a otros creyentes por una interpretación que no es imposible alcanzar a comprender no nos hace más cabales ni mejores.

Servet lo intentó.

“Conservar algo que me ayude a recordarte seria admitir que te puedo olvidar.”

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